'La Tempestad': de lo vivo a lo pintado
Uno. A lo largo de nuestro siglo, La Tempestad de Shakespeare ha tenido lecturas pol¨ªticas (una f¨¢bula sobre el colonialismo), filos¨®ficas (una alegor¨ªa sobre el Neoplatonismo, con Pr¨®spero como superhombre renacentista), gn¨®sticas (Calib¨¢n como ¨¢ngel ca¨ªdo), psicoanal¨ªticas (un "sue?o de la raz¨®n", reflejo de los conflictos internos de Pr¨®spero), y, la m¨¢s extendida, una secreta biograf¨ªa art¨ªstica del propio Shakespeare, con la varita rota y el libro hundido del final como su emblem¨¢tico adi¨®s al teatro; teor¨ªa muy sugestiva, pero un tanto desmentida por la posterior escritura de Henry VIII y The Two Noble Kinsmen, aunque fuera con la ayuda de John Fletcher. Harold Bloom quiso ver en La Tempestad no una clausura sino un experimento en busca de una "nueva forma": quiz¨¢ por eso suele montarse siempre tan mal. La mezcla de g¨¦neros -drama, farsa, comedia f¨¦erie- es absoluta, pero ya estaba, si nos paramos a pensar, en El sue?o de una noche de verano. Quiz¨¢ La Tempestad ahonde en la idea, tan cara al barroco, de la extrema irrealidad de la existencia ("such stuff/as dreams are made on") a trav¨¦s de una serie de mutaciones y espejismos que trazar¨ªan un viaje coral hacia el conocimiento. Todos cambian, salvo Antonio, el villano, absuelto pero inalterado. Les cambia el amor, la percepci¨®n de sus errores (Calib¨¢n tomando por dios a un borracho) o el perd¨®n de Pr¨®spero. Y quien m¨¢s cambia es ¨¦l. El ejercicio de la magia le revela su desp¨®tica intransigencia: la verdadera tempestad era la que se agitaba en el interior de su cabeza. Es uno de los "personajes positivos" menos simp¨¢ticos de Shakespeare, pero acaba trascendiendo su anhelo de venganza a costa de abandonar sus poderes y regresar como hombre al mundo de los hombres. Cuando la tempestad desborda, literalmente, su entendimiento y provoca el naufragio de sus enemigos, emergen de nuevo las pasiones soterradas. Sebasti¨¢n y Antonio quieren matar a Gonzalo; Calib¨¢n conspira con Esteban y Tr¨ªnculo. Vuelve tambi¨¦n el amor, el amor naciente de Miranda y Fernando. Pr¨®spero descubre que la maldad y la estupidez son eternas, pero el amor tambi¨¦n. Ha fracasado en su intento de educar a Calib¨¢n, ha convertido a Ariel en un esclavo, y acaba por comprender que no puede hacer de su hija otra esclava, que ella pertenece al mundo del que Pr¨®spero se exili¨® espiritualmente. En la pen¨²ltima escena, mientras Miranda y el pr¨ªncipe Fernando se juegan veinte reinos al ajedrez, el viejo mago la contempla como Spencer Tracy miraba a Liz Taylor en El padre de la novia: con los ojos de la resignaci¨®n, de la juventud perdida y del inexorable paso del tiempo. Miranda se casar¨¢, se hermanar¨¢n los ducados de Mil¨¢n y N¨¢poles, y, tema eterno de Shakespeare, las dinast¨ªas ser¨¢n restauradas.
A prop¨®sito del montaje de La tempestad, de Shakespeare, por Llu¨ªs Pasqual
Dos. Poco de todo esto (y esto no es m¨¢s que un breve resumen de temas y tonos) he logrado encontrar en el montaje que Llu¨ªs Pasqual present¨® en el Arriaga, en programa doble con su ya comentado Hamlet, y, que tras recalar en el Espa?ol, lleg¨® al Lliure como una de las ofertas estelares del Grec. El "retorno" de Pasqual a Barcelona obtuvo un gran ¨¦xito de p¨²blico, especialmente con Hamlet, muy desigual aunque con momentos notables, pero La Tempestad no est¨¢ ni de lejos a su altura. O por lo menos no logro yo hacerme una idea de su prop¨®sito. No s¨¦ si el director ve La Tempestad como una farsa absurda, un espect¨¢culo de cabaret en la l¨ªnea descacharrada de Alfredo Arias o una funci¨®n infantil. Se despliega el precioso tel¨®n, casi circense, dise?ado por Paco Azor¨ªn, y entra en escena un extra?o personaje que habla como Pompoff, viste un mono de mec¨¢nico y lleva alitas. ?Es el fantasma de Otilio, el chapuzas de Ib¨¢?ez? ?Es Super Mario? No, es Anna Lizar¨¢n, una de las m¨¢s grandes actrices de nuestro pa¨ªs, aqu¨ª tristemente malbaratada, apayasando a Ariel, "esp¨ªritu de aire y de agua", sin motivo aparente, y soltando su texto como si fuera un bromazo. El siempre poderoso Francesc Orella lo tiene crudo para imponer su autoridad: es un Pr¨®spero perplejo, que a cada paso parece a punto de preguntar: "?Era aqu¨ª lo de La Tempestad, no? A ver si me habr¨¦ metido en el plat¨® de Los Chiripitifl¨¢uticos". Porque hay m¨¢s Arieles o Arielas, y una de ellas, Itxaso Corral, canta el Full Fathom Five m¨¢s desafinado que he o¨ªdo en mi vida, simplemente porque le han marcado un tono que no puede alcanzar. Y Calib¨¢n, mitad salvaje mitad anfibio, no es esa criatura del subsuelo que defini¨® Bloom como "puro instinto y puro dolor, como un simio al que han ense?ado a hablar, a expresar, en vano, su dolor y su deseo": a Aitor Mazo le han impuesto un acento cubano de chiste y unos movimientos de boxeador sonado. Jorge Santos interpreta a Tr¨ªnculo, por razones igualmente ignotas, como un travesti de provincias en horas bajas. Jes¨²s Castej¨®n, por el contrario, inyecta verdadera gracia y energ¨ªa al cocinero Esteban, convirti¨¦ndolo en un fierabr¨¢s casi barojiano, casi Jaun de Alzate. Los nobles, a juzgar por sus gritos, parecen seriamente ensordecidos por la galerna. Sebasti¨¢n (Lander Iglesias) y Antonio (Joseba Apaolaza) conspiran a la manera de los Hermanos Malasombra, y Helio Pedregal (Alonso, el usurpador) pasea como si pendiera una orden de arresto sobre todo aquel que se atreva a mostrar una emoci¨®n. As¨ª las cosas, cada quien hace su guerra, y predomina una sensaci¨®n de general incomodidad, redoblada por esos temibles pal¨¦s portuarios y cascatobillos que Azor¨ªn ha sembrado en la boca del escenario. Orella s¨®lo logr¨® conmoverme en su mon¨®logo final, apoyado en una imagen sencilla y clara, con verdadera fuerza po¨¦tica: Ariel, liberado, se transforma en una bombilla, una veilleuse de teatro, esfum¨¢ndose en la sombra, perdi¨¦ndose en los telares de otro montaje posible. Pero ya es tarde. Y bastante triste revisar tu cuaderno de notas y darte cuenta de que est¨¢ lleno de preguntas sobre las intenciones de la puesta en escena, es decir, que no brotan del texto mismo, de las honduras y enigmas de Shakespeare.
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