Autorretratos del suburbio
Nairobi, Mumbai, Yakarta y Belgrado. Cuatro ciudades y cuatro de sus suburbios m¨¢s degradados e inaccesibles. Sus j¨®venes habitantes se convierten en reporteros por primera vez y retratan su mundo con c¨¢maras de usar y tirar. El resultado: unas im¨¢genes con una mirada emocionante y sincera
La visi¨®n directa no es siempre la mejor. El concepto tiene una ilustraci¨®n sugerente en el mito de Perseo, el h¨¦roe que acab¨® con la monstruosa medusa Gorgona, que convert¨ªa en piedra a cualquiera que se atreviese a mirarla de frente. Perseo pudo degollar a la medusa acerc¨¢ndose a ella con sandalias aladas y mir¨¢ndola a trav¨¦s del escudo. Su ejemplo parece ser el alma del proyecto Bidonville Cities, una galer¨ªa de instant¨¢neas de barrios chabolistas de Nairobi, Mumbai, Yakarta y Belgrado tomadas con c¨¢maras de usar y tirar por decenas de excepcionales fotorreporteros: chicos y chicas de los propios barrios retratados. Reporteros extraordinarios por no haber tenido en su vida, antes, una c¨¢mara entre sus manos y por la vertiginosa belleza, emotividad y originalidad de muchas de sus fotos. Que ven lo que dif¨ªcilmente podr¨ªan ver ojos de fuera.
Matteucci: "Sus fotos nos ofrecen un acceso de extraordinaria intimidad a sus mundos"
"Algunos suburbios son tan terribles que llegas a entender por qu¨¦ hay que esnifar pegamento"
"En las calles del gueto el tiempo no se mueve, porque todo se repite igual. El hambre, el fr¨ªo, las palizas"
"Un fot¨®grafo profesional no podr¨ªa retratar esos mundos con la misma intimidad, si no con un esfuerzo de a?os", reflexiona Giuliano Matteucci (Roma, 1976), el fot¨®grafo italiano que ha ideado y desarrolla Bidonville Cities. Y en todo caso, muy dif¨ªcilmente podr¨ªa despojarse de sus juicios y prejuicios morales. En cambio, estas fotos tienen la virtud de la absoluta cercan¨ªa y espontaneidad de una mirada interna y sin intenciones. Im¨¢genes que no tienen la ambici¨®n de denunciar o emocionar. Y que, por ello mismo, lo logran de forma contundente. "Y adem¨¢s de su valor social-antropol¨®gico, yo creo que tienen uno art¨ªstico per se", a?ade Matteucci.
Bidonville Cities es un autorretrato de la tragedia de la urbanizaci¨®n de la pobreza. Tragedia masiva que, seg¨²n UN-Habitat, la agencia de Naciones Unidas para los asentamientos humanos, afecta ya a m¨¢s de 1.000 millones de personas que actualmente viven en chabolas. En el a?o 1990 eran 720 millones; con esta progresi¨®n alcanzar¨¢n los 1.500 en 2020. Una tragedia enorme y pr¨¢cticamente sin fronteras. "Pero de segunda categor¨ªa", observa Matteucci, "ya que no se trata de una emergencia. No es un tsunami, no es noticia". Y no hay estrellas de Hollywood en la televisi¨®n pidiendo dinero para hacer algo.
Bidonville Cities, un proyecto todav¨ªa en desarrollo y que cuenta con el apoyo del Ayuntamiento de Roma, funciona de la siguiente manera: Matteucci elige una ciudad, un barrio, unos j¨®venes -"los j¨®venes son la inmensa mayor¨ªa en un suburbio; tienen que ser ellos los protagonistas"-. Se presenta, solo a ser posible -"creo que ellos valoran que te presentes solo, como eres, que te expongas, de igual a igual"-, y ofrece el trato. "Lo propongo como un juego. Yo les doy las c¨¢maras de usar y tirar. Ellos hacen las fotos que les da la gana y tienen que devolverme los aparatos. Quiero que hagan lo que quieran, lo que sientan. Les digo que todo vale, quiero que vayan y retraten sus vidas en libertad", explica. "Si intentara ense?arles a manejar las c¨¢maras ser¨ªan s¨®lo malos fot¨®grafos? As¨ª, en cambio, son mucho m¨¢s que eso? Sus fotos tienen una frescura y una espontaneidad absolutas. Nos ofrecen un acceso privilegiado y de extraordinaria intimidad a sus mundos. Y a ellos, la posibilidad de expresarse, de ser concientes de s¨ª mismos". Luego, los chicos se quedar¨¢n con las fotos y Matteucci con los negativos. "Es significativo que de los centenares de c¨¢maras que he entregado, s¨®lo dos no me han devuelto. Podr¨ªan venderlas, ganarse unas comidas calientes? Pero no, el poder de la fotograf¨ªa, la necesidad de expresarse y jugar es m¨¢s fuerte. En cualquier sitio en el mundo, cuando entras en una chabola, hay alguna foto colgada".
Con las estampas, Matteucci entrega otra c¨¢mara. Otra ronda. "Insisto con los mismos, porque me he dado cuenta de que el primer carrete se agota con im¨¢genes de amigos y familiares? A medida que voy entregando m¨¢s c¨¢maras, la mirada se abre. Empiezan a buscar alrededor. Es cuando salen las mejores fotos. Muchos de los chicos que he conocido tienen talentos deslumbrantes. Como si sus vidas penosas les estimulara o hasta obligara a desarrollar la fantas¨ªa".
Hasta el caso excepcional de Peter Ngich, un chico de 18 a?os de Nairobi, que se tom¨® el asunto con tal seriedad que decidi¨® documentar la vida de su barrio como un profesional, no s¨®lo con fotos sino tambi¨¦n con entrevistas y un diario. Los extractos de ese diario de Peter -publicados en Italia por la editorial Giunti con el t¨ªtulo The black Pinocchio (El Pinocho negro)- son escalofriantes: "Te levantas al amanecer. Te limpias la cara con el agua del canal. Te calientas un poco delante de un fuego y luego sales a buscar algo. Andas todo el d¨ªa sin pensar: la ruta es siempre la misma. Atraviesas el mercado. Alcanzas el vertedero. Esperas los camiones. Si no encuentras comida, recoges metales. Huesos que huelen tanto como valen. Pl¨¢stico, papel. Te vas, cruzas el ferrocarril hacia el ropavejero. Si tienes suerte, vuelves a casa con algo de dinero y un bote de pegamento".
"La realidad de los barrios de chabolas es tan heterog¨¦nea que es muy dif¨ªcil hasta definir un concepto com¨²n", reflexiona Carles Carreras, catedr¨¢tico del Departamento de Geograf¨ªa Humana de la Universidad de Barcelona y experto en la materia. "De ah¨ª que para este tipo de problema no es posible formular soluciones universales. S¨®lo el trabajo cercano, sobre el territorio, puede dar resultados".
"Los barrios chabolistas difieren radicalmente unos de otros, incluso en la misma ciudad", coincide Matteucci. "Algunos son tan terribles que es imposible incluso dormir, por el hambre, el fr¨ªo, el miedo, la falta absoluta de cualquier tipo de confort. Llegas a entender por qu¨¦ hay que esnifar pegamento? El cuerpo necesita abandonarse para descansar un poco. Otros, en cambio, normalmente los m¨¢s viejos y que han tenido tiempo para asentarse y estructurar un m¨ªnimo de servicios b¨¢sicos, son algo m¨¢s vivibles".
Kawangware, el barrio de Peter, en Nairobi, pertenece a la primera categor¨ªa. En su diario lo describe as¨ª: "En la calle no hay relojes. Pero si los hubiese, marcar¨ªan la hora cero. En la calle tienes todo el tiempo que quieres, no hay nadie que te diga lo que tienes que hacer. Andas cuando, como y donde te da la gana. En la calle el tiempo no se mueve, porque las cosas se repiten iguales. El hambre, el fr¨ªo, las palizas, las enfermedades. Las calles del gueto quedan fuera de horario. La hora se hace importante s¨®lo cuando logras robar un reloj".
La mejora de barrios como Kawangware puede ser, al contrario de lo que se podr¨ªa superficialmente pensar, una soluci¨®n mejor que el derribo y el realojo en estructuras nuevas. "Puede parecer una paradoja, pero favelas y suburbios que se hayan asentado, se hayan reformado y que tengan las infraestructuras fundamentales para una vida digna pueden tener una calidad de vida superior a la de algunos pol¨ªgonos de viviendas monstruosos", argumenta Carreras. "En una favela, las relaciones sociales son mucho m¨¢s estrechas, surge una red de solidaridad que hace la vida menos alienante. La relaci¨®n con una naturaleza m¨¢s cercana y m¨¢s libre, que no tiene por qu¨¦ ser siempre hostil, tambi¨¦n es un factor positivo. En cambio, el traslado a un cierto tipo de urbanizaci¨®n lo ¨²nico que produce es un corte de relaciones que nunca llegar¨¢ a sustituirse con otras". Incluso en pa¨ªses como Francia, indica Carreras, donde las barriadas tienen un nivel de calidad medio superior al de muchos pa¨ªses, han sido "caldo de cultivo de un malestar preocupante, como se ha visto en las revueltas de los ¨²ltimos meses".
"Con eso no quiero decir que la soluci¨®n tenga siempre que seguir esa l¨ªnea. Hay que acercarse a los casos concretos, estudiarlos en su individualidad", reflexiona. "Pero la verdad es que no nos interesa mucho estudiar a los pobres. Vivimos bajo la gran idea de progreso y, de forma consciente o no, pensamos que la t¨¦cnica, la ciudad, resolver¨¢n los problemas? que eso es algo temporal, provisional. Es la ideolog¨ªa del progreso. Pero la t¨¦cnica no resuelve los problemas sociales. Puede ayudar, pero no resuelve. La soluci¨®n pasa por medidas y miradas cercanas".
Como las que retratan en estas p¨¢ginas los j¨®venes de Yakarta, con su vida partida por el ferrocarril. "Cada ocho minutos, de media, pasa uno. Con su nube de polvo. Peligros¨ªsimo. La densidad de las barracas es tal que las v¨ªas son el ¨²nico espacio libre", cuenta Matteucci. "All¨ª se encuentra la gente de los dos lados, juegan los ni?os, hay hasta beb¨¦s gateando. La llegada del tren corre con las voces, se recogen cosas, mercanc¨ªas, ni?os, todo a salvo? Pasa el tren y todo vuelve, durante otros ocho minutos". Una y otra vez.
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