Un respiro para Irak
En un pa¨ªs que como Irak es fuente inagotable de malas noticias se han producido simult¨¢neamente dos acontecimientos que suponen una bocanada de ox¨ªgeno para los planes de Estados Unidos y del Gobierno iraqu¨ª. Una es la muerte en un ataque a¨¦reo estadounidense del hiperterrorista Abu Musab al Zarqaui, jefe de Al Qaeda en Irak y uno de los hombres m¨¢s buscados del planeta. La otra, que por fin el primer ministro ha sido capaz de cubrir, casi seis meses despu¨¦s de las elecciones, las dos vacantes cruciales de su Gobierno, Defensa e Interior. Pronto se ver¨¢ si la combinaci¨®n de ambos factores es capaz de aliviar en algo la cr¨ªtica situaci¨®n del pa¨ªs ¨¢rabe en guerra.
La eliminaci¨®n de Al Zarqaui, junto con un pu?ado de sus ac¨®litos, es el mayor ¨¦xito individual conseguido por Bush en sus casi cinco a?os de lucha contra el terrorismo islamista. Probablemente, el quintaesencial asesino jordano instalado en Irak ten¨ªa m¨¢s fama de la estrictamente merecida por su condici¨®n de carnicero y bendecido vicario local de Osama Bin Laden. A ella no ha sido ajeno su manejo de la propaganda electr¨®nica. En un Irak donde se difumina por momentos la diferencia entre resistencia y terrorismo qu¨ªmicamente puro, representaba la ¨²nica cabeza conocida internacionalmente y relevante de la hidra.
El protagonismo de Al Zarqaui en algunos de los atentados m¨¢s sanguinarios cometidos durante a?os en Irak resulta indiscutible. El personaje hab¨ªa conseguido traspasar con ¨¦xito la frontera entre el ataque a las fuerzas ocupantes y sus colaboradores internos y la bomba indiscriminada o destinada a los chi¨ªes. Al Zarqaui declaraba a trav¨¦s de Internet, a finales del a?o pasado, que su organizaci¨®n hab¨ªa declarado la guerra contra los chi¨ªes, sus enemigos a ultranza junto con cruzados y jud¨ªos. Su esfuerzo por ahondar las tensiones entre los dos credos mayoritarios ha pagado dividendos. La mayor parte de la violencia brutal que padece Irak es ahora de origen sectario.
El tiempo dilucidar¨¢ si es m¨¢s peligroso un Al Zarqaui erigido en s¨ªmbolo por haber conseguido finalmente el martirio al que aspira todo yihadista. Ser¨ªa ingenuo considerar que su muerte vaya a alterar sustancialmente la voluntad de los numerosos grupos de fan¨¢ticos dedicados a matar en Irak, como lo prueba el rosario de bombas que ayer asol¨® Bagdad. Pero no cabe duda de que la desaparici¨®n del hombre que hace s¨®lo dos meses condenaba por democratizador la totalidad del proceso pol¨ªtico del pa¨ªs ¨¢rabe debe servir para afianzar el programa de seguridad del Gobierno de coalici¨®n que preside Nuri al Maliki.
La aprobaci¨®n parlamentaria, por fin, de los designados por el primer ministro para ocupar las dos carteras decisivas todav¨ªa vacantes, Defensa e Interior -un sun¨ª dirigir¨¢ el ej¨¦rcito y un chi¨ª la polic¨ªa-, deber¨ªa dar alas a un Gabinete balbuciente. Sin una reforma a fondo de las fuerzas de seguridad, infiltradas por pistoleros de toda laya, y una urgente modernizaci¨®n y puesta a punto de los militares, Al Maliki carecer¨¢ de poder para detener la deriva iraqu¨ª hacia la guerra civil. Con o sin Al Zarqaui.
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