R¨®tula, c¨®rtula, m¨®rtula
Ni pretendo ser el emperador Adriano, ni se trata del primer verso de un poema er¨®tico. Parto del hallazgo del lehendakari Ibarretxe, quien, entre el racimo de met¨¢foras con que ha ornado su discurso del ¨²ltimo pleno de pol¨ªtica general, ha definido a Euskadi como r¨®tula log¨ªstica en el eje atl¨¢ntico europeo. ?Qu¨¦ otra cosa se puede hacer con los discursos de nuestro lehendakari que rastrear sus met¨¢foras y coleccionarlas? En ellas siempre nos encontramos con dama Euskadi vestidita de organd¨ª, y ¨¦l es su Pigmali¨®n. Sin embargo, esa dama se nos est¨¢ quedando cada vez m¨¢s cortita, m¨¢s uniforme, m¨¢s anodina, y pueda ser que a su art¨ªfice le est¨¦ ocurriendo lo que a Giacometti en una de sus ¨¦pocas creativas, que, puesto a esculpir una figura, reduc¨ªa, reduc¨ªa, reduc¨ªa, hasta que lo que quedaba al final pod¨ªa derribarlo con un golpe de pulgar.
A m¨ª nuestro lehendakari se me antoja un hombre de otra ¨¦poca -?del siglo XII?- tratando de manejar conceptos del siglo XX. Dicen que es un tecn¨®crata, o sea, un t¨¦cnico, o sea, un artesano de estas fechas del calendario, pero no ha entendido la naturaleza de la entidad pol¨ªtica a la que representa, ni la de la instituci¨®n que encarna, de ah¨ª que gire y gire en torno a conceptos cuyo significado se le escapa y prefiera sustituirlos por met¨¢foras de capit¨¢n de barco, o de anatomista, ahora que tanto priva la territorialidad, o sea, el cuerpo. La r¨®tula se emplaza en la articulaci¨®n de otros huesos, ya ven, como la Gran Euskal Herria, que cuanto mayor quiere ser m¨¢s peque?ita acaba resultando. Pero perm¨ªtanme ofrecerles esta muestra elocuente del pensamiento premoderno de nuestro presidente, quien no tuvo reparos en calificarse a s¨ª mismo y a su partido como "l¨ªderes naturales" de este pa¨ªs. ?Hidalgu¨ªa o ciudadan¨ªa? Ustedes dir¨¢n.
?Ser¨ªan tambi¨¦n hidalgos quienes hicieron su aparici¨®n en el claro del bosque, en viejos dominios del cura Santa Cruz, ante m¨¢s de un millar de carlisti?os arrobados? Hubo, al parecer, ¨¢guilas y golpes de hacha, himnos y banderas, y siete disparos, siete, no en la r¨®tula -como anta?o-, sino uno por cada territorio de la r¨®tula, de la r¨®tula al aire, como parec¨ªa exigirla aquella arqueofunci¨®n, digna de un Walter Scott con atrac¨®n de champi?ones. ?Eran salvas al aire para despedir con honores al cad¨¢ver o una reafirmaci¨®n de la pervivencia del conflicto armado? Vayan ustedes a saber, y todo depender¨¢ de la direcci¨®n que llevaba el ¨¢guila, de si sali¨® por la izquierda o por la derecha, observaci¨®n que sol¨ªan tener en cuenta los agoreros de la ¨¦poca en que ocurrieron los hechos para predecir los acontecimientos. Imposible, por tanto, averiguar si seguir¨¢n o no seguir¨¢n, tarea de adivinaci¨®n ¨ªmproba cuando se trata de gente que est¨¢ desesperada, se supone que por culpa del PSOE -?pero exist¨ªa el PSOE en tiempos de Teodosio de Go?i? -, circunstancia que nos la record¨® Javier Madrazo, abogada de lo imposible, de los desamparados y de los derelictos que no vienen de Gambia y que andan desconcertados a la hora de depositar su voto, o quiz¨¢ la v¨®tula.. Lo que parece evidente es que ante la apat¨ªa que despertaba el conflicto sin tiros entre la poblaci¨®n, los etarras han tenido que recordarle a Joseba Egibar que se equivoca, que no hay conflicto sin fuego, y que desaparecidos los tiros, aunque s¨®lo sean salvas, el ¨²nico conflicto que queda en los montes de Ili¨®n es el de las cabras.
Algo se ech¨® de menos, sin embargo, en los montes de Aritxulegi, algo as¨ª como un colof¨®n ser¨¢fico, un palpitar de palomas o un vuelo de p¨¦talos. S¨ª, faltaban las titiriteras de las rosas blancas, m¨¢s pendientes del cine que del teatro, y ocupadas en reunirse con el ochote femenino y en repartir flores a quienes no necesitan que les recuerden nada para vivir tranquilos. ?Qu¨¦ mejor ocasi¨®n para impedir que fracase el proceso que la de volar a los predios del cura Santa Cruz y colocar flores y hasta ramos en las bocas de los fusiles, y esparcir luego desde el escenario sus p¨¦talos albos a la concurrencia mientras entonaban entre aplausos, "En la casa de Pepito ia, ia, o"!
Miren, primero fueron los cl¨¦rigos, luego los intelectuales, pero tiene narices que ahora sean los titiriteros los que se erigen en conciencia moral. Los titiriteros, es decir, los que no ten¨ªan otra conciencia que la que les prestaban, los que viv¨ªan de la simulaci¨®n, el enga?o, el transformismo, los instalados en la inmoralidad. ?No es ¨¦ste otro signo de nuestro nihilismo? En los montes de Aritxulegi faltaron las titiriteras. Prefer¨ªan estar en el bosque de Arden, o en los jardines hist¨®ricos donostiarras, cerquita de los saraos y ostentando su popularidad, o quiz¨¢ gan¨¢ndosela, con rosas. Rosas de nada, o sea, r¨®sulas.
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