Mis bodas gays
En las ¨²ltimas semanas me he visto involucrado en tres bodas gays, si bien debo decir que en ninguna como contrayente. Los procedimientos, la personalidad de los c¨®nyuges y el marco de las celebraciones no pudieron ser m¨¢s distintos. En un caso, la participaci¨®n de boda ten¨ªa la formalidad que yo recordaba de los casamientos, dig¨¢moslo as¨ª, tradicionales, con los nombres de padres y madres a ambos lados del encabezamiento y las se?as de los dos domicilios familiares en la parte inferior, si bien el tarjet¨®n, siendo uno de los consortes pintor, estaba realzado por unos hermosos dibujos hechos adrede. Los segundos tambi¨¦n invitaron de forma impresa, con un desplegable de seis caras en el que hab¨ªa fotos, el mapa del restaurante de las afueras donde se celebraba el banquete y un texto largo (tal vez del escritor de la pareja) en el que, entre otras bromas de buen gusto, se dec¨ªa, en referencia al habitual regalo de bodas, que "los juegos de caf¨¦, las obras de Lladr¨® y los objetos decorativos en general ser¨¢n almacenados en un trastero, por lo que suplicamos a los invitados que nos ahorren esa descortes¨ªa". (No fui el ¨²nico que acab¨¦ regal¨¢ndoles un objeto decorativo). En el ¨²ltimo caso, por el contrario, no hubo ni invitaci¨®n impresa o expresa, ni padres o parientes implicados, ni convite ni luna de miel al Oriente, s¨®lo el mero acto administrativo en las dependencias municipales, de modo igualmente muy similar al de alg¨²n pasado enlace civil de amigos y hasta familiares m¨ªos heterosexuales reacios al ceremonial.
Le¨ª hace poco en la revista Zero que el dirigente socialista Pedro Zerolo (uno de los primeros en casarse con su novio, con luz y fot¨®grafos) cifraba en 1.270 las bodas entre homosexuales varones y hembras desde que se promulg¨® la ley, mientras que, hojeando un peri¨®dico no especializado, me enter¨¦ de que en el a?o 2004, antes por tanto de la ampliaci¨®n del campo matrimonial, se hab¨ªan oficiado en Espa?a 216.000. El n¨²mero de bodas gays, en contra de lo que maliciosamente insinu¨® la derecha, es sustancial y va en aumento (m¨¢s de 1.000 parejas homosexuales est¨¢n ahora en tr¨¢mites), y el propio Zerolo, a quien supongo bien informado, auguraba que pronto el 10% de los matrimonios que se celebren en nuestro pa¨ªs ser¨¢n de car¨¢cter gay. Fuera ya de cifras y estad¨ªsticas, lo cierto es que cada d¨ªa que pasa parece m¨¢s evidente que ni el PP ni los obispos -bajo palio o bajo gorra- van a lograr rectificar el curso de una legislaci¨®n audaz en t¨¦rminos universales (epoch-making dir¨ªamos en ingl¨¦s), y a la que tantos hombres y mujeres desean colectivamente acogerse. Aunque no todos los integrantes del colectivo est¨¢n por la labor casoria.
Desde mucho antes de que las reclamaciones de paridad nupcial con los heterosexuales se formulasen por los colectivos gay y fueran despu¨¦s incorporadas por el PSOE a su programa electoral, se han o¨ªdo las voces -tanto en privado como en p¨²blico- de homosexuales no s¨®lo reacios a pasar por la alcald¨ªa, sino opuestos radicalmente al concepto del matrimonio gay. Algunos de mis mejores amigos son de esta opini¨®n, y yo mismo, preguntado hace un a?o o dos, habr¨ªa respondido con el argumento que, desde posiciones progresistas y laicas, siguen ahora algunos dando: no haynecesidad, m¨¢s all¨¢ del reconocimiento legal de derechos, ya antes contemplado por leyes menores, de que los homosexuales mimeticen los matrimonios heterosexuales en sus connotaciones de casa, prole, roles activos y pasivos, etc¨¦tera. Frente a ese pensamiento perezoso "hay que inventar formas nuevas", a?ad¨ªa uno de los m¨¢s sarc¨¢sticos e inteligentes adversarios del matrimonio gay, el novelista y acad¨¦mico ?lvaro Pombo, confrontado en las p¨¢ginas de la revista Archipi¨¦lago (n¨²mero 67) al tambi¨¦n novelista Luisg¨¦ Mart¨ªn.
Para Pombo, sostener que, gracias al matrimonio, los gays inician la invenci¨®n de una identidad propia tomando coyunturalmente como punto de partida identidades y roles sociales prestados, ser¨ªa "equivalente a animar a los j¨®venes escritores a practicar el plagio mientras adquieren su identidad definitiva"; escribiendo el autor de Contra natura en otro pasaje de su diatriba que "el matrimonio homosexual, tal y como se est¨¢ planteando ahora mismo en Espa?a, es una caricatura, no s¨®lo de los matrimonios heterosexuales, sino, sobre todo, del amor gay y l¨¦sbico en toda su plenitud posible". Luisg¨¦ Mart¨ªn elige como t¨¢ctica de respuesta -tambi¨¦n muy inteligente- una contenci¨®n humilde en contraste a la grandiosa y trascendental tesis pombiana. "Lo que nos un¨ªa era la reclamaci¨®n de unos derechos, nada m¨¢s", dice Mart¨ªn, y una vez conseguidos ¨¦stos -contin¨²a- ya no es sensato reclamar la iconoclasta, convulsiva "unidad de destino del colectivo homosexual" a?orada, un poco al modo whitmaniano, por Pombo. Y, concluye Luisg¨¦ Mart¨ªn, parafraseando con dulce iron¨ªa ciertos argumentos de Pombo, a un joven peluquero o a un licenciado en derecho que s¨®lo desea construir con su novio un mundo particular, buscando la felicidad all¨ª donde los dos creen que est¨¢, no le digamos sartreanamente que su existencia precede a su esencia. "No le pidamos que sea un Hombre Nuevo".
A m¨ª, en principio, me seduce m¨¢s la m¨ªstica de Pombo, con sus ribetes de heroicidad rebelde, y, puesto a elegir, siempre me inclinar¨ªa por el outsider turbulento antes que por un oficinista modoso. Pero estamos hablando de una comunidad, aunque minoritaria, formada por millones de hombres y mujeres forzados a vivir durante siglos en una oculta o disimulada pretensi¨®n, y para quienes se ha hecho evidente que s¨®lo gracias a la normativa legal alcanzar¨¢n la normalidad social. Disguste o decepcione a los puristas de la utop¨ªa, ¨¦sa es la voz mayoritaria de los gays, y su expresi¨®n tan irrebatible como -a efectos de pol¨ªtica general- lo es el resultado de unas elecciones democr¨¢ticas.
Ahora bien, yo a?adir¨ªa otros dos factores en defensa y aceptaci¨®n sin burla de la gestualidad o rito de los matrimonios gays, incluidos aquellos que se desarrollan en el apogeo del aparato nupcial. Toda ceremonia solemne contiene rasgos de exhibicionismo, pompa, teatro y disfraz, y entre ellas tambi¨¦n cuento las m¨¢s eximias y ansiadas. ?O acaso un esc¨¦ptico no se morir¨¢ de risa cuando la tuna alcala¨ªna acompa?e con Clavelitos al galardonado de turno del Premio Cervantes, o se escuche Asturias, patria querida en un un¨ªsono de gaitas sobre el escenario del teatro Campoamor de Oviedo, honrando a artistas tan famosamente anticonvencionales como Woody Allen o Susan Sontag? Casarse y celebrarlo, al margen de la consecuci¨®n de unos derechos y la aceptaci¨®n de unas cargas, es una vanidad, no mayor ni menos estrafalaria que la de, por ejemplo, ponerse un chaqu¨¦ alquilado y un collar e inclinar la cerviz ante el retrato de un monarca franc¨¦s del siglo XVIII para ser recibido en la Real Academia de la Lengua. ?A santo de qu¨¦ tendr¨ªan los gays que rechazar el lado ostentoso -por no decir hortera- consustancial a la mayor parte de las ceremonias y funciones de gala de nuestra vida diaria?
Y me parece que el famoso efecto llamada s¨ª se produce en las bodas gays, en un inesperado giro de la llamada visibilidad homosexual (tan necesaria como prerrequisito de la igualdad). Actos p¨²blicos que hace s¨®lo diez o veinte a?os podr¨ªan resultar superfluos o desaforados han cobrado ahora una dimensi¨®n simb¨®lica liberatoria, dentro del campo, perpetuamente en ebullici¨®n, de las metamorfosis de los usos de la etiqueta; Norbert Elias los estudi¨® magn¨ªficamente en su cl¨¢sico libro La civilizaci¨®n de las costumbres, resumiendo su inestable condici¨®n en esta frase: "Preguntar por qu¨¦ el comportamiento y la sensibilidad de los hombres cambian, es preguntar por qu¨¦ las formas de la vida humana se modifican".
Desde la costa de su pobreza civil, confinados en los cuchitriles de la marginaci¨®n y el fingimiento, los gays llevan siglos viendo al otro lado de la calle la opulencia social y el fastuoso despliegue de sus ricos vecinos heterosexuales. Y hoy, hartos de esa extranjer¨ªa en su propia tierra, escenifican una nueva oleada de inmigraci¨®n pac¨ªfica para dejar de ser unos sin papeles.
Vicente Molina Foix es escritor.
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