El hogar, bander¨ªn de enganche
A juicio de la autora, el lugar donde se libra la gran contienda para conseguir la plena igualdad de la mujer es el hogar, m¨¢s que la plaza p¨²blica.
Cuando este art¨ªculo se publique, har¨¢ semanas que habr¨¢n desvanecido los comentarios y ecos residuales de opiniones difundidas, publicadas, radiadas y televisadas, en la cita anual del 8 de marzo, D¨ªa de la Mujer. Lo que no ha cesado, sin embargo, es el registro siniestro de muertes. Se habr¨¢n volatilizado los recordatorios, las denuncias, las palabras cargadas de buenas intenciones y prop¨®sitos, pero muchas de ellas enfermas de anemia galopante, debilitadas por contradicciones que alertan de deficiencias medulares que auguran desfallecimientos y colapsos. Pese a la solvencia de algunas voces, la polifon¨ªa acaba siendo plana, rayada, aburrida. Quiz¨¢s lo justifique la necesidad de un mensaje que no termina de llegar con eficacia a los receptores necesarios, seguramente por defecto de la propia emisi¨®n y del m¨¦todo elegido para llevarla a cabo. A veces se tiene la percepci¨®n que ni las propias mujeres creen hasta sus ¨²ltimas consecuencias la reivindicaci¨®n de sus derechos.
La igualdad aut¨¦ntica no es un problema de g¨¦nero, sino un problema social que afecta a todos
La sedimentaci¨®n cultural de a?os de dependencia se ha evidenciado tan eficaz y sutil que en ocasiones se hace imposible a la mujer deslindar autonom¨ªa y familia, familia y derechos personales; derechos personales y vida familiar y laboral; vida familiar y vida ¨ªntima. Todo se le ha adjudicado y vendido en un kit adornado con el enga?oso lazo rojo del amor y de la entrega. Por ¨¦l, se renuncia a la autonom¨ªa y se entierran aspiraciones personales.
A?o tras a?o, el mismo ritual e igual o parecido balance: avanzamos, s¨ª, pero tan lento (a pesar de nuestra masiva irrupci¨®n en la vida laboral, universitaria, social y pol¨ªtica) que cada vez se hacen m¨¢s abrumadoramente evidentes las diferencias discriminatorias para con las mujeres. Nuestros salarios son notablemente inferiores en los tramos de menor nivel, moder¨¢ndose en las zonas de escala superior. Sin embargo, en esos niveles ejecutivos es donde de forma implacable se paraliza a las mujeres, desactivando su capacidad, su experiencia y creatividad, sembrando en ellas un germen de frustraci¨®n y des¨¢nimo, cuando no una autoinmolaci¨®n personal en aras de logros profesionales que le ser¨¢n escasamente reconocidos y que, excepcionalmente, le permitan romper el escalaf¨®n de una legislaci¨®n no escrita.
Ha llegado el tiempo de dejar de enga?arnos, de enfrentarnos a la autocr¨ªtica individual sin concesiones, de abandonar la coartada cultural y social. Pese a reconocer su influencia, ¨¦sta debe ser superada por el deseo comprometido con el cambio. La liberaci¨®n no es la asunci¨®n de una doble jornada laboral: privada y profesional, y mucho menos lo es la aceptaci¨®n de salarios vejatorios y contratos que deprecian la capacidad reproductora femenina como un lastre personal. Tampoco lo es la sumisi¨®n emocional que sistem¨¢ticamente relega los argumentos razonados, las decisiones meditadas, los deseos conscientemente expresados de las mujeres a la voluntad ¨²ltima del hombre, en la esfera ¨ªntima y privada. La liberaci¨®n no es, con lo que de gran avance supone, la liberalizaci¨®n de la vida sexual femenina, mientras emocionalmente se entregue sin condiciones a la tutela sentimental del hombre. La liberaci¨®n no es, solamente, el derecho constitucional de igualdad como sujetos sociales. Si deseamos no seguir enga?¨¢ndonos, no podemos, no debemos, quedar a la espera sine die, de logros jur¨ªdicos, laborales y sociales que emanen, ¨²nicamente, de la determinaci¨®n voluntariosa del Estado. ?stos, siendo necesarios y estimulantes, son insuficientes para el asentamiento de una reconocida y aut¨¦ntica igualdad de oportunidades para todos: hombres y mujeres,
Se hace imprescindible que reconozcamos cu¨¢l es el terreno donde ha de librarse la gran contienda, que no es otro que el propio hogar, donde con mayor facilidad las mujeres hacen renuncia de s¨ª mismas. El lugar donde han de derribar las propias y ajenas barreras y donde se apuntala la aceptaci¨®n de la superioridad masculina. Una superioridad, curiosamente, no ganada por derecho, sino por el azar de las g¨®nadas.
El reto es desalentador, desasosegante a veces, peligroso en otras muchas. Las fat¨ªdicas y sangrientas estad¨ªsticas lo denuncian. Las grandes diferencias no se producen en la reivindicaci¨®n de derechos laborales frente a extra?os -el empresario, el jefe inmediato, el supervisor de planta-, la madre de todas las grandes diferencias se da en la propia casa, con el compa?ero y hasta con los hijos, aunque sea dif¨ªcil aceptarlo.
Grave dilema el de las mujeres. La defensa de los derechos individuales frente a la penalizaci¨®n emocional, cuando no f¨ªsica, es el alto e injusto precio que muchas de ellas han de pagar por semejante atrevimiento. ?C¨®mo no entender lo que a veces puede parecer ambig¨¹edad? ?Existe alg¨²n otro grupo social al que se coloque en tan radical situaci¨®n?
La igualdad aut¨¦ntica no es un problema de g¨¦nero, sino un problema social que afecta a todos. Habr¨¢ que apelar de manera expl¨ªcita a la justicia masculina para la restituci¨®n de los derechos conculcados y a la fortaleza moral de las mujeres para solicitarlos all¨¢ donde le sean negados. Incluso, y sobre todo, en el propio hogar.
Rosa Sope?a es comunicadora.
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