Dibujos de guerra
Los ni?os republicanos contaron a su modo aquello que ve¨ªan, sent¨ªan o tem¨ªan durante la Guerra Civil. Miles de dibujos hechos en las colonias en las que se refugiaron se guardan en archivos internacionales. Un documental recupera esta visi¨®n excepcional del conflicto.
Era julio de 1936. Quien conoce Espa?a sabe lo que eso representa en climatolog¨ªa: d¨ªas de mucha calle, de siestas bajo los ¨¢rboles, de noches sin pegar ojo por exceso de temperatura. Atm¨®sfera vacacional en un tiempo en el que tal concepto a¨²n no era costumbre de masas, s¨®lo de ricos que viajaban al norte en busca de refresco, a los ba?os de ola de El Sardinero? O quiz¨¢ de algunos de esos ni?os afortunados que pod¨ªan disfrutar ya de las colonias de vacaciones abiertas por el Gobierno republicano en su empe?o por mejorar las oportunidades sociales y de educaci¨®n, y de modernizar el pa¨ªs. "El logro menos cuestionable de la II Rep¨²blica fue su ambiciosa pol¨ªtica educativa. Destaca su prop¨®sito de ofrecer vacaciones a los ni?os que nunca las hab¨ªan disfrutado [?], pusieron en marcha numerosas colonias de vacaciones para los peque?os ciudadanos de familias obreras", escribe Bartolom¨¦ Benassar en El infierno fuimos nosotros.
"La historia suele contarse desde el punto de vista de los adultos, pero ?qu¨¦ ocurre si la cuentan los ni?os?"
"Dibuj¨¢bamos la destrucci¨®n, los ca?ones y barcos, los milicianos, las bombas?, nos fascinaban los aviones"
"Lo mejor que podemos hacer hombres y mujeres de bien es interceder en busca de soluciones para la violencia"
Pero en esos d¨ªas no s¨®lo quemaba el sol. Tambi¨¦n lo pol¨ªtico. Aunque las cr¨®nicas describen normalidad. Como ¨¦sta de Germ¨¢n Lopezarias en el libro El Madrid del ?No pasar¨¢n! 1936-1939 (El Avapi¨¦s, 1986): "El ambiente en Madrid es relativamente normal. Las mujeres [?] adelgazan con Sabel¨ªn, y los ni?os engordan 'con la carne l¨ªquida del doctor Vald¨¦s'. Nada hace presentir que se est¨¢ en los albores de una cruenta guerra civil. Los peri¨®dicos -que, por cierto, cuestan 15 c¨¦ntimos- no son excesivamente alarmistas [?] aunque [?] los se?ores diputados andan a gorrazo limpio. La brillantina India estira y da esplendor a los cabellos del Madrid repeinado, y el Banco de Espa?a -otra muestra m¨¢s de que no va a pasar nada- anuncia una emisi¨®n de obligaciones del Tesoro a cuatro a?os".
Pero s¨ª pas¨®. Un grupo de militares se subleva contra el Gobierno de la Rep¨²blica en el sur, y el verano deja de oler a verano para convertirse en fecha tr¨¢gica. "Cuando empieza una guerra, el juego se paraliza. Y a partir de ese momento, los ni?os est¨¢n destinados a ser v¨ªctimas y espectadores", se oye en el documental La guerra dibujada, que habla de un material de mucho valor: los miles de dibujos pintados por manos infantiles en las colonias de la costa este peninsular y el sur de Francia que se convertir¨ªan en refugio entre 1936 y 1939. Muchos de ellos forman parte hoy de archivos norteamericanos, espa?oles y suecos.
-?Te acuerdas el d¨ªa de mi santo, cuando entraron 37 Junker a primera hora de la tarde bombardeando?
-S¨ª, casi oscurecieron el sol?
-Eran trimotores?, a las en punto ven¨ªan? Si volaran ahora mismo los distinguir¨ªa por el ruido.
Esta conversaci¨®n de expertas la mantienen dos hermanas madrile?as ya septuagenarias, Conchita y Resurrecci¨®n Rodr¨ªguez, en una escena del filme. Sentadas en el sof¨¢ de su casa contemplan y comentan algunos dibujos que pintaron de cr¨ªas, que hab¨ªan olvidado y que se guardan hoy en la Biblioteca Nacional de Espa?a y en la Mandeville de la Universidad de California.
Su obra y la de otros ni?os de entonces ofrece una mirada excepcional sobre aquel tiempo: aviones, bombas, s¨ªmbolos nazis que alguien destruye con un hacha, banderas ca¨ªdas, edificios derruidos, llamas bien rojas, trenes a rebosar, ni?os que lloran, pistolas? Y muchas palabras escritas sobre el papel como signos cifrados de un importante mensaje: evacuaci¨®n, hospital, cuidado, ?salud, mam¨¢!, refugio, ?corre, corre!, bombardeo en la cola de la lecher¨ªa? "La historia suele contarse desde el punto de vista de los adultos, pero ?qu¨¦ ocurre si a los ni?os se les da la oportunidad de contar lo que han visto?". Esta idea -y el encuentro casual en Suecia de una caja con dibujos de ni?os de colonias valencianas mientras preparaban una producci¨®n anterior- fue el punto de partida para los directores de La guerra dibujada, Amanda Gasc¨® y Xavier Cort¨¦s, de Visual Producciones.
Otras dos ni?as de la guerra, las hermanas Alicia y Elo¨ªsa D¨ªez Soto, tuvieron mucho que ver tambi¨¦n, sin saberlo, con el desarrollo de La guerra dibujada: "Yo soy de La Pobla Llarga, y un d¨ªa descubrimos que en la Universidad de California se guardaban nueve dibujos de la colonia familiar que existi¨® en mi pueblo", cuenta Gasc¨®. "Y no s¨®lo eso, sino que uno de ellos pertenec¨ªa a Alicia, una de las ni?as madrile?as que un t¨ªo m¨ªo hab¨ªa acogido. La otra, Elo¨ªsa, no recordaba haber dibujado, pero durante la producci¨®n encontramos dos obras suyas en la Biblioteca Nacional. Fue para ella toda una sorpresa".
Los chavales espa?oles dibujaron con profusi¨®n lo que observaban, sent¨ªan y tem¨ªan. Adem¨¢s de las cuatro hermanas citadas, otros nueve autores fueron localizados por el equipo del documental. "Fue lo m¨¢s complicado de la producci¨®n. Una labor casi detectivesca, llamada tras llamada, gu¨ªa telef¨®nica en mano. Muchos hab¨ªan muerto. Otros, m¨¢s de la mitad, no quer¨ªan saber nada del pasado. Algunos ni siquiera sab¨ªan del destino de sus obras", cuenta Carolina Miralles, productora ejecutiva del filme.
Los menores se convertir¨ªan en los habitantes m¨¢s vulnerables de la Espa?a de entonces (25 millones de personas; el 45% de ellas, analfabetas).
"Lleg¨® un momento en que la situaci¨®n se hizo insostenible para la poblaci¨®n civil?", se oye en La guerra dibujada. Y de ello se ofrece muestra: cad¨¢veres min¨²sculos tirados en las aceras, cuerpos infantiles destrozados por las balas, muchachos mutilados, madres que huyen con beb¨¦s en brazos?
Del sufrimiento infantil abundan ejemplos en las hemerotecas. Tambi¨¦n en la literatura (el ni?o republicano m¨¢s ni?o y m¨¢s derrotado es quiz¨¢ el que aparece en el relato 'Manuscrito encontrado en el olvido', incluido en el libro Los girasoles ciegos, de Alberto M¨¦ndez: "El ni?o ha muerto y le llamar¨¦ Rafael, como mi padre. No he tenido calor suficiente para mantenerle vivo. Aprendi¨® de su madre a morir sin aspavientos?") y en el cine: ?c¨®mo olvidar las hileras interminables de familias desnutridas, agotadas, cruzando a Francia por los Pirineos al final de la contienda?
El Gobierno de la Rep¨²blica decidi¨® proteger a los peque?os de Madrid y del norte (aislado entre los frentes) en lugares seguros de la costa mediterr¨¢nea. Diversas organizaciones internacionales se volcaron a la hora de colaborar en la tarea. Todos los protagonistas de La guerra dibujada fueron trasladados de sus hogares: los ya citados y Manuel Corola Mingo, Fernando Zamora Soto, Margarita Arnao Crespo, Rafael Barber Tortajada, El¨ªas Garralda, Teodoro Pi?eiro, Eusebio Rebolleda, Octavio Gabrielli Gonz¨¢lez, Gerardo (ya fallecido) y Teresa Vallejo Castrillo.
La evacuaci¨®n (unos 50.000 ni?os ya en 1937) hacia Valencia y Catalu?a (y hacia otros destinos: Francia, B¨¦lgica, Reino Unido, Rusia, M¨¦xico?) se realizaba desde los colegios. Los ni?os iban acompa?ados de sus maestros, quienes luego se convertir¨ªan en su ¨²nica familia. "La guerra comenz¨® a ser sin¨®nimo de huida, de p¨¦rdida familiar?". Ojos como platos, incr¨¦dulos, ante las bombas que caen, las alarmas que se oyen a lo lejos, los traslados multitudinarios en tren o autob¨²s, el impacto de las separaciones: mares de l¨¢grimas de padres, hermanos, abuelos? "A mi madre la llamaron del colegio y le dijeron: 'T¨¦ngalos preparados a todos con las mudas, que nos los llevamos", cuenta Margarita Arnao. Y adi¨®s. Ese dram¨¢tico instante se convirti¨® en uno de los m¨¢s representados: maletas, vagones, abrazos y otra vez maletas. Resurrecci¨®n Rodr¨ªguez detiene su memoria en esa hora: "No solt¨¢bamos a nuestra madre, todo el mundo gritaba; acabamos llorando todos en el autocar aunque no fuesen familia ni amigos".
Pero incluso en situaciones extremas, los m¨¢s peque?os conservan la capacidad extraordinaria de abstraerse de la realidad de un modo u otro. La guerra paraliz¨® el juego de los ni?os, pero no lo impidi¨®. Siguieron subi¨¦ndose a los ¨¢rboles y a las vallas; posaban divertidos con su pantal¨®n corto ra¨ªdo y tirantes, esa est¨¦tica desastrada de la pobre preguerra. Se les ve disfrazados de soldados, con gorro calado, planeando batallas, dispar¨¢ndose unos a otros con pistolas de pega, observando a los aviones con la boca abierta.
Otro de los entrevistados es Carlos Blanco. A los nueve a?os presenci¨® la destrucci¨®n de su ciudad natal, Ir¨²n, y hoy es profesor de la Universidad de California, donde se encuentra uno de los archivos m¨¢s importantes (de otro de ellos, el de la Biblioteca Avery, de la Universidad de Columbia, fue a encargarse un d¨ªa ?ngela Giral, nieta del ministro de Marina de la Rep¨²blica, quien qued¨® impactada al descubrir "aquel material"): "Dibuj¨¢bamos aviones, ca?ones, barcos; nos fascinaban los aparatos? Y adem¨¢s mont¨¢bamos nuestra propia guerra: unas veces nos tocaba ser fascistas; otras, republicanos".
Octavio Gabrielli, con 11 a?os, era admirado en la colonia de Oliva por sus aeroplanos sim¨¦tricos, inmaculados, perfectos. Igual que los del valenciano Rafael Barber, quien ya entonces entend¨ªa de tecnolog¨ªa: "Los cazas espa?oles con ametralladoras no pod¨ªan hacer nada contra la aviaci¨®n alemana, era infinitamente superior". El¨ªas Garralda, de 12 y de Pamplona, visualiza a¨²n su depresi¨®n y se recuerda a s¨ª mismo dibujando sin pausa: "Que bien te sale', me dec¨ªan los compa?eros, y eso estimulaba. Recuerdo a se?oras a las que llam¨¢bamos jefas; yo guardaba mi muda en una caja?, y estaba depresivo, s¨ª. Menos mal que en la colonia de Bayona estaba mi padre, era profesor de gimnasia". Y ah¨ª est¨¢ su progenitor junto al grupo con los brazos en cruz.
La vida en las colonias ofrece a los ni?os la tranquilidad de la rutina: hacen nuevas amistades, se cuidan unos a otros. Los chiquillos lo expresan: pintan camas, escenas de comida, juegos en el patio? Gabrielli juega al corro, Garralda hace ejercicio, los amigos se sientan sobre la hierba o alrededor de una mesa afanados en trazar l¨ªneas sobre el papel. Un gesto trivial que provoca placer, que habla de tranquilidad, de un mundo en paz: sentarse, empu?ar el l¨¢piz, extender el folio? Para Janice Hoshino, psic¨®loga de la Universidad Antioch, de Seattle, "los ni?os le daban mucho valor al dibujo. Les importaba mucho porque les supon¨ªa una liberaci¨®n".
El diccionario lo dice en alguna de sus acepciones. Dibujar: describir con propiedad una pasi¨®n del ¨¢nimo? El arte usado como terapia para ni?os traumatizados por conflictos armados. El m¨¦todo es hoy, siete d¨¦cadas despu¨¦s, bien conocido. Pero la primera vez que se practica "de forma masiva y sistem¨¢tica es en Espa?a", asegura Anthony Geist, de la Universidad de Washington, que ayud¨® al equipo de La guerra dibujada en la reconstrucci¨®n de la historia de los dibujos guardados en Estados Unidos. ?l junto a Peter Carroll publicaron un libro de referencia, They still draw pictures.
Para Geist, estas obras poseen un valor documental insuperable: "Son, adem¨¢s, un alegato contra la guerra". "Est¨¢bamos enterad¨ªsimos de todo", sigue Blanco. "Sab¨ªamos qui¨¦n era Aza?a, lo que significaba levantar el pu?o, lo que eran los carlistas y la Sociedad de Naciones? Era aquella una sociedad muy politizada". La ideolog¨ªa es una constante en los dibujos. Muchos, voluntarios y cooperantes internacionales, personal de las colonias y maestros, intuyeron ya entonces la importancia del material. Los cu¨¢queros, por ejemplo, tuvieron mucho que ver en el viaje de muchos dibujos a EE UU. "S¨ª, hay un momento en el que se tiene conciencia del uso de esos dibujos como propaganda. Se quiere contar as¨ª la dif¨ªcil situaci¨®n en la que vive el ni?o espa?ol", afirma Geist.
"Existe un informe de la Oficina Espa?ola de Informacion en el que se se?ala que en mayo de 1937 se organiz¨® en Valencia una muestra con 3.000 dibujos de las colonias. Uno de los entrevistados, Fernando Zamora, que estuvo en la de Bell¨²s, recuerda que su dibujo se lo llevaron para esa muestra", repasa Xavier Cort¨¦s. De los 3.000 dibujos de Valencia, "118 fueron seleccionados para exposiciones en Inglaterra y EE UU con el fin de recaudar fondos para las mismas colonias", dice Cort¨¦s.
All¨ª, firmas reconocidas apoyaron la iniciativa. "El escritor Aldoux Huxley escribi¨® el pr¨®logo del cat¨¢logo de esa exposici¨®n, en el que se incluyen 60 dibujos de los 118 seleccionados. Se imprimieron tres ediciones entre 1938 y 1939", sigue Cort¨¦s.
Huxley, en su texto, valora la calidad de los dibujos, llama la atenci¨®n sobre su intensidad emocional y la situaci¨®n en que fueron realizados? Y escribe: "Lo mejor que podemos hacer los hombres y mujeres de bien es interceder en busca de soluci¨®n para los problemas generados por la violencia, y mientras tanto socorrer a aquellos que, como los ni?os protagonistas de esta exposici¨®n, se han convertido en v¨ªctimas del crimen y la locura colectiva".
'La guerra dibujada' se emite el 12 de mayo en La 2. Casi un millar de dibujos se guardan en la Biblioteca Nacional ('web': www.bne.es), 153 en la Biblioteca Avery de la Universidad de Columbia www.columbia.edu/cu/lweb/eresources/exhibitions/ children), 609 en la Mandeville de California (orpheus.ucsd.edu/speccoll/tsdp) y otros en el archivo laborista sueco.
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