?Y t¨² de qui¨¦n eres?
Nuestro concepto de clasificaci¨®n insiste en la dicotom¨ªa. Hemisferio norte y hemisferio sur, rubias y morenas: bipartici¨®n. Igual que a Terencio, rizando el rizo de la prosopopeya, nada de lo humano es ajeno a la Feria de C¨®rdoba, que genera su propio listado de versus: d¨ªas laborables frente al fin de semana -y su visita de La Gente de Los Pueblos-, adeptos al flamenqu¨ªn contra el perrito de salchichas Crismona... Caseta tradicional o discocaseta. La dualidad mayor trae de cabeza a las altas esferas: por una parte, la caseta de toda la vida, con sus sevillanas de fondo, su familia, ese ni?o aplacando el llanto con pinchos morunos o de tortilla, esas tres generaciones de mujeres cordobesas con flor y melena azabache; y, por otra, la discocaseta, ¨¦xito latino y/o bacalaero de turno, con sus gorilas en la puerta, sus calimochos, su sudor, sus decibelios. La comisi¨®n de Feria, compuesta por representantes del Ayuntamiento, la Federaci¨®n de Pe?as y la Asociaci¨®n de Vecinos Al-Zahara, ha debido lidiar no s¨®lo con la tensi¨®n entre huevo y casta?a, sino con la indignaci¨®n de la Asociaci¨®n de Casetas Tradicionales, trece colectivos que reivindican una celebraci¨®n casi extinguida de guitarra flamenca y tapita.
Ir a la Feria andando permite contemplar los primeros puestos e interactuar con las primeras polillas. La portada es, como todo en C¨®rdoba cuando nos ponemos chulos, desproporcionada, y las atracciones no presentan novedades destacables: mismas ranitas y suced¨¢neos, mismos gritos cuando una cabina gira y mismos rostros, pero ya sin padres con el alma en vilo. Hugh Hefner morir¨ªa de felicidad en El Arenal al comprobar que el logo de su imperio es el hit por el que muchos renuncian a un cacharro -o cacharrito- e inauguran la moda que nos torturar¨¢ en verano. La hipoteca de los padres, t¨®mbola mediante, opta -sin embargo- por una micromoto. Estilistas, venid: madres con faralaes a juego del de las hijas, se?oras con improvisados atuendos filoflamencos -falda de lunares y toquilla cual mant¨®n- y, de nuevo dualidad, j¨®venes con sombreros gavilanes, barrigas al aire, rabillos de m¨¢s. ?No quer¨ªan tres culturas? Aqu¨ª las tienen, y al cuadrado.
Avanzamos hacia las casetas por la Calle de Enmedio, buscando el combate entre Los Romeros de La Puebla y El Koala. La primera canci¨®n que identificamos -con milagrosa nitidez- es Baila mi ritmo, cl¨¢sico que es a la pachanga lo que La Marsellesa al deporte. El gazpacho musical aumenta conforme avanzamos: de Lorna a unas sevillanas para sentirte peonza, al ¨²ltimo ¨¦xito del Arrebato, a Xuxa, que permite que la familia que se descoyunta unida, juntita permanezca. ?Y t¨² de qui¨¦n eres? ?Tradicional o de tuntump¨¢? La Feria de C¨®rdoba, moderna como ella sola, tolera la ambig¨¹edad: algunos adoptan la esquizofrenia como gu¨ªa atmosf¨¦rica, oscilando entre los ¨¦xitos de veranos pret¨¦ritos y las sevillanas de m¨¢s rabiosa actualidad. Sincretismo.
Enmedio arriba, Enmedio abajo, tipos con amplia espalda -y escasa apariencia de pe?istas o cofrades- custodian algunas casetas. Me enfado como se enfadan quienes pagan el pato y diez euros por una raci¨®n de calamares. La Feria de C¨®rdoba es abierta, desde luego, y en pocos festejos el visitante se encontrar¨¢ m¨¢s c¨®modo, pero hablar con algunos adolescentes es llorar. Algunas casetas no les dejan pasar juzgando su ropa -?qu¨¦ cantar¨ªan El Canto del Loco por la Calle Guadalquivir?-, aduciendo un falso lleno -su presupuesto es limitado, consumen poco y no conviene que ocupen sitio- o primando incluso, de la manera m¨¢s repugnante, como si de una discoteca poligonera se tratase, a chicas frente a chicos. Representan una minor¨ªa absoluta, s¨ª, pero afectan a la imagen de nuestra Feria y deben castigarse.
En busca de la caseta perdida: o, al menos, de una que combine buenos precios y m¨²sica aceptable. Paseamos, escuchamos, nos decidimos: entramos. Nos ponemos en cola para comprar un ticket y beber algo: en C¨®rdoba el tiempo se mide por cinco minutos. Nos cansamos en un rato y reanudamos nuestro periplo. Tras bailoteos varios en casetas varias, comprobamos que el reloj del m¨®vil marca poco m¨¢s de las tres y diez de la madrugada. El pelo reciclado en estropajo, la garganta revestida de albero, las lentillas tapizadas de amarillo, los mocos que ya surgen del color de la tierra: hora de volver a casa. El taxi implica una hora m¨¢s en El Arenal; subimos al autob¨²s. Y la espera mientras se llena regala la imagen m¨¢s certera no s¨®lo de esta fiesta, sino de la ciudad que la acoge: con el autob¨²s vac¨ªo, con los asientos ocupados pero espacio para que diez o quince personas m¨¢s viajen de pie y sin agobios, debemos esperar cinco minutos sin que nadie se monte -treinta personas inm¨®viles, de brazos cruzados, en el exterior- porque todos quieren ir sentados. El conductor arranca, harto. As¨ª es C¨®rdoba: c¨®moda e indolente. Pero tambi¨¦n, y lo demuestra en El Arenal a?o tras a?o, alegre, acogedora, empe?ada en la divisi¨®n para alcanzar, en el fondo, un mismo objetivo: disfrutar.
Elena Medel es autora de Mi primer bikini, Premio Andaluc¨ªa Joven, 200.
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