"Le denunci¨¦, pero ¨¦l no quem¨® el monte"
La aldea pontevedresa de Quireza apoya a un vecino acusado por otro de pir¨®mano
Adolfo Jos¨¦ Seijas Silva, Fito, es un hombre de 24 a?os de la aldea de Quireza, en el concello de Cerdedo (Pontevedra). El lunes pasado al mediod¨ªa, la Guardia Civil lo detuvo. Fue acusado de provocar el incendio m¨¢s devastador de los que han arrasado esta provincia gallega. El fuego que se inici¨® en Cerdedo viaj¨® hasta las puertas de Pontevedra. Un trayecto letal de aproximadamente 25 kil¨®metros en l¨ªnea recta en los que murieron tres personas. Ocho horas m¨¢s tarde, Seijas fue puesto en libertad. Ahora espera cita en el juzgado. La persona que lo acus¨® se llama Seraf¨ªn Pardi?as. Vive en Bugar¨ªn, otro pueblo muy chiquit¨ªn a s¨®lo tres kil¨®metros de Quireza.
En el bar de esta localidad no hay una sola persona que no est¨¦ indignada. No entienden c¨®mo la Guardia Civil pudo detener a Fito, que "nunca hizo da?o a nadie". En las zonas rurales de Galicia guardar secretos es imposible. Todos los vecinos se conocen. Y claro, surge el miedo. Describen minuciosamente cada detalle, pero nadie se atreve a dar su nombre. Temen al denunciante Pardi?as, "un desequilibrado" conocido en todo Cerdedo. En la gasolinera del pueblo un motorista se altera s¨®lo con o¨ªr el nombre: "Es un gilipollas que ya prendi¨® fuego hace unos a?os".
El denunciante, que vive de la beneficencia, es un alcoh¨®lico temido en todo el pueblo
Pardi?as vive con lo justo. Su vivienda, ahora medio en ruinas, se la repar¨® el Ayuntamiento. Sobrevive con un "sueldo de la beneficencia", dice. En el suelo, latas de conserva oxidadas y once huesos secos de melocot¨®n. Dos cuerdas sujetan ropa sucia. Unas medias de invierno ro¨ªdas y unas camisetas cuelgan. Tras la puerta met¨¢lica, se escucha su vozarr¨®n. De la casa sale un hombre corpulento, borracho, desali?ado y semidesnudo. Viste una camiseta que un d¨ªa fue blanca. Tambi¨¦n unos calzoncillos rotos del mismo color. La peste a vino es insoportable. Por primera vez en d¨ªas, ya no huele a brasas. Sus ojos rojos desorbitados esquivan la mirada. Y solloza. Sus piernas tienen peque?os trombos. Es un hombre enfermo, un alcoh¨®lico. Se entiende su fama en Cerdedo. Comienza a balbucear y reconoce que ¨¦l denunci¨® a Fito de provocar un incendio. Entre l¨¢grimas confiesa: "Pero no fue ¨¦l". ?Qui¨¦n lo hizo entonces? ?A qui¨¦n vio? Silencio. El perro de Pardi?as, su ¨²nica familia, juguetea simp¨¢tico entre las piernas de su amo. Entonces, por fin, una respuesta. "Nadie". ?Y por qu¨¦ la acusaci¨®n? "Porque me molesta a las 3 de la ma?ana". ?Qui¨¦n, Fito? "No, todo el mundo".
El microcosmos de este hombre solitario no abarca demasiados kil¨®metros cuadrados. El alcoholismo que padece se conoce en todo Cerdedo. Los vecinos prefieren no tener problemas con ¨¦l. Si un d¨ªa aparece por la taberna pueden suceder dos cosas. Primera y m¨¢s probable, que le echen. Segunda, que alg¨²n paisano le invite a su ronda. Todo con tal de no enemistarse con Pardi?as. Dicen en Quireza que hace no mucho tiempo, Fito le regal¨® cuatro gallinas. Nadie se explica que ahora le haya pagado con esa moneda. Una mujer dice: "Cuanto mejor se han portado con ¨¦l... peor". Para los vecinos, cualquiera pudo haber sido detenido: "Fue a por Fito como pudo haber ido por otro".
En el momento de la denuncia, el s¨¢bado de madrugada, Fito estaba en San Isidro, donde las llamas amenazaban las casas. De all¨ª es el novio de su hermana. Parad¨®jicamente, "mientras uno le daba al cart¨®n de vino el otro estaba sofocando el incendio".
En los ¨²ltimos cinco a?os, cuatro familiares de Fito han fallecido de c¨¢ncer: Padre, madre, abuelo materno y abuela paterna. Bregado en la desgracia, en absoluto aparenta la edad que tiene. Dice sereno que le han aconsejado "no hablar con periodistas". Disgustado, sostiene que algunos peri¨®dicos le trataron fatal y que no piensa dejar que da?en su nombre. De momento s¨®lo quiere que pase el mal trago. Su familia y una decena de vecinos que hay en ese momento en el bar le apoyan y hablan por ¨¦l. Fito parece un hombre querido en el pueblo.
En el bar de Quireza comienzan a aparecer m¨¢s vecinos a comer, algunos sudorosos del campo. Mientras un ni?o que viste una camiseta del Real Madrid corretea por el local, el due?o de la taberna invita a unas tapas de jam¨®n a los presentes. Entre trago y mordisco, un vecino de Sabucedo exclama: "?A un borracho y un pir¨®mano no se le puede hacer caso!". Otro lugare?o replica: "No digas que ¨¦l quem¨® el bosque porque no lo sabemos". Nadie quiere acusarle. En Quireza creen que eso ser¨ªa cometer el mismo pecado que critican.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.