La Vuelta es un pa?uelo
Valverde cede s¨®lo ocho segundos a Vinok¨²rov en una contrarreloj que aprieta a¨²n m¨¢s la general

Cindy, amorosamente, en franc¨¦s, masajea las piernas, los pies, que, alternativamente, ?ngel G¨®mez Marchante, su chico, coloca delicadamente sobre su regazo. Un estado de abandono absoluto, h¨¢bleme usted del problema de Irlanda, invade al ciclista madrile?o. El s¨¦ptimo cielo visitado una hora antes de descender al infierno, al sufrimiento de la contrarreloj. Es una forma como otra cualquiera de matar el tiempo antes de la hora de la verdad. Los toreros rezan ante decenas de estampas y piensan en su madre, y Carlos Sastre, gafas oscuras casi negras tap¨¢ndole los ojos, se afana, suda sobre el rodillo. Todo lo que hace, sus movimientos, sus gestos, tienen un aire trascendente, mientras que en los ojos azules, claros, de Alexander Vinok¨²rov s¨®lo se lee determinaci¨®n, fr¨ªa, ciega determinaci¨®n, mientras sus piernas machacan sobre el rodillo el demoledor plato de 56 dientes que sacar¨¢ a pasear por las orillas del J¨²car y el Hu¨¦car, las dos hoces que abrazan Cuenca. Valverde silba mientras animosamente hace girar la rueda trasera sobre el rosillo de acero, Kashechkin bromea con la c¨¢mara que sigue sus ¨²ltimos movimientos, Millar, nervioso como un juvenil, no deja descansar la mirada, vigila todos los detalles, el mundo que le rodea, el mec¨¢nico ajustando la rueda lenticular, dura, vibraciones indeseables sobre las viejas piedras del Casco de Cuenca, los aficionados que piden aut¨®grafos, el hermoso cuadro de su Scott, la pegatina de la torre Eiffel, la pegatina de Scottland, el plato de 54 dientes -lo suyo no es la potencia, es la elegancia, la fluidez de movimientos, la postura perfecta-, el tri¨¢ngulo que le conducir¨¢ a su primera victoria despu¨¦s de dos a?os de sanci¨®n por dopaje. Cada ciclista es un mundo, s¨ª, pero la Vuelta es un pa?uelo.
Antes de la contrarreloj, de los espectaculares 33 kil¨®metros de Cuenca, entre Valverde, primero, y Vinok¨²rov, quinto en la general, mediaban 1.46m. Despu¨¦s de la etapa, de los toboganes y repechos, de la subida al Castillo por cauces estrechos, entre Valverde, que sigue siendo el l¨ªder, y Vinok¨²rov, cuarto, median 1.38m. Entre ellos, Kashechkin, a 48s de Valverde, y Sastre, a 1.25m. Se cae del grupo Marchante, que perdi¨® m¨¢s de un minuto con Vinok¨²rov y Valverde, pero no por culpa de la relajaci¨®n absoluta, del nirvana en que le dejaron las caricias de Cindy, sino de la indefensi¨®n con la que su cuerpecillo de escalador afront¨® el comienzo de la etapa, el viento de cara en la larga cuesta tendida. A la Vuelta le quedan una semana, tres etapas de monta?a y una contrarreloj.
Y un duelo que, obviando moment¨¢neamente el gran valor de la victoria por d¨¦cimas de Millar sobre Cancellara, la obstinaci¨®n de Carlos Sastre a negarse a quedar fuera del reparto, la regularidad de Kashechkin, un metr¨®nomo kazajo, tan calculador de pensamiento como de acci¨®n, volvi¨® a producirse ayer sobre cabras y rudas lenticulares, golpes de ri?ones y posturas est¨¢ticas, como se hab¨ªa producido hace unos d¨ªas en los altos del Morredero y La Cobertoria: Valverde contra Vinok¨²rov, dos superclases, dos chicos polivalentes, dos ciclistas que van muy deprisa en todos los terrenos, dos corredores tan diferentes como la noche y el d¨ªa.
Donde Vinok¨²rov es fuerza, disciplina, seriedad, Valverde es caos, alegr¨ªa, anarqu¨ªa. Vinok¨²rov aplasta el asfalto, arrolla con la bicicleta, una marcha implacable, inm¨®vil sobre la montura, ya haya que subir, que bajar, que llanear, que sprintar. Valverde, m¨¢s ligero de desarrollo, baila inquieto, levanta el culo en los repechos, acelera, se sienta. Uno, el kazajo de escuela sovi¨¦tica es una corriente continua, inalterable; Valverde corre a impulsos, por intuici¨®n. En la cima del Castillo, a 13 kil¨®metros de la llegada, a las dos fuerzas de la naturaleza, tan alejadas una de otra, les separan 10 segundos. Vinok¨²rov, que se ha reservado en el primer tramo, ha explotado a fondo sus recursos en la dura ascensi¨®n; Valverde, tambi¨¦n. "Ocho segundos te saca Vino, Alejandro", le miente Unzue a su pupilo. Le incita, le azuza, a por ¨¦l, a por la victoria, a por el mazazo psicol¨®gico, no s¨®lo no te va a sacar el minuto que hab¨ªa prometido, el minuto que necesita para ganarte la Vuelta, sino que le vas a derrotar t¨², tambi¨¦n aqu¨ª, tambi¨¦n contrarreloj, Alejandro, porque tambi¨¦n aqu¨ª eres el mejor. Y Valverde se lanza, acciona la palanca para que la cadena pase del plato peque?o, de los 42 dientes que le han permitido sprintar en todas las curvas de la subida, al plato grande, a los 54 dientes que le permitir¨¢n bajar pedaleando, como Samuel S¨¢nchez el d¨ªa anterior, comerle los segundos al kazajo. Y en ese momento, crac, la cadena, obstinada, no da el salto. "Y por m¨¢s que lo intent¨¦ con la palanca, no lo logr¨¦, as¨ª que la coloqu¨¦ con los dedos", dice Valverde, explicando con calma una maniobra que le pudo haber dejado sin huellas dactilares. Una maniobra que, en todo caso, le hizo perder el ritmo, la posibilidad de ganar.

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