Historia de n¨¢ufragos
En febrero de 2003, el pesquero gallego Naboeiro navegaba a 120 millas al sur de Gran Canaria. El patr¨®n divis¨® un "bulto extra?o". Fue una causalidad. El d¨ªa estaba flojo y hab¨ªan decidido ir a faenar a una zona que no era la habitual. Enfoc¨® con los prism¨¢ticos y vio una patera con varias personas que parec¨ªan casi muertas. El patr¨®n avis¨® a la radio costera, que notific¨® el hallazgo a Salvamento Mar¨ªtimo. Se trataba de un grupo de 18 inmigrantes que llevaban 14 d¨ªas a la deriva, seg¨²n el relato de un superviviente. Hac¨ªa una semana que ya no ten¨ªan agua ni nada que comer. El equipo de rescate salv¨® a los seis inmigrantes que quedaban en la patera, los otros 12 hab¨ªan sido echados al mar seg¨²n iban muriendo. El primer guardia civil que baj¨® hasta la chalupa descubri¨® que los n¨¢ufragos hab¨ªan ro¨ªdo los bordes de la barca para chupar la madera e intentar calmar la sed. La doctora que descendi¨® del helic¨®ptero para atenderlos pens¨® que hab¨ªa llegado "a un t¨²nel en penumbra". Los n¨¢ufragos estaban tirados en el suelo, encogidos bajo las mantas o recostados contra la pared. No se sab¨ªa d¨®nde terminaba el cuerpo de uno y empezaba el de otro. Sus miradas eran de terror, de desconfianza. Los que consegu¨ªan mirar, ya que otros no pod¨ªan ni abrir los ojos.
Hace unos d¨ªas, el descubrimiento fue al este de las Barbados, en el Caribe. All¨ª era localizado un yate a la deriva con los cad¨¢veres de 11 inmigrantes africanos. Hab¨ªan salido de Senegal, con la intenci¨®n de alcanzar la costa de Brasil. Los cuerpos estaban momificados. Hab¨ªan sufrido lo que se denomina saponificaci¨®n. Se trata de un cambio f¨ªsico de la grasa corporal que, por medio de la hidr¨®lisis, se convierte en un compuesto ceroso similar al jab¨®n. A medida que los cuerpos pierden l¨ªquido va desapareciendo la piel, suelta la grasa al exterior y ¨¦sta se fusiona con la ropa. En apenas una semana, las v¨ªsceras se descomponen hasta convertirse en una pasta, de ah¨ª que cuando los cad¨¢veres fueron descubiertos esta mezcla era lo ¨²nico que cubr¨ªa los cuerpos. El proceso de momificaci¨®n hab¨ªa paralizado la putrefacci¨®n.
Ambas cr¨®nicas del horror forman parte de sendos reportajes publicados por este peri¨®dico con un intervalo de tres a?os. No es ficci¨®n. Tampoco un problema que se haya trasladado a Gran Canaria y que sustituye al que ten¨ªamos antes en el Estrecho. Es mentira que hayan desaparecido las pateras para reconvertirse ahora en cayucos. Ambas embarcaciones forman ya parte de la historia universal de la infamia, en el cap¨ªtulo dedicado al mar y al lado de los antiguos barcos negreros. Los n¨¢ufragos de ahora ya no tienen quien les escriba. No hay desaparecidos en el mar como Luis Alejandro Velasco, el protagonista del relato de Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez que "fue proclamado h¨¦roe en su patria, besado por reinas de la belleza y hecho rico por la publicidad". La tragedia de la inmigraci¨®n se consuma ahora sin testigos. Y sus historias, por reiteradas y cotidianas, apenas interesan. Salvo cuando la suma de cad¨¢veres se hace insoportable. Los africanos se mueren de sed, hambre o guerra en sus respectivos pa¨ªses, y los que logran huir, fallecen como n¨¢ufragos sin arribar al continente del tesoro. Los occidentales hemos alcanzado la ni?ez buscando en la playa el mensaje de un n¨¢ufrago en una botella, pero llegamos a la madurez encontrando directamente el cad¨¢ver del n¨¢ufrago en la arena. Hemos pasado del reino de fantas¨ªa al de la cruda realidad sin levantarnos de la hamaca de la playa.
As¨ª es la historia real de los n¨¢ufragos de hoy. Distinta por completo a la del n¨¢ufrago de Garc¨ªa M¨¢rquez. Los de ahora tambi¨¦n van a la deriva, en una patera sin comida ni agua. Normalmente se mueren, pero a veces son rescatados. Nadie, sin embargo, les trata como h¨¦roes. Son ilegales, llevados a un centro de internamiento y aborrecidos por los gobiernos -el suyo, y el nuestro-. A veces llegan a ser culpados del incremento de la delincuencia del pa¨ªs al que llegan, y expulsados luego para siempre, tras ser condenados a cien a?os de soledad y a otros cien m¨¢s de indiferencia.
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