El placer de vivir entre libros
Beatriz de Moura fund¨® en 1968 una editorial con el equivalente a 1.500 euros. 38 a?os despu¨¦s sigue al frente de Tusquets. Es, sin duda, una de las mejores editoras de Europa. Le acaban de conceder la Cruz de Sant Jordi
"Salvo durante un breve periodo en la adolescencia en que estaba segura de que me convertir¨ªa en una gran estrella de cine, bailando, cantando y haciendo re¨ªr, tipo Ginger Rogers en las pelis de Fred Astaire, desde ni?a sent¨ª que, cuando fuera mayor, quer¨ªa vivir rodeada de libros. Tal vez por el placer que me produc¨ªa estar en la biblioteca de mi padre. M¨¢s tarde, las circunstancias parecen haber conspirado para que, en cuanto dejara de ir de un lado para otro por el mundo, viviera, en efecto, rodeada de libros. Y a¨²n m¨¢s tarde, por carambola, me encontr¨¦ casi a pesar m¨ªo fundando una editorial en la sala de estar de casa. En aquel entonces, si no planificaba mi propia vida, ?c¨®mo iba a prever que montar¨ªa un negocio tan complicado? Viv¨ªa al d¨ªa; cuando mucho, al mes. Sin embargo, m¨¢s de tres d¨¦cadas despu¨¦s aqu¨ª estamos hablando t¨² y yo? Nadie daba dos duros por la continuidad de aquella editorial m¨¢s bien artesanal. A lo mejor, como soy m¨¢s terca que una mula, fue precisamente ese desd¨¦n, acompa?ado de palmaditas indulgentes en el hombro, lo que me fue calentando y sosteni¨¦ndome en mis trece".
En 1968, con unos ocho a?os de experiencia adquirida en otras editoriales y el equivalente a unos 1.500 euros actuales, la entonces joven brasile?a hija de diplom¨¢tico, pol¨ªglota, licenciada universitaria, afincada en Barcelona, decidi¨® crear con su ex marido ?scar Tusquets una peque?a editorial: Tusquets Editores. Treinta y ocho a?os despu¨¦s, Beatriz de Moura la codirige con Antonio L¨®pez Lamadrid ("sin ¨¦l, la editorial no s¨®lo no ser¨ªa lo que es hoy, sino que mucho me temo que no ser¨ªa?") y, probablemente, es la directora literaria m¨¢s importante de Europa. Ha publicado miles de libros, traducido algunos y es la responsable de un fondo editorial en el que se incluyen nombres como los de Milan Kundera, Italo Calvino, E. M. Cioran, Samuel Beckett, Ingmar Bergman, Albert Camus, Marguerite Duras, Albert Einstein, Ernst J¨¹nger, Malcolm Lowry, Czeslaw Milosz, Arthur Miller, Alexandr Solzhenitsin, Henry Miller, John Irving, Thomas Pynchon, Nadime Gordimer, Andy Warhol o Woody Allen. En la relaci¨®n de autores en lengua espa?ola figuran obras de, entre otros: Gabriel Garc¨ªa M¨¢rquez, Mario Vargas Llosa, Julio Ram¨®n Ribeyro, Reynaldo Arenas, Severo Sarduy, Enrique Krauze, Juan Jos¨¦ Arreola, Adolfo Bioy Casares, Gonzalo Celorio, Jorge Edwards, Ramiro Pinilla, Silvina Ocampo y Jorge Sempr¨²n. A todo ello habr¨ªa que a?adir que fue la primera editora o cuando menos la gran impulsora de escritores como Almudena Grandes, Luis Landero o Javier Cercas.
La editorial, como ya se dijo, empez¨® a gestarse en 1968, un a?o que se ha convertido ya en leyenda aunque en Espa?a tuvo unas caracter¨ªsticas distintas al afamado swinging London o al desadoquinado Par¨ªs. Tiempos que la editora recuerda a la vez que se?ala algunas de las diferencias con la actualidad. "Ante todo, viv¨ªamos en una dictadura. Nadie que haya nacido a partir de 1975 puede saber exactamente qu¨¦ es una dictadura, y mejor que no lo sepa nunca. Luego, la noci¨®n de tiempo. La hora ten¨ªa realmente 60 minutos, y el minuto, 60 segundos. Era como si se dispusiera de m¨¢s tiempo. Iba muy bien para leer y tomar decisiones editoriales meditadas. Adem¨¢s hab¨ªa -por lo menos en Barcelona, y en un grup¨²sculo parad¨®jicamente muy heterog¨¦neo- una especie de efervescente fraternidad, laboriosa y l¨²dica a la vez, que permit¨ªa lazos muy estrechos de trabajo y amistad entre editores, autores y colaboradores".
El "grup¨²sculo parad¨®jicamente muy heterog¨¦neo" que hab¨ªa en Barcelona es lo que se vino en llamar gauche divine y que, se quiera o no, forma parte importante de lo que de legendario pudieron tener los finales a?os sesenta. Un grupo que, naturalmente, fue mitificado y masacrado con constancia en unos a?os en los que la incertidumbre, la duda o la simple diversi¨®n se consideraban sentimientos d¨¦biles. Beatriz de Moura vivi¨® aquel tiempo y lugar desde dentro: "Lo que Joan de Segarra, no sin mala folla, tild¨® de gauche divine fue un grupo muy reducido de gente joven -en torno a los 30 a?os-, muy heterog¨¦nea, que empezaba su vida profesional en disciplinas y campos de lo m¨¢s diversos y que, por un c¨²mulo de circunstancias favorables, sent¨ªan, creo que de un modo m¨¢s intuitivo que razonado, que no iban a dejar que la dictadura les fastidiara como les hab¨ªa jodido a sus respectivos maestros. Por longevo que pareciera Franco, entonces ya se pod¨ªa entrever su fin, aunque s¨®lo fuera en una cama de hospital envuelto en heces en forma de melena? Ese c¨²mulo de circunstancias favorables -un grup¨²sculo de gente joven inquieta, con ganas de aprender, evolucionar, comunicarse con sus iguales en el extranjero, intercambiar ideas en experiencias diversas, distanciarse de modelos ideol¨®gicos avejentados y, a la vez, desprenderse de la mojigater¨ªa que imperaba al tiempo entre la izquierda m¨¢s radical y la derecha- permiti¨® que ese grupo de gente, del que yo tuve la suerte de formar parte (simplemente estaba ah¨ª en el momento adecuado), viviera entre 1967 y 1970 tres a?os inolvidables de mucha actividad laboral e intelectual, y, lo que m¨¢s envidia provoc¨®, mucha diversi¨®n".
"Vivimos momentos de enorme intensidad en nuestras profesiones y en nuestras vidas", a?ade la editora, "y comprendo que, hacia el exterior, nos mostr¨¢ramos arrogantes, provocadores, libertinos, lo cual ha contribuido hasta hoy a reforzar esa imagen de frivolidad con la que se sigue identificando esa cosa llamada gauche divine. No olvidemos que de aquel periodo y de aquellas vivencias salieron profesionales de primera fila, hoy plenamente reconocidos, como arquitectos, fot¨®grafos, periodistas, cineastas, actores, dise?adores, escritores, pol¨ªticos, pintores e incluso editores? Tampoco hay que despreciar el hecho de que, contra Franco, no s¨®lo ¨¦ramos m¨¢s j¨®venes, sino que Barcelona era la ciudad m¨¢s cosmopolita de Espa?a y, por tanto, no es de extra?ar que aqu¨ª pudieran producirse modestas, pero festivas, muestras de insubordinaci¨®n que en Madrid habr¨ªan sido impensables. En cuanto a m¨ª en esta historia, te dir¨¦ que sin la atm¨®sfera que se cre¨® en aquellos a?os en ese reducido ¨¢mbito de intr¨¦pidos no me habr¨ªa atrevido a lanzarme a tumba abierta en la aventura de fundar Tusquets Editores en la sala de estar de un piso de 70 metros cuadrados, donde viv¨ªan cuatro personas, y a veces hasta ocho, seg¨²n las noches o las circunstancias?".
En un estupendo documental de David Furnish sobre su entonces novio, y en la actualidad marido, Elton John, ¨¦ste explicaba a la c¨¢mara que necesitaba viajar con todos sus cientos de pares de gafas y camisas porque la habitaci¨®n que las acog¨ªa en los diversos hoteles de sus giras era la ¨²nica referencia que le resultaba familiar. Algo similar le pasaba a Beatriz de Moura: "La biblioteca de mi padre fue desde muy ni?a mi ¨²nico y verdadero hogar, el ¨²nico lugar de referencia, el lugar de la estabilidad, el ¨²nico que apenas cambiaba en las much¨ªsimas casas en las que la vida diplom¨¢tica de mi padre me oblig¨® a vivir. Creo que por eso, si hoy me obligaran a vivir en una casa sin mis libros, perder¨ªa la poca seguridad en m¨ª misma que a¨²n me queda. Adem¨¢s, ¨¦se era el lugar donde le¨ªa mi padre, y ver con qu¨¦ gusto le¨ªa fue contagioso. Much¨ªsimos a?os m¨¢s tarde le pregunt¨¦ si se hab¨ªa dado cuenta de que me hab¨ªa aficionado a la lectura gracias a ¨¦l. Me contest¨® que no y que, en todo caso, nunca fue su intenci¨®n inducirme a ese vicio. Dijo 'vicio', lo recuerdo perfectamente".
Libros y viajes parecen ser las dos palabras esenciales de la infancia y juventud de la editora. "No tengo un buen recuerdo de mi juventud viajera. Como en todo y para todo, hubo aspectos que hoy agradezco, como aprender idiomas en la infancia, que es cuando ya no los olvidas; aprender a adaptarte cada dos a?os a costumbres radicalmente distintas, a nuevos colegios y compa?eros, a seguir estudios en pa¨ªses de diferentes culturas, a ir adquiriendo la sensaci¨®n de qu¨¦ significa realmente -no ideol¨®gicamente- ser ciudadana del mundo. Pero todo esto tuvo un coste muy elevado: el desarraigo, el dolor de las p¨¦rdidas de afecto, la inseguridad, la ausencia de una familia con abuelos, t¨ªos, primos, etc¨¦tera; la verg¨¹enza de sentirme siempre diferente en cada nuevo lugar. Tal vez por eso me horroriza la palabra tolerancia. De hecho, he sido siempre tolerada, jam¨¢s me han hecho sentir integrada, parte de algo, en lugar alguno, ni en mi propio pa¨ªs, donde en realidad viv¨ª poqu¨ªsimo, ni siquiera en Barcelona, ?adonde llegu¨¦ hace 50 a?os!".
Quiz¨¢ la tercera palabra clave en su vida sea la de Barcelona. "Aparte de que para m¨ª ning¨²n pasado fue mejor, la Barcelona de ahora es infinitamente m¨¢s agradable para vivir y trabajar que la de finales de los sesenta. La ciudad ha cambiado much¨ªsimo, y para bien. Adem¨¢s, desde que se abri¨® al mar gracias a los Juegos Ol¨ªmpicos la disfruto muy especialmente. Pero algo importante se perdi¨® en ese recorrido: contra Franco, Barcelona era cosmopolita, y ahora es tur¨ªstica. El esp¨ªritu cosmopolita es algo muy distinto. Es triste, pero Catalu?a se ha vuelto muy casolana (muy de estar por casa), salvo, como siempre, para algunos notables ciudadanos recalcitrantes que por suerte siguen dando guerra? Y s¨ª, hay libertad para crear. Pero, ya me dir¨¢s, sin esp¨ªritu cosmopolita, ?c¨®mo quieres que cualquier obra de creaci¨®n se desarrolle, crezca y se expanda, por muy libre que sea? Queda a la medida del ¨¢mbito en que fermenta. Nace y muere sin salir de su habit¨¢culo".
"Si me apuras", a?ade, "me atrever¨ªa a decir que un poco cateta es hoy d¨ªa casi toda Europa, temerosa y como desconcertada ante el fen¨®meno de la globalizaci¨®n que la est¨¢ minando por todas partes, econ¨®mica, social, cultural y pol¨ªticamente. Cada pa¨ªs se ha ensimismado en sus propios problemas y ha decidido defender su cultura superprotegi¨¦ndola. Creo que de ah¨ª proviene la idea de que la cultura es cara y de que, en efecto, el Estado debe subvencionarla, olvidando lo que esta pol¨ªtica cultural ha generado en el pasado: o bien grandes proyectos costos¨ªsimos, vistos¨ªsimos, pero vac¨ªos de contenido, o bien mediocridad (cantidad primando sobre calidad). Recuerdo una visita de Arthur Miller a Jorge Sempr¨²n cuando ¨¦ste era ministro de Cultura, all¨¢ por 1989-1990. Muy admirado e intrigado, recorri¨® con la mirada el inmenso despacho del ministro y le pregunt¨®: '?Y para qu¨¦ sirve realmente un ministerio de Cultura?'. Recordemos que Estados Unidos no tiene ministerio de Cultura y durante d¨¦cadas ha sido el centro neur¨¢lgico de todas las culturas occidentales. Si hoy la creaci¨®n literaria norteamericana est¨¢ en crisis, no es por falta de proteccionismo, sino, creo, por haberse ensimismado y cerrado a otros horizontes culturales. Por otra parte, nunca he sido partidaria de Estados-padrecitos; nunca dan nada sin pedir algo a cambio, generalmente el alma del protegido. En este aspecto, ?la cultura s¨ª es cara, demasiado cara en efecto!".
La conversaci¨®n vuelve al mundo literario, y m¨¢s concretamente al mundo literario de Beatriz de Moura. Al fin y al cabo, nosotros elegimos los libros y ellos nos eligen a nosotros, y en ese ir y venir de afinidades o emociones se construye una biograf¨ªa tan intensa y aut¨¦ntica como la del vivir. "Por incre¨ªble que parezca, muy pronto, quiz¨¢ entre los siete y los nueve a?os, le¨ª en serio de la biblioteca paterna dos libros a los que vaya una a saber por qu¨¦ sigo recordando como importantes para m¨ª: La vida de Jes¨²s, de J.-E. Renan, y La vida de las hormigas, de Maurice Maeterlinck, libros que, seg¨²n mi padre, estaban en el ¨ªndice de los prohibidos por la Iglesia. Del primero permanece en m¨ª, supongo que por desconocida entonces, una n¨ªtida sensaci¨®n de pecaminosa sensualidad; y del segundo, algo as¨ª como la justificaci¨®n de una curiosidad por casi todo, de la que antes de esa lectura siempre me hab¨ªa sentido culpable, no s¨¦ muy bien por qu¨¦, y a partir de entonces, nunca m¨¢s".
Pasamos por alto, por evidentes y universalmente compartidos, los Salgari, Verne, Defoe o Mark Twain, y proseguimos el recorrido. "Hacia los 12 a?os, no s¨¦ si con muy buen tino, en el liceo franc¨¦s de Roma, por ejemplo, ya empezaban a hacerte leer para analizarlos a autores franceses confrontados, por ejemplo: Racine, Corneille y Moli¨¨re; Voltaire y Rousseau; Victor Hugo (poeta) y Baudelaire; Balzac y Georges Sand; Flaubert y Stendhal? Por encima de todos los tiempos y de todos ellos, para m¨ª estuvo siempre Stendhal y La cartuja de Parma. Con este libro viv¨ª una experiencia que recomiendo a cualquiera que tenga curiosidad por conocerse mejor. De joven, el personaje de Fabricio del Dongo me fascin¨®, en el fondo quer¨ªa ser como ¨¦l, sentir como ¨¦l. Rele¨ª esta maravillosa novela ya con m¨¢s de 60 a?os y me di cuenta de que Fabricio no era en realidad m¨¢s que la representaci¨®n de un -con perd¨®n- gilipollas; tuve la casi seguridad de que Stendhal hac¨ªa con su personaje una caricatura grotesca del romanticismo mal entendido. En cambio, se me apareci¨® el conde Mosca como uno de los personajes m¨¢s fuertemente cargados de 'raz¨®n de ser' de la literatura universal. Ya de adulta, el autor que m¨¢s me ha marcado -y de por vida- es Albert Camus. Dicen que hay libros que cambian una vida. Para m¨ª fueron El mito de S¨ªsifo y, casi seguido, El hombre rebelde, que le¨ª en un momento especialmente dif¨ªcil, en esa edad abominable de los 20 a?os".
"A partir de entonces, mi voracidad de lecturas fue casi enfermiza. Quer¨ªa leerlo todo, de modo que le¨ª de la manera m¨¢s ca¨®tica que pueda imaginarse, ficci¨®n de preferencia. Pod¨ªa pasar con una naturalidad pasmosa de un ensayo sesudo a una novelita de Cor¨ªn Tellado. Y, cuando ya trabajaba en editoriales, descubr¨ª deslumbrada, casi a la vez, la literatura norteamericana e hispanoamericana. Sin embargo, a partir del momento en que empec¨¦ a leer por obligaci¨®n, o sea, desde que tuve que leer, primero como lectora para otras editoriales y luego como editora yo misma, la naturaleza misma del placer de la lectura cambi¨® radicalmente. Ya no le¨ª s¨®lo para complacerme a m¨ª o instruirme yo, sino tambi¨¦n para complacer e instruir a un lector hipot¨¦tico que, por encima de mi hombro, empez¨® a compartir conmigo la lectura del mismo libro. Al principio me cost¨® hacerme a esa presencia fantasmal a mis espaldas, pero hace ya mucho tiempo que me he acostumbrado a ella; tanto, que a veces hasta decide por m¨ª?".
As¨ª es como la lectora se hizo editora, para el disfrute de otros muchos lectores. En su cat¨¢logo son muchos los nombres consagrados, populares o minoritarios, pero quiz¨¢ la mayor satisfacci¨®n de un editor sea la de descubrir nuevos talentos. "Para publicar el libro de un autor desconocido, ¨¦ste tiene que entusiasmarme o emocionarme o intrigarme o perturbarme o apasionarme o revelarme algo o sorprenderme o hacerme pensar? no s¨¦. Depende de cada manuscrito. ?Las lecturas son tan arbitrarias! Nadie hace la misma lectura de un libro. Esto es lo que me fascina de los libros: cada lectura es ¨²nica y hace ¨²nico a su lector. ?Es magn¨ªfico! Qui¨¦n sabe si es por eso por lo que mis criterios de lectura son, por un lado, tan poco intelectuales, y por otro, tan escasamente comerciales. Milan Kundera me sopl¨® hace ya muchos a?os otro criterio, bastante m¨¢s racional que los m¨ªos: en principio, descartar los libros dif¨ªciles de leer y f¨¢ciles de comprender, y, en cambio, prestarles especial atenci¨®n a los libros f¨¢ciles de leer y algo m¨¢s dif¨ªciles de comprender".
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