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GRANDES REPORTAJES

Esclavas sexuales

Cuatro millones de mujeres y dos de menores en el mundo caen en redes de traficantes, son convertidos en esclavos, explotados o prostituidos. Uno de los pa¨ªses m¨¢s vulnerables es Camboya, pobre y a¨²n destrozado por 30 a?os de guerra. EPS viaja en busca de las v¨ªctimas de este infierno

Lola Huete Machado

En Camboya, el nombre del nacimiento no permanece para siempre. Se modifica tantas veces como uno quiera cambiar de vida; cuando la que llevas no te satisface o cuando la enfermedad o la mala suerte se ceban sobre ti. Sok Ly, de 12 a?os, dejar¨¢ de ser Sok Ly muy pronto. Debe dejar de serlo. Porque es imposible asumir tanta adversidad con tan corta edad. A esta ni?a la encontraron hace un mes encerrada en una jaula en un burdel de su propia familia, inmundo, tal y como suele ser el com¨²n de los burdeles en este pa¨ªs del sureste asi¨¢tico que vive por vez primera en tres d¨¦cadas ocho a?os consecutivos de paz. Tal y como es, por ejemplo, uno cualquiera de los muchos abiertos en una calle del distrito de O Chrony, en Poipet, noroeste del pa¨ªs, frontera con Tailandia: un porche con sillas para cuando, como hoy, el monz¨®n y el calor aprietan; una sala donde la chicas descansan y se exhiben, donde el cliente contempla el g¨¦nero, acuerda el precio y elige -menor o mayor, virgen o no-, para perderse luego con ella por un pasillo decorado con p¨®sters de cantantes y actrices asi¨¢ticas famosas maquilladas de colores chillones, con sonrisa exagerada y pose feliz. Un espejo para retocarse, una tinaja con agua, un hueco para la letrina que evacua directamente a la calle y un par de habit¨¢culos con un camastro dentro donde culminar el encuentro. Es todo. Un servicio, unos minutos, dos d¨®lares.

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A la ciudad de Poipet la llaman el "salvaje oeste". Por muchas razones. Fue hogar de los jemeres rojos, del dictador Pol Pot, quien coloc¨® al pa¨ªs en el a?o cero de la civilizaci¨®n y lo convirti¨® en el campo de exterminio de Kampuchea entre 1975 y 1979. Acab¨® con la vida de dos millones de personas y a¨²n nadie ha sido juzgado por ello. Eso s¨ª, muchos le recuerdan aqu¨ª a diario. Porque este territorio de vegetaci¨®n exuberante, cercano al lago Tonl¨¦ Sap y a los templos de Angkor; este horizonte de tierras f¨¦rtiles y arrozales de un verde muy vivo es sin¨®nimo de muerte: un sembrado de minas antipersona. Medio mill¨®n de toneladas se han desenterrado ya en el pa¨ªs.

Poipet es considerada hoy El Dorado por miles de agricultores que huyen del campo y llegan en masa atra¨ªdos por el fulgor de la media docena de casinos de lujo construidos en la tierra de nadie entre los dos pa¨ªses. S¨®lo ricos y lud¨®patas tailandeses pueden acceder a su interior (en su pa¨ªs, el juego est¨¢ prohibido), y ah¨ª se les ve gast¨¢ndose el dinero en plan Las Vegas siglo XXI mientras, en el exterior, centenares de hombres, mujeres y ni?os fam¨¦licos arrastran carros enormes con sus cuerpos menudos, transportando todo tipo de mercanc¨ªa a trav¨¦s de la frontera en una escena del m¨¢s puro medievo. Y algunos de ellos, aqu¨ª mismo, ahora, est¨¢n siendo obligados a salir del pa¨ªs a la fuerza. Ser¨¢n esclavizados y/o prostituidos.

Seg¨²n la ONU, cuatro millones de mujeres y dos de menores son traficados o explotados en negocios sexuales de todo el mundo. La trata de personas es un negocio boyante: mueve 40.000 millones de d¨®lares. El tercero tras el de armas y droga. Y va en aumento en Camboya a pesar del t¨ªmido crecimiento econ¨®mico ¨²ltimo y la estabilidad pol¨ªtica (siempre fr¨¢gil). Seg¨²n Unicef, "entre un 30 y un 35% de todos los trabajadores sexuales en la subregi¨®n del Mekong tienen de 12 a 17 a?os". S¨®lo en la capital, Phnom Penh, se calcula que hay 8.000 menores en la industria del sexo y 28.000 siervos dom¨¦sticos.

Los datos de organismos internacionales, como el Departamento de Estado norteamericano, en su informe Trafficking in Person 2006, definen la situaci¨®n: "Camboya es origen, destino y tr¨¢nsito de trata de personas? Un n¨²mero muy significativo de mujeres, ni?as y ni?os son llevados a Tailandia y Malaisia para uso sexual comercial. Hombres j¨®venes, para trabajos forzados en la construcci¨®n, en el campo, en la pesca; mujeres, para f¨¢bricas y trabajo dom¨¦stico; ni?os, hacia Vietnam o Tailandia para mendigar. Camboya es destino de mujeres vietnamitas que acaban en los burdeles? Y el tr¨¢fico no s¨®lo se produce en las zonas de frontera, sino que se mueve de ¨¢reas rurales a la capital u otras ciudades secundarias". B¨¢sica es la informaci¨®n de las ong e instituciones religiosas que trabajan sobre el terreno -aglutinadas alrededor de la prefectura del obispo de Battambang, el jesuita asturiano Enrique Figaredo, motor de los derechos humanos en la zona-. Entre 600 y 900 personas, calcula la Fundaci¨®n Salesianos en Camboya, son traficadas por esta orilla del mundo cada mes. Varias ong se ocupan de los ni?os de los carros, por ejemplo, tan vulnerables. "Pero son pa?os calientes para lo que se necesita. El drama es bestial. Este lugar se podr¨ªa declarar zona catastr¨®fica, pero las mafias no lo permiten", dice el padre Albeiro Rodas en el centro Don Bosco, que escolariza a algunos de estos menores esclavos ya liberados.

Ah¨ª, en el burdel com¨²n camboyano de Poipet est¨¢n (estar¨¢n en este instante, si es que a¨²n sobreviven) esperando clientes seis mujeres que, ante la historia triste de Sok Ly y de otras como ella, se encoger¨ªan de hombros. "Sabemos bien lo que es", dir¨ªan Yorchi Hong, Oeun Ka, Srey Mao, Heng Chinda, Phank Sothea, Srey Neth, de entre 15 y 25 a?os. Tambi¨¦n lo sabe la due?a del negocio, Hok Horn, de unos cincuenta, que sonr¨ªe campechana mientras explica el qui¨¦n es qui¨¦n de las fotos de familia en las paredes, mientras atiende a los clientes y distribuye el trabajo. Ah¨ª se ve tambi¨¦n el altarcito budista rojo kitsch que se coloca en cualquier morada, por si resulta necesario orar en un pa¨ªs donde el 90% de su poblaci¨®n de 14 millones es budista y jemer; la mitad, menor de 18 a?os; donde el 35% sobrevive con menos de un d¨®lar al d¨ªa; el 66% no tiene acceso a agua potable, y la esperanza de vida no llega a los 57 a?os. Un pa¨ªs de los 50 menos desarrollados del mundo que en los sesenta fue la Suiza de Indochina, seg¨²n recuerdan muchos, y que los intereses de norteamericanos, comunistas y vietnamitas, primero, y de los propios pol¨ªticos camboyanos, despu¨¦s, se empe?aron en destrozar.

Sok Ly malvivi¨® dos a?os en uno de esos tugurios, sometida al proceso de seasoning (de condimentaci¨®n), como llaman los traficantes al periodo de adaptaci¨®n de una ni?a, adolescente o adulta a su nueva situaci¨®n, hasta que, tras las violaciones y torturas, acaba bien cocinada, convencida de que su ¨²nica opci¨®n para sobrevivir es la que tiene a la vista: prostituirse, trabajar para ellos de por vida, estarles agradecida. Nataschas Kampusch hay muchas en Asia. An¨®nimas y olvidadas. "Llega un momento en que tocas fondo y te sometes por completo", cuenta Somaly Mam, la presidenta de Afesip (Acci¨®n por las Mujeres en Situaci¨®n Precaria, en sus siglas en franc¨¦s), una ong creada para paliar el sufrimiento de muchas de estas menores. La fot¨®grafa Isabel Mu?oz, verdadera apasionada de Camboya, adonde regresa una y otra vez, ha retratado a muchas de las ni?as acogidas en los centros Afesip y a otras en los burdeles en un intento, dice, "de ponerle rostro a un crimen que se comete a la vista de todos". Ambas muestran ahora su trabajo de a?os sobre el tema. Mu?oz, en una exposici¨®n en Madrid (Centro de la Villa), y Somaly, en su autobiograf¨ªa, El silencio de la inocencia, que publica la editorial Destino el 10 de octubre en Espa?a.

Somaly Mam (1970) fue esclava sexual en su infancia. Madre, guapa, en¨¦rgica, dura y occidentalizada hoy, se rebel¨® y resisti¨® entonces. Consigui¨® salir con vida de aquel infierno, "pero no indemne", asegura. "Una experiencia as¨ª es muy dif¨ªcil de superar; yo ya no conf¨ªo en la gente, no lo puedo evitar". Las secuelas ps¨ªquicas permanecen hasta en su pituitaria: "Los recuerdos que m¨¢s me trastornan a¨²n son los de las violaciones y el del olor del esperma, el hedor de los prost¨ªbulos", dice. Tambi¨¦n las f¨ªsicas: "Y en lo m¨¢s ¨ªntimo no puedo sentir el contacto con un hombre igual que una mujer libre, normal, como si nada hubiera pasado; es imposible". En 1998 recibi¨® el Premio Pr¨ªncipe de Asturias de Cooperaci¨®n Internacional junto a otras mujeres como Emma Bonino o Rigoberta Mench¨²; un a?o antes hab¨ªa fundado Afesip (ver www.afesip.org).

Hasta ahora -y en gran parte gracias a la ayuda de la Agencia Espa?ola de Cooperaci¨®n Internacional-, su ong ha conseguido atender a unas 3.500 menores rescatadas de burdeles, de redes de tr¨¢fico o de situaciones de riesgo. Hoy, muchas de ellas est¨¢n rehabilitadas, han regresado con sus familias, trabajan o se han casado. Como Him Srey Rotha, de 26 a?os, tendera en la aldea de Po Touch, camino a Battambang. Vive en una de esas t¨ªpicas casas camboyanas de madera azul a?il deste?ido levantadas con pilotes sobre el arrozal o la ci¨¦naga: "Una conocida me vendi¨® a un burdel de la capital y yo me escap¨¦, ped¨ª ayuda a un mototaxi, y ¨¦l me llev¨® a Afesip. Estuve dos a?os, estudi¨¦? He regresado con mi t¨ªa y mis sobrinos; me necesitan. Vendo arroz, tabaco, caramelos en el porche, ?ves? Quiero ser cocinera". O Chun Sochiet, de 26, modista, que trabaja junto a otras 16 chicas en el taller de ropa de Afesip, en Phnom Penh. "Me he casado; ¨¦l es guarda jurado. Ya estoy muy embarazada, s¨ª, prefiero que sea ni?a. No quiero dejar mi trabajo, me arreglar¨¦ para cuidarla. Ahora hago lo que deseo. No quiero que mi hijo lo pase como yo lo pas¨¦". O como Ly Kimsong, de 22, que ha abierto con ayuda de microcr¨¦ditos una peluquer¨ªa en un descampado de Poipet: "Hace un a?o que abr¨ª, 13 d¨®lares cuesta el alquiler del local, y s¨ª, gano cuatro al d¨ªa y aqu¨ª dormimos y vivimos. ?Cortar el pelo? Medio d¨®lar. S¨ª, me cas¨¦; ¨¦l trabaja en un comercio de ropa en la frontera. Nos conocimos all¨ª, yo estaba en una casa de citas. Ampliaremos el negocio a telefon¨ªa m¨®vil".

Las chicas del burdel de Poipet, si pudieran leer, que no pueden, se sentir¨ªan identificadas con lo que Somaly dice en su libro. "Ten¨ªa la sensaci¨®n de que mi cuerpo ya no me pertenec¨ªa, que estaba muerta desde el d¨ªa que el chino me hab¨ªa violado?". Son todas hijas de campesinos. Son dulces. Contemplan con entusiasmo los retratos que Isabel Mu?oz les hizo hace a?os; en ellos se aprecia su deterioro f¨ªsico actual. Aunque sonr¨ªan, te miren con inter¨¦s, te toquen, se presten a posar divertidas. Yorchi Hong Nhea, vietnamita, delgad¨ªsima, de mirada perdida, ni siquiera r¨ªe. Dice que vive con su proxeneta aqu¨ª al lado, y se?ala al barrizal repleto de ni?os desnudos y tenderetes. "Me vendi¨® mi padre. Ahora trabajo aqu¨ª, y aqu¨ª me quiero quedar". Los trabajadores sociales de Afesip indican que tiene problemas de drogas. Est¨¢ enganchada al yaabaa, una metaanfetamina de fuerte adicci¨®n. Y se?alan tambi¨¦n a Srey Mao, hermosa pero llena de ojeras, que se embadurna en este instante la cara con crema blanca para parecer de piel m¨¢s clara y atraer a m¨¢s clientes; luego, de noche y sin electricidad, parecer¨¢n fantasmas. "Estoy divorciada, tengo dos hijos, de dos y tres a?os; viven con la abuela, les mando unos 50 d¨®lares al mes. No, no tengo ninguna foto de ellos, ?para qu¨¦?". Oeun tambi¨¦n reniega de su familia mientras engulle una mazorca de ma¨ªz: "Viven cerca, no quiero saber nada". Y Phank Sothea recuerda que era virgen cuando lleg¨® a Poipet: "Cobraron por m¨ª 450 d¨®lares. Y s¨ª, a m¨ª no me pas¨®, pero conozco a muchas que s¨ª; te cosen una y otra vez y te venden como nueva".

"En Camboya, en m¨¢s de la mitad de los casos de estas v¨ªctimas menores de la industria del sexo, la persona que las convenci¨® o vendi¨® era alguien a quien conoc¨ªan", apunta Unicef. Un pariente, un amigo, la madre. "Las mafias buscan ni?os por las aldeas, prometen dinero a los padres que luego nunca llega y los peque?os se pierden para siempre", dice el padre Rodas. "La pobreza moral tambi¨¦n es tremenda. Los hijos son una simple fuente de ingresos. Y se ve a los hombres bebiendo, durmiendo, mientras mujeres y ni?os trabajan sin parar. El camboyano no es solidario. Quiz¨¢ no pueda serlo".

Chheing Vathy, var¨®n de 16 a?os, se sienta a su lado en el centro Don Bosco de Poipet. "Hace dos a?os se intent¨® quitar la vida", cuenta Rodas sobre ¨¦l. Y Chheing narra su historia. "Mi padre me llev¨® a Bangkok?", empieza. "Pero muchos no quieren recordar. Como si hubieran corrido una cortina sobre el pasado", sigue Rodas. Luego, Chheing y Manium, un compa?ero, se quedan perplejos al escuchar que existen pa¨ªses donde el trabajo infantil est¨¢ prohibido hasta los 16 a?os; donde se estudia hasta los veintitantos. En Camboya, s¨®lo un 1% llega a la universidad. Otros ni?os y ni?as del centro se acercan y hablan de su experiencia.

- Sarey Pan, ni?a, 7 a?os: "Ped¨ªa dinero por Bangkok con mi mam¨¢, a veces trabaj¨¢bamos en la construcci¨®n; ella muri¨®".

- Triwan, ni?o, 15 a?os: "Me arrest¨® la poli en Bangkok, estuve en una c¨¢rcel junto con muchos adultos; vend¨ªa dulces que me daban los due?os".

- Kong Rav¨ª, ni?o, 14 a?os: "Trabajaba para varios hombres. No conozco a mis padres. Yo vend¨ªa flores por Bangkok, y si no tra¨ªa dinero, me met¨ªan en una cuba de agua. Una mujer llam¨® a la polic¨ªa, vieron que era camboyano y me trajeron".

- Ketkuon, ni?o, 14 a?os. "Ped¨ª dinero por las calles tres a?os, hasta que me agarr¨® la poli. Me trat¨® bien. Estoy en sexto, soy el n¨²mero dos de clase; el n¨²mero uno es una chica".

- Manium, var¨®n, 17 a?os: "Mi familia me vendi¨®, pero me gustar¨ªa encontrarlos. No les guardo rencor. Ni a los traficantes, eran amables. Quiero ser electricista, empiezo ahora la formaci¨®n profesional".

El negocio de la prostituci¨®n ha vivido tres periodos de desarrollo en este pa¨ªs: la colonizaci¨®n francesa, la llegada de militares americanos y otros extranjeros durante la guerra de Vietnam y, posteriormente, del personal de la UNTAC (United Nations Transitional Authority) a principios de los noventa. Y ahora, la del florecimiento del turismo occidental. Del primero y segundo periodos hay mucho cine hecho. Sobre las andanzas de los occidentales y el ambiente en Camboya durante el tercero, a finales de los noventa, valga un ejemplo recogido de la literatura: "Pronto supe de los cuatro principales mercados de carne frecuentados por extranjeros en Phnom Penh. Clasific¨¢ndolos en una suerte de escala descendente de m¨¢s a menos clase, debemos comenzar con Champagne. Esta renombrada instituci¨®n dispone de sala de baile, escenario al aire libre, dos bares? y cientos de chicas de entre 15 y 35; lo m¨¢s cl¨¢sico de la capital es, sin embargo, Svay Pa, a 11 kil¨®metros, con chicas vietnamitas de 14 a 25. Uno de sus muchos burdeles, Kiddie Corner, ofrece ni?as de 12 y 13. Dentro de la capital hay hileras de prost¨ªbulos en las calles 154 y 63; el precio de las chicas, cinco d¨®lares. Y luego est¨¢ Tool Kok, al norte, chabola tras chabola, a ambos lados de la calle 70, chicas desde 13 a?os dispuestas a todo por dos d¨®lares". ?ste es s¨®lo un suave extracto del contenido del libro Off the rails in Phnom Penh. Into the dark heart of guns, girls and ganja, del escritor israel¨ª Amit Gilboa. Ejemplares fotocopiados de esta obra y de otras sobre la densa historia camboyana son vendidos por ni?os a los turistas que se acercan a contemplar la hermosa vista de las barcazas en el lago Tonl¨¦ Sap y el r¨ªo Mekong en el muelle Sisowath.

Que el turismo crece en Camboya es un hecho (m¨¢s de mill¨®n y medio de visitantes gracias al im¨¢n de los templos de Angkor). Tambi¨¦n la demanda de pornograf¨ªa infantil en Internet, dicen en una red de ong llamada ECPAT que intenta combatir el turismo sexual. Y los ped¨®filos. S¨®lo en agosto, la polic¨ªa de Phnom Penh detuvo a dos alemanes con un arsenal de material videogr¨¢fico y a un americano residente. El diario Cambodia Daily lo recog¨ªa as¨ª: "En el apartamento [de uno de los alemanes], la polic¨ªa encontr¨® a cuatro menores vietnamitas de 10 a 14 a?os y confisc¨® 20 videocasetes en los que se les ve¨ªa practicar sexo con ellas". El detenido, de 61 a?os, salt¨® por la ventana al ser descubierto.

"Camboya se est¨¢ convirtiendo en una especie de para¨ªso para los turistas sexuales, una reputaci¨®n que Gobierno, ong, organismos internacionales y comunidades locales se esfuerzan en mitigar", dicen en ECTAP. Y resaltan la dificultad de conseguir datos fiables de "consumo", ya que "no suele haber denuncias de las v¨ªctimas". Todas est¨¢n desasistidas. Ah¨ª es donde trabajan, informando de derechos a unos, de deberes y legalidad a otros. Se ocupan de que agencias de viaje, hoteles, operadores tur¨ªsticos? firmen o se acojan a lo que se llama C¨®digo de Conducta contra la Explotaci¨®n Sexual. ECTAP Camboya organiz¨® en 2005 workshops informativas con 60 hoteles y numeroso personal tur¨ªstico del pa¨ªs. Y hay en marcha campa?as dirigidas al consumidor potencial. "Sex with children is a crime", se lee en la contraportada de una gu¨ªa sobre los templos de Angkor. "Si tienes informaci¨®n sobre explotaci¨®n sexual o abuso de menores, llama al 012 181-7280. Los ofensores se enfrentan a 20 a?os de prisi¨®n en Camboya y a persecuci¨®n criminal en sus pa¨ªses. M¨¢s de 940 han sido detenidos y juzgados?". Lo firman el Ministerio del Interior y Unicef.

El Gobierno camboyano (coalici¨®n entre comunistas y mon¨¢rquicos, dirigido por Hun Sen) parece que se empieza a preocupar del tema. As¨ª lo considera el informe Trafficking in Person 2006, citado antes, a pesar de recriminarle su falta de protecci¨®n a las v¨ªctimas y de medidas de prevenci¨®n. Un Plan Nacional de Acci¨®n contra el Tr¨¢fico de Personas se prev¨¦ que se pondr¨¢ en marcha a finales de 2006.

En su libro 'Sex slaves, the trafficking of woman in Asia', la historiadora brit¨¢nica Louise Brown cree que el enfoque en el turista sexual occidental no debe desviar la atenci¨®n del otro consumidor, el masivo: "La mayor demanda de servicios sexuales en Asia procede del mercado interno", asegura. Los asi¨¢ticos (a excepci¨®n quiz¨¢ de los japoneses) "consumen" en silencio, no presumen en p¨²blico, no suelen participar en fiestas de empresa. "En Camboya, el deseo sexual masculino es considerado insaciable", sigue Brown, "una mujer simplemente no puede satisfacer al hombre medio. Un proverbio del pa¨ªs dice: 'Diez r¨ªos no son suficientes para un oc¨¦ano', y esto lo expresa bien. Los hombres creen que tienen derecho a sexo, a comprarlo". Y lo compran.

El mercado local de consumo de sexo es dif¨ªcil de medir. La organizaci¨®n norteamericana Care International, que lleva treinta a?os en el pa¨ªs, lo intent¨® en 1994 y descubri¨® que entre el 60% y el 70% de los camboyanos aseguraban querer visitar o haber visitado burdeles. En un informe de 2005 de la OMS sobre sida (hoy hay 130.000 seropositivos; 25.000 con necesidad de antirretrovirales) se lee: "En 2001, entre el 22% y el 26% de los conductores de mototaxis y el personal policial y militar comunic¨® que hab¨ªa pagado por mantener relaciones sexuales?". Dif¨ªcil es conseguir informaci¨®n, porque de cosas privadas no se habla en este pa¨ªs en el que abundan las supersticiones. Las mujeres no protestan, los clientes no dan explicaciones. Hablar de "asuntos personales es una muestra de debilidad", explica Somaly Mam. "Es brindar a los otros y a las fuerzas del mal la posibilidad de atormentarnos. Nunca hay que desvelar nada de uno. Porque eso te hace vulnerable", explica. Adem¨¢s, las mujeres son una propiedad para los varones. Y no hay m¨¢s que hablar. ?Y la ley? Existe una pol¨ªtica pro igualdad de g¨¦nero, dice el Gobierno, una ley reciente contra la violencia dom¨¦stica, contra el adulterio? "Pero en nuestro pa¨ªs s¨®lo hay dos normas: la escrita, que nadie respeta, y la del dinero", concluye Somaly.

Uno de los cinco centros de Afesip est¨¢ situado en Kampong Cham, hermosa aldea en las llanuras del r¨ªo Mekong, a dos horas y media de la capital tras recorrer en 4¡Á4 una pista de tierra pespunteada de baches, agua, casas, campesinos, vacas y pollos vagabundos. All¨ª fue donde Somaly sufri¨® lo peor del cautiverio. "Deseaba abrirlo aqu¨ª, por lo simb¨®lico", dice mientras las 40 chicas del centro la rodean entusiasmadas con la visita. All¨ª est¨¢ Sok Ly. Es verla y adivinar su sufrimiento. Basta mirarla. Basta rozarle el hombro y encend¨¦rsele en el rostro un gesto de dolor. Imposible hacerle fotos como a las dem¨¢s, imposible ense?arle su imagen en la c¨¢mara digital. Morena, preciosa, el pelo corto, los ojos huidizos, trist¨ªsimos. Apenas habla. "Lo hac¨ªa cuando la encontramos, luego enmudeci¨®, y ahora a veces murmura".

Ella no lo sabe, pero ha tenido suerte. Algunas chicas son rescatadas por las ong durante las redadas de la polic¨ªa en los prost¨ªbulos (muchas frustradas, ya que son avisados antes), pero otras mueren por los malos tratos. "Hace poco se quem¨® el burdel de Neak Luong y aparecieron cuerpos carbonizados de mujeres encadenadas. Pero nadie se escandaliza. La ley s¨®lo conoce un art¨ªculo: si te violan, guarda silencio". Lo contar¨ªan tambi¨¦n los salesianos en Poipet: "Un polic¨ªa viol¨® a una ni?a del centro. 'Le toc¨®', es la filosof¨ªa de la gente. Nadie habl¨®". La corrupci¨®n es otro campo de minas en Camboya. Estalla en cualquier rinc¨®n. "En algunos sitios, la polic¨ªa no molesta a los traficantes ni a propietarios de burdeles. Porque ellos son los traficantes y due?os", asegura Brown.

El centro de acogida es un remanso, una construcci¨®n di¨¢fana en la planta baja, donde algunas de las residentes se ocupan de los telares, y otras, de la cocina. Arriba, una sala vac¨ªa donde se tiran las esteras al llegar el sue?o. Se ve un jard¨ªn cuidado, letrinas y una zona en obras: "Ser¨¢ el edificio para las m¨¢s peque?as, con fondos de la Fundaci¨®n Pr¨ªncipe de Asturias de 1998". Afesip cuenta con 130 empleados, y Somaly se queja de la escasez de dinero: "Tenemos para atender a 150 ni?as y hay m¨¢s de 200". El eterno problema de los fondos. De momento, no quiere saber de apadrinamientos como fuente de financiaci¨®n. "Quiero apoyo para todas por igual, no s¨®lo para unas privilegiadas", dice rotunda. Tanto como lo es en su posici¨®n sobre el tratamiento social de la prostituci¨®n: "Ni legal ni ilegal. Yo lucho por su abolici¨®n". Y lo explica: "Se cree que el ejercicio de la prostituci¨®n est¨¢ fundado en un intercambio: placer a cambio de dinero. Pero eso es una tergiversaci¨®n de la realidad que oculta el desamparo de las mujeres sobre las que se ejercen tales actos de violencia y poder". Si hay necesidad econ¨®mica, hay explotaci¨®n.

El tanto por ciento de fracasos en Afesip, es decir, de las que regresan a los burdeles, es del 40%. Algunas de ellas trabajan en la calle Sothearos, de Phnom Penh, en un edificio que llaman simplemente "Building". Para llegar es necesario atravesar una galaxia entera de edificios coloniales, calles sin asfaltar hacinadas de peatones y tuk tuks, mirar a los ni?os esnifando pegamento por las aceras, oler los mercados, admirar los talleres de reparaci¨®n de motos y evitar la imagen de las ratas comiendo de la basura a la luz del d¨ªa; es necesario sortear miles de motocicletas cargadas con tres, cuatro o cinco pasajeros: con dos y un cerdo vivo bien sujeto en medio; con uno y una monta?a de cajas detr¨¢s; con tres y dos fardos de ropas; con cuatro, una maleta y una jaula de gallinas? Las combinaciones motorizadas y existenciales en Phnom Penh son infinitas.

En un callej¨®n miserable habitan Nary, de 27 a?os, que sujeta con cari?o a su hijo Mon y lo repeina para las fotos; Dy Van, de 25, delgad¨ªsima, a simple vista parece enferma; Skey Ka, de 25, con cortes en los antebrazos, dur¨ªsima ella. Dice que toma drogas y no quiere dejarlas: "Mientras viva, vivo". Por la noche trabaja en un night club donde gana 15 d¨®lares por cliente, aunque no recibe todo, claro. Y sonr¨ªe. Pero siempre es m¨¢s que los dos que cobran en la casa. Y se?ala el laberinto de camarotes levantados con uralita, ladrillo y madera directamente sobre el fango. Ry Pov, de 23 a?os, fue a la escuela hasta segundo grado, pero ya no recuerda c¨®mo se lee o se escribe nada. Confiesa que ella tambi¨¦n toma yaabaa. Se le ven marcas de cigarrillos quemados sobre sus manos; torturas y juegos a los que se prestan mientras est¨¢n drogadas. Y Heng Srey Leak, de 24 a?os, que lleva 10 aqu¨ª. Y en cuanto ve que hay visita se pone sus pendientes de perlas blancas para la foto. Pero se niega a sonre¨ªr: un cliente la peg¨® y perdi¨® dos dientes. Ha trabajado duro para pon¨¦rselos nuevos. ?se era su plan. Pero el dentista lo hizo tan mal que se le desprendi¨® uno y lo ha perdido. Y all¨ª, en la enc¨ªa, ense?a el hueco y el clavo que le cuelga.

Una educadora de zona de Afesip atiende a las chicas del Building en una pieza de unos seis metros cuadrados, con cama, sof¨¢ de escay, cocina, p¨®sters con informaci¨®n sobre el sida y televisor. "Somos 21 educadores en 11 provincias", explica mientras reparte preservativos y jab¨®n. "Uno se dedica a los clientes, les ense?a a usar los condones ayud¨¢ndose de un pl¨¢tano, a evitar el sida y tratar bien a las mujeres. Se quedan perplejos". Las chicas cuentan su experiencia encantadas, pero en un momento dado pierden todo inter¨¦s: se quedan prendadas de un documental en la tele sobre el drama de una cantante muy popular, Touch Srey Nech. Fue asaltada, mataron a su marido, y ella, inv¨¢lida, ha huido a EE UU. Se hace un gran corro y las mujeres del burdel Building se quedan mudas y lloran con el llanto de las pla?ideras del entierro. "Es muy triste", dice Skey Ka, la dura, realmente emocionada.

Por la noche, otra residente del Building, Ly, de 20 a?os, a la que Isabel Mu?oz fotografi¨® una vez con las huellas del maltrato en su rostro, se viste y maquilla toda de blanco para trabajar en el parque Vimean Ekareach. All¨ª puede cobrar hasta cinco d¨®lares. "?Ves ah¨ª, el otro parque? Por ah¨ª pasean las familias, las mujeres normales con sus hijos, y para no confundirnos, llevamos naranjas. Cuando un cliente se acerca, coge una, dos, las que sean, y depende de cu¨¢ntas, el servicio ser¨¢ m¨¢s o menos completo", explica mientras las pandillas de j¨®venes recorren arriba y abajo el paseo. Al verlos, surge el tema de las violaciones colectivas que se han producido en la ciudad en los ¨²ltimos meses; casi 80 chicas han sido atacadas por bandas desde junio. Y Ly, que fue v¨ªctima reciente, lo cuenta con tranquilidad pasmosa: "S¨ª, a veces acuerdas un precio con uno y, cuando llegas al guest house, son muchos m¨¢s, un problema". Y aqu¨ª viene a cuento lo que la historiadora Brown escribe: "Las mujeres pobres en Asia pueden ser vulnerables, y muchas son objeto de terribles abusos, pero no son d¨¦biles. Hay un mundo entre esas dos descripciones". El de la dignidad, la entereza con que pasan por todo, la admirable capacidad de sonre¨ªr despu¨¦s de tanto.

En su despacho de Phnom Penh, Somaly saca del caj¨®n fotograf¨ªas de algunas de las ni?as. Se las toman cuando llegan a la ONG como testimonio de su estado. Ah¨ª est¨¢n, golpeadas, heridas, muchas de ellas; rostros hinchados, manos quemadas; escenas de hospital con protagonistas que Somaly Mam e Isabel Mu?oz conocen de largo: "??sta, ¨¦sta es Keo Sophea!". "S¨ª, ha regresado a su aldea, est¨¢ enferma de sida y recibe tratamiento de M¨¦dicos Sin Fronteras en Takeo". "?Y ella?". "Ella muri¨®?". "De ¨¦sta no sabemos?". Una tras otra. Somaly cree que el maltrato ahora ha cambiado de tono. "En mis tiempos se nos aterrorizaba con elementos naturales -insectos, serpientes-. Luego se pas¨® a los golpes? Hoy es m¨¢s violento. Por ejemplo, ?les clavan clavos en la cabeza! S¨ª, es incre¨ªble, tenemos fotos. O emplean electricidad. Quiz¨¢ sea por esas pel¨ªculas chinas llenas de sadismo. O cosen a las m¨¢s j¨®venes y al rato las obligan a recibir clientes? Porque los asi¨¢ticos a¨²n creen que si durante el acto sexual la mujer sangra y grita, es que la desfloran, y con una virgen podr¨¢n alcanzar la inmortalidad". No hay fin para esta historia.

?Y Sok Ly? Al marchar de Kampong Cham, las peque?as quieren despedirse con m¨²sica. Se sientan en el suelo. Chanry, de 13 a?os, canta primero con esa voz aguda, acu¨¢tica, tan asi¨¢tica. Luego se encarama a la silla Sry Leak, de siete a?os, la ni?a de nuestra portada, seropositiva, vendida a un burdel por su madre prostituta. Interpreta un tema que habla de sue?os, de tiempos pasados muy dif¨ªciles y tiempos mejores que vendr¨¢n. Sok Ly escucha. Y Somaly dice que Sry Leak ya no se va a llamar m¨¢s as¨ª, que ahora tiene otra vida, que es otra persona. Ser¨¢ Mout ?ta, que significa "protegida de los dioses". Sok Ly, muda, la mira. Ella, seguramente, no aspira a tanto. Le basta, le habr¨ªa bastado con la protecci¨®n de la justicia.

Ry Pov, 23 a?os, estudi¨® hasta segundo grado, pero ha olvidado c¨®mo se lee.
Ry Pov, 23 a?os, estudi¨® hasta segundo grado, pero ha olvidado c¨®mo se lee.ISABEL MU?OZ

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Sobre la firma

Lola Huete Machado
Jefa de Secci¨®n de Planeta Futuro/EL PA?S, la secci¨®n sobre desarrollo humano, pobreza y desigualdad creada en 2014. Reportera del diario desde 1993, desarroll¨® su carrera en Tentaciones y El Pa¨ªs Semanal, con foco siempre en temas sociales. En 2011 funda su blog ?frica no es un pa¨ªs. Fue profesora de reportajes del M¨¢ster de Periodismo UAM/El Pa¨ªs

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