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Tribuna:Los retos del socialismo catal¨¢n
Tribuna
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El precio del ¨¦xito

En las ¨²ltimas semanas muchas personas me han expresado su inquietud, su sorpresa o simplemente su dificultad para entender lo que ve¨ªan, o¨ªan y le¨ªan. La primera pregunta sin respuesta es bien evidente. ?Por qu¨¦ Pasqual Maragall decidi¨® no optar a la reelecci¨®n como presidente de la Generalitat? La segunda cuesti¨®n y subsiguientes son tan inmediatas como inevitables. ?Qu¨¦ est¨¢ pasando en el PSC? ?El cambio de liderazgo p¨²blico implica cambio respecto del proyecto, de la orientaci¨®n estrat¨¦gica en pol¨ªtica catalana, de la propia significaci¨®n del partido? ?La decisi¨®n del presidente Maragall estuvo precedida de otras decisiones, indicaciones o presiones del propio entorno socialista catal¨¢n (o espa?ol)?

"Desde el primer momento, el PSC, al menos el n¨²cleo director, y mucho m¨¢s el PSOE vivieron con tensi¨®n e inquietud un proceso estatutario que sab¨ªan repleto de riesgos y obst¨¢culos"
"La propuesta de Estatuto que se envi¨® a Madrid no era la esperada y la factura habr¨ªa de llegar, en su momento, al primer representante institucional del pa¨ªs, el presidente de la Generalitat"

Las respuestas a estas preguntas no son, a mi juicio, ni simples, ni reducibles a una afirmaci¨®n o negaci¨®n rotunda. En todo caso, creo que la mejor manera de acercarse a esta cuesti¨®n es hacerlo en clave de futuro, buscando razonamientos que nos aporten criterio para tomar decisiones, para actuar en el futuro inmediato.

Vayamos por orden. Si hubiera que buscar una causa remota de lo que ha pasado, deber¨ªamos remitirnos a la noche del 16 de noviembre de 2003. Aquellos resultados desmintieron expectativas excesivamente optimistas, mostraron los l¨ªmites de una campa?a electoral hecha exclusivamente desde el PSC (al contrario que en 1999 cuando los resultados mostraron los l¨ªmites de una campa?a casi sin el PSC) y, sobre todo, obligaron a plantear un tipo de coalici¨®n de Gobierno y de mayor¨ªa parlamentaria que quiz¨¢ exig¨ªa a los tres partidos que la formaban, y todav¨ªa m¨¢s a sus respectivos l¨ªderes, unas dosis enormes de paciencia, prudencia y comprensi¨®n mutua. Si tenemos en cuenta, adem¨¢s, la ambici¨®n y la complejidad de los compromisos planteados en el Pacto del Tinell, comenzando por el nuevo Estatuto, tendremos el paisaje, el escenario, sobre el que se habr¨ªa de jugar la partida.

Y bien, la partida se ha ganado. A un precio muy alto, seguramente excesivo en t¨¦rminos de futuro, y ciertamente injusto en cuanto a las consecuencias personales y colectivas. Digo en t¨¦rminos de futuro, porque ser¨ªa parad¨®jico que los encargados de gestionar los ¨¦xitos alcanzados en este mandato demasiado breve, no fueran los mismos protagonistas, o sus herederos leg¨ªtimos, que se han dejado la piel (algunos parece que del todo) en t¨¦rminos pol¨ªticos. Porque, se mire c¨®mo se mire, el primer mandato de Gobierno progresista en Catalu?a ha dejado unos resultados tan espectaculares como indiscutibles, por mucho que se pretenda negar con el argumento, pol¨ªticamente aceptable, de su escasa visibilidad.

Es innegable que los incidentes de recorrido han generado costos, agravios pol¨ªticos y tambi¨¦n conflictos de relaci¨®n personal. El momento ¨¢lgido se vivi¨® con el conjunto de reacciones, actitudes de rechazo, manipulaciones, miedos, incomprensiones que afloraron durante el proceso de elaboraci¨®n y aprobaci¨®n del Estatuto. Seguramente es en este terreno donde hay que buscar el porcentaje m¨¢s alto de las razones que han movido al presidente Maragall a no optar a la reelecci¨®n.

Pero estas razones tambi¨¦n habr¨ªa que buscarlas en cuestiones quiz¨¢ menos relevantes y, sin embargo, con evidentes efectos sobre la sensibilidad personal y colectiva de los respectivos interlocutores. La lista es conocida: episodio de Carod-ETA, informe sobre los medios de comunicaci¨®n, hundimiento del t¨²nel del Carmel, cuestiones como el t¨²nel de Bracons, la interconexi¨®n el¨¦ctrica con Francia, el Cuarto Cintur¨®n, las zonas ZEPA y Red Natura, la Oficina antifraude, las leyes non natas de Organizaci¨®n Territorial y Electoral de Catalu?a, etc¨¦tera.

Son materias sin duda relevantes pero normales en las previsiones de un mandato que naci¨® cargado de expectativas y, al mismo tiempo, sobre la base de una coalici¨®n tan querida como fr¨¢gil, tan ambiciosa como compleja, igualmente cargada de contradicciones objetivas, previas e independientes de la voluntad de sus componentes.

Cabe subrayar aqu¨ª que la voluntad activa de ERC de utilizar sistem¨¢ticamente su capacidad de mantener o romper la coalici¨®n ("tenemos la llave") fue minando los equilibrios cotidianos y motiv¨® un creciente recelo en el PSC, en la militancia y en la direcci¨®n. Se manifestaban los costes mucho m¨¢s que los beneficios de la coalici¨®n.

Un tercer grupo de elementos que debemos considerar tiene que ver con otro tipo de contradicci¨®n, no por conocida y estudiada menos susceptible de causar da?os tangibles. Me refiero a la relaci¨®n partido-Gobierno y partido-presidente. En este ¨¢mbito, el episodio m¨¢s relevante es el intento no consumado de proceder a una amplia reforma del Gobierno y, en tono menor pero confirmando el mismo diagn¨®stico, el definitivo y m¨¢s reciente cambio de Gobierno como consecuencia de la salida de ERC del Ejecutivo.

Pero dig¨¢moslo todo. En este amplio abanico de precedentes, considerados en s¨ª mismos, no hallamos raz¨®n suficiente para explicar satisfactoriamente lo sucedido. Para llegar al fondo de la cuesti¨®n deber¨ªamos analizar dos razones que vienen de m¨¢s lejos.

La primera, la evidencia de que, efectivamente, el proyecto pol¨ªtico resultante del Pacto del Tinell exig¨ªa del espacio socialista un grado de compromiso, de responsabilidad en su liderazgo y de convicci¨®n que de ninguna manera pod¨ªan darse por asumidos de antemano. Constatemos que desde el primer momento, el PSC, al menos el n¨²cleo director, y mucho m¨¢s el PSOE, vivieron con tensi¨®n e inquietud un proceso estatutario que sab¨ªan repleto de riesgos y obst¨¢culos.

Los equilibrios imprescindibles para avanzar en Catalu?a y completar el proceso en Madrid pod¨ªan ser, y fueron, dif¨ªcilmente compatibles. Desde el punto de vista espa?ol, incluso en el caso de los mejor predispuestos, el Estatuto catal¨¢n se percib¨ªa como una amenaza para el statu quo constitucional definido en 1978 y cristalizado, a la baja, despu¨¦s del 23-F de 1981.

Una cosa era un ajuste fino en la direcci¨®n de la Espa?a plural de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero y otra cosa bien diferente la propuesta, inequ¨ªvocamente federal pero incluyendo el expl¨ªcito trato diferencial, que se estaba perfilando desde Catalu?a gracias a la suma Tinell (ambici¨®n leg¨ªtima) + CiU (oportunidad para recuperar el protagonismo perdido, actitud tambi¨¦n leg¨ªtima).

Demasiado para un PSOE instalado en la c¨®moda "Espa?a de las autonom¨ªas" y acosado por un PP que, escorado progresivamente hacia su propia derecha, detect¨® de inmediato su materia prima preferida: la unidad de Espa?a en peligro, el Gobierno d¨¦bil, el Estado desapoderado, la interrelaci¨®n Catalu?a-proceso vasco (llegando a la infamia de hablar de tutela del proceso por parte de ETA).

El texto final de la propuesta catalana fue la culminaci¨®n de las negociaciones entre partidos en el Parlament, con recorrido final al alza por exigencia de CiU que, estando en posici¨®n de avalar o hacer fracasar la propuesta, hizo valer su peso. Muy poco que ver, pues, con ning¨²n tipo de intervenci¨®n del presidente. Aun siendo ¨¦l el impulsor constante del proceso, no quiso ser el redactor del texto. Su compromiso era el de hacer llegar el nuevo Estatuto a buen puerto, evitando interferir en la discusi¨®n del articulado y aun menos en debates jur¨ªdicos inevitables. Y as¨ª actu¨®.

Resultado conocido e inmediato de todo este proceso estatutario: el grado de crispaci¨®n anticatal¨¢n m¨¢s agudo desde 1978, con consecuencias tambi¨¦n en el mundo econ¨®mico y empresarial y con una especial y f¨¢cil personalizaci¨®n cr¨ªtica para con el presidente de la Generalitat. Sin contar, claro, con la a¨²n m¨¢s f¨¢cil demonizaci¨®n de Carod Rovira. El costo en cuanto a imagen personal fue alt¨ªsimo y no f¨¢cilmente recuperable. Se hab¨ªa da?ado, se dec¨ªa, el aspecto m¨¢s sensible de las relaciones pol¨ªticas, la confianza personal.

La propuesta del Estatuto que se envi¨® a Madrid no era la esperada y la factura habr¨ªa de llegar, en su momento, al primer representante institucional del pa¨ªs, el presidente de la Generalitat.

Ser¨ªa injusto, en este punto, no considerar las complejidades y el acoso que el presidente Zapatero tuvo que afrontar para obtener una posici¨®n satisfactoria. Desde su solemne compromiso p¨²blico ("aprobaremos el estatuto que nos proponga Catalu?a") hasta la superaci¨®n de las reticencias internas del socialismo espa?ol y sus entornos de opini¨®n, la reacci¨®n brutal del PP y sus predicadores medi¨¢ticos, los graves efectos electorales que anunciaban los sondeos.

Todo conduc¨ªa a la consideraci¨®n de los da?os y perjuicios que pod¨ªan reclamarse al president de la Generalitat que no hab¨ªa querido o podido evitar la llegada de aquel proyecto tan dif¨ªcil de encajar en la cultura pol¨ªtica dominante en Madrid.

En este periodo aflora un sentimiento cr¨ªtico perfectamente detectable tanto en el socialismo espa?ol como en algunos sectores del socialismo catal¨¢n por entender que el conjunto de la organizaci¨®n socialista se hallaba, en cierta medida, prisionera de un proceso ni del todo compartido ni controlado debidamente.

El acuerdo final con CiU constituye una expresi¨®n descarnada de todo ello, al mismo tiempo que una cierta lecci¨®n de real politik al estilo espa?ol.

La segunda de estas razones de fondo, aun m¨¢s dif¨ªcil de explicar, radica en el mundo de los caracteres individuales, de las relaciones personales, de las formas y estilos con que se ejerce un cargo, en el intangible de las referencias culturales y sociales, de los supuestos valores y principios que se atribuyen a los l¨ªderes pol¨ªticos.

En este mundo, la contradicci¨®n estaba servida ya desde el inicio. Un presidente con s¨®lida experiencia en gobiernos de coalici¨®n, en condiciones de mayor¨ªa relativa y en entornos institucionales bien diferentes, y con criterios de funcionamiento, maneras de decidir y obtener consensos tan personales como dif¨ªciles de encajar en un Gobierno de liderazgo plural y de ambiciones personales leg¨ªtimas. Todo conocido de antemano pero no por ello directamente compatible con el equilibrio imprescindible de una coalici¨®n reci¨¦n formada.

Recordemos una obviedad: el Pacto del Tinell era, esencialmente, un contrato entre partidos que optaron por hacer una suma de programas y no tanto la s¨ªntesis de posiciones. Cada uno situ¨® sus prioridades, sus musts; todos menos el presidente, quien, tan sincera como ingenuamente s¨®lo insisti¨® en dos aspectos que ¨¦l consideraba cruciales: una nueva organizaci¨®n territorial y una ley electoral que reparara el incumplimiento flagrante del Estatuto que perpetr¨® CiU durante 23 a?os.

Constatemos que las dos ¨²nicas cuestiones que han quedado sobre la mesa son precisamente estas dos. Por motivos obvios. Ninguno de los tres partidos ten¨ªa un especial inter¨¦s. Y el desinter¨¦s de CiU era cr¨®nico, como se hab¨ªa visto en sus dos d¨¦cadas de Gobierno.

En todo caso, un indicador claro de la contradicci¨®n abierta entre un presidente intuitivo y a menudo enderiat, y unos partidos mucho m¨¢s cercanos a la ortodoxia de unos programas y a las supuestas exigencias de la comunicaci¨®n pol¨ªtica moderna.Y aun as¨ª, a mi juicio, no ha sido todo esto lo m¨¢s importante. Han contado, y mucho, los repetidos episodios en los que se quiso poner en evidencia la autonom¨ªa del presidente para tomar decisiones sin contar con "la autorizac¨®n" previa de la coalici¨®n o de su propio partido. He aqu¨ª uno de los aspectos de fondo que hay que retener de cara al futuro. ?Cu¨¢les son los l¨ªmites, qu¨¦ reglas de juego, cu¨¢nta la autonom¨ªa de un Gobierno, de unos consejeros, de un presidente, en su funci¨®n y en sus competencias legalmente establecidas, con relaci¨®n a los partidos que conforman las mayor¨ªas parlamentarias?

En todo caso, intervenciones como la del 3% en el debate del Parlament sobre el accidente del Carmel, aun siendo una mera expansi¨®n parlamentaria, o decisiones frustradas realmente importantes, como la reforma del Gobierno en octubre de 2005 han tenido mayor influencia y repercusi¨®n en la exigible relaci¨®n de apoyo y confianza entre el presidente y su partido que las hipot¨¦ticas discrepancias de fondo sobre una u otra cuesti¨®n program¨¢tica.

En una coalici¨®n poselectoral (y no pre) entre partidos heterog¨¦neos, el rol del presidente es a¨²n m¨¢s delicado si cabe, como lo es la del primer consejero si se le conf¨ªa, como es el caso, la doble funci¨®n de dirigir el Gobierno, a pesar de no pertenecer a la fuerza mayoritaria, y a la vez, representar a uno de los socios de la coalici¨®n.

Tambi¨¦n aqu¨ª son detectables errores. Por acci¨®n o por omisi¨®n. Del presidente, en la medida que su personal modus operandi pudo causar desconcierto o inquietud en lugar de contribuir a la consolidaci¨®n de una f¨®rmula ya de por s¨ª compleja. De los socios, en la medida que su apelaci¨®n permanente a la relatividad de la situaci¨®n pudo interpretarse como menoscabo de la posici¨®n estatutariamente bien definida del presidente.

Y a partir de aqu¨ª la fragilidad de la base se hace evidente en un edificio tan precario como una coalici¨®n entre independentistas (con expectativas no muy fundamentadas de convertirse en el primer partido de la izquierda catalana), ecosocialistas (con intereses, representaci¨®n de sectores sociales y prioridades tan minoritarios en el presente como cargados de futuro) y socialistas "federales" (reci¨¦n llegados del mundo local con su bagaje de gestores responsables y con una retaguardia de recelos sobre el "debate indentitario").

Es l¨ªcito y relativamente sencillo formular ahora la cr¨ªtica al presidente en el sentido de que deb¨ªa haber prestado m¨¢s atenci¨®n a las voces de su propio partido y a sus propios consejeros, y no tanta a sus intuiciones o a su forma personal de entender el funcionamiento de la coalici¨®n y a su visi¨®n del pa¨ªs.

Pero tambi¨¦n podr¨ªamos preguntarnos qu¨¦ habr¨ªa sucedido si hubiera contado en todo momento con el apoyo incondicional del conjunto del espacio socialista, como ¨¦l daba por descontado que deb¨ªa ser. Incondicional en el sentido de no condicionado a ning¨²n otro inter¨¦s que no fuera el del propio Gobierno progresista de Catalu?a que estaba abriendo caminos que se quer¨ªan prolongados y fecundos.

Llegados a este punto, ya no es preciso buscar explicaciones adicionales. Habiendo material suficiente sobre el que reflexionar, discrepar o formular alternativas, ning¨²n ¨®rgano adecuado del PSC se plante¨® nunca el debate previo a una decisi¨®n. No vamos a descubrir aqu¨ª las muchas formas existentes para crear un clima, poner en marcha inercias que acaben siendo imparables, plantear opciones sin que haga falta formalizarlas; limit¨¦monos a dejar constancia de que en pol¨ªtica, ning¨²n clima es peor al de la fr¨ªa soledad explicitada por los propios.

En cualquier caso, es obvio que durante estos meses el presidente registr¨®, proces¨® y madur¨® una decisi¨®n. Se hab¨ªan alcanzado los objetivos anunciados hace siete a?os. Conven¨ªa abrir etapa nueva. Ya es historia conocida, oficializada.

?Y ahora qu¨¦? Ahora viene lo m¨¢s interesante. Los progresistas deben decidir si quieren seguir adelante con el proyecto de cambio iniciado hace tres a?os o aceptan el retorno al resguardo de los gobiernos locales (y del central cuando toca) permitiendo que se imponga de nuevo la l¨®gica perversa que resigna al pa¨ªs al Gobierno de los nacionalistas.

Y lo deben, lo debemos hacer, contando con nuevos liderazgos, estilos y acentos, claro; pero con la mayor determinaci¨®n por conquistar una mayor¨ªa social que aporte su apoyo activo al proyecto; equipados, no lastrados, con el nuevo Estatuto, que es la inversi¨®n de futuro m¨¢s rentable en t¨¦rminos sociales y de pa¨ªs que hayamos hecho jam¨¢s.

Y lo debemos hacer, precisamente, orgullosos de las transformaciones reales iniciadas, algunas ya tangibles, en los tres a?os de Gobierno catalanista y de izquierdas en todos los ¨¢mbitos de gesti¨®n auton¨®mica: salud, educaci¨®n, servicios sociales, infraestructuras, crecimiento econ¨®mico y de la ocupaci¨®n, seguridad y justicia, igualdad de g¨¦nero, vivienda, protecci¨®n del territorio, etc¨¦tera.

Por eso causan cierta inquietud algunas expresiones de quienes se presentan como Plataforma de Apoyo a Jos¨¦ Montilla. Parecen buscar la afirmaci¨®n propia en el contraste con el periodo anterior, en lo que ellos califican de superaci¨®n de las supuestas maldades del "debate identitario" que comport¨® la elaboraci¨®n del nuevo Estatuto y que se atribuye como caracter¨ªstica definitoria del mandato que ahora se acaba. De aceptarse tal cual, supondr¨ªa tambi¨¦n una pr¨¢ctica gatopardesca a la inversa, explicitada en alguno de los art¨ªculos publicados, de quienes pregonando apariencias de continuidad reclaman en realidad un aut¨¦ntico cambio en la pol¨ªtica y la estrategia socialista.

?ste es justamente el riesgo m¨¢s importante que el socialismo catal¨¢n debe evitar. No el de sustituir una persona por otra, decisi¨®n perfectamente normal que corresponde a la soberan¨ªa plena del colectivo socialista, sino el de pensar que lo que debe cambiarse es una pol¨ªtica de representaci¨®n global del pa¨ªs, de construcci¨®n de una sociedad tan "rica y plena" como diversa y cargada de acentos, intereses y exigencias diferenciadas en el territorio por una pol¨ªtica inequ¨ªvoca y exclusivamente socialista, te¨®ricamente olvidada en este primer mandato.

Ser¨ªa tanto como pensar que el ¨²nico objetivo es el de obtener la movilizaci¨®n suficientemente intensa de una parte de la sociedad catalana. El PSC ha de seguir trabajando por convertirse en el gran partido nacional de Catalu?a, capaz de aglutinar tras nuestro socialismo moderno y federal al m¨¢ximo n¨²mero de ciudadanos y al m¨¢s amplio abanico de ideas, presencia territorial, capas sociales y sectores profesionales.

Id¨¦ntico objetivo, por cierto, al que tiene el PSOE para el conjunto de Espa?a y el mismo que se plante¨® y consigui¨® desde el primer momento el PSOE de Andaluc¨ªa, convirti¨¦ndose en autor, director e interprete casi ¨²nico del autogobierno andaluz.

Solamente as¨ª podemos afrontar con posibilidades reales de ¨¦xito las pr¨®ximas elecciones catalanas, unas elecciones claramente definidas por la confrontaci¨®n entre las dos grandes orientaciones pol¨ªticas del pa¨ªs: el nacionalismo conservador de CiU o el socialismo moderno y federal del PSC. Es evidente que, en funci¨®n de los resultados, deber¨¢n plantearse coaliciones, alianzas o mayor¨ªas parlamentarias, pero la cuesti¨®n principal que los ciudadanos deben decidir est¨¢ clara: en cu¨¢l de estas dos fuerzas pivotar¨¢ la direcci¨®n del Gobierno en una de las etapas con mayores perspectivas de crecimiento, de mejoras sociales y de protagonismo real de Catalu?a en Espa?a y en Europa.

?Qui¨¦n debe desplegar el Estatuto nacido sobre todo por el impulso y la voluntad de las izquierdas? ?C¨®mo se obtendr¨¢ el m¨¢ximo aprovechamiento de este estatuto en t¨¦rminos de igualdad, reconocimiento de los derechos individuales o en pol¨ªticas sociales avanzadas y potentes ahora aun m¨¢s posibles?

La respuesta a estas preguntas comenzar¨¢ a conocerse en las pr¨®ximas semanas, incluso antes de las elecciones. Perm¨ªtanme ensayar una primera relaci¨®n de cuestiones que podr¨ªamos considerar piedras de toque para conocer dichas respuestas:

- El desarrollo del Estatuto reclamar¨¢ firmeza institucional, negociaciones duras y dif¨ªciles con la Administraci¨®n central, tanto o m¨¢s que con el propio Gobierno, que no ceder¨¢ ni un mil¨ªmetro en la interpretaci¨®n de la nueva norma.

- Los criterios y contenidos de la pr¨®xima reforma de la Constituci¨®n, que puede confirmar o negar la orientaci¨®n federal que hemos abierto con nuestro estatuto.

- La posici¨®n del PSC con relaci¨®n a las pol¨ªticas sociales. En la ¨²ltima conferencia nacional qued¨® apuntada la estrategia: m¨¢xima ambici¨®n en la construcci¨®n del Estado de bienestar, complicidad con todos los sectores activos de la sociedad, proximidad y devoluci¨®n de competencias al mundo local, convivencia y ciudadan¨ªa, seguridad y libertad para todos.

- Las pol¨ªticas con relaci¨®n a la lengua y la cultura: la incorporaci¨®n real de una tercera lengua en la educaci¨®n obligatoria, el catal¨¢n en Espa?a y en Europa, la libertad de creaci¨®n y las pol¨ªticas de subvenci¨®n y respeto al mercado, la universalizaci¨®n de la cultura catalana y su proyecci¨®n en el mundo, los usos y reglas en la escuela, la justicia, el comercio y la Administraci¨®n.

- El federalismo como principio y como pr¨¢ctica pol¨ªtica: la relaci¨®n PSC-PSOE, la recuperaci¨®n, cordial, bien regulada y en el momento oportuno, del grupo parlamentario socialista catal¨¢n en el Congreso de los Diputados.

- Los equipos de representaci¨®n socialista bajo el liderazgo de Jos¨¦ Montilla: continuidad y renovaci¨®n de consejeros, altos cargos y diputados.

L¨®gicamente, toda campa?a electoral supone la afirmaci¨®n de las posiciones propias y la manifestaci¨®n de la voluntad de obtener una mayor¨ªa suficiente para gobernar. Pero la evidencia de la polarizaci¨®n PSC-CiU como escenario principal de decisi¨®n nos podr¨ªa enfrentar a la dificultad extrema de una hipot¨¦tica gran coalici¨®n al estilo alem¨¢n. Creo que ser¨ªa conveniente formular, como ya se hace, con la m¨¢xima claridad nuestra predisposici¨®n para liderar un Gobierno progresista y catalanista. Y en este sentido, definir prioridades y criterios b¨¢sicos con relaci¨®n a cualquier alianza futura.

?Estamos en condiciones de articular un compromiso socialista en esta direcci¨®n? Estoy convencido de ello.

?Ser¨¢ capaz el PSC de dar respuesta positiva a los interrogantes que hoy tenemos planteados? Depende exclusivamente de nosotros como partido, del liderazgo de Jos¨¦ Montilla, naturalmente, pero tambi¨¦n de la lucidez colectiva de los socialistas catalanes y de su determinaci¨®n para ser lo que desde el principio hemos querido ser.

M¨¢ximo apoyo, y exigencia, a Jos¨¦ Montilla, nuestro candidato, para que demuestre su voluntad y su capacidad de ser, tambi¨¦n ¨¦l, el presidente de todos los catalanes y catalanas, m¨¢s all¨¢ de los l¨ªmites partidarios que le dan orgullo y representaci¨®n.

El camino iniciado hace tres a?os se nos presenta ahora m¨¢s transitable. Sig¨¢moslo y ensanch¨¦moslo. No nos resignemos a que el nacionalismo conservador retome el tim¨®n de un pa¨ªs que "ja ¨¦s un poc nostre", de un pa¨ªs que ya hemos empezado a transformar y que aspira a todo. A ser la mejor sociedad en t¨¦rminos de equidad, prosperidad y libertad, a ser la Catalu?a libre y digna que todos hemos so?ado.

Ernest Maragall es secretario del Gobierno catal¨¢n y miembro de la Comisi¨®n Ejecutiva del PSC.

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