Un hogar en la marquesina
Quince personas 'sin techo' pasan la vida en una de las paradas de autob¨²s de la plaza de Tirso de Molina
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Las intermitencias de sus vidas las marcan las puertas de los autobuses que se abren y se cierran ante sus ojos. Cada d¨ªa, hasta 15 indigentes que viven en los alrededores de la c¨¦ntrica plaza de Tirso de Molina pasan las horas charlando, fumando y bebiendo cerveza sentados en una de las marquesinas de la EMT. Como esperando a Godot. Los autobuses pasan, pero ellos permanecen. Los vecinos y algunos comercios de la zona conviven con verdadero hast¨ªo con la situaci¨®n. Pero ellos no piensan moverse. Es su barrio y, dicen, no tienen otro sitio a donde ir.
A las doce del mediod¨ªa, cinco indigentes conversan con una lata de cerveza en la mano en la parada de autob¨²s. Son Juan Carlos, Sara, Lolo, Mohamed y Lorenzo. Bajo un sol de justicia hablan con los ojos entornados. Llevan consigo todos sus b¨¢rtulos. Latas, mantas y poca ropa, muy poca. En una bolsa guardan siete pi?as. "Las han tirado a la basura los del supermercado, pero m¨ªralas, esto no es basura", dice Sara ?lvarez, de 38 a?os, gordita y con aspecto saludable. Las pi?as no parecen malas. "Luego las vendemos en el mercado de la Cebada", a?ade.
"Somos el resultado de algo que no funciona bien en este pa¨ªs", se queja Sara
Los vecinos recogen firmas pidiendo que el Ayuntamiento evite la degradaci¨®n de la zona
La plaza de Tirso de Molina ha sido durante a?os lugar de encuentro, ocio y albergue de un nutrido grupo de indigentes. Pero desde el pasado agosto las obras de construcci¨®n del futuro mercado de las flores, que costar¨¢ 2,3 millones de euros -sin contar los puestos de flores, que supondr¨¢n unos 700.000 euros m¨¢s- y que estaba previsto que fuese inaugurada el pr¨®ximo verano, ha desplazado sus vidas a las calles aleda?as. "Hasta hace poco todav¨ªa dorm¨ªamos dentro de la plaza, pero nos enfadamos con los obreros y ya no nos dejan quedar", explica Juan Carlos Rojas, de 38 a?os y uno de los m¨¢s veteranos en la zona. Los obreros, m¨¢s que por un enfado, alegan que "alguna m¨¢quina podr¨ªa hacerles da?o".
Los vecinos de la zona est¨¢n hartos. Se quejan de la suciedad y del aspecto de degradaci¨®n de la calle. Algunos han empezado a recoger firmas para que el Ayuntamiento tome medidas. "No es que den problemas ni que tengamos miedo de los indigentes, porque no son violentos, pero es desagradable encontrarse con toda esa suciedad cada ma?ana", explica Pedro Garc¨ªa, uno de los vecinos del inmueble de enfrente a la marquesina. "Pero esto no tiene soluci¨®n. Sacarlos de aqu¨ª ser¨ªa s¨®lo desplazar el problema a otra zona", confiesa resignado.
Sobre las ocho y media de la ma?ana, unos operarios del Ayuntamiento limpian la parada de autob¨²s que, en tan s¨®lo 24 horas, se queda llena de basura. Enfrente de la marquesina hay un supermercado. "Muchos roban comida y la revenden justo en la puerta. Aunque otros pagan lo que se llevan, casi siempre vino", explica Ana Mar¨ªa, la encargada de seguridad del supermercado Lidl. En ese momento una se?ora alerta a la vigilante del establecimiento de que alguien estaba robando en el fondo del local. "Ya, se?ora, pero es que no damos abasto, roban tanto...", arguye la vigilante. Fuentes policiales, sin embargo, aseguran que el nivel de delincuencia que presenta el grupo de indigentes de Tirso de Molina es "m¨ªnimo".
La vida de estas personas transcurre en un radio de 100 metros. "Cuando hace calor nos vamos de la marquesina a la acera de enfrente, que tiene un poco m¨¢s de sombra", explica Sara. "Pero alg¨²n vecino alguna vez nos ha tirado cubos de agua con lej¨ªa", dice indignada. La gente cree que estamos en la calle porque queremos", explica poni¨¦ndose seria antes de comenzar un discurso sobre la carest¨ªa de la vivienda. "Somos el resultado de algo que no funciona bien en este pa¨ªs", concluye.
Sara vive en la calle desde 2003. Estaba enganchada a la hero¨ªna. "Me quit¨¦ a pelo, sin ayuda de nadie", presume. Perdi¨® la vivienda y se vio dando tumbos de pensi¨®n en pensi¨®n. "Hace unos meses pagu¨¦ el alquiler y la fianza de una habitaci¨®n, pero luego no me la dieron. Me timaron 700 euros.", explica. Cada cierto tiempo se va con Mohammed a "trabajar a Castilla, al campo". Duerme en la calle y se apa?a como puede. De vez en cuando encuentra alg¨²n lugar para ducharse. "Hace poco fui a los ba?os del mercado de la Cebada, que tienen agua caliente, y el de seguridad me sac¨® a golpes", denuncia.
En una hora se va con el resto al comedor social de la cercana calle de Mes¨®n de Paredes. "Dan una comida que apesta, pero es lo que hay", explica con cara de asco. Desayunan en el comedor Ave Mar¨ªa, en la calle del Doctor Cortezo, al lado de los cines Ideal. Llegada la noche, el Ayuntamiento asegura que suele ofrecerles una cama en alg¨²n albergue municipal. Pero la mayor¨ªa de los indigentes termina el d¨ªa durmiendo a la intemperie, siempre a escasos metros de la marquesina de la plaza de Tirso de Molina.
Cuando el Consistorio comenz¨® la remodelaci¨®n de la plaza, el alcalde, Alberto Ruiz-Gallard¨®n, y la concejal de Medio Ambiente, Paz Gonz¨¢lez, se mostraron esperanzados de que los sin techo buscar¨ªan "un entorno con menos vida". Pero no hablaron de ning¨²n plan espec¨ªfico. "?Cuando acaben la reforma? La inauguraremos", responde Juan Carlos en tono sarc¨¢stico. "Si no podemos dormir aqu¨ª, pues nos quedamos despiertos", insiste.
Ahora, varios meses despu¨¦s, y con los mismos actores de la marginalidad esperando autobuses que nunca llegan, el Ayuntamiento admite que sigue sin tener ninguna idea especial sobre el asunto. "Todas estas personas est¨¢n controladas, pero no puede sacarse de la calle a quien no quiere", alegan fuentes municipales.
El Rojas, como le conoce la polic¨ªa, naci¨® en Cascorro hace 34 a?os. "Soy del barrio; todo el mundo me conoce. Pregunta por ah¨ª", insiste. Sus mejillas enjutas sorben hacia dentro todo un rostro consumido por la hero¨ªna. Son muchos viajes en cunda "a ligar caballo" al poblado de Pitis. Se queja de que la polic¨ªa siempre le pide cuentas a ¨¦l de todo. "Mira lo que me han hecho", dice. Se levanta la camiseta y muestra la espalda llena de moratones y heridas. Los viajeros que esperan el autob¨²s en la misma marquesina contemplan la secuencia de reojo. El Rojas sigue con sus historias, pero Lolo le interrumpe: "?Sabes que esta plaza hace mucho era un vi?edo?", pregunta haciendo gala de su sabidur¨ªa.
En ese momento llegan varios polic¨ªas nacionales. Piden la documentaci¨®n a todos los que est¨¢n en la marquesina. Todo en regla. Vuelven a sus motos y se marchan. "Siempre hacen lo mismo. Pero no estamos haciendo nada ilegal", proclama Lolo con aburrimiento.
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