Demasiada nieve alrededor
A quienes hayan le¨ªdo mis novelas Todas las almas o Negra espalda del tiempo, el nombre de John Gawsworth, segundo rey de Redonda, como tal Juan I, les resultar¨¢ familiar. No lo ser¨¢, por tanto, para la mayor¨ªa de los lectores de este dominical. Baste decir aqu¨ª que mi inicial inter¨¦s por este personaje, nacido en 1912 y muerto en 1970, se debi¨® al inmenso contraste entre sus comienzos y su final. Muy precoz y prometedor, autor publicado desde los diecinueve a?os y miembro m¨¢s joven de la Royal Society of Literature, casado dos o tres veces, monarca de ese Reino real y ficticio y eminentemente literario (la isla de Redonda es vecina de las de Montserrat y Antigua, indiscutibles destinos tur¨ªsticos), acab¨® sus d¨ªas como un mendigo, a la edad de cincuenta y ocho a?os.
Ahora una de esas extra?as y desinteresadas sociedades literarias inglesas, The Friends of Arthur Machen, ha desenterrado y editado en un DVD parte del material que la BBC emiti¨® dos meses y medio antes de la muerte de Gawsworth en un hospital. Hac¨ªa dos a?os que el poeta hab¨ªa abandonado, por la fuerza de la penuria, su ¨²ltimo domicilio fijo: una habitaci¨®n alquilada en Bayswater. A partir de entonces se convirti¨® en lo que hoy se llama "un sin techo", y cuando sus pacientes amistades o su ¨²ltima novia no pod¨ªan o no quer¨ªan darle cobijo, no ten¨ªa m¨¢s remedio que dormir al raso, en alg¨²n banco de Hyde Park. Hubo un llamamiento para conseguirle ayuda, y de ¨¦l se hizo eco la BBC, que a principios de 1970 rod¨® un breve y desangelado documental, con la intervenci¨®n del propio Gawsworth y de algunos de sus viejos amigos, siendo el novelista Lawrence Durrell el m¨¢s conocido de ellos.
Resulta irreal ver hablar y moverse -en color- a quien ha sido m¨¢s que nada un personaje de ficci¨®n. Alguien que siempre supe que hab¨ªa existido, desde luego, pero a quien incorpor¨¦ a mis novelas y cuya historia, durante mucho tiempo sabida s¨®lo a retazos, m¨¢s parece salida de un relato de Kipling que de la realidad. En las im¨¢genes que acaban de llegar a mis manos, Gawsworth estaba ya en las pen¨²ltimas. Seg¨²n dice la voz de Barry Humphries, al principio, "se vio corro¨ªdo por algo que ha afligido a muchos otros artistas, m¨¢s grandes y m¨¢s peque?os que ¨¦l. En mayor medida que nadie m¨¢s que yo conozca, abraz¨® el fracaso, quiz¨¢ con excesiva afectuosidad". El d¨ªa del rodaje de la BBC, sin embargo, Gawsworth debi¨® de arreglarse con esmero, lo mejor que pudo. Con un traje cruzado y corbata, y encima una gabardina "de cesante" (como se dec¨ªa antiguamente), se lo ve caminar por las calles de su Londres natal a buen paso y con un bast¨®n, en el que sin duda se apoya pero con el que tambi¨¦n es capaz de trazar a veces una garbosa floritura en el aire, reminiscencia de su antigua ¨¦poca de espadach¨ªn. Sus zapatos marrones no se ven muy viejos, y debi¨® de limpiarlos a conciencia para la ocasi¨®n. Algo grueso, no le falta agilidad en las piernas, y aunque el rostro le aparece un poco hinchado, posiblemente por el alcohol que fue la causa de su ruina y sus males, sus ojos vivos y su gran nariz le confieren un aire despierto, casi zorruno, acentuado por el bigote rojizo, en todo caso mucho m¨¢s claro que el pelo, qui¨¦n sabe si se lo ti?¨®. Su nariz es en verdad ins¨®lita. Tildarla s¨®lo de larga llevar¨ªa a confusi¨®n, porque, si bien lo era, y adem¨¢s con una torcedura extra?a, lo era hacia abajo y no en horizontal, que es como suelen imaginarse las narices largas. Hay algo en el conjunto de la figura que trae a la memoria a Rafael S¨¢nchez Ferlosio.
A los amigos se los ve un poco inc¨®modos, aunque con buena voluntad. Durrell, que tras su Cuarteto de Alejandr¨ªa hab¨ªa abrazado el ¨¦xito con afectuosidad, habla de ¨¦l con una mezcla de sincero aprecio y condescendencia a su pesar, y no resulta convincente cuando lo saluda al grito de "?Salve, oh Rey!" en un pub; parece estar cumpliendo con un melanc¨®lico deber. La novelista Kate O'Brien lo recibe en su casa, y all¨ª tiene lugar la ¨²nica escena humor¨ªstica, cuando Gawsworth forcejea endemoniadamente con el corcho de una botellita de espumoso; se la pasa a la dama para que lo intente ella, sin resultado ("Nunca nos ha derrotado una botella, Kate, ni a ti ni a m¨ª", le dice Gawsworth); ella se la devuelve y por fin ¨¦l la descorcha tras gran esfuerzo. En una visita a una editorial en la que hab¨ªa trabajado a?os atr¨¢s, un ejecutivo lo recibe y charla artificialmente con ¨¦l, se nota que est¨¢ deseoso de que se largue de all¨ª. Poco antes del final, la voz del poeta, en off, confiesa su penosa situaci¨®n: "Ahora carezco de domicilio, ya ven ? Antes de nada, necesito un techo". El material no da para m¨¢s. La ¨²ltima imagen lo muestra avanzando por un parque nevado, el bast¨®n en la mano derecha y la izquierda airosamente metida en el bolsillo, no de la gabardina, que con coqueter¨ªa lleva abierta, sino de la chaqueta, como si fuera Cary Grant. Al llegar a un banco se sienta en ¨¦l y junta las dos manos sobre el mango del bast¨®n. La imagen se congela y uno s¨®lo desea que aquella noche, cuando se hubieran marchado el equipo y las c¨¢maras, no le tocara dormir en ese mismo banco. Demasiada nieve alrededor.
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