Primavera en el Barrio Latino de Par¨ªs
Una ruta tras los pasos de Hemingway y tres jardines muy especiales en la 'rive gauche'
Par¨ªs es una fiesta que nos sigue", escribi¨® Ernest Hemingway a un amigo desde la ciudad donde vivi¨® pobre y feliz cuando era joven. Muchos a?os despu¨¦s, enfrent¨¢ndose al mismo tema, Enrique Vila-Matas escribir¨ªa un libro titulado Par¨ªs no se acaba nunca, tomando prestado del viejo Hem la frase que encabeza el ¨²ltimo cap¨ªtulo de la mejor obra que el americano dej¨® antes de morir ante el pelot¨®n de fusilamiento de s¨ª mismo. Si Hemingway convierte la ciudad en el cielo que se abre para recibir a un joven hambriento de escritura, Vila-Matas muestra c¨®mo un escritor en ciernes se las ve y se las desea para terminar su primera novela a pesar de Par¨ªs y todos sus diablos. Pero Par¨ªs es muy grande. Aqu¨ª s¨®lo hablamos del orgulloso, bohemio y sereno, del gran peque?o Par¨ªs del Quartier Latin. Una zona de la ciudad cuya atm¨®sfera permanece fiel a la memoria del Hemingway de los a?os veinte, pese a la modernidad fea y los establecimientos de comida infame.
Par¨ªs es una ciudad en la que, como dice Ernest, tener hambre es muy duro porque huele a comida en todas partes. La comida mejor que hizo Hem en su vida fue en Lipp, aparte del restaurante Michaud, donde com¨ªan los Joyce, que viv¨ªan muy cerca
Estoy hablando de la parte alta de la orilla izquierda del Sena. En un ¨¢rea que se debe recorrer a pie se concentran el bulevar Saint Germain, la Sorbona y el Museo Cluny; las iglesias m¨¢s viejas de la capital de Francia, la recogida Saint Julien le Pauvre y Saint Severin, en la Rue de Saint Jacques; calles que se encaraman colina arriba, como la Rue de Bi¨¨vre, o la elegante Soufflot, que lleva el nombre del arquitecto del soberbio edificio que la corona, el Pante¨®n; jardines para perderse en reflexiones, como el Luxemburgo y el Jardin des Plantes. Caf¨¦s, librer¨ªas, restaurantes, todav¨ªa acogen a esa gente que desprende una suerte especial de conocimiento, sensibilidad art¨ªstica o despreocupada elegancia, y que no puede encontrarse en otra ciudad. En fin, el barrio tiene tal densidad cultural que alguien que jam¨¢s haya salido del Quartier Latin puede alardear de cosmopolita. En cierto modo, Hemingway jam¨¢s abandon¨® ese rinc¨®n de Par¨ªs, aunque cazase a la sombra del Kilimanjaro, y pescase en el Caribe, y corriese los sanfermines. Su coraz¨®n permaneci¨® aqu¨ª, latiendo solo. Por eso, al final de su vida, Ernest escribi¨® Par¨ªs era una fiesta, que contiene su testamento, la confesi¨®n de haber vivido, peligrosa y deliberadamente, alguna vez en la Ville Lumi¨¨re. La cuesti¨®n es: ?qu¨¦ queda de todo eso? Para sentirlo, pues saberlo es imposible, sal¨ª un d¨ªa de invierno de la buhardilla de la Rue Soufflot donde vive mi hija, y juntos, tras estudiar el libro como quien estudia el mapa de un tesoro, fuimos tras los pasos de Hem.
Llegamos a la Rue del Cardinal Lemoine. En el n¨²mero 74 vivi¨® el americano, pero no fue su primer hogar parisiense, pues pas¨® algunos meses en el hotel Jacob et d'Anglaterre, por recomendaci¨®n de Sherwood Anderson. Dejando a la izquierda la mole del Pante¨®n, donde vale la pena entrar para rendir homenaje a Zola, Rousseau y Voltaire, al tiempo que se disfruta de una hermosa vista, nos adentramos por calles llenas de esp¨ªritus de escritores. Valery Larbaud vivi¨® en el 71 de Cardinal Lemoine. Se trata de un barrio de fachadas sin adornos, donde parece habitar una suerte de alegr¨ªa pasada que a¨²n alimenta a quienes viven all¨ª. Las subidas y bajadas de la colina refuerzan el aspecto de unidad al margen del resto de la gran urbe, como si la grandeur de otros barrios parisienses perteneciese a otro mundo. Aqu¨ª uno se siente acompa?ado y a la vez conecta con sus ra¨ªces, cualesquiera que ¨¦stas sean. Algo as¨ª le pasaba al bueno de Ernest, aquel hombre que odiaba su nombre y que afilaba su imaginaci¨®n en un caf¨¦ cercano.
Al ponerse a escribir, Hemingway necesitaba barullo, aroma a caf¨¦ cr¨¨me, el tacto pringoso del croissant. No encontramos ese local c¨¢lido que menciona, el Caf¨¦ des Amateurs, pero es igual, est¨¢ en el libro mucho m¨¢s vivo. A veces, los d¨ªas eran claros y muy fr¨ªos, como ahora, y el cielo sorprend¨ªa por su azul, en lugar del techo gris habitual del Barrio Latino.
El autor de El viejo y el mar cambi¨® al menos tres veces de domicilio durante su estancia en Par¨ªs, sin contar el hotel Jacob. En el 37 de la Rue Mouffetard muri¨® Paul Verlaine de delirium tremens, y Hem no tuvo man¨ªas en dormir all¨ª muchas noches al lado de Hadley, su mujer de aquellos a?os. Cuando viv¨ªa en este barrio, el joven de Chicago hac¨ªa siempre el mismo recorrido: pasaba por el Lyc¨¦e Henri Quatre y la iglesia de Saint Etienne du Mont, rodeaba el Pante¨®n, cruzaba el bulevar Saint Michel y caminaba a lo largo de los quais curioseando los puestos de libros viejos, que, aunque baratos, no se pod¨ªa permitir. Le¨ªa libros gracias a Sylvia Beach, y quiz¨¢ fue ella quien le ayud¨® a convertirse en escritor respetado. Sylvia le present¨® a Ezra Pound y a Fitzgerald, a Joyce y a Cendrars. La librer¨ªa Shakespeare and Company, refugio seguro de Hem, existe a¨²n en la Rue Bucherie, muy cerca del r¨ªo, si bien no es la misma que regent¨® la ¨²nica mujer que jam¨¢s se enfad¨® con Ernest. El actual propietario se llama Whitman, un comunista de la lost generation, pues lee poes¨ªa y sirve t¨¦ los domingos.
Al salir de Shakespeare and Company, mi hija y yo decidimos hacer una escapada a la otra orilla para subir a las torres de Notre Dame. S¨®lo hay una vista comparable, la del Arco del Triunfo en los Campos El¨ªseos. Las g¨¢rgolas que amaba el jorobado de V¨ªctor Hugo est¨¢n tan cerca que podemos tocarlas, y abajo ruge la ciudad insolente y bella. Una ciudad en la que, como dice Ernest, tener hambre es muy duro porque huele a comida en todas partes. La comida mejor que hizo Hem en su vida fue en Lipp, aparte del restaurante Michaud, donde com¨ªan los Joyce, que viv¨ªan muy cerca. Fue tambi¨¦n en el Michaud, ahora llamado Comptoir des Saint-P¨¨res, donde Hem almorz¨® con Fitzgerald aquel d¨ªa que el autor de El gran Gatsby estaba seriamente preocupado por una cuesti¨®n de tama?o y Ernest fue con ¨¦l al lavabo para sacarlo de dudas. Pero entremos en Lipp. Hay que ir temprano para conseguir mesa, o bien ir acompa?ado de une belle o una celebridad. Los camareros parecen profesores de filosof¨ªa de la Sorbona un tanto achispados. Se dir¨ªa que cincelan frases geniales para el Coll¨¨ge de France mientras escuchan tu elecci¨®n, siempre inadecuada. Es invierno, y sentarse en los bancos de terciopelo rojo de Lipp observando a los que entran o comen delante de ti, en otro banco, bajo los espejos -comen y beben como si hiciesen no algo necesario, sino precioso, art¨ªstico-, es el placer perfecto de la rive gauche. Una vez bien instalado, junto a alguien que amas y con quien puedes intercambiar impresiones, no saldr¨ªas nunca de Lipp.
Clases de boxeo
Restaurados por la civilisation perdu (?qu¨¦ sentido tiene hablar ahora de generaciones perdidas?) que atesora Lipp en tan poco espacio y tan bien ventilado, lleg¨® el momento de acercarnos a la Rue Notre-Dame-des-Champs, en cuyo n¨²mero 70 un Hem de 22 a?os daba clases de boxeo al inquilino, Ezra Pound. Il miglior fabro era un mal boxeador, pero en cambio daba excelentes lecciones de c¨®mo escribir, lo cual no es muy diferente a boxear. Lecciones que Ernest no pod¨ªa obtener de Gertrude Stein en el 27 de la Rue Fleurus, un apartamento lleno de c¨¦zannes y picassos, donde aprendi¨® otras cosas y se estaba caliente y le ofrec¨ªan buenos licores y conversaci¨®n. Para llegar all¨ª debemos atravesar los jardines de Luxemburgo, un remanso verde, de alamedas sin olor a comida, donde un escritor hambriento puede agudizar sus sentidos y ver mientras comprende. Como hemos almorzado bien en Lipp, s¨®lo nos apetece sentarnos en una silla ante el estanque sin hacer nada m¨¢s. Y quiz¨¢ despu¨¦s caminar por la bulliciosa Rue Vaugirard hasta la Rue Notre-Dame-des-Champs. En el n¨²mero 113 de esa calle, encima de una serrer¨ªa, vivieron los Hemingway desde 1924 hasta que los encuentros del escritor con Pauline Pfeiffer en el hotel Venetia liquidaron el matrimonio. La Patisserie Grascoeur se abre al Boulevard Montparnasse, y desde all¨ª seguimos paseando hasta la esquina con Rue de l'Observatoire, donde se encuentra la Closerie des Lilas, el caf¨¦ favorito de Ernest, en una de cuyas mesas de m¨¢rmol le gustaba beber y escribir ante la severa efigie del mariscal Ney.
El ya famoso escritor volvi¨® al lugar del crimen en agosto de 1944. Lo hizo para "liberar" sus rincones favoritos de Par¨ªs. Era corresponsal y no pod¨ªa ir armado, pero se empe?¨® en liberar caf¨¦s y restaurantes de la chusma nazi. Liber¨® el bar del hotel Ritz y luego corri¨® a buscar a Sylvia Beach en el Boulevard Saint Michel. Sigui¨® avanzando hacia Montparnasse, donde liber¨® Le N¨¨gre de Toulouse, un restaurante donde hab¨ªa comido muchas veces, y termin¨® liberando Lipp en Saint Germain, sin saber que con los a?os la brasserie acabar¨ªa siendo el ¨²ltimo reducto de una civilizaci¨®n perdida. Brindemos por el libertador. "?Qu¨¦ dir¨ªa Ernest si volviese ahora?", le pregunt¨¦ a mi hija. Y ella contest¨®: "Pues seguramente dir¨ªa que Par¨ªs es la juventud". Por eso no puede tener fin. Que contin¨²e la fiesta.
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