"No fue una tonter¨ªa juvenil"
Me descubr¨ª volviendo hojas atr¨¢s y vi c¨®mo me saltaba p¨¢ginas y, donde se abr¨ªan huecos, garabateaba adornos y monigotes. De mi mano flu¨ªan cosas accesorias, r¨¢pidamente narradas para distraer y ennegrecerse enseguida: ?fuera!
Ahora faltan las articulaciones de un proceso que nadie deten¨ªa, cuyo desarrollo no pod¨ªa invertirse y cuya huella era incapaz de borrar goma alguna. Y, sin embargo, en cuanto hay que recordar el paso fatal que dio aquel escolar quincea?ero de uniforme, no me es posible pelar la cebolla ni interrogar a otro medio de ayuda. Lo cierto es que me present¨¦ voluntariamente al servicio de las armas. ?Cu¨¢ndo? ?Por qu¨¦?
Como no recuerdo fecha ni puedo acordarme del tiempo, ya entonces variable, ni enumerar lo que ocurr¨ªa simult¨¢neamente entre el Oc¨¦ano Glacial ?rtico y el C¨¢ucaso y en los restantes frentes, de momento s¨®lo quieren convertirse en frases las presuntas circunstancias que alimentaron, empujaron mi decisi¨®n y finalmente me llevaron a seguir el conducto oficial. No se les puede agregar ep¨ªtetos atenuantes. Lo que hice no puede minimizarse como tonter¨ªa juvenil. No sent¨ªa ninguna opresi¨®n en la nuca, y ning¨²n sentimiento de culpa autoinducido, por ejemplo por haber dudado de la infalibilidad del F¨¹hrer, exig¨ªa ser compensado por un celo voluntario.
La afirmaci¨®n de mi ignorancia no puede ocultar la conciencia de haber estado integrado en un sistema que aniquil¨® a millones de seres humanos
?Fue el desbordamiento de un r¨ªo de sentimientos, el placer de actuar por cuenta propia, el deseo de crecer muy deprisa, de ser un hombre entre hombres?
Sucedi¨® en la ¨¦poca de mi servicio como ayudante de aviaci¨®n, que no era voluntario pero, al terminar el d¨ªa escolar, parec¨ªa una liberaci¨®n que, con su instrucci¨®n suave, yo aceptaba. [...]
El noticiario se proyectaba antes del documental de cultura y el largometraje. En los cinemat¨®grafos del barrio de Langfuhr o en el "Ufa-Palast" de la Elisabethkirchengasse de la ciudad vieja, ve¨ªa a Alemania rodeada de enemigos, ahora en una guerra defensiva, heroicamente librada en las estepas infinitas de Rusia, los arenales ardientes del desierto libio, el protector baluarte del Atl¨¢ntico y, con submarinos, en todos los mares del mundo, y tambi¨¦n en el frente patrio, en donde las mujeres torneaban granadas y los hombres ensamblaban tanques. Un basti¨®n contra la marea roja. Un pueblo que luchaba por su destino. La fortaleza de Europa que resist¨ªa al imperialismo angloamericano; y sin duda con muchas p¨¦rdidas, porque en las Danziger Neueste Nachrichten aumentaban cada d¨ªa las esquelas, con orla negra y adornadas por una cruz aspada, que daban testimonio de los soldados muertos por el F¨¹hrer, el Pueblo y la Patria.
?Iban en esa direcci¨®n mis deseos? ?Se mezclaba a la confusi¨®n de mis enso?aciones algo de nostalgia de muerte? ?Quer¨ªa ver mi nombre inmortalizado y rodeado de negro? Probablemente no. Sin duda habr¨¦ sido egoc¨¦ntricamente solitario, pero, por mi edad, no estaba harto de vivir. Entonces ?fue s¨®lo tonter¨ªa?
Nada me ilustra sobre lo que piensa un muchacho de quince a?os que, por su propia voluntad, quiere ir por encima de todo a donde se lucha y -como puede suponer y sabe incluso por los libros- la Muerte hace su cosecha. Las suposiciones se relevan mutuamente: ?fue el desbordamiento de un r¨ªo de sentimientos, el placer de actuar por cuenta propia, el deseo de crecer muy deprisa, de ser un hombre entre hombres? [...]
Encontr¨¦ el centro de reclutamiento en un edificio bajo de la ¨¦poca polaca, en el que, tras puertas con letreros, se administraban, organizaban, tramitaban y archivaban en carpetas otros asuntos diferentes. Despu¨¦s de anunciarse, hab¨ªa que esperar a que te llamaran. Dos o tres chicos mayores, con los que no hab¨ªa mucho que hablar, pasaron antes que yo.
Un suboficial del ej¨¦rcito y otro de marina quisieron librarse de m¨ª, por demasiado joven; todav¨ªa no le tocaba a mi quinta. Sin duda, la llamar¨ªan tambi¨¦n a filas. No hab¨ªa raz¨®n para apresurarse. [...]
Aquel auxiliar de aviaci¨®n vestido de uniforme o de paisano, posiblemente con pantalones cortos y calcetines largos, ?se cuadr¨® a la debida distancia de la mesa -"?Me presento voluntario para servir en el Arma Submarina!"-, con resuelta decisi¨®n, como se le hab¨ªa ense?ado?
?Se le dijo que tomara asiento?
?Se sinti¨® valiente y, de paso, se insinu¨® ya como un futuro h¨¦roe?
S¨®lo me responde una imagen borrosa, en la que no puedo leer ninguna idea.
En cualquier caso, deb¨ª de ser insistente, incluso cuando me dijeron que, de momento, no se necesitaban voluntarios para submarinos: el cupo se hab¨ªa cerrado.
Luego me dijeron que, como era sabido, la guerra no se hac¨ªa s¨®lo bajo el agua, y por eso iban a tomar nota y comunicar la presentaci¨®n a otros centros de reclutamiento. En las divisiones acorazadas cuya nueva creaci¨®n estaba prevista, en cuanto le tocase a la quinta del veintisiete tendr¨ªa sin duda probabilidades.
-No te impacientes, muchacho, os llamar¨¢n antes de lo que pens¨¢is. [...]
En alg¨²n momento, tanto el suboficial paternal del Ej¨¦rcito como el de Marina, bastante ¨¢spero, consideraron que hab¨ªan o¨ªdo ya lo suficiente. Mientras pon¨ªan fin claramente a la entrevista, me aseguraron que apoyar¨ªan mi solicitud. Bueno, dijeron, antes tendr¨¢ que hacer el servicio social. Ni siquiera los voluntarios para el frente se librar¨ªan... [...]
Entonces pas¨® el tiempo. Nos acostumbramos a la vida en barracones con camas de dos pisos. Transcurri¨® lentamente un verano sin Mar B¨¢ltico ni temporada de ba?o... [...]
S¨®lo entonces se convirti¨® en realidad lo que habr¨ªa de reprimir muchos a?os, fechado y estampado: el llamamiento a filas. Sin embargo, ?qu¨¦ era lo que hab¨ªa all¨ª impreso, en letra grande y peque?a?
Ninguna ayuda me vale. El encabezamiento de la carta sigue borroso. Como si hubiera sido degradado luego, no puede determinarse el grado militar del firmante. La memoria, normalmente una parlanchina que se complace en las an¨¦cdotas, me brinda una p¨¢gina en blanco; ?o soy yo quien no quiere descifrar lo que est¨¢ escrito en la piel de cebolla? [...]
Cuando el tren, tras el viaje nocturno y repetidas paradas, lleg¨® con retraso a la capital del Reich, iba tan despacio como si quisiera animar a los viajeros, si no a tomar apuntes, al menos a colmar previsoramente posteriores fallos de memoria.
Se me qued¨® esto: a ambos lados del terrapl¨¦n de la v¨ªa ard¨ªan casas aisladas y manzanas. Por los agujeros de las ventanas de los pisos altos brotaban las llamas. Luego, otra vez, vistas sobre las oscurecidas gargantas de las calles y los patios traseros, en los que hab¨ªa ¨¢rboles. Todo lo m¨¢s vi siluetas aisladas de seres humanos. Ning¨²n alboroto.
Los incendios se consideraban normales, porque Berl¨ªn estaba en un estado diario de destrucci¨®n progresiva. Tras el ¨²ltimo bombardeo hab¨ªa cesado ya la alarma. El tren rodaba despacio y, como deliberadamente, me invit¨® a visitar la ciudad. [...]
Estaba ante un n¨²mero desconcertante de indicadores y puntos de encuentro, oficinas de inscripci¨®n y centros de organizaci¨®n. Dos polic¨ªas militares, reconocibles por los escudos de metal que les colgaban del pecho -por lo que se los llamaba preventivamente "perros encadenados"- me indicaron el camino. En la nave de ventanillas de la estaci¨®n de Berl¨ªn -?cu¨¢l de las estaciones de Berl¨ªn?-, en donde los reci¨¦n llamados de mi edad hac¨ªan cola, recib¨ª, tras una breve espera, una orden de marcha que me ordenaba Dresde como pr¨®ximo destino de viaje. [...]
Mi siguiente orden de marcha dec¨ªa claramente que el recluta que llevaba mi nombre deb¨ªa ser adiestrado en la lucha de carros, en un lugar de entrenamiento militar de las Waffen-SS, para ser artillero de tanque: muy lejos, en los bosques de Bohemia...
La pregunta es: ?me asust¨® lo que en la oficina de reclutamiento saltaba a la vista, lo mismo que todav¨ªa hoy, despu¨¦s de sesenta a?os, me resulta horrible esa "doble ese" en el momento en que escribo?
En la piel de cebolla no hay nada grabado que me permita leer signos de susto ni, mucho menos, de espanto. M¨¢s bien habr¨¦ considerado a las Waffen-SS como una unidad de ¨¦lite, que entraba en acci¨®n cada vez que hab¨ªa que contener una ruptura de frente, hacer saltar un cerco como el de Demyansk o reconquistar Jarkov. La doble runa del cuello de mi uniforme no me resultaba chocante. Para aquel joven, que se consideraba un hombre, lo importante era sobre todo, el Arma: si no pod¨ªan ser en los submarinos, de los que apenas hab¨ªa ya noticias especiales, que fuera como artillero de tanque en una divisi¨®n que, como se pod¨ªa saber en la central de Weisser Hirsch, iba a reorganizarse, concretamente la "J?rg von Frundsberg".
Conoc¨ªa ese nombre por ser el del jefe de la Liga de Suabia en la ¨¦poca de las Guerras Campesinas y "padre de los lansquenetes". Alguien que luch¨® por la libertad y la liberaci¨®n. Adem¨¢s, de las Waffen-SS se desprend¨ªa algo europeo: agrupados en divisiones, en el frente oriental luchaban voluntarios franceses, valones, flamencos y holandeses, muchos noruegos, daneses y hasta suecos neutrales, en una guerra defensiva que, seg¨²n dec¨ªan, salvar¨ªa a Occidente de la oleada bolchevique.
Hab¨ªa evasivas suficientes. Y, sin embargo, durante decenios me negu¨¦ a admitir esa palabra y esas dos letras. Lo que hab¨ªa aceptado con el tonto orgullo de mis a?os j¨®venes quise callarlo despu¨¦s de la guerra, por verg¨¹enza siempre renovada. No obstante, la carga subsist¨ªa y nadie pod¨ªa aligerarla.
Es verdad que durante mi adiestramiento en la lucha de tanques, que me embruteci¨® durante el oto?o y el invierno, no se supo nada de los cr¨ªmenes de guerra que luego salieron a la luz, pero la afirmaci¨®n de mi ignorancia no puede ocultar la conciencia de haber estado integrado en un sistema que planific¨®, organiz¨® y llev¨® a cabo la aniquilaci¨®n de millones de seres humanos. Aunque pudiera convencerme de no haber tenido una responsabilidad activa, siempre quedaba un resto, que hasta hoy no se ha borrado, que con demasiada frecuencia se llama responsabilidad compartida. Vivir¨¦ con ella hasta el fin de mis d¨ªas, eso es seguro.
Miguel S¨¢enz ha traducido toda la obra de G¨¹nter Grass al espa?ol. Est¨¢ en curso de traducci¨®n de Pelando la cebolla, y ha seleccionado de la versi¨®n provisional algunos pasajes de los cap¨ªtulos tercero y cuarto, ilustrativos de la confesi¨®n que ha causado la pol¨¦mica.
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