Un intento brillante abocado al fracaso
Lo sorprendente hubiera sido que la II Rep¨²blica se hubiera desenvuelto en paz. Espa?a en 1931 se caracterizaba por ser un pa¨ªs sumamente conflictivo. Ten¨ªa un nivel econ¨®mico bajo, una riqueza mal distribuida y mucha pobreza. Las tensiones sociales eran fort¨ªsimas y entre los desfavorecidos los afanes de cambio eran l¨®gicamente grandes. Esos afanes ya hab¨ªan comenzado a dejarse sentir desde principios del siglo XIX, pero en el primer tercio del siglo XX, ante las escasas mejoras, se intensificaron. Frente a ello, hab¨ªa un tradicionalismo no menos fuerte en instituciones y fuerzas pol¨ªticas que se opon¨ªan tenazmente a todo cambio.
Esa resistencia al progreso, mayor que la registrada en otros pa¨ªses, se explica por la propia historia de Espa?a, cuando ya desde el siglo XIII, por mor de la Reconquista, predomin¨® la nobleza con un r¨¦gimen se?orial que afianzaron los Reyes Cat¨®licos, cuando en el siglo XVI una Contrarreforma religiosa cerr¨® al pa¨ªs en s¨ª mismo, cuando una insuficiente Ilustraci¨®n dej¨® en poca cosa los adelantos entrevistos en el siglo XVIII. Todo ello hizo que arraigaran hondo unos valores que eran muy poco propicios para hacer los dos grandes cambios de la edad contempor¨¢nea: la revoluci¨®n industrial y la revoluci¨®n burguesa.
Desde principios del siglo XIX hubo as¨ª en Espa?a conflicto, a veces abierto, otras soterrado, pero siempre presente, entre modernizaci¨®n y tradici¨®n. La inestabilidad pol¨ªtica, con nueve Constituciones y 130 gobiernos en menos de cien a?os, el escaso desarrollo econ¨®mico, los continuos intentos de recurrir a la fuerza, bien para avanzar, bien para impedir el avance, todo ello era una buena muestra de una sociedad desequilibrada. Baste recordar que palabras de uso internacional como pronunciamiento y guerrilla son creaci¨®n espa?ola.
En 1931, con el cambio de r¨¦gimen, los republicanos pensaron con raz¨®n que se presentaba una ocasi¨®n hist¨®rica ¨²nica. Contaban con ilustres pol¨ªticos, con el apoyo de una pl¨¦yade de brillantes intelectuales y con el respaldo de buena parte de la poblaci¨®n. Pero, ?ay!, cometieron un error que acabar¨ªa teniendo funestas consecuencias. La pac¨ªfica y r¨¢pida implantaci¨®n de la Rep¨²blica confundi¨® a muchos. Creyeron que la derecha, entonces casi siempre extremosa, estaba definitivamente arrumbada. Nada m¨¢s equivocado.
Esa derecha no quer¨ªa rep¨²blica, democracia, laicismo, reforma agraria, mejoras sociales, nacionalidades. Su oposici¨®n era cerrada y su fuerza grande. Tanto fue as¨ª que acab¨® recurriendo a la sublevaci¨®n militar, a la guerra civil y a una larga dictadura para evitar que se alcanzasen esos fines. Salvo la cuesti¨®n agraria, que el desarrollo econ¨®mico de los a?os sesenta permiti¨® resolver en lo principal, aunque fuera sin buscarlo expresamente, todo lo dem¨¢s -libertad, aconfesionalidad, autonom¨ªas- todav¨ªa estaba pendiente cuarenta a?os despu¨¦s, a la muerte de Franco.
Es evidente que los culpables del retraso en la modernizaci¨®n de Espa?a fueron unas derechas pol¨ªticas, sociales, econ¨®micas y religiosas que con gran cortedad de miras se opon¨ªan al cambio. Pero tambi¨¦n es cierto que, en su enfrentamiento con ellas, las izquierdas no acertaron. Cuando tuvieron el poder no fueron capaces de neutralizar a sus enemigos ni tampoco intentaron, como mal menor, templar gaitas a la espera de que el tiempo jugara a su favor. Cuando las elecciones de 1933 demostraron que hab¨ªa una derecha poderosa, capaz de unirse y gobernar, parte de la izquierda se ofusc¨® y busc¨® una in¨²til y contraproducente v¨ªa violenta para intentar hacerse de nuevo con el poder, lo que se consigui¨®, en cambio, por la v¨ªa democr¨¢tica en las elecciones de febrero de 1936. Entonces se repiti¨®, agravado, el error de 1931, a saber, no prever la enemiga de parte del pa¨ªs.
?Qu¨¦ habr¨ªa podido hacerse y no se hizo? Claro es que si la izquierda hubiese estado m¨¢s unida, si hubiese gobernado con m¨¢s firmeza y a la vez con m¨¢s flexibilidad, si tanto en el Gobierno como en la oposici¨®n no hubiera permitido ni alentado el menor asomo de violencia entre sus partidarios por muchas que fueran las provocaciones, quiz¨¢ el resultado habr¨ªa sido otro. Pero ni siquiera ello es seguro. La desgraciada historia de nuestro pa¨ªs, de la que algunos est¨¢n tan sorprendentemente orgullosos, hac¨ªa probablemente inevitable, tras un siglo largo de enfrentamientos, que estallara la traca final de la Guerra Civil. Su duraci¨®n demostr¨® que el pa¨ªs estaba muy dividido y que ambos bandos estaban equiparados en fuerza, decidiendo el resultado un Ej¨¦rcito mayormente rebelde y el auge de los fascismos en Europa.
En suma, ?c¨®mo se podr¨ªa haber avanzado en los a?os treinta en la modernizaci¨®n del pa¨ªs sin provocar, primero crispaci¨®n y, luego, una contienda fratricida, en unos tiempos en que Espa?a estaba tan necesitada de cambios como sobrada de ideas, personas e instituciones tozudamente opuestas a que se hicieran?
Tuvo que mediar mucha sangre, sudor y l¨¢grimas y esperar hasta los a?os setenta para que la derecha se civilizara, la situaci¨®n socioecon¨®mica mejorara y la izquierda dejara de buscar atajos conflictivos para modernizar el pa¨ªs. A la luz de la historia, los 75 a?os transcurridos permiten decir que en la Espa?a de entonces la crispaci¨®n fue inevitable en la Rep¨²blica desde sus inicios. Hoy, por fortuna, no lo es. Quienes la fomentan son un anacronismo, que como tal acabar¨¢ desapareciendo, cuanto antes mejor.
Francisco Bustelo es profesor em¨¦rito de Historia Econ¨®mica en la Universidad Complutense, de la que ha sido rector, y autor de La historia de Espa?a y el franquismo, de pr¨®xima publicaci¨®n.
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