La magia impresa
A la vejez, viruelas. Hace casi medio siglo que desert¨¦ sin re-mordimiento de cualquier pr¨¢ctica religiosa. Y desde entonces me he venido considerando un esc¨¦ptico, un racionalista contumaz y un agn¨®stico convencido. Pero ahora ya no lo tengo tan claro. Hete aqu¨ª que de pronto, cuando me adentro en el ¨²ltimo tercio de mi vida, acabo de descubrirme recayendo en algo que recuerda demasiado a la vieja pr¨¢ctica religiosa de mi ni?ez. Todos los domingos, como si me asaltase alg¨²n reflejo condicionado semejante a los que hac¨ªan salivar a los perros de Pavlov, me dirijo a mi librer¨ªa de guardia y me reclino ante los anaqueles, adorando con delectaci¨®n a mis ¨ªdolos de letra impresa a la espera de comulgar con sus lit¨²rgicas p¨¢ginas. Y tras la m¨ªstica experiencia, acuciado por mi pasi¨®n sagrada, no puedo menos que recaer de nuevo en la tentaci¨®n de adquirir material impreso, por mucho que sufra mi menguada cuenta bancaria de funcionario docente.
Despu¨¦s hago examen de conciencia y trato de analizar los motivos ocultos de tan incorregible adicci¨®n. ?Se trata de un vicio adquirido como los de beber o fumar, que s¨®lo se sacia moment¨¢neamente consumiendo su dosis semanal o diaria? ?Me dejo llevar por el consumismo hedonista al que me persuade la mercadotecnia editorial? ?O soy v¨ªctima de una inconsciente regresi¨®n ed¨ªpica reprimida durante mi infancia, ahora sublimada mediante la dependencia materna de la letra impresa? Tras mucho pensarlo, y para tranquilidad de mi mala conciencia, he llegado a una conclusi¨®n: no se trata de ning¨²n vicio perverso, ni tampoco de una regresi¨®n freudiana, sino de un h¨¢bito adquirido que revela mi prosaica dependencia del pensamiento m¨¢gico. Sencillamente, me comporto como si creyera que, consumiendo letra impresa, adquirir¨¦ unos poderes m¨¢gicos que me servir¨¢n para manipular la realidad en mi propio inter¨¦s. De este modo utilizo los libros como si fueran conjuros, talismanes, amuletos o fetiches: objetos m¨¢gicos que permiten abrigar la fantas¨ªa de que gracias a ellos se controla la realidad a distancia para manipularla a voluntad.
El pensamiento m¨¢gico consiste en ignorar o despreciar las relaciones de causa a efecto que rigen la realidad objetiva para sustituirlas por otras relaciones imaginarias y metaf¨®ricas pero falsas y mendaces, aunque subjetivamente gratificantes, que no act¨²an por causalidad sino por casualidad, y que permiten enga?arse a s¨ª mismo confundiendo la realidad con los propios deseos.
Deshojar la margarita para creerse amado, clavar alfileres en la efigie de alguien odiado, o decir s¨¦samo ¨¢brete para remover obst¨¢culos, son los ejemplos m¨¢s conocidos. Pero hay otros bastante m¨¢s comunes, como sucede con la adoraci¨®n por las ¨²ltimas novedades reci¨¦n inventadas: objetos m¨¢gicos dotados de poderes especiales que prometen hacernos m¨¢s fuertes y felices. Algo que ya describi¨® Vlad¨ªmir Propp en su Morfolog¨ªa del cuento, pues el h¨¦roe de los relatos fant¨¢sticos siempre triunfa gracias a los poderes especiales que le confieren ciertos "objetos m¨¢gicos", desde la alfombra voladora de Simbad hasta el ordenador port¨¢til de Matrix. Por eso Weber sostuvo que la magia, como arte de manipular la realidad, es la fuente de todo carisma, de la que procede tanto la religi¨®n como la ciencia, y tanto la cultura como la guerra.
Hoy sabemos que la realidad objetiva s¨®lo puede controlarse con la ciencia y la t¨¦cnica, y no con conjuros m¨¢gicos (aunque no debe olvidarse que el precursor de la ciencia moderna, Roger Bacon, fue el ¨²ltimo mago aut¨¦ntico). Pero el pensamiento m¨¢gico sigue perviviendo en las virtudes salvadoras que se atribuyen a la guerra y la cultura.
Es la vieja pol¨¦mica entre las armas y las letras (o la pluma y la espada, dicho al estilo del Quijote), como magias supremas que compiten por ver qui¨¦n consigue mayor dominio sobre la realidad.
Los guerreros terroristas y antiterroristas (las dos caras del fascismo) siguen crey¨¦ndose h¨¦roes mesi¨¢nicos capaces de salvar a su comunidad gracias al uso de esos objetos m¨¢gicos que son las armas y los atentados. Pero frente a ellos est¨¢n los antih¨¦roes intelectuales, herederos de la Ilustraci¨®n, que cifran en las letras toda esperanza de salvaci¨®n. Es la magia impresa, opuesta tanto a la magia blanca de la religi¨®n como a la magia negra de la guerra (por mucho que sacerdotes y guerreros hayan abusado con profusi¨®n de la propaganda impresa): una magia impresa iniciada en el siglo XVII con la revoluci¨®n de la imprenta y desencadenante en el XVIII de la revoluci¨®n lectora.
Si la cultura del libro pudo predominar, hasta que sucumbi¨® ante la revoluci¨®n digital, fue gracias precisamente a las virtudes m¨¢gicas que se atribu¨ªan a la lectura, como senda de salvaci¨®n personal y redenci¨®n colectiva. Era esa misma magia impresa de la que yo tambi¨¦n particip¨¦, como tantos otros de mi propia generaci¨®n, cuando me salv¨¦ de la religi¨®n y del fascismo gracias a la lectura juvenil. Pero eso fue al precio de caer en el pensamiento m¨¢gico, que me llev¨® a creer que la verdadera vida estaba encerrada en los libros, fuera de la realidad objetiva. De ah¨ª que me acostumbrase a pensar que para controlar mi vida bastaba con devorar libros, como objetos m¨¢gicos que atesoraban las f¨®rmulas secretas capaces de controlar y manipular la realidad. Y hoy, cuando mi ciclo vital comienza a declinar, regreso a mi adicci¨®n adolescente a la magia impresa, adquiriendo libros como si fueran una especie vicaria de Viagra intelectual.
Al menos ahora ya he aprendido algo que en mi adolescencia no pod¨ªa sospechar, y es que la magia impresa no existe, porque la vida no est¨¢ en los libros sino fuera de ellos, en la contingente y aciaga realidad. Si la vida fuera como los libros, ser¨ªa lineal, estar¨ªa ordenada y tendr¨ªa sentido ¨²ltimo. Pero no es as¨ª, sino que es incoherente, entrecruzada, contradictoria y absurda: un cuento idiota, lleno de ruido y furia, que no significa nada. Algo que s¨®lo se aprende viviendo, y nunca jam¨¢s en los libros.
Entonces, ?cu¨¢l es la moraleja que se desprende de mi historieta? Que no hay mal que por bien no venga. Extinguida la Galaxia G¨¹tenberg, Occidente ha dejado de creer en la magia impresa para pasar a creer con fe de carbonero en la magia digital, comulgando con las ruedas de molino que nos vende la industria inform¨¢tica a t¨ªtulo de objetos m¨¢gicos. Pero gracias a eso, ahora ya podemos reconsiderar a los libros en su justa dimensi¨®n, una vez despojados de su magia impresa y reducidos a su verdadero car¨¢cter notarial de relatos parciales que dan testimonio de nuestro tiempo. Nada m¨¢s pero nada menos.
Enrique Gil Calvo es profesor titular de Sociolog¨ªa de la Universidad Complutense de Madrid.
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