Sue?os que matan y muros in¨²tiles
Cada vez empiezan su tr¨¢gico viaje desde m¨¢s abajo. Primero fue Marruecos, luego Mauritania, ahora Senegal. Cuanto m¨¢s lejos botan las pateras, m¨¢s posibilidades de morir. Mientras tanto, nosotros levantamos vallas, ponemos patrulleras, reclamamos la presencia de la Armada, pedimos a la Uni¨®n Europea que haga algo. Pero todos los esfuerzos represivos y defensivos parecen in¨²tiles: es como intentar contener el agua del mar entre las manos. Europa es un castillo fatalmente sitiado, una peque?a isla en mitad de un oc¨¦ano de desesperanza. ?Alguien cree de verdad que podemos defendernos de su necesidad? Son muchos, cada d¨ªa son m¨¢s y est¨¢n dispuestos a intentarlo una y otra vez hasta perder la vida. Que es lo ¨²nico que tienen. O casi lo ¨²nico.
?frica es un continente tr¨¢gico y en muchos sentidos agonizante. La sequ¨ªa que actualmente padece ha agravado una situaci¨®n ya de por s¨ª l¨ªmite y ocho millones de personas corren un riesgo cr¨ªtico de morir de hambre. Sin duda los inmigrantes vienen espoleados por la miseria y la hambruna, pero no es s¨®lo eso lo que les moviliza. Porque estos s¨®rdidos viajes hacia las costas espa?olas suelen costar bastante dinero: al parecer, y dependiendo del barco y de la ruta, cada individuo paga entre 600 y 3.500 euros al traficante. Son sumas respetables, sobre todo en el contexto africano. En los pueblos de origen de donde provienen los inmigrantes tal vez hubieran podido invertir ese dinero en otra cosa. En el comienzo de un peque?o negocio, por ejemplo. No, no es s¨®lo el hambre, ni la necesidad m¨¢s elemental, lo que hace que estos desheredados de la Tierra se lancen a una aventura tan peligrosa. Yo creo que lo que de verdad les mueve es el ideal, el sue?o rutilante del para¨ªso europeo, el brillo cegador de nuestra confortable sociedad de ricos, tal y como la adivinan en la televisi¨®n y en las pel¨ªculas.
Lo cuenta muy bien Sandor Marai en la que posiblemente sea su mejor obra, ?Tierra, tierra! (Ed. Salamandra), un fascinante libro de memorias en el que relata tres a?os de su vida, de 1945 hasta 1948, es decir, desde que Hungr¨ªa fue invadida por los sovi¨¦ticos, al final de la Segunda Guerra Mundial, hasta que Marai abandon¨® su pa¨ªs y march¨® al exilio. Explica el escritor que, cuando las tropas rusas entraron en su pueblo, un grupo de soldados se instal¨® a vivir en su casa de antiguo burgu¨¦s. Eran chicos muy j¨®venes, nacidos y crecidos en el r¨¦gimen sovi¨¦tico. Y dice Marai que lo que m¨¢s les interesaba de todo cuanto ¨¦l pose¨ªa era un ejemplar antiguo de la revista norteamericana Esquire. "Lo ten¨ªan constantemente al alcance de la mano y lo hojeaban sin parar en su tiempo libre, incluso llegaban rusos alojados en otras casas y se lo arrebataban a los nuestros". Los soldados, claro, no entend¨ªan ingl¨¦s; cuando se embeb¨ªan durante horas en la contemplaci¨®n de la ajada revista era para disfrutar de los anuncios publicitarios, de "las neveras el¨¦ctricas, zapatos de caballero de ante, raquetas de tenis ¨²ltimo modelo, joyas extravagantes". Embriagadoras fotos del para¨ªso.
Al cabo, con el tiempo, el r¨¦gimen socialista se derrumb¨® por eso. Cuando cay¨® el muro de Berl¨ªn yo estaba por all¨ª haciendo un reportaje para este peri¨®dico. De la noche a la ma?ana, los supermercados orientales, antes lastimosamente vac¨ªos, se llenaron con los productos occidentales, empaquetados con alegres colorines y tan vistosos como regalos navide?os. Entre los pasillos de una tienda vi a una mujer de unos sesenta a?os que empujaba un carro vac¨ªo. "?Qu¨¦ le parece la ca¨ªda del Muro?", le pregunt¨¦. "Algo maravilloso. Mire todas las cosas que hay ahora, y antes no ten¨ªamos nada", contest¨®. Pas¨¢ndome de lista, arg¨¹¨ª: "?Y de qu¨¦ le sirve que haya tantas cosas, si ahora no dispone de dinero para adquirirlas?". Y ella dijo: "Es cierto, ahora no tengo dinero, pero las cosas est¨¢n ah¨ª, a mi alcance, y puedo so?ar con comprarlas ma?ana". Entonces entend¨ª el fracaso del sistema socialista: se hundi¨® porque imped¨ªa so?ar, y los sue?os, ya sean grandiosos o rid¨ªculos, forman parte esencial del ser humano.
Son esas quimeras, esa visi¨®n de un mundo sin duda mejor que el suyo, pero al que adem¨¢s la distancia dota de un car¨¢cter ed¨¦nico, lo que envenena a los inmigrantes africanos. O, con palabras de Marai, en Europa "ven lo posible m¨¢s all¨¢ de lo indispensable", un horizonte ub¨¦rrimo que les vuelve locos. Seguir¨¢n viniendo y seguir¨¢n muriendo, porque la historia ha demostrado que no hay muro capaz de contener los sue?os.
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