ONU, la hora de la verdad
Una tormenta menor se desencaden¨® recientemente cuando el vicesecretario general, Mark Malloch Brown, sugiri¨® en un discurso que Estados Unidos deber¨ªa colaborar m¨¢s plenamente y con m¨¢s entusiasmo con otros miembros de Naciones Unidas para llevar a cabo la reforma de esta organizaci¨®n. Eso es absolutamente cierto, pero los dos consideramos que esa misma observaci¨®n es v¨¢lida para muchos otros pa¨ªses, no s¨®lo para EE UU.
Naciones Unidas ha llegado a un punto cr¨ªtico. En diciembre pasado, los Estados miembros aprobaron un presupuesto para el bienio actual (2006-2007), autorizando a la Secretar¨ªa General a gastar s¨®lo lo suficiente para los seis primeros meses. Los principales contribuyentes al presupuesto, encabezados por Estados Unidos, insistieron en que esa limitaci¨®n de los gastos s¨®lo se levantar¨ªa cuando se hubieran logrado progresos significativos en la reforma de la organizaci¨®n.
Sir Brian Urquhart, profundo conocedor de Naciones Unidas, dijo alguna vez que en la organizaci¨®n nunca hay realmente una crisis financiera, s¨®lo crisis pol¨ªticas. Brian tiene raz¨®n. EE UU intenta recurrir al poder del dinero para forzar la aprobaci¨®n de reformas administrativas que se necesitan y sus t¨¢cticas han provocado una reacci¨®n de los pa¨ªses en desarrollo. La mayor¨ªa de los pa¨ªses en desarrollo son muy conscientes de la necesidad de la reforma, sobre todo porque Naciones Unidas les prestan muchos servicios de importancia vital, desde el mantenimiento y la consolidaci¨®n de la paz hasta el socorro de emergencia, la defensa de los derechos humanos, la ayuda para organizar elecciones y la lucha contra las enfermedades infecciosas. Por tanto, son esos los pa¨ªses que m¨¢s se benefician de que la organizaci¨®n est¨¦ bien administrada. Sus objeciones tienen menos que ver con los detalles de las reformas propuestas que con lo que perciben como la influencia abrumadora de unos cuantos pa¨ªses ricos, en una organizaci¨®n que supuestamente "est¨¢ basada en el principio de la igualdad soberana de todos sus miembros".
A eso me refer¨ªa en Londres en enero, cuando alud¨ª al sentimiento de frustraci¨®n y exclusi¨®n que lleva a muchos Estados a ejercer el ¨²nico poder que tienen: el de impedir otras reformas, como las mejoras administrativas, pues algunos ven incluso en ¨¦stas un intento de los m¨¢s fuertes de hacerse con a¨²n m¨¢s poder.
En ¨²ltima instancia esto significa que, como se?al¨® recientemente el primer ministro Tony Blair, hay que reformar la estructura entera de Naciones Unidas, incluido el Consejo de Seguridad. Por ello, las reformas actuales son s¨®lo un peque?o anticipo de lo que vendr¨¢. La pol¨ªtica p¨²blica simplemente se est¨¢ haciendo m¨¢s global. Ya se trate del terrorismo o la pobreza, las drogas o el delito, las enfermedades o el comercio, ning¨²n Estado puede resolver los problemas por s¨ª solo.
Sin embargo, mientras esperamos que la visi¨®n pol¨ªtica se ensanche de manera acorde con los retos del momento, tenemos una labor fundamental que cumplir ahora mismo: ejecutar los programas que se iniciaron por mandato de los Estados miembros.
Redunda en inter¨¦s de todos los Estados miembros que Naciones Unidas siga en funcionamiento y que se adapten a la labor concreta que se le pide cumplir. Por tanto, las dos partes en la discusi¨®n actual deben bajar el tono de sus pronunciamientos y entablar negociaciones serias para lograr ahora una soluci¨®n de compromiso razonable.
No s¨®lo la composici¨®n del Consejo de Seguridad se qued¨® estancada a mediados del siglo XX. Tambi¨¦n la administraci¨®n y la actitud de muchos gobiernos hacia la Organizaci¨®n quedaron suspendidos en el tiempo. Ni una ni otra se han adaptado plenamente a la nueva realidad de una organizaci¨®n que ya no se limita a organizar conferencias y redactar informes, sino que administra operaciones complejas, de miles de millones de d¨®lares, para ayudar a mantener la paz y a combatir la pobreza y los desastres humanitarios.
El plan de reforma que propuse el a?o pasado era muy claro a este respecto. En ¨¦l recordaba que Naciones Unidas se basa en tres pilares: el desarrollo, la seguridad colectiva y los derechos humanos. Cada uno refuerza a los dos restantes, pero tambi¨¦n depende de ellos. Y para m¨¢s solidez necesitan un cuarto elemento: una profunda reforma administrativa.
Naciones Unidas tiene que ayudar a los Estados miembros a avanzar simult¨¢neamente en esos tres frentes. Por eso no s¨®lo necesita un Consejo de Seguridad, sino tambi¨¦n un Consejo de Derechos Humanos eficaz, y tambi¨¦n por ello el Consejo Econ¨®mico y Social debe transformarse en un ¨®rgano dedicado aut¨¦nticamente al desarrollo.
Ya se han logrado algunas reformas. El Consejo de Derechos Humanos y la Comisi¨®n de Consolidaci¨®n de la Paz reci¨¦n creados celebrar¨¢n sus primeras reuniones. Todos los Estados miembros han aceptado la responsabilidad de proteger a los pueblos amenazados por el genocidio y otros cr¨ªmenes comparables. Hoy contamos con un fondo de socorro de emergencia en el que se han introducido mejoras importantes, un fondo para la democracia, una oficina de ¨¦tica y un sistema m¨¢s riguroso de protecci¨®n de quienes denuncian pr¨¢cticas ileg¨ªtimas.
Necesitamos ahora mejores mecanismos de supervisi¨®n y rendici¨®n de cuentas, un sistema de adquisiciones m¨¢s eficaz, una mayor flexibilidad financiera y mejores normas para la contrataci¨®n y gesti¨®n del personal. Frente a la magnitud de las tareas que debemos cumplir, ¨¦stas no son exigencias excesivas. Seguramente los gobiernos podr¨¢n ponerse de acuerdo sobre el modo de conseguir esas reformas sin provocar la par¨¢lisis de toda la organizaci¨®n.
Es hora de que aquellos a quienes interesa realmente la reforma se unan en una nueva coalici¨®n, que salve la brecha ficticia y nociva entre el Norte y el Sur y congregue a todos los que est¨¢n dispuestos a trabajar de consuno porque comparten la visi¨®n de una organizaci¨®n de Naciones Unidas eficaz, que obre en beneficio de todos los pueblos del mundo.
Kofi Annan es secretario general de Naciones Unidas.
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