L¨ªmites en la cualificaci¨®n docente e investigadora
Soy partidaria de alejar del debate universitario el fantasma del antagonismo entre investigaci¨®n y docencia como sujetos de la actividad acad¨¦mica de los profesores. Ambas tareas son imperativas para el profesor universitario en nuestra vigente legislaci¨®n y opino, como otros muchos, que es frecuente y factible realizar ambas tareas bien, incluso con cierta tranquilidad y mucha satisfacci¨®n. Tambi¨¦n creo que un profesor puede dedicar alternativamente su mayor esfuerzo unas veces a la docencia y otras a la investigaci¨®n. El peso relativo de ambas actividades puede variar por ¨¦pocas o en cortas etapas, dependiendo de planteamientos institucionales o personales. Sin embargo, se dice que los profesores orillan sus actividades docentes porque la investigaci¨®n les merece m¨¢s la pena. Este aspecto me merece una primera reflexi¨®n.
Entre los profesores universitarios la solvencia en la actividad investigadora, adem¨¢s de ser algo exigible, se reconoce como un m¨¦rito, que se traduce en complementos salariales discriminados y concedidos previa evaluaci¨®n peri¨®dica de la actividad realizada (sexenios y procedimientos complementarios instaurados mas recientemente en las Comunidades Aut¨®nomas). Adem¨¢s del modesto incremento salarial los sexenios se traducen en prestigio para quien los consigue.
Sin embargo, es la actividad docente, y no la investigadora, la que ha focalizado la vida universitaria. Por m¨¢s que se diga, son las horas de docencia, las que han condicionado las plantillas de profesores en todas las Universidades, y por ello el crecimiento de los grupos. Ha condicionado tambi¨¦n el mayor peso en la mayor¨ªa de las decisiones acad¨¦micas, y todav¨ªa hoy, en buena parte, as¨ª es. A¨²n as¨ª, algo ocurre que se traduce en un sentimiento arraigado en parte de la comunidad universitaria, de que la docencia no prestigia a quien la hace (supuestamente bien).
Algunos profesores, entre los que me incluyo, creen que mientras no se premie discriminadamente el esfuerzo docente de mayor calidad, la actividad no se prestigiar¨¢ como merece. Es m¨¢s, mientras no se haga repercutir la calidad de la docencia en salarios o en otro tipo de consecuencias para los profesores no habremos adelantado gran cosa. Si esto no se ha hecho ya es seguramente porque no es gratis ni sencillo; el desarrollo de un proyecto docente innovador, o simplemente bueno, resulta caro. Y esto es necesario para desarrollar un programa que vaya m¨¢s all¨¢ que plantear cada a?o la previsi¨®n de horas de clase por profesor.
Es sabido que no es posible evaluar sin una definici¨®n previa de proyectos definidos con objetivos claros. Algo as¨ª como lo que ocurre con la actividad investigadora. Pero, al contrario que en investigaci¨®n, la cultura de la evaluaci¨®n no est¨¢ a¨²n instalada en el ¨¢mbito docente. Los ensayos en marcha son encomiables y probablemente se?alan el camino a seguir pero, a lo que alcanza mi informaci¨®n, a¨²n queda mucho por hacer. Pero insisto, mientras no se haya consolidado un sistema de evaluaci¨®n que cuente con consenso la actividad docente universitaria no estar¨¢ suficientemente prestigiada. Por eso, hasta entonces, no se podr¨¢ conseguir que los profesores puedan elegir entre perfiles m¨¢s investigadores o m¨¢s docentes a la hora de definir su dedicaci¨®n o su actividad. Cosa que, por cierto, se hace en muchas universidades europeas.
Ahora vuelvo al principio para introducir una segunda reflexi¨®n. Un profesor universitario tiene que demostrar suficiencia en ambos aspectos y con ambos criterios se le ha seleccionado. Naturalmente, a lo largo de su vida acad¨¦mica y laboral tiene obligaci¨®n de mantenerse en forma en ambos aspectos a lo que ayudan las evaluaciones peri¨®dicas.
As¨ª entro en otra reflexi¨®n que est¨¢ muy implicada. Ser¨ªa ideal que todo fuera excelencia en las actividades acad¨¦micas, pero no es posible; sin embargo si es obligado es alcanzar una calidad suficiente. En docencia faltan par¨¢metros de referencia pero en investigaci¨®n se tienen. Mejorables, naturalmente, y en la mejora se esfuerza la Comisi¨®n Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora (CNEAI), pero los hay criterios, son conocidos y son los que se utilizan. Aunque a veces se pueda dar a entender que los sexenios son una v¨ªa para premiar excelencia, no es as¨ª; los sexenios no miden excelencia investigadora, sino suficiencia. Y ello porque su regulaci¨®n, el sistema de funcionamiento del ¨®rgano evaluador y los criterios de referencia est¨¢n establecidos para eso. T¨¦ngase en cuenta, adem¨¢s, que para obtener un sexenio se exigen, en seis a?os, cinco contribuciones de mayor calidad; generalmente cinco art¨ªculos cient¨ªficos, o una combinaci¨®n de hasta cinco entre art¨ªculos y patentes innovadoras o libros u obras de arte. El 70% de la Comunidad cient¨ªfica que solicita el complemento lo obtiene, total o parcialmente. Y no parece impropio que, para estar en un tribunal de selecci¨®n de profesores universitarios, la LOU pida, a profesores que suelen superar ampliamente los 20 a?os de servicio, dos sexenios. Es decir, unas diez contribuciones. No es demasiado.
Si existiera la evaluaci¨®n docente, deber¨ªa tambi¨¦n exigirse la solvencia de un profesor para realizar actividades docentes y tambi¨¦n para juzgar a quienes quieran ser futuros profesores. Pero lamentablemente no tenemos por ahora forma de medirlo y siempre es delicado asumir que un profesor es excelente, o regular, o mal docente, si no tenemos una buena vara de medir. Recu¨¦rdese que desde 1989 se contempla en la normativa la evaluaci¨®n docente que debe ser efectuada por las propias universidades.
Para terminar, creo que no conviene enmara?ar el sistema atribuyendo al esfuerzo para obtener los sexenios responsabilidades en la deficiente percepci¨®n de los m¨¦ritos docentes. La responsabilidad estar¨ªa m¨¢s bien en no evaluarlos. En mi opini¨®n no se puede mantener sensatamente que hacer una aceptable investigaci¨®n, que supere el list¨®n de la CNEAI, dificulta o impide el buen trabajo docente. Me atrevo a decir que al contrario. Esto es mi impresi¨®n.
Ana Crespo de las Casas es catedr¨¢tica de la Universidad Complutense de Madrid y coordinadora General de la Comisi¨®n Nacional Evaluadora de la Actividad Investigadora.
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