El placer del mal
Gilles de Rais fue un criminal loco y s¨¢dico. Mariscal de Francia con el rey Carlos VII, emprendi¨® una carrera de sexo y sangre que le hizo emular a un monstruo de cuento, Barbazul. De Rais fue ajusticiado en Nantes en 1440. Antes escribi¨®: "Yo hice lo que otros hombres sue?an. Yo soy vuestra pesadilla". Con ¨¦l finaliza esta serie por la que han desfilado medio centenar de hombres y mujeres a los que la historia ha tildado de malvados.
Gilles de Rais, nieto de uno de los hombres m¨¢s ricos y poderosos de Francia, enseguida despunt¨® por su temeridad en los campos de batalla. Fue lugarteniente de Juana de Arco y s¨®lo contaba 25 a?os cuando Carlos VII le hizo mariscal de Francia. Al morir su abuelo se retir¨® a sus dominios y all¨ª comenz¨® una carrera de sexo y sangre que le hizo pasar a la historia de los malos con el nombre de un monstruo de cuento, Barba Azul.
Gilles de Rais naci¨® en la torre negra del castillo de Champtoc¨¦ en 1404. Su padre, Guy de Rais, se hab¨ªa casado con la hija de su peor enemigo, Jean de Craon, para zanjar la disputa por una herencia. Del contrato matrimonial de Guy de Rais y Marie de Craon nacieron dos hijos, Gilles y Ren¨¦, que quedaron hu¨¦rfanos al morir la madre y el padre en 1415. Guy de Rais tuvo el tiempo justo de hacer testamento y dejar instrucciones sobre lo que deseaba para sus hijos. Lo que no quer¨ªa bajo ning¨²n concepto era que Jean de Craon, su mal¨¦volo y astuto suegro, se hiciese cargo de ellos. Dej¨® la tutela en manos de un primo que no pudo hacer nada cuando el poderoso abuelo de Gilles de Rais decidi¨® saltarse a la torera la ¨²ltima voluntad de su yerno. No iba a permitir que otro administrase las riquezas acumuladas en parte gracias a sus manipulaciones y que pronto pasar¨ªan a este nieto.
La vida con su abuelo result¨® instructiva. En el castillo de Champtoc¨¦ aprendi¨® a hacer siempre lo que le ven¨ªa en gana, sin importarle si estaba bien o no. Los dos cl¨¦rigos que le hab¨ªan tutelado hasta entonces, al comprobar que el abuelo "dejaba a su nieto libre de hacer, a su gusto, todo el mal que le pluguiese", y que adem¨¢s se pon¨ªa ¨¦l mismo como ejemplo para Gilles, se marcharon. La lecci¨®n fundamental que le transmiti¨® Jean de Craon fue que su estado le situaba por encima de la ley, m¨¢s all¨¢ de las prohibiciones pensadas para el resto de los hombres. El abuelo no tard¨® en iniciarle en la pr¨¢ctica de este dictado. Negoci¨® dos posibles bodas para su nieto, pero al ver que ninguna de estas alianzas cuajaba le mand¨® secuestrar a su riqu¨ªsima prima Catherine de Thouars, que iba a heredar propiedades colindantes con las suyas en Poiteau. Gilles la abdujo y su abuelo amenaz¨® a la familia de la muchacha con meterla en un saco y echarla al r¨ªo Loira, como a un gato, si no acced¨ªan al enlace. Los de Thouars enviaron negociadores, entre ellos a un t¨ªo de Catherine. De Craon los recibi¨® con una paliza y los encerr¨® en las mazmorras de Champtoc¨¦. Durante las conversaciones que siguieron, el padre de Catherine muri¨® de unas fiebres y, finalmente, cuando las autoridades eclesi¨¢sticas reconocieron el matrimonio entre Gilles y Catherine, De Craon liber¨® a los negociadores. Las condiciones del encierro hab¨ªan sido tan malas que el t¨ªo de la reci¨¦n casada muri¨® poco despu¨¦s.
Pero una infancia torcida puede dar como resultado un hombre malo cuando va acompa?ada de otros defectos del car¨¢cter. En el caso de Gilles de Rais se conjugaron la ausencia total de escr¨²pulos que observ¨® en su abuelo con una osad¨ªa temeraria, ambas unidas a una candidez infantil. Para justificar a Gilles de Rais, o mejor, para explicarlo, casi todos los int¨¦rpretes han recurrido a la costumbre de rascar en su infancia y en su juventud. A este respecto, lo fundamental parece estar en un abuelo que, por un lado, se puso como ejemplo a seguir, pero, por otro, no supo ense?arle a dirigir su falta de escr¨²pulos a un determinado fin. Jean de Craon dirig¨ªa todos sus esfuerzos a lucrarse, sin importarle los medios. As¨ª logr¨® la mayor fortuna de Francia. Gilles, por el contrario, se qued¨® con la pr¨¢ctica del mal, pero sin fines concretos a la que aplicarla, y termin¨® dirigi¨¦ndola hacia lo ¨²nico que le era propio e inalienable: la satisfacci¨®n de sus instintos. La lecci¨®n fundamental que le transmiti¨® Jean de Craon fue que su estado le situaba por encima de la ley, m¨¢s all¨¢ de las prohibiciones pensadas para el resto de los hombres, y se dedic¨® a obtener el placer que le proporcionaba ver sufrir a los dem¨¢s.
Al hambre se juntaron las ganas de comer cuando, a los 14 a?os, Gilles de Rais comenz¨® su carrera militar participando en varias escaramuzas de la Guerra de los Cien A?os. Contando ya con una s¨®lida formaci¨®n en el crimen y la crueldad, Gilles no pod¨ªa sino destacar en el arte de destruir al enemigo. En cuanto se arm¨® caballero, emple¨® su fortuna en levar soldados, consigui¨® reunir a los mejores mercenarios, pag¨® esp¨ªas sin mirar en gastos y logr¨® rodearse de caballeros tan valientes como ¨¦l. No le cost¨® acostumbrarse a la vida de campa?a, a las marchas, a las refriegas permanentes con los ingleses, a la sangre ni a los gritos de los moribundos. De hecho, se hizo famoso por encabezar con una temeridad loca las cargas contra el enemigo, blandiendo golpes de espada contra todo lo que se le pusiera delante mientras se desga?itaba jaleando a los suyos. Logr¨® algunas victorias importantes para el delf¨ªn -heredero al trono de Francia-, al que apoyaba contra las pretensiones de Enrique V de Inglaterra, que quer¨ªa hacerse con la corona.
Precisamente en 1429 se present¨® ante el delf¨ªn una doncella que dec¨ªa escuchar voces de santos. Le pidi¨® un ej¨¦rcito para liberar la ciudad de Orleans, asediada por los ingleses, y para coronarle de una vez por todas rey de Francia. La doncella se llamaba Juana de Arco y obtuvo lo que ped¨ªa: diez mil soldados bajo el mando de Gilles de Rais, que para entonces se hab¨ªa convertido en uno de los caballeros m¨¢s apreciados, tanto por su riqueza como por su brutalidad. Mano a mano la doncella y el caballero, la futura santa y el monstruo futuro, ganaron batallas, liberaron Orleans y fueron los encargados de conducir al delf¨ªn Carlos hasta Reims para su coronaci¨®n. El honor de llevar los santos ¨®leos en la ceremonia recay¨® en Gilles de Rais. Poco despu¨¦s, Carlos VII le nombraba mariscal de Francia a instancias de su favorito -y primo de Gilles-, Georges de la Tremoille.
Al a?o siguiente, De la Tremoille se lav¨® las manos cuando los ingleses capturaron a Juana de Arco y la acusaron de herej¨ªa. Gilles de Rais intent¨® convencer a su primo de que pod¨ªan salvar a la doncella de Orleans, pero en realidad al favorito le interesaba que la joven visionaria desapareciese de la corte de Carlos VII. Juana de Arco fue condenada y muri¨® en la hoguera en 1431. Georges de la Tremoille, mientras tanto, se jactaba c¨ªnicamente de lo bien que sab¨ªa manejar a Gilles, del que dec¨ªa que era un tonto ¨²til (y muy rico): "?Es bueno hacerle progresar en el aprendizaje del mal!".
En 1432 muri¨® Jean de Craon, no sin antes tener un ¨²ltimo gesto de desprecio para con su nieto y heredero: le entreg¨® su espada a Ren¨¦, el menor de los dos hermanos, y se lament¨® de haber criado a Barba Azul. En cuanto le llegaron las noticias, Gilles decidi¨® abandonar los tejemanejes de la corte, para los que no val¨ªa, se retir¨® a sus tierras y larg¨® todas las velas de su deseo. Al poco tiempo comenzaron a propagarse rumores por la comarca.
La fiesta de este chivo comenz¨® en Champtoc¨¦, pero Gilles de Rais tambi¨¦n dispuso habitaciones para sus org¨ªas en los castillos de Tiffauges y de Machecoul, y en la casa llamada de la Suze, en Nantes. El primer secuestro que se le atribuy¨® fue el de un aprendiz de curtidor. Al parecer, Guillaume de Sill¨¦, primo y amigo ¨ªntimo de Barba Azul, encarg¨® al muchacho, de 12 a?os, que llevara un mensaje al castillo de Machecoul. Pasado un tiempo razonable, el curtidor, visto que su aprendiz no daba se?ales de vida, se acerc¨® al castillo a preguntar por ¨¦l y all¨ª le dijeron que el muchacho hab¨ªa sido raptado en Tiffauges por unos salteadores. Nunca m¨¢s se supo del aprendiz. Algo parecido les sucedi¨®, a?os m¨¢s tarde, a algunas madres que se atrevieron a pedir cuentas a los habitantes del castillo de Machecoul. Guillaume de Sill¨¦, tal vez para protegerse, o quiz¨¢ para consolarlas, sali¨® del paso con la patra?a de que en efecto raptaban a los ni?os y se los entregaban a los ingleses por orden del rey. A?adi¨® que, una vez en Inglaterra, los educaban para convertirlos en pajes.
Poco a poco, los rumores sobre desapariciones de ni?os fueron a m¨¢s, hasta el punto de que toda la comarca del Pa¨ªs de Rais cobr¨® una fama siniestra. Cuenta una cr¨®nica que en cierta ocasi¨®n se encontraron dos campesinos de camino al mercado y que cuando se preguntaron de d¨®nde eran y uno de ellos respondi¨® que de Machecoul, el otro le mir¨® aterrorizado, dijo: "ah¨ª es donde se comen a los ni?os", se santigu¨® y se fue.
Lo que pasaba con los ni?os desaparecidos no lleg¨® a saberse hasta a?os despu¨¦s, gracias a los testimonios recabados durante la investigaci¨®n judicial. A pesar de que muchas de las confesiones se obtuvieron bajo tortura, incluida la del principal encausado, coincid¨ªan en demasiados puntos como para ponerlas en tela de juicio. Por ellas sabemos que el crimen se fue repitiendo hasta convertirse en un violento y macabro ritual que los celebrantes disfrazaban de ceremonia solemne.
Lo primero, claro est¨¢, era hacerse con una v¨ªctima. Con frecuencia secuestraban a los ni?os con enga?os, como en el caso del aprendiz de curtidor, pero tambi¨¦n se aprovechaban de los mendigos que llamaban c¨¢ndidamente a las puertas del castillo pidiendo limosna. Tampoco faltaron padres confiados que se dejaban seducir por promesas falsas, ni padres sin escr¨²pulos que vend¨ªan a sus hijos por unas monedas.
Una vez en su poder, los criados se ocupaban de preparar al ni?o o al muchacho (hubo v¨ªctimas de entre 7 y 20 a?os). Le vest¨ªan con prendas lujosas, le alababan al se?or que estaba a punto de conocer y le promet¨ªan toda clase de regalos si se portaba bien. Despu¨¦s llegaba el fest¨ªn. Los criados conduc¨ªan al ni?o a la mesa. Gilles de Rais y los participantes se sentaban a cenar con el ni?o, impresionado por lo que le hab¨ªa tocado en suerte vivir. Se serv¨ªa una cena exquisita, abundante y bien acompa?ada de hidromiel y vino.
De all¨ª pasaban a una c¨¢mara especialmente dispuesta, a la que s¨®lo ten¨ªan acceso los c¨®mplices m¨¢s allegados de Gilles de Rais. ?ste observaba a los muchachos y "frotaba contra ellos su virilidad? se deleitaba e inflamaba de tal modo que criminalmente y en forma adversa a la normal surt¨ªa el vientre de los ni?os", seg¨²n reza el auto medieval. Si el muchacho gritaba, cosa que molestaba mucho a Barba Azul, lo colgaban del cuello para sofocar sus sollozos y De Rais lo violaba en esa postura. Enardecido por su instinto sangriento, De Rais lo mataba o daba orden de que lo matasen. Algunas veces decapitaban a los muchachos o los degollaban, y otras los descuartizaban, les daban garrote o les abr¨ªan las entra?as como si fuesen ganado.
La ceremonia no siempre terminaba del mismo modo. Poitou, uno de los siervos m¨¢s fieles de Gilles de Rais, fue secuestrado como cualquier otro, pero cuando lleg¨® la hora de asesinarle el mariscal le perdon¨® la vida en honor a su belleza. Precisamente fue Poitou el que en su declaraci¨®n record¨® c¨®mo "una vez muertos, [De Rais] besaba a los ni?os; sol¨ªa tomar las cabezas y las extremidades m¨¢s hermosas, las levantaba para admirarlas y lloraba lament¨¢ndose de lo sucedido. Tambi¨¦n ordenaba que se les abriesen los cuerpos y disfrutaba con la visi¨®n de sus ¨®rganos internos. En algunas ocasiones se sentaba encima del ni?o moribundo y se tocaba mientras le ve¨ªa morir. Se re¨ªa?".
Por otros testimonios sabemos que tambi¨¦n se daba a la necrofilia. Despu¨¦s de fornicar con los cad¨¢veres de sus v¨ªctimas, padec¨ªa unos brotes locos de arrepentimiento en los que juraba que emprender¨ªa una peregrinaci¨®n a Tierra Santa para redimir sus cr¨ªmenes. Los buenos prop¨®sitos duraban poco. Al d¨ªa siguiente, el riqu¨ªsimo Gilles se ve¨ªa de nuevo rodeado de una numerosa flotilla de ¨ªntimos que le adulaban y le segu¨ªan el juego, ri¨¦ndole las gracias, secundando sus caprichos aberrantes, azuz¨¢ndole y zanganeando a su costa; Gilles de Rais no habr¨ªa llevado a cabo sus cr¨ªmenes sin ayuda.
El escuadr¨®n del vicio estaba formado, adem¨¢s de por un gran n¨²mero de criados y comparsas, por varias figuras principales que compart¨ªan con Gilles una vida fastuosa. Desde el principio cont¨® con sus primos Guillaume de Sill¨¦ y Roger de Briqueville, adem¨¢s de otros j¨®venes de familias nobles y arruinadas; Blanchet, su capell¨¢n; sus f¨¢mulos Henriet y Poitou, y al final, con el brujo Prelati.
El mariscal de Francia no se privaba de nada, y mucho menos de escenificar su poder, aunque desde que se retir¨® de la corte no fuese m¨¢s que un poder nominal. Por ejemplo, segu¨ªa desplaz¨¢ndose con toda la pompa protocolaria que le correspond¨ªa, aderezada con algunos extras de su cosecha. Se hac¨ªa preceder de heraldos y maceros, con tabardos bordados en oro y plata, a los que acompa?aban pajes vestidos con jubones de brocado y sayos trepados, reyes de armas y persevantes, un cuerpo de ballesteros bretones a pie y de caballeros sobre alazanes, mientras ¨¦l, como un rey, montaba su palafr¨¦n.
Pero Gilles de Rais, al contrario que su abuelo, s¨®lo sab¨ªa gastar como un pr¨®digo y pronto se vio sin dinero contante y sonante con el que mantener el espect¨¢culo de su locura. Para salir de aquella situaci¨®n comenz¨® a vender propiedades hasta que en 1435 su hermano Ren¨¦, junto con otros parientes, temiendo que liquidase todos los bienes ra¨ªces de la familia, logr¨® que el rey firmase una orden que le prohib¨ªa seguir dilapid¨¢ndolos. Gilles de Rais decidi¨® recurrir a la alquimia, en primer lugar, y m¨¢s adelante, al satanismo. El cura Blanchet se convirti¨® en su procurador.
Para empezar, el sacerdote le present¨® a un orfebre al que hab¨ªa conocido en la taberna del pueblo. El artesano se jactaba de que pod¨ªa convertir la plata en oro. De Rais le entreg¨® una moneda de plata y le dej¨® a solas para que obrase el milagro. Cuando regres¨® al taller se encontr¨® con el alquimista tirado en el suelo entre vapores et¨ªlicos, inconsciente. Al parecer, su don consist¨ªa principalmente en convertir una moneda de plata en varias frascas de vino.
Visto que la alquimia no funcionaba, De Rais se pas¨® al satanismo. El mariscal de Francia, que hab¨ªa visto a Juana de Arco sacarse una flecha del cuello y continuar luchando como si nada, ten¨ªa fe en los milagros y estaba convencido no s¨®lo de que los tratos con el demonio le sacar¨ªan de sus apuros econ¨®micos, sino tambi¨¦n de que le convertir¨ªan en el hombre m¨¢s poderoso de Francia.
Blanchet le present¨® a un brujo llamado Rivi¨¨re que se dec¨ªa capaz de convocar al diablo. Durante el juicio contra Gilles, Blanchet relat¨® c¨®mo una noche Rivi¨¨re, armado con escudo y espada, les condujo a todos al claro de un bosque y les hizo esperar all¨ª mientras ¨¦l iba en busca de Sat¨¢n: "Escuchamos un gran estruendo, que a m¨ª me pareci¨® el ruido de una espada contra un escudo, y al poco apareci¨® Rivi¨¨re, p¨¢lido y muerto de miedo, diciendo que el diablo hab¨ªa pasado a su lado en el bosque. Despu¨¦s regresamos a Pouzages y estuvimos all¨ª de juerga hasta que nos quedamos dormidos". El brujo Rivi¨¨re, visto que su amo se lo cre¨ªa todo como un ni?o, le pidi¨® una fuerte cantidad de dinero para comprar material de invocaciones sat¨¢nicas. Gilles se lo dio y el mago desapareci¨® como por ensalmo.
Pero De Rais no escarmentaba. En 1438 envi¨® a Blanchet a Italia en busca de un nigromante que pudiese ponerle en contacto con Satan¨¢s. El sacerdote conoci¨® a Fran?ois Prelati, un joven pol¨ªglota, charlat¨¢n y embaucador que se dedicaba a hacer conjuros. Blanchet y Prelati llegaron al castillo de Tiffauges en la primavera de 1439. Gilles de Rais puso inmediatamente a su disposici¨®n todos los medios para que el hechicero convocase al diablo en la noche m¨¢s propicia del a?o, la de San Juan.
Llegados el d¨ªa y la hora, el cura Blanchet, los criados Poitou y Henriet, el primo Guillaume de Sill¨¦, De Rais y Prelati se encerraron en el gran sal¨®n del castillo. El brujo dibuj¨® un gran c¨ªrculo en el suelo, inscribi¨® una estrella de cinco puntas dentro de ¨¦l y pint¨® s¨ªmbolos en los entrepa?os. De acuerdo con el testimonio de Blanchet, De Rais segu¨ªa a Prelati por todo el sal¨®n con un gran volumen lleno de p¨¢ginas escritas en rojo. Tambi¨¦n llevaba consigo una carta dirigida al Maligno, en donde le promet¨ªa todo lo que quisiese -menos la vida y el alma- a cambio de una fortuna sin l¨ªmites.
Cuando termin¨® de dibujar, Prelati les dijo que ni se les ocurriera santiguarse, por mucho miedo que tuviesen. Orden¨® cerrar las ventanas y entonces Gilles mand¨® a los dem¨¢s que saliesen de la gran sala. De Sill¨¦ se alegr¨® porque en otra ocasi¨®n, cuando un mago hab¨ªa convencido a los dos primos de que hab¨ªa un esp¨ªritu en la habitaci¨®n donde se hallaban, le dio un p¨¢nico tal que salt¨® por una ventana. Seg¨²n De Rais, Prelati condujo una ceremonia que consist¨ªa en conjurar, a veces de rodillas, a veces de pie, y tambi¨¦n deambulando, a un diablo llamado Barr¨®n. ?ste no apareci¨®, pero s¨ª lo hizo una tormenta que levant¨® un ventarr¨®n furioso y descarg¨® una tromba de lluvia impresionante; cayeron rayos y truenos sobre Tiffauges. La tormenta sirvi¨® para consolar a Gilles del plant¨®n que les hab¨ªa dado el diablo y, al mismo tiempo, para salvar el prestigio nigrom¨¢ntico del sinverg¨¹enza de Prelati.
Este sainete se convirti¨® en rito macabro cuando Prelati, tal vez ignorando los cr¨ªmenes de Gilles de Rais, le dijo que Barr¨®n exig¨ªa un sacrificio con el coraz¨®n, los ojos y los ¨®rganos sexuales de un ni?o. El hechicero obtuvo lo que hab¨ªa pedido y realiz¨® el sacrificio, esta vez encerr¨¢ndose a solas en una sala del castillo. Desde fuera, los dem¨¢s escucharon gritos, golpes e imprecaciones. Prelati sali¨® de la sala lleno de heridas y magulladuras, diciendo que Barr¨®n se hab¨ªa mostrado y le hab¨ªa propinado una paliza brutal. Blanchet, en su testimonio ante los jueces, sostuvo que los ruidos de aquel d¨ªa "le sonaron como si alguien sacudiera un colch¨®n de plumas".
Mientras tanto, la liquidaci¨®n de propiedades continuaba. Ren¨¦, siempre alerta, segu¨ªa acosando a su hermano por su prodigalidad y tras varios pleitos logr¨® que un tribunal le asignase el castillo de Champtoc¨¦. Gilles de Rais se ech¨® a temblar ante la posibilidad cada vez m¨¢s real de que Ren¨¦ se hiciese tambi¨¦n con Machecoul. Envi¨® all¨ª a Henriet y a Poitou para que incinerasen los cuerpos de m¨¢s de 50 ni?os que hab¨ªa mandado guardar en una torre. Efectivamente, Ren¨¦ ocup¨® Machecoul e interrog¨® a Henriet y a Poitou acerca de los esqueletos que se hab¨ªan encontrado en el castillo. Los criados dijeron que no sab¨ªan nada, y Ren¨¦ prefiri¨® acallar aquel asunto familiar que pod¨ªa salpicarle.
Otros poderosos, sin embargo, acechaban desde hac¨ªa tiempo a Gilles de Rais. Cualquier excusa les vendr¨ªa bien para rapi?ar la inmensa fortuna de un criminal loco y manirroto. Entre los buitres hab¨ªa dos enemigos jurados: el duque de Breta?a, Juan V, y el obispo de Nantes, Jean de Malestroit. Los rumores sobre las desapariciones de ni?os no bastaban para emprender acciones; al fin y al cabo se trataba con toda seguridad de siervos, campesinos o artesanos. A Gilles de Rais, conviene recordarlo, le juzgaron y condenaron no tanto por los cr¨ªmenes que hab¨ªa cometido como porque todav¨ªa pose¨ªa una fortuna que muchos codiciaban.
El proceso contra Barba Azul se inici¨® a ra¨ªz del secuestro de un sacerdote mientras celebraba misa mayor en la iglesia de St. Etienne. Este sacerdote era hermano del tesorero del duque de Breta?a, que le hab¨ªa obligado a aceptar la venta de uno de sus castillos. Furioso por la humillaci¨®n y con el miedo loco de un animal esquinado, De Rais decidi¨® vengarse. Entr¨® en St. Etienne hacha en mano y secuestr¨® al cura.
Hab¨ªa llegado la hora. ?sta era la excusa perfecta para que el duque y el obispo interviniesen. El prelado empez¨® a recabar informaci¨®n, y la obtuvo: desapariciones, secuestros, invocaciones al diablo, laboratorios de alquimia, el famoso libro de conjuros supuestamente escrito con la sangre de sus v¨ªctimas? Hab¨ªa cr¨ªmenes m¨¢s que de sobra para que los motivos econ¨®micos de fondo permaneciesen ocultos. En julio de 1440, el obispo public¨® un informe: "Monsieur Gilles de Rais, se?or, caballero y bar¨®n, sujeto a nuestra jurisdicci¨®n, con la ayuda de varios c¨®mplices cort¨® los cuellos, mat¨® y masacr¨® a muchos ni?os peque?os e inocentes, con los que adem¨¢s practic¨® actos de lujuria antinaturales y el vicio de la sodom¨ªa; ha llamado o hecho a otros convocar malignamente a los diablos, y ha perpetrado otros cr¨ªmenes tremendos en los l¨ªmites de nuestro episcopado?".
El escrito del obispo de Nantes lleg¨® a o¨ªdos de Gilles de Rais, pero el mariscal de Francia no se dej¨® achantar por tan poca cosa; sus primos Guillaume de Sill¨¦ y Roger de Briqueville, s¨ª. Recogieron el dinero que ten¨ªan apartado para una eventualidad como ¨¦sta y desaparecieron para siempre. En Tiffauges quedaron, junto a Barba Azul, sus criados Poitou y Henriet, el nigromante Prelati y el capell¨¢n Blanchet. Los soldados del duque los prendieron y los condujeron ante el juez eclesi¨¢stico de Nantes para que Gilles prestara declaraci¨®n sobre los sucesos de la iglesia de St. Etienne. A los tres d¨ªas, el juez civil comenz¨® a recabar testimonios, y poco despu¨¦s abr¨ªa un proceso al se?or De Rais por 34 asesinatos y la desaparici¨®n de 140 muchachos, adem¨¢s de acusarle de sodom¨ªa, herej¨ªa y violaci¨®n de lugar sagrado.
En el primer interrogatorio, Gilles de Rais insult¨® a los jueces llam¨¢ndoles simoniacos y prevaricadores, y dijo que preferir¨ªa verse colgando de una soga a contestar las preguntas de "curillas y leguleyos". Le preguntaron cuatro veces, y cuatro veces ignor¨® al tribunal. El obispo Malestroit decidi¨® excomulgarle. Mientras esperaba la siguiente vista del juicio, De Rais pidi¨® confesarse y comulgar, pero como hab¨ªa sido excomulgado no pod¨ªa recibir ning¨²n sacramento. Por temor a que se perdiese su alma confes¨® todos los cr¨ªmenes que se le imputaban menos el de haber convocado al diablo. Pidi¨® perd¨®n a los miembros del tribunal, y el obispo le readmiti¨® en la Iglesia.
Sin embargo, el fiscal no se content¨® con esta confesi¨®n e insisti¨® en que Barba Azul reconociese que hab¨ªa intentado convocar al diablo. Gilles de Rais rechaz¨® el cargo y propuso que le sometieran a la prueba del fuego (agarrar un hierro candente con la mano) para demostrar su inocencia. No hizo falta llegar tan lejos, porque tanto Poitou como Henriet, adem¨¢s del cura Blanchet y Prelati, declararon -posiblemente bajo tortura- que hubo invocaciones diab¨®licas. Al leerle las declaraciones de sus compa?eros, el mariscal de Francia se limit¨® a recomendar que las hiciesen p¨²blicas para aviso de herejes. No bast¨®. El fiscal exig¨ªa una confesi¨®n, as¨ª que solicit¨® a los jueces permiso para obtenerla bajo tortura.
Pero el obispo, m¨¢s pr¨¢ctico, lo excomulg¨® de nuevo y Barba Azul confes¨® entre s¨²plicas para que le readmitiesen en la Iglesia. Absuelto de la sentencia de excomuni¨®n "por el amor de Dios", Gilles de Rais y sus c¨®mplices fueron condenados a la horca. Pierre de l'H?pital confirm¨® la sentencia a muerte dictada por el tribunal eclesi¨¢stico: se les condenaba a ser colgados del cuello hasta la muerte y a que sus cuerpos fueran quemados hasta que de ellos s¨®lo quedasen cenizas. El mariscal de Francia pidi¨® ser el primero en subir al cadalso "para dar ejemplo a sus criados", y el tribunal se lo concedi¨®.
Gilles de Rais fue ajusticiado el 26 de octubre de 1440 en Nantes. Desde el pat¨ªbulo, antes de que se ejecutara la sentencia, confes¨® p¨²blicamente sus cr¨ªmenes y dio un discurso elocuente y conmovedor sobre los peligros de una juventud disoluta. Conmin¨® a los reunidos a que educasen a sus hijos con rigor y a que permaneciesen siempre fieles a la Iglesia. En lugar de ser quemado, el obispo permiti¨® que se enterrase su cuerpo con los ritos cristianos.
La maldad de Gilles de Rais hund¨ªa sus ra¨ªces en la satisfacci¨®n que proporciona la barbarie, algo tan arraigado en nosotros que s¨®lo el poder de la civilizaci¨®n es capaz de reprimir. Freud dir¨ªa que a costa del profundo malestar que nos genera. Entre el malestar de la civilizaci¨®n y la maldad de la barbarie, Gilles de Rais opt¨® por la segunda: "Yo soy una de esas personas para quienes todo lo relacionado con la muerte y el sufrimiento tiene una atracci¨®n dulce y misteriosa, una fuerza terrible que empuja hacia abajo? si lo pudiera describir o expresar, probablemente no habr¨ªa pecado nunca. Yo hice lo que otros hombres sue?an. Yo soy vuestra pesadilla".
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