Las ausencias
C¨®mo buscas un libro del que s¨®lo conoces una frase y que tiene la portada naranja. Encontrarlo se convierte en una obsesi¨®n, en la met¨¢fora de una existencia. Pasan los a?os, cambian las circunstancias, y cuando el hallazgo se produce, decepciona. Una historia con sabor agridulce
Mi padre muri¨® en un accidente de tr¨¢fico poco antes de que yo cumpliera los cinco a?os. Por lo que me cont¨® mi madre, su coche derrap¨® en una placa de hielo y se sali¨® de la carretera; no llevaba puesto el cintur¨®n de seguridad, sali¨® despedido y la nieve sepult¨® su cuerpo. No recuerdo casi nada de ¨¦l, salvo su voz. Por la noche me le¨ªa un libro hasta que me quedaba dormida, siempre el mismo. Empezaba en la primera p¨¢gina, y antes de que llegara a la tercera yo ya estaba dormida. "?sta es la historia de un hombre que hab¨ªa dejado de mirarse a los ojos", as¨ª empezaba un libro que mor¨ªa todas las noches antes de que acabara el primer cap¨ªtulo.
No creo que una ni?a pueda tener una idea precisa de la muerte; en mi caso percib¨ª la ausencia de mi padre cuando dej¨® de venir a leerme por las noches. Los primeros d¨ªas so?aba con ¨¦l de una manera muy v¨ªvida. Se sentaba al lado de mi cama y me cog¨ªa en brazos. Me contaba en sue?os cosas que al despertarme no pod¨ªa recordar.
Mi madre sufri¨® mucho, me dej¨® a m¨ª y a mi hermana durante unas semanas con mis abuelos; cuando regres¨¦, ya no reconoc¨ªa mi casa. Mi madre hab¨ªa optado por borrar las huellas de mi padre: cambi¨® los muebles, tir¨® sus libros, ocult¨® todas las fotograf¨ªas y se deshizo de cualquier objeto que le pudiera recordar a ¨¦l. El libro que me le¨ªa escap¨® de aquella purga y pude verlo durante a?os en una estanter¨ªa de mi habitaci¨®n, reposando sobre una tabla demasiado alta para m¨ª. Era de color naranja y en la portada ten¨ªa una serpiente impresa con tinta dorada.
Tiempo despu¨¦s, con 10 a?os, volv¨ª a hojear ese libro, pero no encontr¨¦ ning¨²n placer en su lectura y apenas pude pasar de las primeras p¨¢ginas. No hab¨ªa dibujos, solamente letras, y me resultaba muy tedioso. No obstante, me gustaba cogerlo, acariciar la portada y sentir su peso firme sobre mis manos. La ausencia de recuerdos v¨ªvidos de mi padre quedaba suplida con ese libro, mi memoria encontraba solidez en aquellas p¨¢ginas incomprensibles que s¨®lo ¨¦l supo descifrar; me llevaba al sue?o cabalgando unas palabras secretas, un lenguaje incomprensible que se introduc¨ªa en mis o¨ªdos y me llevaba a un mundo m¨¢s grato que ¨¦ste.
Se sentaba a mi lado y empezaba a leer a oscuras, como si supiera que iba a morir muy pronto y ten¨ªa poco tiempo para contarme las magias que se mueven bajo la apariencia de las cosas. Su cara desva¨ªda en mi memoria pend¨ªa en la oscuridad mientras su voz me empujaba a la inconsciencia.
Tiempo despu¨¦s llev¨¦ el libro al colegio para que formara parte de la biblioteca del centro; la profesora se sorprendi¨® porque era una obra muy voluminosa y me pregunt¨® que de d¨®nde lo hab¨ªa sacado.
-Me lo le¨ªa todas las noches mi padre -contest¨¦.
-?Sabe tu madre que traes esto para la biblioteca? -me dijo desconcertada.
-Ha sido mi madre la que me lo ha dado.
-Pues no nos sirve. Qu¨¦datelo porque es un libro para mayores, ?vale? -zanj¨® sin querer decirme la verdad.
Los recuerdos son siempre imprecisos y arbitrarios; nos acordamos de sucesos insignificantes y, por otro lado, olvidamos los cruciales; a veces se muestran mutilados y otras retorcidos, pero lo cierto es que siempre regresan hasta nosotros dolorosamente escasos. Nuestras vidas acaban siendo un peque?o mapa con muy pocos accidentes geogr¨¢ficos. Si ahora mismo me muriera y, como dicen, viera la pel¨ªcula de mi vida, seguramente ser¨ªa muy breve. Un cortometraje absurdo. Aquella profesora que me hizo regresar a casa con el libro de mi padre me marc¨® de una manera especial. La recuerdo con nitidez, aunque hay muchos detalles que, aplicando la sana cr¨ªtica, deben ser inexactos; tengo la idea de que era una mujer muy alta y mayor, lo cual no puedo aceptar de una manera estricta teniendo en cuenta que yo no llegaba al metro de altura y ten¨ªa unos ocho a?os. No recuerdo su nombre, pero s¨ª que ten¨ªa los ojos azules y el cabello de color casta?o y sujeto con una diadema como las que llevaban las ni?as. Yo las odiaba, y mis amigas tambi¨¦n; quiz¨¢ me llam¨® la atenci¨®n que fuera la ¨²nica adulta que hab¨ªa visto con el pelo recogido de esa manera. Recuerdo de ella que, sin querer, nos ense?¨® la palabra meningitis y las consecuencias que ten¨ªa sufrirla, pues un d¨ªa que llov¨ªa y no pudimos salir al patio nos cont¨® que hab¨ªa tenido esa enfermedad y que estuvo muy cerca de morir. Por aquel entonces ten¨ªa la muerte indisociablemente unida con mi padre y me parec¨ªa una groser¨ªa que alguien pudiera fallecer y despojarle el lugar de honor que mi padre ten¨ªa entre los muertos. Regres¨¦ con mi libro debajo del brazo y pens¨¦ en la testarudez de aquel objeto en no querer deshacerse de m¨ª.
En la adolescencia volv¨ª a acordarme de ¨¦l, pero entonces ya no lo encontr¨¦; al final, mi madre se hab¨ªa desprendido del libro. Cuando me miraba en el espejo recitaba sus primeras p¨¢ginas: "?sta es la historia de un hombre que hab¨ªa dejado de mirarse a los ojos". Yo segu¨ªa haci¨¦ndolo, me miraba a los ojos por no mirar a otro lado; era el ¨²nico lugar del espejo en el que me sent¨ªa a gusto, el resto lo odiaba. Aquella frase me abr¨ªa la esperanza de que se pod¨ªa vivir sin contemplarse en un espejo. La resonancia de la voz de mi padre no perdi¨® intensidad; no comprend¨ªa sus palabras, pero me guiaban de una manera firme y me asomaban a alguna verdad crucial, a un lugar seguro y hermoso. Por aquel entonces le¨ª o me contaron que Kafka ten¨ªa un sue?o recurrente en el cual comparec¨ªa ante una gran sala llena de gente y le¨ªa en voz alta La educaci¨®n sentimental. Conoc¨ªa el nombre del autor porque una vieja edici¨®n de La metamorfosis hab¨ªa yacido desde siempre en una de las estanter¨ªas de mi casa -quiz¨¢ otro libro de mi padre indultado por mi madre-; entend¨ª que aquel dato, que hab¨ªa llegado por casualidad a mi conocimiento, estaba relacionado con mi vida de una manera que no sab¨ªa explicar.
Por soledad empec¨¦ a leer, porque por soledad se hacen las cosas que merecen la pena. Desde siempre he tendido a la introspecci¨®n; la gente a mi alrededor achaca mi escasa sociabilidad a mi temprana orfandad, pero incluso cuando mi padre viv¨ªa ya era una ni?a introvertida. Era acomplejada, me sent¨ªa gorda y fea -seguramente lo era y lo sigo siendo-, y en casa ten¨ªamos un nivel econ¨®mico inferior al resto de mis compa?eros de colegio. A pesar de todo, exist¨ªa cierto sentimiento de compasi¨®n generalizado hacia m¨ª que me proteg¨ªa de ser definitivamente una marginada. Tuve pocas amigas, es cierto, pero fueron buenas. Recuerdo aquella ¨¦poca como un verano eterno y tedioso.
Por aquel entonces se cas¨® la hermana peque?a de mi madre; lo hizo a finales del mes de julio, y, a pesar de todo, recuerdo muy bien que cuando salimos de la iglesia la calle estaba cubierta de nieve y hac¨ªa mucho fr¨ªo. Los recuerdos de mi madre y las fotos de la celebraci¨®n desmienten a mi memoria: no cay¨® ni un solo copo de nieve y, de hecho, luci¨® un sol espl¨¦ndido. A pesar de todo, la imagen de mi memoria es mucho m¨¢s fuerte que la realidad. Es preferible una mentira hermosa a una verdad desagradable, as¨ª que aquella boda qued¨® vinculada a una guerra de bolas de nieve y a un paisaje blanco e inm¨®vil.
Las fotos traicionan los recuerdos. Mi hermana se aficion¨® a la fotograf¨ªa desde muy joven, era cuatro a?os mayor que yo y no dejaba de sacar instant¨¢neas. De una manera casi obsesiva tiraba un carrete detr¨¢s de otro, gastaba todo su dinero en su afici¨®n e incluso no dudaba en vestir como una pordiosera. La mala relaci¨®n que ten¨ªa con mi madre hac¨ªa parecer que yo me llevaba bien con ella, lo cual era falso. Tan falso como el t¨®pico de que las familias que han sufrido una tragedia son las mejor avenidas. Mi hermana, antes de cumplir los 18, se march¨® de casa y se fue a vivir a Inglaterra. Perdimos el contacto casi por completo, llamaba una vez al mes a casa y siempre desde una ciudad distinta. En vez de enviarnos cartas, nos hac¨ªa llegar fotograf¨ªas. Cada mes met¨ªa en un sobre dos docenas. Mi madre compr¨® un corcho para clavarlas, y as¨ª acabamos teniendo un silencioso altar erigido en honor a mi hermana. Un d¨ªa pens¨¦ que ella podr¨ªa haber sacado, aunque fuera accidentalmente, una instant¨¢nea del libro, pero mir¨¦ las cinco mil fotograf¨ªas que dej¨® antes de marcharse y no encontr¨¦ ninguna. Una foto podr¨ªa haber solucionado mi problema, y es que no sab¨ªa ni el t¨ªtulo, ni el nombre del autor. Lo hab¨ªa tenido much¨ªsimas veces en las manos y estoy segura de que en alg¨²n momento tuve que memorizar ambos datos, pero la ¨²nica realidad es que los hab¨ªa olvidado.
?C¨®mo buscas un libro del cual s¨®lo conoces la primera frase y que tiene la portada de color naranja? En el instituto me empez¨® a preocupar este asunto. Mi madre y mi hermana ni siquiera recordaban la existencia de tal libro, as¨ª que la ayuda que me prestaron fue nula. En sue?os cre¨ªa tener revelaciones sobre su paradero, a veces hasta cre¨ªa recordar el argumento y, desesperada, lo anotaba en el diario en el que consignaba mis necedades de adolescente. Por desgracia, cuando despertaba al d¨ªa siguiente no pod¨ªa comprender nada de lo que hab¨ªa escrito, unas veces por la ilegibilidad de mi letra y otras porque hab¨ªa anotado un pu?ado de palabras inconexas y sin sentido. La fantas¨ªa empez¨® a rellenar los agujeros de la memoria; cre¨ª tener una vaga idea del argumento, imagin¨¦ que era la historia de un viajero que se perd¨ªa en un desierto y era perseguido por demonios. Conforme me iba haciendo adulta, este argumento variaba; no llegu¨¦ a despojarme de la idea de un viaje, pero fui a?adiendo otros planos narrativos. Con el paso de los a?os, la historia se fue transformando en un complej¨ªsimo entramado de situaciones que, de alguna manera, siempre acababan teniendo una correspondencia conmigo. Ese libro se fue convirtiendo en una met¨¢fora de mi existencia. Mi padre, con su voz imperturbable, me dorm¨ªa con la historia de mi vida convenientemente distorsionada para que no me percatara de ello. Me hipnotizaba como Kafka hipnotiz¨® a su auditorio on¨ªrico, con un relato imantado de atm¨®sfera y s¨ªmbolo, con el poder omn¨ªmodo y fascinador de la palabra. Mi vida estaba trazada, mi padre se hab¨ªa ocupado de ejercer un poder determinista sobre m¨ª y me hab¨ªa negado la libertad.
Perd¨ª la adolescencia con cierta lentitud, cumpl¨ª los ritos de ingesti¨®n de drogas blandas y de p¨¦rdida del virgo con cierto retraso con respecto a mis compa?eras. Estudi¨¦ periodismo por ninguna raz¨®n en concreto, y conforme mi madre envejec¨ªa y mi hermana abandonaba un pa¨ªs detr¨¢s de otro, me dej¨¦ obsesionar por la idea de conseguir un ejemplar de aquel libro. Fracas¨¦ en todos mis intentos; no me sirvieron clubes de lectura, foros de Internet, ni pasarme semanas en bibliotecas p¨²blicas buscando libros naranjas. La voz de mi padre se alejaba y yo me iba narrando a m¨ª misma, siguiendo las l¨ªneas de un libro que nunca hab¨ªa sido escrito, sintiendo la incertidumbre de un fin apresurado o perverso. Yo era la multitud que escuchaba a Kafka en sue?os; yo era la v¨ªctima de la letra, la que estaba abocada a perder a su padre y a dejarlo para siempre en un pasado de calidez y tinieblas.
Durante mi b¨²squeda conoc¨ª al que fue mi novio durante los a?os de Facultad; era cuatro a?os mayor y deambulaba de una editorial a otra trabajando como lector. En el fondo ¨¦l quer¨ªa ser escritor y sal¨ªa conmigo por una deformaci¨®n est¨¦tica y profesional. No creo que yo le gustara, pero s¨ª le fascinaba mi b¨²squeda -el arte tiene estos venenos-. Fuimos de viaje a Lisboa a visitar a mi hermana, que por aquel entonces trabajaba como fot¨®grafa para una revista portuguesa. Ella segu¨ªa mand¨¢ndonos a mi madre y a m¨ª su diario de fotograf¨ªas, y a veces me parec¨ªa que ella estaba haciendo la misma b¨²squeda que yo con sus im¨¢genes. El domingo antes de marcharnos pase¨¢bamos por la Pra?a da Figueira; ca¨ªa una tormenta persistente y, refugiados bajo un portal, vi que en el de enfrente hab¨ªa hecho lo mismo una mujer que llevaba un libro naranja con una serpiente dorada. No me pude controlar: sal¨ª corriendo hacia ella de tal manera que se asust¨® y empez¨® a huir de m¨ª. Yo llevaba tacones, y el tiempo que tard¨¦ en descalzarme fue el que ella necesit¨® para coger al vuelo un autob¨²s que hac¨ªa su parada en aquel momento. Romp¨ª a llorar como no lo he hecho nunca, ni cuando se muri¨® mi padre.
La desaz¨®n me dur¨® poco. Por un lado, hab¨ªa tenido muy cerca el libro, pero, por otro, sab¨ªa que exist¨ªa y que, por tanto, pod¨ªa encontrarlo. Cuando termin¨¦ la carrera cort¨¦ con mi novio, y mi hermana se fue a vivir a Suram¨¦rica; con el remite de Brasil, de Bolivia o de Chile me llegaron las fotograf¨ªas de una investigaci¨®n imposible.
Volv¨ª a estar cerca del libro hace un a?o. Hab¨ªa dejado un trabajo en una revista mensual de informaci¨®n econ¨®mica y, mientras me sal¨ªa algo, disfrut¨¦ de unos pocos meses de descanso cobrando el paro. Una vieja amiga de la universidad, sabiendo que estaba desocupada, me pidi¨® ayuda con la mudanza que estaba haciendo. Hab¨ªa heredado una casa en el casco viejo de la ciudad y hac¨ªa a?os que nadie entraba. La casa no era muy grande, pero estaba llena de libros. Tuve una corazonada; empec¨¦ a mirarlos con atenci¨®n, pero no vi ninguno con las tapas de color naranja. Desanimada vi que en un armario hab¨ªa un mont¨®n de libros con las tapas arrancadas y empec¨¦ a leer todas las primeras p¨¢ginas. Hab¨ªa uno que empezaba as¨ª: "?sta es la historia de un hombre que hab¨ªa dejado de mirarse en el espejo". ?Lo hab¨ªa encontrado? ?Era este libro? No sent¨ª ninguna alegr¨ªa, s¨®lo incertidumbre. Le ped¨ª a mi amiga que me lo regalara y ella no dudo en d¨¢rmelo. Cuando llegu¨¦ a casa lo le¨ª con ansiedad. Lo acab¨¦ en un par de horas. Era un libro muy mediocre, una historieta de terror sin pies ni cabeza. Prefer¨ª pensar que aquel libro sin portada, sin t¨ªtulo y sin autor no era el de mi padre, pero no ten¨ªa la certeza de que fuera as¨ª.
Ha pasado mucho tiempo, pero tengo la seguridad de que lo acabar¨¦ encontrando. Cuando lo haga, quiz¨¢ descubra que alguien nos lee frente a una multitud asombrada, que somos el reflejo de algo y que las cosas tienen sentido, o quiz¨¢ no descubra absolutamente nada. Tan s¨®lo tengo la esperanza de que no sea el libro que encontr¨¦ en la casa de mi amiga.
Alberto ?vila Salazar. Abogado y procurador de los tribunales, naci¨® en Madrid en 1975. Su primera novela, 'Todo lo que se ve' (Lengua de Trapo), gan¨® el Premio Arte Joven de Narrativa de la Comunidad de Madrid.
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