La espada y la balanza
La justicia como valor es invisible e inalcanzable. Para hacerla tangible se representa por medio de una se?ora con los ojos vendados que esgrime en su mano derecha la espada y en la izquierda la balanza. Que nadie busque subliminales mensajes, se le ocurri¨® as¨ª al que consigui¨® acertar con esta imagen como s¨ªmbolo terrenal de tan altos objetivos. La espada simboliza la fuerza inflexible de la letra de la ley, dura lex sed lex, la balanza significa el equilibrio, el razonamiento y la b¨²squeda de la justicia.
Se me ocurren estas reflexiones previas, a la vista de la tan anunciada Proposici¨®n de Ley, de nombre interminable, que el Consejo de Ministros remite a las Cortes Generales para reparar los horrores de la Guerra Civil y su prolongada posguerra.
Despu¨¦s de una primera lectura experimento sentimientos contradictorios. M¨¢s que una ley me parece un conjunto de paliativos, seguramente bien intencionados, pero desoladoramente ajenos a cualquiera de los valores que son el nervio de nuestra Constituci¨®n.
El debate sobre la recuperaci¨®n de la Memoria Hist¨®rica ha sido inteligentemente desmontado y desprestigiado. Ya sabemos que la memoria es una de las potencias del alma que reside en el cerebro. Demasiada abstracci¨®n para ser compatible con el realismo jur¨ªdico y lo pol¨ªticamente correcto. Por otro lado, la Historia se considera exclusiva de los historiadores, como si se tratase de una ciencia cuyos arcanos s¨®lo pueden manejar los que son o se proclaman como tales.
No entro en el debate. A pesar de estos an¨¢lisis, m¨¢s o menos cient¨ªficos, la historia la llevamos todos en nuestro pasado e inevitablemente tratamos de proyectarla hacia el futuro. Los historiadores de profesi¨®n y los que motivados por las vivencias recientes queremos valorar el pasado, estamos abocados a plasmar por escrito nuestras conclusiones. Dejemos que los lectores, sin aprior¨ªsticas selecciones, establezcan libremente sus juicios y sus cr¨ªticas. Herodoto, el padre de todos los historiadores, escrib¨ªa lo que le transmit¨ªan oralmente los protagonistas directos o sus herederos. Los documentos e incluso las im¨¢genes que manejan sus disc¨ªpulos contempor¨¢neos no a?aden m¨¢s veracidad al testimonio de los protagonistas. El grito que surge de sus vidas nunca se acallar¨¢, por mucho que traten de explicarles lo que estiman injustificable. Los fusilamientos, las fosas, las cunetas, el exilio exterior e interior, hablar¨¢n hasta el ¨²ltimo aliento y quedar¨¢n en la memoria de sus allegados. Lo dem¨¢s son historias.
Lo que m¨¢s duele para los que modestamente nos consideramos dem¨®cratas es que se haya utilizado nuestra Constituci¨®n como pretexto y como arma arrojadiza. Para justificar mi queja, espero no aburrir a mis hipot¨¦ticos lectores con farragosas explicaciones jur¨ªdicas.
Desde el a?o 1936, el tiempo y la vida no se han parado. Los seres humanos, sea cual sea el escenario pol¨ªtico en que se mueven, generan por s¨ª mismos infinidad de relaciones jur¨ªdicas: matrimonios, filiaciones, contratos, herencias, actividades mercantiles y financieras, y as¨ª hasta el inagotable cat¨¢logo que ofrece el intercambio de voluntades entre personas.
Durante el largo periodo del r¨¦gimen nacional sindicalista, como se autodenominaba, la gente de cualquier ideolog¨ªa, convicci¨®n o creencia, viv¨ªa, se reproduc¨ªa y mor¨ªa. Los derechos y obligaciones que surgieron de la vida misma, es dif¨ªcil y arriesgado reconvertirlos o modificarlos, al amparo de la nueva Constituci¨®n democr¨¢tica.
De forma necesariamente sint¨¦tica, tratar¨¦ de exponer cu¨¢l ha sido la postura del Tribunal Constitucional sobre la no retroactividad de los derechos fundamentales, en mi opini¨®n, insuficientemente mati-
zada. Cuando el escultor Pablo Serrano solicit¨® que se le reconociese la titularidad de una escultura que hab¨ªa vendido, esgrim¨ªa el derecho del artista a sus creaciones, que introduc¨ªa la Constituci¨®n. Ante la previsible avalancha de reclamaciones sobre derechos de car¨¢cter eminentemente privado, el Tribunal Constitucional, con prudencia, pero sin contundente rigor, deneg¨® su pretensi¨®n. Lo mismo hizo ante la petici¨®n de derechos de jubilaci¨®n y otros de an¨¢logo car¨¢cter. Comparto esta idea. Ser¨ªa perturbador e inseguro jur¨ªdicamente desmontar todo lo que la vida ha ido consolidando con su imparable pujanza.
Sin embargo, cuando el Tribunal entra en el an¨¢lisis de casos en los que los derechos vulnerados son patrimonio de la humanidad, sus razonamientos no s¨®lo son inconsistentes sino claramente contrarios al derecho internacional sobre los derechos humanos. Lo que consideran como imposible revisi¨®n peri¨®dica de la historia impide a todos los ejecutados en Consejos de Guerra sumar¨ªsimos aspirar a una p¨®stuma anulaci¨®n de sus procesos. Como se ha dicho, al fin y al cabo, era la legalidad vigente en el momento de su condena a muerte.
Esta tesis, en plena vigencia del principio de jurisdicci¨®n universal, la anulaci¨®n de las leyes de punto final, la derogaci¨®n de las autoamnist¨ªas, la imprescriptibilidad de los cr¨ªmenes contra la humanidad, y la creaci¨®n de Tribunales Internacionales para perseguirlos, impide despachar estos asuntos de forma tan esquem¨¢tica y fr¨ªa.
Me parece, con todos los respetos, por lo menos una falta de rigor jur¨ªdico. Como dice la jurisprudencia del Tribunal Supremo estadounidense, una sentencia vale lo que valen sus razonamientos.
Despojarles, esgrimiendo problemas de retroactividad, la titularidad de derechos tan fundamentales como el derecho a ser juzgado por un tribunal leg¨ªtimo, a no ser torturados ni ejecutados extrajudicialmente, es negarles su condici¨®n humana. Afirmar que carec¨ªan de ellos hasta que lleg¨® la Constituci¨®n supone privarles de la dignidad inseparable de la condici¨®n humana. Si eran humanos ten¨ªan derechos y estos claman por su reconocimiento, aunque sea tard¨ªo.
Me parece descorazonador que se les ofrezca, en compensaci¨®n, una especie de certificado de buena conducta que, en lugar de estar emitido por el cura p¨¢rroco o el comandante de puesto de la Guardia Civil, se lo otorgaran solemnemente cinco notables y ser¨¢ publicado en el Bolet¨ªn Oficial del Estado.
A la vista de los acontecimientos, a todos los muertos por comulgar con el golpe militar o por defender la legalidad republicana y la democracia, sistema imperfecto como dijo Winston Churchill, s¨®lo se me ocurre decirles que descansen en paz y pidan perd¨®n por las molestias que est¨¢n causando. Ya vendr¨¢n tiempos mejores. Una vez m¨¢s, la espada ha conseguido desequilibrar la balanza.
Jos¨¦ Antonio Mart¨ªn Pall¨ªn es magistrado em¨¦rito del Tribunal Supremo.
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