Memoria hist¨®rica y II Rep¨²blica
El pasado 14 de abril se cumpli¨® el 75? aniversario de la proclamaci¨®n de la II Rep¨²blica como sucesora de un r¨¦gimen dictatorial en v¨ªas de normalizaci¨®n que, a su vez, hab¨ªa derogado de hecho el sistema constitucional de 1876. Es preciso recordarlo, pues este dato se omite con frecuencia. La Rep¨²blica, en realidad, no suprimi¨® la Monarqu¨ªa constitucional, pues ¨¦sta ya hab¨ªa sido destruida, sino que se limit¨® a provocar la salida del Rey, que por cierto ni siquiera abdic¨®, sino que, seg¨²n se?al¨® en su mensaje de despedida, ¨²nicamente suspendi¨® sus funciones.
La Constituci¨®n de 1876, s¨ªntesis posibilista de las posturas opuestas de los moderados y liberales, hizo posible la convivencia de la gran mayor¨ªa de los espa?oles dentro de un clima de progreso y de libertades, mejorable, sin duda, pero en todo caso nada despreciable, como la posterior experiencia hist¨®rica puso de manifiesto.
La Rep¨²blica no suprimi¨® la Monarqu¨ªa constitucional, pues ¨¦sta ya hab¨ªa sido destruida
La suspensi¨®n sine die de esa Constituci¨®n fue producto de diversas causas de signo distinto; pero, en definitiva, el que rompi¨® las reglas de juego fue un conglomerado de fuerzas derechistas de signo autoritario, presididas por el general Primo de Rivera con la aquiescencia, como m¨ªnimo, del rey Alfonso XIII, entre otros fines para no hacer frente a las responsabilidades de los desastres de la guerra de Marruecos (Annual y expediente Picasso). Esta ruptura constituy¨® un grave error. La atribuci¨®n de los males nacionales, en exclusiva, a la clase pol¨ªtica, una ingenuidad. Esta fue la opini¨®n de personajes absolutamente alejados de cualquier connotaci¨®n revolucionaria, como Maura y Romanones, pronto compartida por otros; por ejemplo, Ortega y Gasset, Unamuno y Mara?¨®n.
Conviene dejar establecido que la Rep¨²blica naci¨® en una situaci¨®n especial y hered¨® todos los problemas -agrario, social, militar, religioso, territorial, etc¨¦tera- incubados en el periodo anterior y cuya soluci¨®n estaba pendiente; que no cre¨® ninguno de esos problemas, cuya agudizaci¨®n se origin¨® por la circunstancia de abordar su soluci¨®n; que su implantaci¨®n y existencia se produjo en un momento en el que Europa asist¨ªa a las crisis del liberalismo, la democracia y el capitalismo, y al crecimiento de las opciones totalitar¨ªas; que se vio rodeada de movimientos de uno u otro signo, irracionalistas, adoradores de la violencia, ut¨®picos, prof¨¦ticos y so?adores de reinos eternos que, como m¨¢ximo, aceptaban la Rep¨²blica dem¨®crata-liberal y reformista como un trampol¨ªn para sus proyectos redentores de la humanidad, la raza o la patria.
La Rep¨²blica intent¨® ordenar todos estos problemas con palabras y razones, y fue contestada con la metralla y la animadversi¨®n de los extremistas de uno u otro bando. Como es conocido, pereci¨® a manos de los sublevados y del fascismo, pero tambi¨¦n de las clases conservadoras europeas, especialmente la brit¨¢nica, y del capitalismo y el clericalismo internacional, sin que faltara la colaboraci¨®n del infantilismo izquierdista. Su fracaso fue el de todos los espa?oles de buena voluntad. Sus errores t¨¢cticos o estrat¨¦gicos y excesos (muchas veces verbales), producto, con frecuencia, de la inexperiencia o de la actitud de los adversarios, que tan pronto la acusaban de rigor represivo (Casas Viejas o la Ley de Defensa de la Rep¨²blica) como de destructora del r¨¦gimen tradicional (Estatuto de Catalu?a, reforma agraria y separaci¨®n Iglesia-Estado).
Esos errores y excesos pronto quedaron empalidecidos por los que arrasaron a Espa?a durante la revoluci¨®n, guerra y represi¨®n que siguieron al fracaso del golpe de Estado de julio de 1936.
La historia demostrar¨¢ -lo ha hecho ya o lo est¨¢ haciendo- que la Rep¨²blica poca o ninguna responsabilidad tuvo en aqu¨¦llos. Hizo todo lo posible para evitarlos en los d¨ªas inmediatos al 18 de julio, cuando todav¨ªa era factible intentarlo. Alguno de sus hombres m¨¢s representativos, Aza?a, Mart¨ªnez Barrio..., constituyeron un Gobierno moderado con ofrecimiento de importantes puestos (el Ministerio de Guerra al general Mola) a los alzados para salvar la situaci¨®n, pero sin ¨¦xito. Despu¨¦s se organiz¨® la de Dios es Cristo.
Ahora, al cabo de mucho tiempo, el presidente del Gobierno manifiesta que estamos en deuda con la Rep¨²blica en su intento de modernizaci¨®n de Espa?a y que en breve ser¨¢ presentado un proyecto de ley de reconocimiento y reparaci¨®n de los que combatieron de buena fe en favor de sus ideales. Tiene m¨¢s raz¨®n que un santo. Otra cosa es que se la den.
?En qu¨¦ dicen fundamentar su actitud los que se oponen a ese objetivo gubernamental? Argumentan que esa pretensi¨®n reabrir¨¢ las heridas del pasado y que es contraria al pacto de silencio y olvido alcanzado durante la transici¨®n.
No se trata (ser¨ªa enojoso) de pasar cuentas ahora ni de hacer reproches (resultar¨ªa perturbador), tampoco de un retorno al pasado, y menos a¨²n de una revancha. Estamos ante un resurgimiento de los valores morales y pol¨ªticos de la Rep¨²blica, hasta el punto de que muchos de ellos ya han adquirido valor normativo. Estos valores son los que, en buena medida, fundan la ley moral de la actual sociedad espa?ola. Sin embargo, s¨ª es el momento de plantearse con honestidad algunas preguntas; por ejemplo, ?es hora ya de que a las personas que fueron sancionadas en virtud de leyes de excepci¨®n y en procesos especiales celebrados en circunstancias extraordinarias se les conceda la oportunidad de revisarlos?, ?ha llegado el momento de que las familias puedan recuperar los restos de quienes fueron v¨ªctimas de sucesos relacionados con la Guerra Civil para que reposen en lugares adecuados y con la dignidad merecida?
De la respuesta que se d¨¦ a estos interrogantes dependen muchas cosas. Entre ellas, el cierre definitivo de los efectos de la Guerra Civil, ?o es que todav¨ªa, transcurridos 70 a?os despu¨¦s de haber sido pronunciadas aquellas hermosas palabras de "paz, piedad y perd¨®n", no somos capaces de hacerlas nuestras?
No olvidar la Guerra Civil ser¨ªa suicida. Olvidar a sus v¨ªctimas ser¨ªa injusto. Son dos cuestiones distintas, aunque algunos las confundan o lo pretendan. Esto, no.
?ngel Garc¨ªa Fontanet es presidente de la Fundaci¨®n Pi i Sunyer.
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