El crep¨²sculo de ETA
Durante a?os, los pesimistas jugaban con ventaja, porque ETA acababa siempre d¨¢ndoles la raz¨®n: haciendo lo que poco antes parec¨ªa impensable por demasiado aberrante. Ahora son los optimistas los que tienen m¨¢s probabilidades de acertar. La pesadilla se acabar¨¢ alg¨²n d¨ªa, y hay indicios para pensar que ser¨¢ pronto. En ese sentido, la declaraci¨®n de Zapatero pronosticando el principio del fin de ETA por efecto del paso del tiempo y del deseo de paz de la mayor¨ªa recuerda al gesto del personaje de Saint Exup¨¦ry que ordena al sol que se ponga hacia el atardecer.
El paso del tiempo. En su reciente libro-entrevista (Ma?ana, Euskal Herria. Gara. 2005), Arnaldo Otegi considera demostrado que lo ¨²nico que interesaba al Gobierno en las conversaciones de Argel era "prolongar al m¨¢ximo" la tregua. Es veros¨ªmil que as¨ª fuera. De hecho, la principal raz¨®n para el optimismo actual de mucha gente no es lo que dice el comunicado sino que ETA lleva sin matar casi tres a?os, que ser¨¢n cuatro cuando se celebren las municipales de 2007. Es dif¨ªcil que despu¨¦s de ese tiempo, con un partido de la izquierda abertzale legalizado tras presentar unos estatutos que incluyan la renuncia expresa a la violencia (sin lo que no ser¨ªa posible su participaci¨®n en los comicios), ETA vuelva a matar. Hace 20 a?os, los de HB invocaban la autodeterminaci¨®n y otras reclamaciones para justificar la permanencia de ETA. Pero si se les preguntaba si esas razones justificar¨ªan la creaci¨®n de ETA si esa organizaci¨®n no existiera, primero dudaban y luego admit¨ªan que no.
Es Batasuna la que se convierte (por propio inter¨¦s) en garante del alto el fuego
La imagen de ETA como residuo anacr¨®nico ha acabado abri¨¦ndose paso entre sus seguidores. A ello ha contribuido sobre todo la eficacia policial, pero tambi¨¦n la firmeza judicial. Los movimientos que han precedido al alto el fuego han confirmado la justeza de la ilegalizaci¨®n de Batasuna. Cuando alguien como Ternera pasa de parlamentario de Batasuna a jefe pol¨ªtico de ETA (como tal aparece en Perpi?¨¢n y firma luego el aval le¨ªdo por Otegi en Anoeta) casi sobran los dem¨¢s argumentos para deducir que, como sosten¨ªa Garz¨®n, Batasuna formaba parte de un entramado dirigido por una organizaci¨®n terrorista que se consideraba con derecho a matar a los representantes de los otros partidos. Luego no pod¨ªa ser legal.
Pero adem¨¢s de justa ha sido eficaz. Ha suscitado en Batasuna un inter¨¦s en favor del cese de la violencia. Frente a la pretensi¨®n tradicional de ETA de perpetuarse como garante de los objetivos de la izquierda abertzale, es Batasuna quien se convierte (por propio inter¨¦s) en garante del alto el fuego. La legalizaci¨®n antes de 2007 es el principal incentivo de Batasuna para presionar en favor del abandono definitivo de las armas por parte de ETA.
Pero es posible que sin una cierta audacia por la otra parte, la situaci¨®n se hubiera prolongado indefinidamente. En su libro, Otegi invoca la evoluci¨®n del nacionalismo institucional (su conversi¨®n al soberanismo en Lizarra) como prueba de la justeza de la pol¨ªtica de rechazo (del autonomismo) seguida por la izquierda abertzale; en funci¨®n de ello, plantea que no ir¨¢n a una mesa a discutir el derecho a decidir sino a decidir c¨®mo se plasma ese derecho en un pa¨ªs "dividido territorialmente y con diferentes niveles de conciencia nacional". ?se es el punto de partida ideol¨®gico, el tradicional de la izquierda abertzale, que confunde aspiraciones con derechos y que prescinde ol¨ªmpicamente de los ciudadanos no nacionalistas. Pero cuando desciende a los planteamientos concretos, admite la pluralidad de la sociedad vasca: afirma que no puede haber independencia sin convencer antes a la gente de que le conviene, y que no bastar¨ªa una mayor¨ªa del 51%. Una reflexi¨®n similar a la que llev¨® a la generaci¨®n nacionalista de los a?os 30 a asumir el autonomismo como espacio de convivencia entre identidades nacionales diferentes.
Tal vez los contactos con Eguiguren y compa?¨ªa hayan influido en esta evoluci¨®n. En un libro publicado en 2004 (La crisis vasca. Editorial Cambio), ese dirigente socialista vasco planteaba cinco puntos de desencuentro entre soberanistas y autonomistas. El principal era la divergencia entre quienes defend¨ªan y quienes rechazaban la validez del marco estatutario-constitucional. Eguiguren propon¨ªa como punto de equilibrio una reforma del Estatuto respetando los procedimientos legales a cambio de la garant¨ªa de que lo consensuado en el Pa¨ªs Vasco fuera convalidado en las Cortes.
Es un planteamiento que recuerda al del plan Ardanza con el que el ex lehendakari intent¨® en su d¨ªa evitar la ruptura (por su propio partido) del Pacto de Ajuria Enea.Ya entonces se vio que esa unilateralidad era incompatible con la l¨®gica auton¨®mica e incluso con cualquier planteamiento federal; el desenlace del debate sobre el nuevo Estatuto catal¨¢n confirma esa idea: el consenso interno no basta si la propuesta desborda los l¨ªmites constitucionales y suscita un rechazo muy mayoritario en la poblaci¨®n espa?ola. Desde este punto de vista, el camino es, por tanto, bastante estrecho. Sin embargo, es posible que el propio di¨¢logo, una vez admitido el principio pluralista y sin la amenaza de ETA, abra expectativas que hoy cuesta imaginar. As¨ª suele ocurrir.
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