Geograf¨ªas sagradas
Recuerdo el preestreno del documental de Julio Medem La pelota vasca. En el edificio del Kursaal se congreg¨® aquel d¨ªa buena parte del plantel de la pel¨ªcula. Entre ellos, Arnaldo Otegi que, en una de sus intervenciones m¨¢s recordadas, dec¨ªa que cuando en Euskadi todo el mundo deje de contemplar nuestros montes para funcionar con Internet ya no merecer¨¢ la pena vivir. Es decir, que la vida est¨¢ condicionada, para el autor de esta magn¨ªfica frase, al misterioso e inexplicable disfrute que produce la contemplaci¨®n de las monta?as que nos rodean, de la tierra que pisamos y que nos vio nacer.
Entre la risa general de la sala, recuerdo mi escalofr¨ªo. Asist¨ªamos a la exposici¨®n de un canon teol¨®gico de la tierra que indica que, cuando ¨¦sta deja de emocionar, la vida ya no merece la pena. Si concebimos el nacionalismo como un relato sacralizante del pasado, de la raza y de la tierra, podemos ver c¨®mo se alcanzaba aqu¨ª el estadio m¨¢s avanzado de una fe nacionalista que roza sus l¨ªmites al condicionar la vida al hecho mismo de sentir las emociones que proporciona el propio relato. Cuando dejas de sentirlas, es mejor morir.
Su relato no es de la raz¨®n, es s¨®lo pasi¨®n que germina con fuerza en el campo de la mitolog¨ªa
Se puede alcanzar un planteamiento capaz de expresar nuestras dimensiones en t¨¦rminos racionales y discursivos
A pesar de estos extremismos religiosos, el nacionalismo ha tenido y tiene en Euskadi y en Espa?a otras caras m¨¢s moderadas de fe que, aunque no condicionan la vida al relato, comparten inspiraciones. Existen en el campo de la mitolog¨ªa y de las emociones y ni se someten a los par¨¢metros de la l¨®gica racionalista ni lo pretenden. Re¨ªrse de esta fe, costumbre arraigada entre determinados sectores, algunos pol¨ªticos y columnistas, significa re¨ªrse de una concepci¨®n emocional y teol¨®gica de la vida que, en ¨²ltimo t¨¦rmino, expresa sobre un suelo de pasiones verdades absolutas sobre la vida interior de quienes con ella viven.
El nacionalismo no pretende un an¨¢lisis del pasado. Por ello, debatir con ¨¦l sobre sus hilos conductores desde posiciones racionalistas no es sino un esfuerzo in¨²til que ya sabemos a lo que conduce. Su relato no es de la raz¨®n, es s¨®lo pasi¨®n que germina con fuerza en el campo de la mitolog¨ªa. Y ¨¦sta, nunca fue concebida para describir acontecimientos y significados hist¨®ricos cient¨ªficamente verificables. Era y es una tentativa de expresi¨®n de la significaci¨®n interior de individuos y colectivos humanos. Hay quien ha definido la mitolog¨ªa como una forma antigua de psicolog¨ªa con la que proyectar profundidades interiores, misterios de imposible explicaci¨®n racional del yo y del nosotros.
Cuando un lugar -uno de los s¨ªmbolos m¨¢s antiguo de lo sagrado- es utilizado como marco de esas proyecciones interiores -Euskadi, Espa?a- queda convertida la tierra en una geograf¨ªa sagrada a la que vincular la vida, en diferentes grados, a trav¨¦s de los lazos org¨¢nicos que unen a los individuos y a los pueblos con ¨¦sta.
Para quienes no concebimos la tierra como un espacio de pasiones, se nos plantea desde hace tiempo un debate que ha consistido siempre en entrar en las emociones profundas y en los mecanismos de esa activaci¨®n ideol¨®gico-teol¨®gica del nacionalismo para tratar de buscar sus contradicciones. Aceptando su campo de juego, intentar jugar desde dentro.
Por el contrario, y quiz¨¢ en no mucho tiempo, se nos puede plantear la oportunidad perfecta para plantear nuevas perspectivas en las que cosechar tantos a?os de lucha de ciudadan¨ªa y tener as¨ª los mimbres de un nuevo relato que proponer. Se trata de trabajar en la activaci¨®n pol¨ªtica y la pedagog¨ªa social de un hilo conductor de nosotros mismos secularizado y racional, civil y ciudadano, que facilite la descarga del placebo de la identidad nacional, que recuerde la posibilidad de superaci¨®n de las fronteras interiores del individuo, que invite al liberador ejercicio de b¨²squeda de nuevas geograf¨ªas sobre un mismo espacio, que permita nuevas concepciones de nuestros marcos vitales. Que nos haga m¨¢s libres, sin miedo al viaje.
En una variaci¨®n sobre este tema, Imanol Zubero apunt¨® en estas mismas p¨¢ginas, las patrias de tiempo de las que hablaba Joseph Roth: "Ninguna tierra da a sus hijos tantos rasgos comunes como una ¨¦poca a los suyos". Son s¨®lo un ejemplo pero, sea como fuere, una sociedad tan sobrecargada de identidades obligatorias como la nuestra necesita de la puesta en valor de un relato liberado de tanta pasi¨®n, no excluyente, sino incluyente, racionalizado y democr¨¢tico, cient¨ªfico y abierto al futuro. Un relato despegado de ese cuerpo de mitos sobre la tierra y la identidad que se construy¨® para mitigar el impacto de alg¨²n miedo o de alg¨²n dolor, de la p¨¦rdida, quiz¨¢, de alg¨²n tipo de para¨ªso perdido o de la necesidad de pertenecer a algo, de sentirse parte de algo, de, probablemente, un miedo profundo a la soledad o a la propia condici¨®n humana.
Se puede alcanzar un planteamiento capaz de expresar nuestras dimensiones en t¨¦rminos racionales y discursivos. Una concepci¨®n de la identidad planteada en t¨¦rminos abiertos que permita multitud de definiciones de lo que cada uno de nosotros quiera ser, que no caiga en la trampa de jugar desde dentro del universo del mito, sino que proponga y defienda una narrativa ciudadana y republicana de nosotros mismos que d¨¦ cabida, en su interior, a todos los sentimientos de pertenencia. Frente a una naci¨®n ¨¦tnica en la que no hay, sino definiciones homog¨¦neas, una naci¨®n c¨ªvica en la que quepa una naci¨®n ¨¦tnica y la emoci¨®n de las cosas, sin que se olviden las razones de todo lo dem¨¢s.
En los pr¨®ximos a?os, se pueden presentar buenas oportunidades para defender un planteamiento que se termine convirtiendo en alternativa liberadora al relato de pasiones que nos ha hecho ser, hasta la fecha, todo lo que no somos. La oportunidad de alcanzar nuevas fronteras para nuestra libertad, situadas mucho m¨¢s all¨¢ del fin del terrorismo.
Eduardo Madina es secretario de Estudios Pol¨ªticos del PSE-EE.
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