Modernos contra modernos
Hubo un tiempo en el que la misi¨®n principal del articulista consist¨ªa en informar acerca de qui¨¦nes eran los buenos y los malos. Comoquiera que aqu¨ª dentro tardamos tanto tiempo en normalizarnos en plan Benelux y la muy agotadora transici¨®n pol¨ªtica coincidi¨® con la otra transici¨®n, la de la modernidad, el oficio de columnista maniqueo goz¨® en este pa¨ªs de un cierto prestigio porque no era f¨¢cil en aquellos tiempos saber qui¨¦nes eran los buenos y los malos, ni siquiera distinguir en medio del descomunal pasteleo transicional a los nuestros de los otros.
Despu¨¦s, cuando la trifulca ¨²nicamente ideol¨®gica se traslad¨® de las ideas a las siglas, y de ah¨ª en l¨ªnea recta a nuestro ya c¨¦lebre bipartidismo imperfecto, la misi¨®n del articulista espa?ol se simplific¨® mucho y empez¨® a ser todo un chollo profesional. El trabajo de columnear s¨®lo consist¨ªa en apuntar con el dedo al bando o bloque opuesto desde el confort maniqueo. Pero no argumentando filos¨®fica o ret¨®ricamente, para qu¨¦, sino desde la propia firma. Mejor dicho, desde la pretendida "autoridad moral" de la firma. Era ¨¦ste el m¨¦todo que funcionaba y todav¨ªa funciona: "Soy el c¨¦lebre fulano de tal, y todo lo que denunciar¨¦ a continuaci¨®n, sea lo que sea, no se apartar¨¢ un c¨ªcero de la carga ideol¨®gica que mueve mi pluma y ustedes ya conocen de memoria".
Como este pa¨ªs es tan peque?o y nos conocemos todos, y no s¨®lo de vista, lleg¨® un supremo momento tautol¨®gico en el que con s¨®lo ojear la firma y ver de qu¨¦ iba el tema te sab¨ªas de memoria y con exactitud matem¨¢tica, incluso estil¨ªstica, el art¨ªculo no le¨ªdo. Suspense cero, ciento por ciento de redundancia, tautolog¨ªa y cacofon¨ªa total. S¨®lo se trataba de trabajar full time aquella vieja ret¨®rica de Arist¨®teles (halagar sin pudor al auditorio) que ya entonces el fil¨®sofo griego consideraba el colmo de la mangancia oratoria.
Y cuando ya cre¨ªamos que era imposible pon¨¦rnoslo m¨¢s facil¨®n, adelgazar todav¨ªa m¨¢s el viejo oficio de opinar, resulta que un d¨ªa ocurri¨® el sue?o de verano de un opinador vago. Los articulistas, columnistas, analistas o como nos queramos llamar, ya no nos dividimos por bipartidismo pol¨ªtico ni por firmas con carga ideol¨®gica reconocible desde lejos y a primera vista, ni por estilos l¨ªricos o prosas de secano; nos dividimos por empresas medi¨¢ticas y consejos de administraci¨®n. Y esto, hay que admitirlo, fue originalidad muy espa?ola, sin precedentes.
Da lo mismo que digas ocho que ochenta, que argumentes desde la ideolog¨ªa simplona de la doxa que desde las artes plurales y complejas de la paradoja, que fustigues la peque?a progres¨ªa desde fuera o desde dentro, que supures o te niegues a supurar carga ideol¨®gica de simetr¨ªa bilateral, que intentes situarte off o sencillamente stand-by frente al bipartidismo dominante. Fue todo mucho m¨¢s f¨¢cil otra vez, bendito sea el Dios maniqueo. Por el simple hecho de opinar en una u otra empresa medi¨¢tica, y seg¨²n est¨¦s pagado por uno u otro consejo de administraci¨®n, te ahorras un mont¨®n de argumentaciones, filosof¨ªas, estilismos, ret¨®ricas, informaciones e ingeniosidades. Basta y sobra con pertenecer a la cuadra de este u otro holding medi¨¢tico. Ya no hablan los art¨ªculos, las cargas ideol¨®gicas sim¨¦tricas, el bipartidismo a la espa?ola o las firmas con autoridad moral: s¨®lo hablan las empresas medi¨¢ticas y todo es informaci¨®n de suma cero.
Pero como el empate t¨¦cnico s¨®lo sirve para ganar el Mundial, un d¨ªa trasladamos el viejo juego de saber y se?alar con el dedo qui¨¦nes son los buenos y los malos, que ya no daba m¨¢s de s¨ª, al terreno te¨®ricamente m¨¢s complicado de distinguir a los modernos de los antiguos. Quiz¨¢ en otros tiempos y para desatascar las oxidadas ca?er¨ªas ideol¨®gicas y pol¨ªticas, la distinci¨®n entre antiguos y modernos fuera un buen truco period¨ªstico para ver m¨¢s all¨¢ m¨¢s de los grifos azul y rojo, pero ya no vale.
Ahora mismo, todos somos modernos. Sin distinci¨®n de razas pol¨ªticas, religiones sociales o individuales, est¨¦ticas literarias o consejos de administraci¨®n. Es cierto que en este pa¨ªs todav¨ªa quedan muchas ruinas del pasado, algunas sin excavar, pero hay que admitir que ciertos columnistas reac (reaccionarios) son tan modernos o m¨¢s que nuestros muy tautol¨®gicos columnistas de la progres¨ªa o, dicho con precisi¨®n, de la peque?a progres¨ªa. Unos y otros hablan y escriben desde la misma modernidad de base, del mismo sistema democr¨¢tico (transformado en ¨²nica utop¨ªa posible), intercambiables soluciones econ¨®micas (el horror econ¨®mico), similares referencias filos¨®ficas, le temen por igual al famoso impacto cient¨ªfico-tecnol¨®gico deshumanizador, y la autoridad moral, hoy por hoy, s¨®lo consiste en trabajar full time el discurso de lo pol¨ªticamente correcto. La famosa modernidad se ha convertido en doxa de doble o triple uso mientras que la liebre de la paradoja se bate en retirada. Hombre, si hasta un ilustre registrador de provincias como Rajoy insulta al adversario calific¨¢ndolo de "antiguo", confortablemente instalado en la modernidad pol¨ªticamente correcta. Modernos contra modernos, ya digo. La maldita X ataca de nuevo.
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