Nostalgia y parodia de un reino libresco
Hay-on-Wye, un pueblo gal¨¦s con 37 librer¨ªas y mucho amor a la literatura
Se imaginan un pueblo donde las referencias y los mapas dependieran de sus librer¨ªas, donde cada casa fuese una literatura y los libros tuviesen categor¨ªa de ciudadanos? Ese lugar existe. Y, como las palabras m¨¢gicas de las leyendas, es casi impronunciable: Hay-on-Wye, j¨¦ionuai para entendernos.
M¨¢s parecido a una fantas¨ªa de Borges que a un lugar real, el plano de Hay es un ¨¢rbol cuyas ramas rebosan libros. Considerando que no llega a los 2.000 habitantes y supera las 30 librer¨ªas, no es aventurado suponer que se trata del pueblo con m¨¢s libros por habitante del mundo. Situado en el l¨ªmite entre Gales e Inglaterra, todo Hay es una frontera: un cruce entre el pasado y el futuro, entre la biblioteca y el paisaje, entre el turismo y la met¨¢fora.
?El censo de Pakist¨¢n en 1960? Aqu¨ª se encuentra. ?El campe¨®n de poes¨ªa en lengua inglesa? Pound. ?Y en lengua espa?ola? Lorca. Bienvenidos a un espacio donde el reclamo tur¨ªstico son las palabras.
M¨¢s all¨¢ de los bibli¨®filos (para quienes este pueblo es un retrato literal del para¨ªso), aqu¨ª los visitantes no vienen s¨®lo a leer, sino a contemplar una forma distinta de relacionarse con los libros. La manera en que la vida p¨²blica de Hay se funde con la intimidad impresa constituye un espect¨¢culo en s¨ª mismo, una experiencia de turismo-ficci¨®n.
Hasta hace medio siglo, Hay era una apacible localidad de la comarca galesa de Brecknockshire, a orillas del manso r¨ªo Wye. Uno de esos lugares que s¨®lo visitaban los viajeros despistados o los excursionistas m¨¢s buc¨®licos. Un d¨ªa, sin embargo, su destino cambi¨® para siempre. La culpa la tuvo un rey con sangre de tinta, un monarca cuyo linaje no se remonta al medievo, sino a 1961: entonces, Richard Booth, graduado en Oxford, tuvo la ocurrencia de regresar a la regi¨®n de sus ancestros para montar un gran negocio de libros de segunda mano y convertirlo en una atracci¨®n internacional. Cuando Booth comenz¨® a convertir las casas abandonadas en librer¨ªas de segunda mano, los vecinos predijeron que no durar¨ªa ni tres meses y le advirtieron: "Nadie lee libros en Hay".
Siguiendo la m¨¢xima de que los viejos libros nunca mueren, Booth empez¨® a recorrer el pa¨ªs comprando bibliotecas enteras, acumulando vol¨²menes como quien apila un polvoriento tesoro. Hoy, el pueblo ofrece millones de libros, el visionario Booth tiene la medalla del Imperio Brit¨¢nico y corre la leyenda de que a los perros de Hay no se les ordena sit!, sino read!
En 1977, siendo Hay un pueblo-libro que comenzaba a ser imitado en todo el mundo, Booth decidi¨® dar otro paso. Aprovechando que acababa de comprar el ruinoso castillo medieval de Hay (donde hab¨ªa instalado sus aposentos y otra librer¨ªa), Booth convoc¨® a la prensa con la intenci¨®n de declarar Hay reino independiente de las islas brit¨¢nicas y coronarse como su monarca. Las autoridades brit¨¢nicas se molestaron en contestar p¨²blicamente que Hay formaba parte del Reino Unido, concedi¨¦ndole m¨¢s publicidad a Su Majestad Librera y d¨¢ndole la oportunidad de replicar que Hay no era parte de nada, porque estaba entre Inglaterra y Gales.
Fundaci¨®n m¨ªtica
Ciertamente, este pueblo est¨¢ en ninguna parte y en todas a la vez: en el mismo lugar donde viven los libros. As¨ª tuvo lugar la fundaci¨®n m¨ªtica del reino libresco de Hay-on-Wye. Mal que le pese a Booth, se trata de una historia francamente brit¨¢nica en su mezcla de parodia y nostalgia aristocr¨¢tica. A caballo entre Amazon y Lewis Carroll, o entre el pop y Javier Mar¨ªas, el monarca Booth I empu?a como cetro un desatascador de ba?o y vende t¨ªtulos de nobleza y pasaportes del reino.
En su no muy modesta autobiograf¨ªa, Mi reino de libros, Booth se muestra libertario y reaccionario, separatista y mon¨¢rquico, revolucionario y conservador. Por debajo de su panfletaria iron¨ªa, el libro despliega una teor¨ªa sobre las relaciones entre identidad pol¨ªtica y cultural, y sobre la regeneraci¨®n rural de Gran Breta?a. En efecto, Hay es un exponente feliz de un problema real: el dram¨¢tico despoblamiento de las zonas rurales y la necesidad acuciante de transformar sus recursos. Si bien Su Majestad Librera supo reaccionar con imaginaci¨®n ante este fen¨®meno, en los ¨²ltimos a?os comienza a advertirse en Hay otra transformaci¨®n: el n¨²mero de librer¨ªas disminuye, y la cantidad de tiendas tur¨ªsticas convencionales va en aumento. Hace un par de a?os, las cr¨®nicas hablaban de 39 librer¨ªas. Hoy, la gu¨ªa oficial cuenta 37. Pero, seg¨²n los c¨¢lculos de un viejo librero, las librer¨ªas activas son s¨®lo 30, y dos de ellas se plantean cerrar. Como es natural, Su Majestad est¨¢ disgustad¨ªsima con estas sublevaciones.
Hay es un tri¨¢ngulo atravesado por irregulares bisectrices. Y en cada cruce, en cada esquina, en cada cuesta de sus angostas calles hay una librer¨ªa. En Boz Books ofertan primeras ediciones de cl¨¢sicos. A los de Murder and Mayhem les va el morbo y s¨®lo tienen libros de terror, cr¨ªmenes y detectives. B & K, qu¨¦ cosas, se especializa en apicultura. En la librer¨ªa Marijana Dworski, este peque?o pueblo adquiere toda su dimensi¨®n bab¨¦lica: se dedica a los viajes y a las lenguas del mundo. Menci¨®n aparte merece la mastod¨®ntica Hay Cinema, que perteneci¨® a Booth y fue vendida a un librero de Londres. Adem¨¢s de infinitos t¨ªtulos sobre cine, esta librer¨ªa posee un cat¨¢logo excepcionalmente amplio y organizado. Se trata -como dec¨ªa Hemingway- de un lugar limpio y bien iluminado. Si Hay es una ciudad de librer¨ªas, Hay Cinema es una librer¨ªa que parece una ciudad.
Pura poes¨ªa
Un poco apartada del resto se encuentra la primorosa Poetry Bookshop. Fundada hace treinta a?os por la poetisa Anne Stevenson, se anuncia como "la ¨²nica librer¨ªa en el Reino Unido dedicada enteramente a la poes¨ªa". Nada m¨¢s entrar, busco un libro de Anne Stevenson y lo abro al azar: "tienes que habitar la poes¨ªa / si quieres hacerla", leo. Subo las escaleras y veo que su due?o vive en la planta superior; supongo que ¨¦sa es la mejor manera de habitar la poes¨ªa. El due?o me recibe con gesto receloso. Se llama Chris Prince (o sea, pr¨ªncipe) y no parece estar esperando que la gente entre en su librer¨ªa, sino m¨¢s bien deseando que lo dejen en paz para ordenar sus libros y leerlos en silencio. Mira a los visitantes como si no acabase de creer que quieran comprar poes¨ªa. Sin embargo, se relaja en cuanto escucha hablar sobre poetas. Es parsimonioso, lleva gafas redondas y una barba rojiza. Me cuenta que la mayor¨ªa de turistas no ve su tienda o entra por accidente, aunque tiene su clientela fija.
Antes de hacerse cargo de ella, la librer¨ªa estuvo a punto de quebrar y se vendi¨®. Entonces, Prince compr¨® todos los libros y alquil¨® un local nuevo. Le pregunto qu¨¦ poetas le piden m¨¢s, y me contesta, claro, que el gal¨¦s Dylan Thomas. ?Y en espa?ol? Prince no duda: "Lorca, Lorca".
Curioseo entre las estanter¨ªas de poes¨ªa extranjera y encuentro un ensayo sobre Cernuda, una antolog¨ªa de Borges, una traducci¨®n espantosa de los sonetos de Quevedo y (sorpresa) una recopilaci¨®n de los ¨²ltimos poemas de Unamuno. Entre los poetas de lengua inglesa, el campe¨®n es Pound: hay tres estanter¨ªas repletas de libros suyos. Mucho Eliot y bastantes rom¨¢nticos ingleses. Cuando voy a firmar mi recibo de compra, Prince me ruega: "Sobre los libros no, por favor, mejor sobre la madera". Charlamos otro rato y me confiesa que en Hay algunos libreros est¨¢n abandonando. Habla del pueblo como si fuera un incunable, una edici¨®n rara agot¨¢ndose. Se lamenta de que ahora casi todos prefieran comprar por Internet "en lugar de hojear libros y dejarse sorprender". Aunque parte de su cat¨¢logo est¨¢ en l¨ªnea, Prince detesta Internet. ?Todos los libreros de Hay piensan como arist¨®cratas? ?O tal vez Prince tema que la ola digital salve su cat¨¢logo, pero no la librer¨ªa como espacio? Al despedirme del Pr¨ªncipe (su mano es tan blanda que parece dormida) pienso que, dentro de la casta de los libreros, ¨¦l es el superviviente de los supervivientes.
Globos aerost¨¢ticos
Actualmente, Richard Booth posee dos librer¨ªas. Una lleva su nombre y tiene el aspecto m¨ªtico que se espera de una librer¨ªa de viejo: mostradores de madera, suelos crujientes, polvo a raudales, letreros manuscritos. La librer¨ªa de Booth cuenta con una secci¨®n de viajes inveros¨ªmil: cr¨®nicas de Nepal o el Amazonas, manuales sobre globos aerost¨¢ticos, gu¨ªas tur¨ªsticas de pa¨ªses que ya no existen o un censo de Pakist¨¢n de 1960. Yendo de un estante a otro, se me ocurre que Internet no puede atentar contra estos lugares porque son el antecedente de la Red, el origen de su l¨®gica.
De pronto entra un viejo de apariencia estrafalaria, alto y con bast¨®n. Hace muecas extra?as y habla con un acento distinguido. Justo antes de caer en la cuenta de que estoy frente al rey Booth, oigo c¨®mo le dice a un empleado: "?Son demasiados libros! ?Es como un tsunami!".
La otra librer¨ªa de Booth es el cl¨ªmax de Hay. Situada en el castillo reconstruido a medias, la visi¨®n de la entrada es alucin¨®gena: un arco de piedra, una escalinata que conduce a la tienda y un estremecedor jard¨ªn con estanter¨ªas al aire libre. Cuando llueve, el jard¨ªn parece un cementerio o una instalaci¨®n vanguardista. Estas estanter¨ªas no est¨¢n vigiladas y se llaman honesty boxes: el visitante debe coger los libros y dejar las monedas en las huchas. Por si acaso, otro cartel m¨¢s precavido informa: "Recipientes vaciados diariamente". Quiz¨¢ la librer¨ªa del castillo sea donde el balance entre libro y vivienda, entre biblioteca y paisaje, resulte m¨¢s asombroso. Adem¨¢s de magn¨ªficas secciones sobre arte, fotograf¨ªa e indios americanos, el castillo de Su Majestad ofrece alojamiento "sin tele ni tel¨¦fono". ?sa es la paradoja del rey Booth: fue el futuro de Hay y empieza suavemente a convertirse en el pasado. As¨ª es el tiempo, en fin. "Como un tsunami".
Andr¨¦s Neuman es autor de las novelas Bariloche y Una vez Argentina (Anagrama)
GU?A PR?CTICA
Datos b¨¢sicos- Prefijo telef¨®nico: 00 44. Si se llama desde el Reino Unido hay que marcar el 0 y luego el n¨²mero.C¨®mo llegar- Adem¨¢s de en coche, es f¨¢cil llegar a Hay-on-Wye en tren. Si se va desde Londres lo m¨¢s c¨®modo es coger un tren (www.britishrail.com) hasta Hereford, que tarda dos horas y media con transbordo en Newport. Billetes,a partir de unos 85 euros. Desde Hereford salen autobuses cadamedia hora (n¨²meros 39, 40 y 445).El trayecto dura una hora.ComerThe Blue Boar (14 97 82 08 84) tiene la mejor fama del pueblo, especialmente los platos del d¨ªa. En The Wine Vaults (14 97 82 19 99), adem¨¢s de un men¨² sencillo y buenas vistas, en verano se puede disfrutar del espl¨¦ndido jard¨ªn. En el Caf¨¦ Hay (14 97 82 08 84) tienen almuerzos ligeros y conexi¨®n a Internet. Para los noct¨¢mbulos (?cuidado con la hora!) la ¨²ltima oportunidad est¨¢ en el Xtreme Organix (14 97 82 19 21), donde ofrecen comida para llevar.DormirLos alojamientos abundan, desde hoteles hasta granjas en las afueras. La opci¨®n m¨¢s atractiva (de 20 a 30 libras por persona) es una Guest House o un bed & breakfast. Conviene advertir que durante el festival (del 24 de mayo al 3 de junio pr¨®ximos) el pueblo roza el lleno. Un alojamiento curioso es el Rest for the Tired (Broad Street; 14 97 82 05 50; www.restforthetired.co.uk), con anticuario y librer¨ªa. En el muy confortable Bridge B & B (Bridge Street; 14 97 82 29 52; www.thebridgehay.co.uk) se entra y sale sin echar el pestillo. El Seven Stars (Broad Street; 14 97 82 08 86) ofrece piscina y sauna.Informaci¨®n- www.hay-on-wye.co.uk.- Oficina de turismo de Hay-on-Wye(14 97 82 01 44).- Festival de Hay-on-Wye(www.hayfestival.com).
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