Construir un ej¨¦rcito republicano no fue f¨¢cil
Las nuevas investigaciones desvelan los desaf¨ªos que enfrentaron los militares leales a las instituciones
Una de las primeras v¨ªctimas del golpe de Estado de julio de 1936 fue el capit¨¢n de aviaci¨®n Virgilio Leret. Se neg¨® a obedecer a los mandos rebeldes que desataron la conjura en Melilla y cay¨® fulminado de inmediato. No hubo piedad: quienes no estaban dispuestos a secundar la rebeli¨®n eran eliminados. Por s¨®lo referirse a los cargos m¨¢s altos, entre julio de 1936 y febrero de 1937 fueron asesinados seis generales que permanecieron fieles a la Rep¨²blica: N¨²?ez de Prado, Campins, Romerales, Caridad Pita, Salcedo y Batet. Ahora que tanto se habla de la recuperaci¨®n de la memoria hist¨®rica conviene recordar que no hubo unanimidad en las filas del ej¨¦rcito. El golpe tambi¨¦n parti¨® en dos la instituci¨®n castrense.
Ahora que se habla de recuperar la memoria hist¨®rica conviene recordar que no hubo unanimidad en las filas del ej¨¦rcito. El golpe lo parti¨® en dos
El mismo 18 de julio, cuando en distintos lugares de Espa?a se impon¨ªan las fuerzas rebeldes, por una orden firmada por Casares Quiroga y Aza?a quedaron "licenciadas las tropas cuyos cuadros de mando se hayan colocado frente a la legalidad republicana". Poco despu¨¦s, otra medida, por la que quedaron "disueltas todas las unidades del ej¨¦rcito que toman parte en el movimiento insurreccional", reforzaba la anterior y produc¨ªa la dispersi¨®n de las fuerzas regulares que defend¨ªan el r¨¦gimen legal. Hab¨ªa que empezar casi de cero.
Un rudimentario Estado Mayor
"Juan Hern¨¢ndez Saravia, desde el Ministerio de Guerra, cre¨® un rudimentario Estado Mayor, puso en marcha una inspecci¨®n de milicias y llam¨® a filas a los j¨®venes que pudieran defender la Rep¨²blica", explica el historiador Gabriel Cardona, que acaba de publicar una Historia militar de la guerra civil (Flor del Viento), donde de manera did¨¢ctica intenta explicar c¨®mo se libraron las distintas batallas. "Fueron milicianos los que defendieron en los primeros momentos la Rep¨²blica. Y no es lo mismo un miliciano que un soldado. Por mucho valor que tenga, cuando empieza a llenarse de piojos, pasa hambre y se ve sobrepasado por la superioridad enemiga, pues se vuelve a casa. En un ej¨¦rcito, al soldado que quiera hacerlo, el sargento no tarda en pisarle el cuello y devolverlo a sus obligaciones".
Cuando las tropas franquistas tomaron Talavera, explica Cardona, "se hizo cada vez m¨¢s evidente entre los mandos republicanos que era necesario construir un verdadero ej¨¦rcito para enfrentarse al enemigo". De las tremendas dificultades de hacerlo, de los diferentes conflictos que enfrentaron a sus responsables sobre c¨®mo ten¨ªa que articularse, de sus medios, de sus torpezas y sus hero¨ªsmos, de todo eso, y m¨¢s, tratan los cuatro vol¨²menes de la Historia del Ej¨¦rcito Popular de la Rep¨²blica, que el historiador militar Ram¨®n Salas Larraz¨¢bal public¨® en 1973 y que acaba de recuperar La Esfera de los Libros.
Un trabajo tit¨¢nico, minucioso, documentad¨ªsimo, donde el autor confiesa de inmediato su posici¨®n: "En la guerra espa?ola opt¨¦, voluntariamente, por uno de los bandos, el vencedor, y ello me sit¨²a irrenunciablemente en un observatorio determinado ante el que se abren unas perspectivas concretas", escribe en el pr¨®logo. "Naci¨® con la voluntad de ser un libro de consulta, de referencia, algo parecido al diccionario de Mar¨ªa Moliner, pero sobre el Ej¨¦rcito Popular, que estuviera por encima de las ideolog¨ªas de quienes libraron el conflicto", explica Ignacio Salas, hijo del autor.
La exhaustiva investigaci¨®n de Ram¨®n Salas Larraz¨¢bal puede leerse, en buena medida, como un homenaje a sus enemigos (en sus p¨¢ginas destaca el profundo respeto de un caballero por sus rivales). Aunque ciertamente lo que pretendiera fuera harto complicado: demostrar que los dos bandos lucharon en igualdad de condiciones y que perdi¨® el m¨¢s torpe. "Eso es una falacia", explica Cardona. "El resultado de comparar el n¨²mero de efectivos y la cantidad de medios de ambos ej¨¦rcitos es muy discutible. No tienen la misma efectividad cien milicianos improvisados que cien aguerridos soldados, se vea por donde se vea".
M¨¢s all¨¢ de esa l¨ªnea maestra, que marca la investigaci¨®n de Salas, en el libro est¨¢n tambi¨¦n las ¨®rdenes, los planes, las discusiones y los protagonistas de ese complicado reto, el de construir un ej¨¦rcito popular. "No llegaron a conseguirlo", dice Cardona. "Siempre existi¨® entre los que lo alentaron la idea de hacer cosas que nunca terminaron de hacer. Carec¨ªan de medios. El n¨²mero de tropas suficientemente entrenadas para maniobrar era muy peque?o. Por brillantes que puedan ser las ¨®rdenes, las guerras se ganan en los campos de batalla".
Hay muchos libros que refieren c¨®mo sucedieron las cosas en ambos ej¨¦rcitos. Resulta curioso que poco despu¨¦s de que acabara el conflicto fueran sobre todo las memorias de los militares comunistas las que, por lo que respecta al bando leal, dieron cuenta del conflicto. Modesto, L¨ªster, Cord¨®n, Ciutat, Tag¨¹e?a e Hidalgo de Cisneros contaron sus vivencias y dieron su versi¨®n: que el compromiso m¨¢s fuerte con la causa leal la tuvieron ellos, que estuvieron mejor organizados, que creyeron en la disciplina, que no dudaron en sacrificarse para detener al fascismo.
Militares profesionales
El libro de Salas Larraz¨¢bal permite ver que las cosas fueron m¨¢s complejas. En la construcci¨®n del Ej¨¦rcito Popular, y, por tanto, en la guerra, tambi¨¦n intervinieron una larga lista de militares profesionales. Algunos con unas simpat¨ªas pol¨ªticas definidas y otros sin adscripci¨®n partidista alguna. Quiz¨¢ estos tiempos de ahora, m¨¢s sensibles a los matices, permitan valorar mejor su empe?o. As¨ª lo ha cre¨ªdo Manuela Aroca Mohedano, que acaba de publicar la biograf¨ªa General Hern¨¢ndez Saravia. El ayudante militar de Aza?a (Oberon), y as¨ª lo creen quienes preparan las memorias del coronel Perea o algunos, como los descendientes del coronel Juan Ayza, que mandan sus p¨¢ginas autobiogr¨¢ficas a la direcci¨®n electr¨®nica del redactor de un peri¨®dico. Toca escuchar su verdad.
"El papel de Hern¨¢ndez Saravia fue mucho m¨¢s importante para la Rep¨²blica antes de la guerra que durante la guerra", cuenta Manuela Aroca Mohedano. "Desde 1926 participa en el movimiento artillero, que considera necesario cambiar de r¨¦gimen, el de la dictadura, para democratizar el pa¨ªs. Participa en las sublevaciones para derrocar a Primo de Rivera e imponer la Rep¨²blica y, cuando ¨¦sta llega, trabaja muy cerca de Aza?a en la reforma del ej¨¦rcito".
Las medidas no gustaron a muchos militares, pero s¨ª fue celebrada por muchos pol¨ªticos. "Se trataba de democratizar el ej¨¦rcito, subordin¨¢ndolo al poder civil", explica Aroca. Muchos entendieron la medida, otros vieron amenazados sus privilegios. Cuando estos ¨²ltimos dieron el golpe, Hern¨¢ndez Saravia fue una de las figuras m¨¢s activas en los primeros meses del conflicto. "Era un destacado miembro de la UMRA (Uni¨®n Militar Republicana Antifascista), y fueron muchos militares de esta organizaci¨®n los que consiguieron frenar la sublevaci¨®n", cuenta Aroca. "Luego tuvo un destacado protagonismo en la batalla de Teruel y estuvo al frente del GERO (Grupo de Ej¨¦rcitos de la Regi¨®n Oriental). Una de sus obsesiones, cat¨®lico ferviente como era, fue la de tratar con humanidad a sus enemigos, evitar cualquier tropel¨ªa. El exilio fue terrible. Hasta 1945, nadie se acord¨® de ¨¦l y sobrevivi¨® como pudo". El libro de Aroca lo recupera ahora y cuenta sus vicisitudes a la hora de defender un r¨¦gimen legal.
"Orden, contraorden, ?desorden!"
EL ENTONCES COMANDANTE de Estado Mayor Juan Ayza (termin¨® como coronel) estaba de vacaciones en las monta?as leonesas cercanas a Asturias cuando se produjo el golpe militar. Sus memorias, Retazos de la guerra que me vi obligado a hacer, que escribi¨® en el exilio en 1940, muestran las vicisitudes de un "ferviente republicano" que asiste pasmado a la "militarada". Su primera reacci¨®n fue de confianza: no crey¨® que pudiera prosperar un pronunciamiento ante el "inmenso poder de un gobierno fuertemente asentado en la clara voluntad del pueblo". Decidi¨® volver a Madrid. A la altura de Le¨®n, se interrumpe su viaje y se pone a disposici¨®n de la autoridad competente para cumplir con su deber: defender la legalidad. Le encargan que dirija una columna que va a la capital. La visi¨®n de su "hueste" le produce un efecto terrible. Son cerca de 3.000 voluntarios, malamente vestidos y peor armados. "?Jefes? Cada uno de s¨ª mismo", explica Ayza. El caos es notable, pero la columna termina por arrancar. Zamora ha sido tomada por los rebeldes, pero cuando Ayza se dispone a preparar un ataque para recuperarla, llega un coche. Hay nuevas ¨®rdenes. Aranda se ha pasado en Oviedo al enemigo y la columna tiene que regresar a Asturias. "Vamos cayendo desde el principio en aquello de orden, contraorden, ?desorden!", escribe Ayza. Poco a poco recibe noticias de los asesinatos del enemigo, de la muerte de muchos colegas, del desastre de la guerra. Y observa: "Estos terribles hombres de la dinamita no tocaron un solo cabello de las 2.000 familias de los guardias civiles que Aranda concentr¨® en Oviedo, para exterminarlos, comenzando por degollar a aquellos de los suyos que quedaron en el recinto de la ciudad llamada m¨¢rtir por los rebeldes, que nunca lo fue m¨¢s cuando qued¨® en su poder".
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