Una vida al pie de la letra
"Setenta a?os y sigue andando" es el titular que Vargas Llosa pondr¨ªa a esta entrevista. El autor de 'Conversaci¨®n en La Catedral', el libro que seg¨²n confesi¨®n propia m¨¢s le cost¨® escribir, recorre sus siete d¨¦cadas de vida y habla con serenidad de literatura, de su familia y de sus hijos.
Vargas Llosa, el autor de Conversaci¨®n en La Catedral, la novela que protagoniza Zavalita, en quien siempre hemos visto al propio Mario cuando era un joven periodista, ha cumplido 70 a?os el pasado 28 de marzo. Estaba entonces en Per¨², casando a su hija Morgana, que naci¨® en Barcelona en la ¨¦poca feliz del boom de la literatura hispanoamericana. Siempre se ve a Mario como si a¨²n fuera Zavalita: juvenil, atl¨¦tico, trabajador, interesado por todo lo que ocurre, en su casa y en el mundo entero; torpe con las m¨¢quinas, pero agil¨ªsimo con la literatura y con el periodismo, se atreve todav¨ªa a viajar a los lugares en conflicto (Irak, Palestina) o se adentra en geograf¨ªas y en personajes remotos (Gauguin, la Polinesia, el alto Brasil) para cumplir con tareas narrativas o period¨ªsticas que no se pueden cumplir desde un despacho. Es un caso raro de escritor: le ves delante, le preguntas por su propia obra y se escabulle enseguida para que su interlocutor le hable de cualquier otra cosa. Debe de tener su ego en su armario, como cualquier creador, pero lo cubre con los algodones de su propia curiosidad por lo que pasa. Es privado, c¨®mo no; no anda alardeando ni de sus dolores, ni de sus pesadillas, pero ha escrito algunos libros que tienen que ver con su pasado (con su t¨ªa Julia, con sus padres, con su infancia, con su adolescencia), y en alg¨²n momento de su vida (lo refleja, sobre todo, en El pez en el agua, su libro m¨¢s privado) ha notado la punzada de la desolaci¨®n.
Hace 16 a?os, cuando perdi¨® las elecciones a la presidencia de Per¨², se vino a Par¨ªs, el lugar de sus sue?os juveniles, a recuperarse de una campa?a que termin¨® siendo dolorosa y frustrante -hab¨ªa adelgazado m¨¢s de diez kilos-, y apareci¨® en los lugares por los que siempre transit¨® (los aleda?os de la editorial Gallimard, su casa parisiense; cerca, adem¨¢s, del piso que tiene all¨ª), tom¨® caf¨¦ en Les Deux Magots y se dispuso a rehacer su vida literaria interrumpida por la pol¨ªtica como si quisiera ser ya otro hombre. En ese estado de perplejidad por la derrota concedi¨® muy pocas entrevistas, y en todas dej¨® caer alguna nota de melancol¨ªa. A quienes saben que Vargas Llosa es en¨¦rgico y voluntarioso, que no se cae por nada y que tiene su genio asociado a su sistema laborioso de trabajador insobornable, les resultar¨¢ extra?o leer esto que le dijo a un periodista (Ricardo A. Setti, de Paris Review) precisamente entonces. El periodista le pregunt¨®: "?Por qu¨¦ escribe?". Y Mario le respondi¨®: "Escribo porque no soy feliz. Escribo porque es mi manera de lucha contra la infelicidad". ?Vargas Llosa, melanc¨®lico? Aqu¨¦l era un momento especialmente doloroso para ¨¦l; leyendo luego El pez en el agua, donde combina su dif¨ªcil memoria adolescente -cuando recuper¨® la presencia de un padre a quien cre¨ªa muerto- con las heridas diversas que le propin¨® la experiencia pol¨ªtica, uno comprende aquella frase ins¨®lita en las entrevistas del escritor de Arequipa, el autor jovenc¨ªsimo que salt¨® de un cuarto de estudiante en Madrid o en Par¨ªs a la fama literaria con una novela que se sigue leyendo como excepcional, una especie de pu?etazo en la barriga a las convenciones literarias de la ¨¦poca: La ciudad y los perros, publicada en 1963 por Carlos Barral en Seix Barral. Siempre cuenta Vargas Llosa que, pasados varios a?os, cuando malviv¨ªa escribiendo en un s¨®tano de Earl's Court, en Londres, su agente, Carmen Balcells, le conmin¨® a dejar cualquier empleo alimenticio y trasladarse a Barcelona "para ser un escritor a tiempo completo".
Han pasado muchas d¨¦cadas, y ahora aquel joven que irrumpi¨® de ese modo en la literatura y que ha recorrido el mundo presentando sus libros y contando sus ideas -que tambi¨¦n han variado del marxismo al liberalismo, circunstancia que ha convocado sobre ¨¦l las cr¨ªticas de los ortodoxos y tambi¨¦n de los heterodoxos- cumple 70 a?os. Hace ejercicio cada ma?ana, donde est¨¦, con su mujer, Patricia, que es tambi¨¦n su prima; en Madrid se incorpora a la pareja un elemento m¨¢s de la familia, Darta?¨¢n, el perro mosquetero que les deja su hija Morgana. Con Darta?¨¢n como testigo mudo e inquieto mantuvimos esta conversaci¨®n que se inici¨® con Mario recordando, ante una fotograf¨ªa de su adolescencia, la primera vez que se declar¨®: "Fue en un cine. Yo le dec¨ªa: 'Sabes que me gustas mucho, me gustar¨ªa tanto estar contigo'. Y ella se me vuelve llorando, y yo conmovido le pregunto: '?Qu¨¦ te ocurre?'. Y me explic¨® que no me hab¨ªa entendido, que lloraba por la pel¨ªcula".
Otra fotograf¨ªa nos lleva al colegio militar Leoncio Prado, de Lima, donde Mario fue interno y donde se desarrolla La ciudad y los perros. Hace a?os, con Fujimori en el poder, fue con unos amigos a visitar este centro de tan oscuras resonancias novelescas y no le dejaron pasar. Pero hace poco fue de nuevo, "y entonces ya pude entrar. Fui con dos amigos. Y mientras recorr¨ªamos el colegio apareci¨® el director, un coronel, que nos hizo de gu¨ªa. Despu¨¦s apareci¨® un teniente: quer¨ªa que les hiciera una arenga a los cadetes, y ah¨ª me ves t¨² haciendo una arenga a aquellos cadetes, ?que eran unos ni?os! Pues como yo deb¨ªa de ser en el tiempo que se recuerda en La ciudad y los perros".
?Y qu¨¦ les dijo a los cadetes?
Les habl¨¦ con esp¨ªritu leonciopradino. Les dije que, aunque no lo hab¨ªa pasado bien all¨ª, el colegio me hab¨ªa ense?ado a conocer el verdadero Per¨²; el Per¨² de los indios, de los cholos, de los coste?os, de los zambos, de los negros. El colegio era una especie de microcosmos peruano, algo que segu¨ªa siendo; es de los pocos donde sigue representado Per¨².
Despu¨¦s de la relaci¨®n con mi padre, la experiencia de dos a?os en el colegio militar fue la m¨¢s decisiva de mi vida
Y sentimentalmente ?c¨®mo se sinti¨® all¨ª?
El internado fue irresistible, yo ten¨ªa un hambre de calle espantoso. La disciplina militar, algo que yo odiaba, representaba un poco el autoritarismo paterno. Eso me hizo desistir de ser marino, porque yo quer¨ªa ser marino; supongo que asociaba la marina a las aventuras. Y aunque lo pas¨¦ mal all¨ª, lo cierto es que el Leoncio Prado me ense?¨® muchas cosas. Me ense?¨® el pa¨ªs en el que hab¨ªa nacido, que no era el de la vida encerrada de la clase media de Miraflores, sino un Per¨² que era una cantera en ebullici¨®n; el pa¨ªs de todas las razas, de todas las culturas incomunicadas. Y adem¨¢s descubr¨ª la violencia en las relaciones humanas, cosas que luego van a ser temas obsesivos, recurrentes en todo lo que he escrito. Esos dos a?os me marcaron de manera definitiva. Probablemente despu¨¦s de la relaci¨®n con mi padre, la experiencia en el colegio militar fue la m¨¢s decisiva de mi vida.
?Por qu¨¦ le mandaron all¨ª?
Mi padre pens¨® que era un ant¨ªdoto contra la literatura. Y curiosamente, en el Leoncio Prado le¨ª m¨¢s que en ninguna parte. Esa vida claustral te obligaba a hacer algo para no aburrirte, y como a m¨ª me apasionaba la lectura, le¨ª todo Dumas; le¨ª Los miserables, de V¨ªctor Hugo? Los miserables fue probablemente una de mis grandes lecturas de ni?o. Y despu¨¦s, de una manera completamente inesperada, empec¨¦ a practicar la literatura de una forma casi profesional, escribiendo cartas de amor por encargo de mis compa?eros. Tambi¨¦n escrib¨ªa novelitas pornogr¨¢ficas que vend¨ªa a cambio de cigarrillos. Me convert¨ª, pues, en un escritor profesional.
As¨ª que novelitas pornogr¨¢ficas.
Ese tipo de literatura era aceptable dentro del entorno monstruosamente machista del colegio. Si s¨®lo hubiera escrito poemas de amor hubiera sido tomado como una mariconer¨ªa. Escribir historias pornogr¨¢ficas era viril, como escribir cartas de amor para otros. Ahora ha salido un libro sobre mi estancia en el Leoncio Prado, y hay un chico de entonces que declara que ¨¦l era mi manager, que yo escrib¨ªa las cartas y ¨¦l las vend¨ªa.
Y de ah¨ª naci¨® 'La ciudad y los perros'.
S¨ª, todas las expectativas de mi padre se vieron frustradas porque el colegio me hizo un gran lector y me ayud¨® a convertirme en un escritor, y adem¨¢s me dio el tema para escribir mi primera novela.
La literatura no es algo alejado de la sociedad. Sin ella yo ser¨ªa menos imaginativo, con un sentido cr¨ªtico poco desarrollado
?Qu¨¦ pens¨® ¨¦l al respecto?
Nunca tuvimos una conversaci¨®n abierta sobre el asunto. Tengo que reconocer que eso fue m¨¢s por culpa m¨ªa. Cuando yo ya era mayor, ¨¦l hizo unos peque?os gestos, dentro de su manera autoritaria, severa; yo no fui capaz de responder a esos gestos de acercamiento, le ten¨ªa un gran rencor.
?Qu¨¦ le hizo?
Yo le hac¨ªa responsable de haber perdido el para¨ªso de la infancia, que para m¨ª era la vida con mi madre, con mis abuelos, con mis t¨ªos; mis tiempos de ni?o mimado. Cuando ¨¦l volvi¨® a mi existencia cambi¨® mi vida. Y le tom¨¦ un gran rencor, as¨ª que nunca pude tener una conversaci¨®n franca con ¨¦l. Pero s¨ª recuerdo algo que me cont¨® mi madre: en Estados Unidos, donde ya viv¨ªan ambos, un d¨ªa descubri¨® mi foto y una entrevista que me hac¨ªan en Time. Salir en Time, para ¨¦l representaba el ¨¦xito. Seg¨²n mi madre, eso le hizo pensar a mi padre que quiz¨¢ se hab¨ªa equivocado: tal vez dedicarse a escribir no era algo tan bohemio, no era de veras un pasaporte al fracaso; si te nombraba Time, a lo mejor es que era algo respetable. Creo que en esa ¨¦poca hizo alg¨²n gesto que quiso ser cari?oso. Pero digamos que yo no s¨¦ falsear los afectos que no tengo; puedo ser educado con gente con la que no simpatizo, pero me resulta imposible simular afectos.
?Tan cruel fue su padre?
No s¨¦ si fue su crueldad o que yo era un ni?o muy mimado por mis abuelos, por mis t¨ªos; era el ni?o sin padre. Mi madre era una mujer divorciada, abandonada por su marido. Era una familia muy conservadora, cat¨®lica; me dijeron que mi padre hab¨ªa muerto, no pod¨ªan decir que mi madre estaba divorciada. Y me criaron como un ni?o engre¨ªdo, como un sult¨¢n. Toda esa protecci¨®n se acab¨® cuando yo me fui a vivir con mi padre, cuando ellos recompusieron su matrimonio; desde el primer momento, ¨¦l impuso su autoridad, y adem¨¢s no intent¨® ganarme ni ser cari?oso. Adem¨¢s, c¨®mo me iba a querer, si no me hab¨ªa visto nunca. Yo le resultaba m¨¢s bien un estorbo para esa segunda luna de miel que tuvo con mi madre. Recuerdo bien cuando ¨¦l lleg¨® a Lima con mi mam¨¢: sent¨ª la soledad. Yo hab¨ªa vivido siempre en una casa llena de gente: los abuelos, los t¨ªos, esa familia un poco b¨ªblica. Y extra?¨¦ mucho esa casa. En los momentos en que pod¨ªa estar con mi madre recuperaba la sensaci¨®n del para¨ªso, pero cuando ¨¦l aparec¨ªa todo se convert¨ªa en algo terrible. Adem¨¢s, le ten¨ªa tanto miedo que no quer¨ªa estar solo con ¨¦l, me iba a la cama en cuanto sent¨ªa que ¨¦l llegaba a la casa.
Una pesadilla?
Era autoritario. ?l se encontr¨® con un ni?o muy mimado, y en un primer momento trat¨® de resistirlo. Un d¨ªa me peg¨®, y a m¨ª nadie me hab¨ªa pegado nunca, jam¨¢s. Eso me desbarat¨® la visi¨®n del mundo, me hizo descubrir una forma de violencia, de totalitarismo, y me acrecent¨® el miedo a la soledad. Todo eso lo asocio ahora con mi padre. Al mismo tiempo, f¨ªjate, a mi padre le debo en gran parte el haberme aferrado con tanta terquedad a mi vocaci¨®n: me aficion¨¦ a la literatura porque era lo que m¨¢s pod¨ªa defraudarle. Le llenaba de verg¨¹enza tener un hijo poeta: ?un hijo bohemio, uno de esos que andan en los caf¨¦s, un personaje algo rid¨ªculo! No pod¨ªa enfrentarme a ¨¦l, pero escribiendo poemas pod¨ªa sentirme su contrincante. A escondidas, le¨ªa y escrib¨ªa. Leer era la salvaci¨®n. La verdadera vida no eran ni la rutina ni el miedo, sino la que estaba en los libros.
?Nunca le tent¨® hacer un libro de su relaci¨®n tormentosa con su padre?
Creo que est¨¢ como disuelta en muchas historias, empezando por La ciudad y los perros, donde se describe una relaci¨®n muy dif¨ªcil entre un padre y un hijo. Yo creo que esa relaci¨®n, de forma expl¨ªcita o encubierta, es uno de los temas recurrentes de mis historias, porque es algo que me ha marcado profundamente. De hecho, es la experiencia que m¨¢s prolongaciones ha tenido en mi vida. Eso ha hecho que, por ejemplo, con mis hijos yo fuera un padre incapaz de imponer su autoridad; Patricia ha sido la que la ha impuesto, porque a m¨ª me espantaba que mis hijos vieran en m¨ª una figura como aquella en la que yo ve¨ªa a mi padre.
Algo bueno tendr¨ªa.
Ser¨ªa injusto no reconocerle que era una persona muy trabajadora, muy austera, y algo de eso creo haber heredado. Yo empec¨¦ a trabajar desde muy peque?o, y ¨¦l me insist¨ªa mucho en la idea de que trabajar hace al hombre. Creo que hizo bien.
Hablando de los hijos, a usted un hijo, Gonzalo, se le hizo por un tiempo 'rastafari', y el mayor, ?lvaro, se enfrent¨® directamente con usted a cuenta de sus propias diferencias con Alejandro Toledo cuando ¨¦ste a¨²n era candidato a presidente de Per¨².
Siempre he querido mucho a mis hijos. Cuando Gonzalo se hizo rastafari, por supuesto que ten¨ªamos p¨¢nico; ?pod¨ªa terminar como tantos chicos, y¨¦ndose a Abisinia, desapareciendo en Katmand¨²!, o metido en drogas, un problema que su generaci¨®n ha vivido de una forma tan intensa y tan tr¨¢gica. Todo eso lo he vivido y lo he compartido, pero lo que nunca hice fue imponer mi autoridad tal como hizo mi padre conmigo. Tambi¨¦n he intentado inculcarles el amor a la lectura, que eligieran una profesi¨®n de acuerdo a su vocaci¨®n y no por razones pr¨¢cticas. Y ten¨ªa claro que lo que ten¨ªa que hacer por ellos era darles una buena educaci¨®n.
Debi¨® de ser dif¨ªcil lo de ?lvaro.
Hay gente que a los 70 se angustia. Yo, no. Estoy lleno de curiosidades, de ilusiones. Hay que estar vivo hasta el final
Fue muy dif¨ªcil. Y el caso de ?lvaro es muy interesante. Cuando cree en algo, se entrega de una manera muy apasionada, sin medir los riesgos, como yo mismo. En el caso de Toledo, ¨¦l se identific¨® con su objetivo y con su campa?a; pensaba que ¨¦se era el camino m¨¢s efectivo para librarnos de la dictadura de Fujimori, de Montesinos. En un momento dado se sinti¨® decepcionado por Toledo, por el entorno del candidato, en el que hab¨ªa amigotes con malos antecedentes. Eso le llev¨® a una ruptura muy violenta en un momento muy cr¨ªtico de la campa?a. Y si hubiera prosperado la campa?a que ?lvaro inici¨® contra Toledo, ¨¦ste no habr¨ªa llegado a la presidencia; hubiera triunfado Alan Garc¨ªa, que hubiera arruinado Per¨². Entonces tuve que enfrentarme p¨²blicamente con ¨¦l; no se frustraron las relaciones personales, pero de todas maneras fue algo muy desagradable, y muy bien aprovechado por la gente canalla. Fue un periodo dif¨ªcil. Pero, bueno, a veces es inevitable tener divergencias muy profundas con gente que quieres.
?C¨®mo se recompuso eso?
Nunca se estrope¨® la relaci¨®n personal. Simplemente, no habl¨¢bamos de pol¨ªtica. Hasta que poco a poco ya fuimos acerc¨¢ndonos y coincidiendo en muchas cosas. Pero s¨ª fue un periodo muy dif¨ªcil, y para ¨¦l fue un periodo tremendo. ?lvaro se gast¨® en Toledo todos sus ahorros. Dudo de que entre los partidarios de Toledo haya habido un colaborador m¨¢s leal y m¨¢s desinteresado: rompi¨® con ¨¦l cuando Toledo iba a llegar al poder. Le han castigado de una manera innoble y le han metido en unos juicios canallas que no le permiten volver a Per¨². En cierta forma, eso ha significado que ?lvaro ha podido abrirse camino por su parte en un medio muy dif¨ªcil, Estados Unidos, pero un medio en el que se premian el esfuerzo y el talento. O sea, que esa ruptura ha tenido esta compensaci¨®n.
Y cuando le pasa un drama como ese enfrentamiento con su hijo, ?a qui¨¦n echa de menos para buscar consuelo?, ?a su madre, quiz¨¢?
Con mi madre yo tuve una relaci¨®n maravillosa de ni?o. Uno de los mayores rencores contra mi padre es que me quit¨® a mi madre. No tuvo ella otro amor en su vida que no fuera mi padre, y fue amor-pasi¨®n. Mi padre la abandon¨® dej¨¢ndola embarazada, o sea, que la trat¨® de la manera m¨¢s vil posible; nunca dio se?ales de vida, ni siquiera cuando naci¨® su hijo. Y mi madre sigui¨® siendo fiel a ese amor sin la m¨¢s m¨ªnima esperanza. Diez a?os despu¨¦s se reencontraron y se reconciliaron. Fue una lealtad novelesca. Mi madre era una persona tan t¨ªmida, tan inhibida; pero creo que la personalidad de mi padre la volvi¨® as¨ª. Pero la gran sorpresa me la dio cuando muri¨® mi padre. Siempre pens¨¦ que ella detestaba Estados Unidos, pero sigui¨® a mi padre por amor. Durante a?os trabaj¨® de obrera en una f¨¢brica de ilegales mexicanos; fue para m¨ª una gran sorpresa descubrir esa otra faceta de mi madre, un hero¨ªsmo muy discreto, muy tranquilo. Pero la gran sorpresa me la dio cuando se muri¨® mi padre. Me dije: ahora estar¨¢ contenta de volver a Per¨².
Y no quiso.
No. Decidi¨® seguir en Estados Unidos, sola, y adem¨¢s hizo algo que mi padre nunca quiso hacer: se nacionaliz¨® norteamericana. Estuvo algunos a?os viviendo, y trabajando, solita, en Los ?ngeles. Los achaques hicieron que volviera a Per¨². Siempre quiso mucho a Per¨², siempre fue muy peruana, pero nunca vio ninguna incompatibilidad entre ser eso y ser ciudadana norteamericana. Una doble lealtad que tanto odian los nacionalistas.
?Y c¨®mo fueron sus relaciones con ella en los ¨²ltimos tiempos?
Espor¨¢dicas, pero muy buenas; yo estaba en Europa, ella viv¨ªa en Lima. Tuvo una vida solitaria, nost¨¢lgica de sus amigos californianos. Me cri¨¦ con ella, me hice lector con ella, le encantaba leer. Una gran relaci¨®n. Muri¨® en 1991. Ya estaba Fujimori en el poder, pero regres¨¦ para estar unos d¨ªas con ella.
Ha pasado tanto tiempo de lo de su padre que ya se habr¨¢ aliviado el rencor.
S¨ª, creo que s¨ª; ya puedo hablar con absoluta naturalidad de aquello, ya mi padre es una figura muy remota; si no ser¨ªa imposible que hablara de ¨¦l con esta desenvoltura.
'El pez en el agua' le habr¨¢ ayudado a explicarse el trauma.
Ese libro iba a ser una memoria de mi actividad pol¨ªtica, para explicarme a m¨ª mismo qu¨¦ hab¨ªa sucedido durante los tres a?os de experiencia como candidato a la presidencia de Per¨². Pero muy pronto me di cuenta de que iba a dar una impresi¨®n muy sesgada e inexacta de lo que soy yo, porque la principal parte de mi vida no la ocupa la pol¨ªtica, sino la literatura. Y eso me dio la idea de hacer un contrapunto: por una parte, la experiencia pol¨ªtica, y por otra, el relato de mi infancia y juventud, cuando nace mi vocaci¨®n literaria. F¨ªjate que el libro concluye con esas dos partidas: la partida a Europa para hacerme un escritor y la partida a Europa despu¨¦s de la campa?a electoral.
El s¨ªmbolo de una vida.
Cuando yo era un adolescente y descubr¨ª mi vocaci¨®n, la pol¨ªtica era casi inseparable de la literatura. Yo era un sartriano apasionado, cre¨ªa en la leyenda de que a trav¨¦s de la literatura t¨² pod¨ªas cambiar la historia. Pero la pol¨ªtica nunca reemplaz¨® a la literatura. Incluso en los a?os en que fui candidato, siempre tuve presente que iba a volver a la literatura, que aquello era transitorio. Hoy d¨ªa no creo, como cre¨ªa de peque?o, que la literatura pueda ser un arma pol¨ªtica; pero s¨ª estoy convencido de que la literatura no es gratuita, de que la literatura influye en la vida de una manera que no se puede planificar. No creo que la literatura sea algo alejado de la sociedad. Sin la literatura, yo ser¨ªa una persona mucho menos imaginativa, con un sentido cr¨ªtico menos desarrollado y con una visi¨®n de las cosas m¨¢s mediocre de la que tengo.
Aqu¨ª hay una foto: su familia en Cochabamba.
S¨ª, es una de esas fotos donde se ve el para¨ªso de mi infancia. ?sta es mi abuelita Carmen; mi abuelito Pedro; tres de mis t¨ªos; mis dos primas, Nancy y Gladys, y ¨¦ste debe de ser una especie de balneario que hab¨ªa en las afueras de Cochabamba. Era un sitio de campo donde viv¨ªamos todos juntos, alrededor de varios patios. Mis primas eran mis compa?eras de juegos.
La felicidad.
Total. La casa era una especie de para¨ªso, pod¨ªamos ser 15 o 20 ni?os, y por all¨ª estaban mi t¨ªo Lucho, la t¨ªa Olga, el t¨ªo Juan, la t¨ªa Laura, el t¨ªo Pedro, el t¨ªo Jorge, las mam¨¢s, los abuelos, las primas?
El t¨ªo Lucho, tan importante en esas memorias?
Fue la figura que reemplaz¨® a la figura paterna. Era el mayor de mis t¨ªos; era muy buen mozo, un gran casanova, ten¨ªa cierto sentido aventurero. Cuando ya fui m¨¢s grande, a ¨¦l era a quien ped¨ªa consejo cuando no me atrev¨ªa a ped¨ªrselo a mis abuelos o a mi madre. Me alent¨®, me estimul¨®. Por eso aparece tanto en El pez en el agua. Es el padre de Patricia, hermano de mi madre.
?Y c¨®mo tomaron en la familia que los primos se casaran?
La familia ya estaba acostumbrada a los esc¨¢ndalos, porque me hab¨ªa casado antes con la t¨ªa Julia, una hermana de la t¨ªa Olga, una t¨ªa pol¨ªtica. Estaban curados de espanto, pero hasta un cierto punto. El ¨²nico que me entendi¨® desde un principio y me apoy¨® fue el t¨ªo Lucho. Me dijo, entre carcajadas: "Ten cuidado, ?t¨² no sabes con qui¨¦n te metes!", refiri¨¦ndose a Patricia. Fue el m¨¢s comprensivo, y el que ayud¨® a vencer las reticencias del resto de la familia, que ve¨ªa con cierto esc¨¢ndalo este matrimonio morgan¨¢tico.
Usted siempre ha estado muy bien organizado. ?Sab¨ªa, cuando empez¨® a escribir, qu¨¦ historia iba a venir luego?
No, nunca jam¨¢s. En los a?os cincuenta no hab¨ªa escritores a tiempo completo. El ¨²nico escritor a tiempo completo que yo conoc¨ª fue un escritor de radioteatros que me sirvi¨® de modelo para escribir La t¨ªa Julia y el escribidor: escrib¨ªa todo el d¨ªa, interpretaba, dirig¨ªa, y as¨ª pod¨ªa comer. El resto de los escritores trabajaban como profesionales que en sus ratos libres se dedicaban a la literatura. Yo pens¨¦ que ser¨ªa eso.
As¨ª que usted no sab¨ªa c¨®mo iba a ser su vida.
No. Un momento fundamental fue en 1958, cuando estaba en Madrid con Julia. Le dije que si me dedicaba a investigar en la universidad, a dar clases, jam¨¢s ser¨ªa capaz de terminar de escribir la novela que ten¨ªa entre manos, que era La ciudad y los perros. As¨ª que hab¨ªa decidido buscar trabajitos que no me quitaran mucho tiempo, aunque tuvi¨¦ramos que vivir mal. Entonces, Julia, que en eso era muy solidaria, se ofreci¨® a trabajar ella misma: "Ya saldremos adelante, t¨² ded¨ªcate a escribir". Esa fue una decisi¨®n psicol¨®gicamente muy importante. Iba a vivir muy modestamente, pero iba a dedicarme a la literatura. El resultado fue La ciudad y los perros.
Y se fueron a Par¨ªs.
Y vivimos all¨ª un a?o muy malo. Julia consigui¨® trabajo antes que yo, en la librer¨ªa de un anarquista espa?ol, y yo luego me puse a recoger peri¨®dicos en una carretilla. Eso te alcanzaba para dos comidas al d¨ªa. Era una situaci¨®n muy precaria, pero yo me sent¨ªa absolutamente feliz. Escrib¨ªa, le¨ªa, y adem¨¢s estaba en Par¨ªs. Me ayud¨® la suerte: que el libro llegara a Carlos Barral, que Carlos se entusiasmara con la novela, que la quisiera publicar, que la presentara al Premio Biblioteca Breve. ?sa fue la primera sorpresa. Y la segunda fue cuando, ya en Londres, casado con Patricia, y con dos hijos, se presentara all¨ª Carmen Balcells y me dijera que renunciara inmediatamente a la universidad, donde daba clases, y me dedicara exclusivamente a escribir.
?Qu¨¦ pens¨®?
Sent¨ª terror. Ella me tranquiliz¨®: "Te garantizo lo que ganas en la universidad". Era 1970. Hasta entonces nunca se me hab¨ªa pasado por la cabeza dedicarme s¨®lo a escribir.
Y, mientras, crec¨ªa en usted el compromiso pol¨ªtico.
Siempre lo hab¨ªa sentido. Escrib¨ªa sobre pol¨ªtica, participaba en actividades pol¨ªticas; pero era un complemento a mi trabajo de escritor. Cuando ya me decid¨ª a intervenir de veras en pol¨ªtica fue cuando estaba en Per¨², en 1987, y Alan Garc¨ªa anunci¨® de manera totalmente imprevista la decisi¨®n de nacionalizar los bancos, las aseguradoras. Yo estaba convencido de que eso ser¨ªa una cat¨¢strofe, que la democracia se ir¨ªa encogiendo. Protest¨¦, sin pensar en el eco p¨²blico que eso iba a tener. La protesta creci¨®, a ella se sum¨® mucha gente, hasta que se juntaron cien mil personas en la plaza de San Mart¨ªn. Esa protesta par¨® la ley y cre¨® un clima pol¨ªtico muy distinto en Per¨². Eso me llev¨® a dar el gran paso y acept¨¦ ser candidato.
Usted fue un izquierdista convencido, hasta que abraz¨® posiciones liberales. ?Qu¨¦ pas¨®?
Fue un proceso. Estuve un a?o en el Partido Comunista, en 1953, cuando estaba en la universidad. Yo era un lector voraz de Sartre, de los existencialistas franceses. Esa influencia me sirvi¨® para contrarrestar el car¨¢cter dogm¨¢tico del marxismo que ten¨ªa el Partido Comunista peruano y todos los partidos comunistas latinoamericanos. En esas reuniones, yo usaba argumentos de Jean-Paul Sartre contra el realismo socialista, y fue en una de esas discusiones cuando un compa?ero de c¨¦lula me llam¨® subhombre. Me apart¨¦ de los comunistas, pero segu¨ª estando en la lucha de los movimientos de izquierda; estuve, incluso, en la democracia cristiana, porque se nucleaba en torno a Bustamante Rivero, que hab¨ªa sido un presidente honorabil¨ªsimo, y adem¨¢s t¨ªo m¨ªo, un hombre que era un modelo de correcci¨®n. Con los democristianos luch¨¦ hasta la ca¨ªda de la dictadura de Odr¨ªa.
Y despu¨¦s vino la revoluci¨®n cubana.
Parec¨ªa que creaba lo que andaba buscando yo y mucha gente de izquierda que, como yo, se sent¨ªa rechazada por el marxismo dogm¨¢tico. As¨ª que me puse a militar por Cuba en Europa. Fui all¨ª, enviado por la radiotelevisi¨®n francesa, cuando la crisis de los cohetes; ya hab¨ªan empezado los cambios, pero yo no los vi. Y all¨ª fui cada a?o, hasta 1966, hasta que se crean los campos de concentraci¨®n, donde se encierra, junto a los delincuentes comunes, a los homosexuales, y tambi¨¦n a los opositores al r¨¦gimen. ?sa fue mi primera crisis. Le escrib¨ª a Fidel Castro, y ¨¦l me hizo ir; fui con Julio Cort¨¢zar, entre otros. Y ¨¦l nos estuvo hablando toda la noche, explicando que se hab¨ªan cometido abusos. Hice las paces, pero dentro de m¨ª se qued¨® un esp¨ªritu cr¨ªtico que ya no abandonar¨ªa con respecto a la revoluci¨®n cubana. Despu¨¦s estuve en Praga, durante la primavera, y en la URSS, y ¨¦sta fue una experiencia muy deprimente. Empec¨¦ a leer a otros pensadores, opt¨¦ por Albert Camus frente a Sartre, y descubr¨ª a los pensadores liberales, como Isaiah Berlin o Karl Popper.
Y a partir de entonces defiende una posici¨®n pol¨ªtica b¨¢sicamente liberal.
Un liberalismo que toma muchas cosas del socialismo y que reivindica la libertad como algo m¨¢s importante que el poder. Hay un aspecto importante del socialismo que todav¨ªa es fiel a sus or¨ªgenes libertarios, y eso lo confunde con el liberalismo. Es el caso de gente como Felipe Gonz¨¢lez o Miguel Boyer, que llevaron a cabo una pol¨ªtica liberal para la econom¨ªa, afortunadamente para Espa?a. Ahora bien, hay un socialismo para el que el poder es m¨¢s importante que la libertad, y ¨¦se es el socialismo que yo critico, porque es el que te conduce a Fidel Castro o a Hugo Ch¨¢vez.
A¨²n con respecto a Cuba: el 'caso Padilla' fue el detonante de su ruptura. Y produjo fracturas indeseables, que tambi¨¦n fueron resquebrajando el 'boom'?
S¨ª, digamos que hab¨ªa una ficci¨®n que subrayaba la gran unidad existente en la pol¨ªtica y en la amistad. A partir de la crisis desatada por el caso Padilla aflora a la superficie una realidad que ya se gestaba hac¨ªa mucho tiempo. Entonces vino la hora de las definiciones, de las firmas, de las preguntas: ?est¨¢s a favor o en contra? Y hubo quienes est¨¢bamos en contra, y otros no quisieron pronunciarse.
?Eso est¨¢ en la ra¨ªz de su enemistad con Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez?
De ese tema no hablo.
El 'boom' fue una ¨¦poca feliz de la literatura latinoamericana. ?Qu¨¦ le dio a la literatura en espa?ol?
Para m¨ª supuso descubrir de pronto que los escritores latinoamericanos form¨¢bamos una comunidad que era reconocida fuera de nuestras fronteras de una manera entusiasta. Siempre hab¨ªamos sido los inexistentes. ?Y de una manera imprevista pasamos a estar en el v¨¦rtice de toda una vida cultural! Fue un gran est¨ªmulo. Cuando viv¨ªamos en Barcelona, a principios de los setenta, ven¨ªan decenas de jovencitos, como nosotros hab¨ªamos ido a Par¨ªs, pensando que aqu¨ª se hac¨ªa la literatura. Se rompen fronteras, y se vive una ¨¦poca dorada, de grandes entusiasmos, tambi¨¦n pol¨ªticos.
?Y qu¨¦ dej¨® el 'boom'?
Una puerta abierta en la lengua espa?ola para la literatura. Gracias al boom, ya no hay fronteras en la literatura en espa?ol.
?Con qu¨¦ libros del 'boom' se queda?
Con todo Borges; con Cien a?os de soledad, de Garc¨ªa M¨¢rquez; con El reino de este mundo, de Carpentier; con muchos cuentos de Cort¨¢zar; con La vida breve y con muchos cuentos de Onetti, el escritor que, con la distancia que da el tiempo, vislumbro ahora como el mejor de todos nosotros.
?Y su libro?
Yo no s¨¦ meterme en esas clasificaciones. Pero si yo tuviera que salvar alg¨²n libro m¨ªo, probablemente ser¨ªa Conversaci¨®n en La Catedral. Porque es el libro que m¨¢s me cost¨® escribir.
Ahora va a publicar 'Travesuras de la ni?a mala', en la que las d¨¦cadas y las ciudades tienen que ver con su propia historia.
S¨ª, ocurre en las ciudades donde yo he vivido en los a?os que he vivido. La an¨¦cdota no ha existido, pero los sitios son los m¨ªos: Per¨² cuando era chico, Par¨ªs en los sesenta, Londres en los setenta, Espa?a en los ochenta.
En esa novela hay ¨¦pocas fatales. ?Cu¨¢les fueron las suyas?
El primer a?o con mi padre fue una ¨¦poca fatal. Los primeros meses de Par¨ªs. Y en 1962, en Par¨ªs, estuve a punto de cometer una locura: enrolarme en la Legi¨®n Extranjera. Hubiera sido el disparate m¨¢s grandioso de mi vida.
?Y cuando perdi¨® las elecciones?
Hubo un gran esfuerzo de much¨ªsima gente que no ten¨ªa ambici¨®n pol¨ªtica, que estaba ah¨ª para cambiar las cosas, y ese esfuerzo in¨²til me dej¨® muy apenado, exhausto; hab¨ªa perdido 10 kilos en la campa?a, fue una decepci¨®n. Pero fue fant¨¢stico volver a mis libros. He tenido fracasos, pol¨ªticos y literarios. Pero no tengo derecho a quejarme. Me considero un gran privilegiado, puedo dedicarme a lo que me gusta, y eso es algo extraordinario. Eso compensa las frustraciones y los fracasos de que est¨¢ hecha la vida si t¨² no eres un imb¨¦cil. Haciendo las sumas y las restas no puedo quejarme. Y tengo salud, que me permite meterme en todo tipo de aventuras. Hay gente que a los 70 se angustia. Yo no me angustio, me considero vivo; lleno de curiosidades, de ilusiones, con muchos deseos de hacer cosas. Hay que estar vivo hasta el final. Ese espect¨¢culo de los que mueren antes de morirse me horroriza.
?Es feliz ahora?
Uno no puede decirlo, es casi como confesar que uno es idiota. La idea de la felicidad permanente la asociamos, con mucha raz¨®n, con los idiotas, con los conformistas. Si t¨² dices que eres feliz, ya empiezas a morirte. Lo ideal para m¨ª es que la muerte llegue como un accidente, vivir como si fueras un inmortal y en un momento dado eso se interrumpa por un accidente.
En una entrevista de 1990 dec¨ªa usted que escrib¨ªa para huir de la infelicidad?
Es algo que podr¨ªa decir la mayor¨ªa de los escritores. Cuando escribes, de alg¨²n modo te impermeabilizas contra la infelicidad. La escritura hace que todo lo dem¨¢s parezca mediocre. Ahora bien, para m¨ª escribir no es meterme en un cuarto de corcho; la literatura me lleva a interesarme por otras cosas de la vida.
Setenta a?os. Usted es periodista. Diga un titular para este momento.
Setenta a?os, y sigue andando.
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