Realidad y ficci¨®n en el final de la violencia
Los finales de la violencia son momentos propicios para la confusi¨®n, procesos en los que se puede comprobar hasta qu¨¦ punto es cierta la tesis de Nietzsche de que no existen hechos sino interpretaciones. Hay m¨¢s escenificaci¨®n, fingimiento, gesticulaci¨®n y disimulo que de costumbre, m¨¢s de lo que estamos en condiciones de descifrar. El plano de la objetividad suele quedar medio oculto por el plano superpuesto en el que combaten las interpretaciones. La anterior confrontaci¨®n se transforma en una lucha simb¨®lica. Parece como si la gran batalla fuera ahora la de imponer la interpretaci¨®n definitiva. En adelante gana quien consigue hacer valer la propia versi¨®n de lo sucedido. Conviene saber que existe este doble registro y aprender a diferenciar los hechos y sus interpretaciones, la realidad y la ficci¨®n. Quien los confunda, no entender¨¢ nada y quedar¨¢ inerme ante las corrientes emocionales que intenten transmitir, seg¨²n convenga a las diversas aficiones, miedo o indignaci¨®n, frustraci¨®n o euforia.
Pese a la altaner¨ªa de unos y el alarmismo de otros, el plano de la realidad no permite interpretaciones disparatadas. ETA busca una salida que le salve la cara, cuando sabe que no hay margen para las concesiones pol¨ªticas. Ya ni siquiera es posible que un presidente del Gobierno espa?ol les denomine Movimiento de Liberaci¨®n Nacional Vasco. Por eso su mayor dificultad va a ser inventar una interpretaci¨®n que sea convincente, al menos para los suyos. Todo lo que diga o haga habr¨¢ que leerlo a la luz de esta b¨²squeda de un relato justificador. Tendr¨¢ que ingeni¨¢rselas para explicar a sus tropas por qu¨¦ no se disolvi¨® antes y por qu¨¦ se ve obligada a hacerlo ahora con un balance siniestro de v¨ªctimas e inutilidad pol¨ªtica. A los dem¨¢s nos corresponde no dejarnos enganchar por esa ret¨®rica, que s¨®lo desconcierta a quien no sepa de qu¨¦ va la cosa, sobre todo cuando es maliciosamente aprovechada por quienes lo saben de sobra pero les viene bien alimentar la inquietud entre los votantes menos enterados.
Todo esto ocurre cuando la sociedad espa?ola apenas ha tenido tiempo de reponerse de la doctrina Mayor Oreja que impuso la absurda tesis de que ETA no miente. Esta aseveraci¨®n siempre me ha recordado aquel chiste ingl¨¦s de que se comienza cometiendo un asesinato y se acaba perdiendo los buenos modales en la mesa. ?Por qu¨¦ quien es capaz de lo m¨¢s no ha de ser capaz de lo menos? Un terrorista que mata pero no miente ser¨ªa tan absurdo como pensar que quien ha colocado un coche bomba puede estar preocupado por pagar el aparcamiento correspondiente. Una organizaci¨®n terrorista no tiene ning¨²n t¨ªtulo especial para merecer mayor credibilidad que otros (como se le concedi¨® en la tregua anterior en virtud de la mencionada doctrina). El terrorismo tambi¨¦n es una estrategia que tiene la intenci¨®n de escenificar y confundir. Hay que entender y luchar contra la violencia sin creerse necesariamente lo que afirman los terroristas, una de cuyas armas consiste precisamente en generar confusi¨®n.
En situaci¨®n de tregua una organizaci¨®n terrorista tiende a suplir con gestos la ausencia de atentados. Esto es algo para lo que deber¨ªamos estar preparados. El maquillaje de la derrota seguramente alcanzar¨¢ un gran nivel de sofisticaci¨®n. Le costar¨¢ disimular plenamente el desastre, pero tratar¨¢ al menos de hacerlo soportable para los suyos. Vamos a tener que escuchar relatos literalmente incre¨ªbles, atribuciones espurias e incluso ejercicios de aut¨¦ntica "contabilidad creativa". Seguramente se atribuir¨¢n el nuevo Estatuto y la mayor¨ªa alternativa que puede producirse en Navarra como algo posibilitado por la tregua. Y no faltar¨¢n quienes se lo crean o quienes est¨¦n interesados en que lo creamos. Ya hemos tenido un anticipo casi c¨®mico de ese ejercicio de imaginaci¨®n contable: Otegi celebraba hace unas semanas que el Estado fuera dando pasos para reconocer el car¨¢cter nacional del Pa¨ªs Vasco, algo que por cierto ya se dice de Andaluc¨ªa en la proposici¨®n para la reforma de su Estatuto.
Al espectador que quiera sobrevivir en medio de este cruce de relatos le conviene tener en cuenta c¨®mo se declara el estado de ruina pol¨ªtica de algo. Se cierran los chiringuitos apelando a la validez indestructible de los principios por los que se hab¨ªan puesto en marcha. El ejemplo m¨¢s ilustrativo de esto es De Gaulle retir¨¢ndose de Argelia tras haber declarado su innegociable car¨¢cter franc¨¦s. ?nicamente los ortodoxos pueden liquidar las organizaciones ruinosas... en nombre de los mismos objetivos que fundaron lo que ahora se revela como un negocio en quiebra. La historia de ETA es muy elocuente a este respecto: una y otra vez ha fracasado el intento de que fueran sus cr¨ªticos los que procedieran a su disoluci¨®n. Si esto finalmente ocurre -y aqu¨ª estriba la dificultad del asunto- lo har¨¢n sus generales y en nombre de los objetivos de siempre. Que nadie espere otra ret¨®rica, porque adem¨¢s tampoco nos hace falta.
Tenemos que prepararnos para no perder la calma interpretativa en este nuevo combate de relatos. Los diversos agentes pol¨ªticos deber¨¢n aprender a leer estos c¨®digos porque tienen la responsabilidad de hacer inteligible lo que vaya pasando. Nos sorprender¨¢ la euforia de los que se retiran y la desuni¨®n de los que han resistido. Vamos a asistir al espect¨¢culo de ver c¨®mo los que pierden hablan como si ganaran y los dem¨¢s renunciaremos a recordarles que han perdido. Pero no podemos renunciar a nada m¨¢s. Entre las batallas m¨¢s dif¨ªciles y exigentes est¨¢ el combate ideol¨®gico para impedir que esto se cierre aceptando el relato justificatorio de ETA. Una cosa es que cada cual interprete las cosas como quiera y otra el discurso p¨²blico en el que se basa la legitimidad de nuestras instituciones. El automatismo con el que el PP otorga credibilidad a lo que dice ETA puede tener unos efectos insospechados: el temor de unos a que se rompa Espa?a puede alimentar en los otros la expectativa de que as¨ª sea. En cualquier caso, preferir creer a los terroristas que a cualquier otro no contribuye a que la interpretaci¨®n p¨²blica del final de la violencia se construya desde la legitimidad democr¨¢tica.
Daniel Innerarity es profesor de Filosof¨ªa en la Universidad de Zaragoza.
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