Las insaciables
En las primeras series fotogr¨¢ficas, cuidadosamente teatralizadas, de Naia del Castillo (Bilbao, 1975), el cuerpo femenino aparece bajo una sensaci¨®n de par¨¢lisis y dependencia dentro de una esfera emocional, moral y privada en la cual se supone que es ejemplar; sin embargo, se da cuenta de lo que pasa debajo del velo e invita a que la observemos entre pliegues para descubrir el acertijo de su vida. Esconder la propia subjetividad por un sentimiento de verg¨¹enza y temor a exhibirse, y a la vez, expandirlo hasta los confines de s¨ª mismo. Todo ello recuerda a aquellos poemas donde la mujer aparec¨ªa presa en una habitaci¨®n de espejos distorsionantes: "La naturaleza de un Espacio Femenino es ¨¦sta: encoge los ?rganos de la vida hasta que se vuelven finitos y ¨¦l mismo aparece Infinito" (William Blake). Limitado para quienes estaban fuera, infinito para quienes viv¨ªan dentro.
NAIA DEL CASTILLO
'Ofrendas y posesiones'
Galer¨ªa dels ?ngels
Carrer dels ?ngels, 16 Barcelona
Hasta el 13 de mayo
El mundo que Naia del Castillo constru¨ªa en torno a la figura femenina era claustrof¨®bico y liberador a la vez. Sus im¨¢genes fotogr¨¢ficas ten¨ªan sus correlatos en una serie de objetos y vestidos, creados por ella misma, y esto hac¨ªa que el espectador relativizase el medio, pues aquello... ?ya lo hab¨ªamos le¨ªdo antes! Lo narrativo est¨¢ en George Eliot, pero tambi¨¦n en las hero¨ªnas de Austen -sus relatos "tapadera"-, las Br?nte, Dickinson o Mary Shelley. Un palimpsesto visual armado con historias de mujeres que tejen, o solteras, ara?as hiladoras o hilanderas del destino.
En su serie m¨¢s reciente, Ofrendas y posesiones, las mujeres descritas son "ara?as" que sostienen un ovillo de plata, de una doncellez barroca, hechiceras, liberadas, que utilizan sus redes como armas deseantes, insaciables, que tras haber escapado de esa soledad y oscuridad devoradoras abren sus cuerpos a la desmesura, como un embri¨®n monstruoso que despliega fatalmente su fuerza y su poder. En La Urraca, Del Castillo especula sobre la mujer burguesa que atesora riquezas y cuya opulencia la aplasta e inmoviliza. Un p¨¢jaro observa, vigilante, a un ser casi inerte, cubierto con un traje dorado forrado de perlas.
En El ¨¢rbol del joyero, la
artista ha confeccionado una camisa cerrada, de seda natural de intencionado color rojo, con cuatro botones que act¨²an como mirillas al deseo y a la sexualidad femenina. Un ¨¢rbol de sortijas de pedida simboliza la compraventa. El lecho revela una mujer que duerme sobre unos cr¨¢neos/cojines, como ocurr¨ªa en las tribus primitivas con la b¨²squeda de poder y dominaci¨®n. Y El hormiguero nos lleva por un recorrido de t¨²neles que desembocan en recintos donde acumular y reservar v¨ªveres y en cuyo centro est¨¢ la reina con sus larvas. La naturaleza femenina se ha alzado en una tormenta de lujuria ante el serm¨®n patriarcal.
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