Tragedia y verosimilitud
Pocas son las biograf¨ªas que se resuelven en una o dos im¨¢genes. Marilyn Monroe sobre una boca de ventilaci¨®n de Nueva York, Napole¨®n media mano oculta en su chaleco despu¨¦s de Waterloo, Hemingway con su fusil posando en un bosque de Michigan, se cuentan entre las excepciones que casi bastan para narrar toda una vida. La fotograf¨ªa del Che muerto rodeado de sus captores, citando iconogr¨¢ficamente el Cristo yacente de Mantegna, compite con la del rostro del joven bigotudo de cabellos largos en cuya gorra resalta una estrella de cinco puntas, que decora cientos de miles de afiches y de camisetas. Entre ambas (reproducidas entre muchas otras m¨¢s raras en la magn¨ªfica biograf¨ªa escrita por Jon Lee Anderson) puede resumirse la vida de quien fue, para muchos, el h¨¦roe de la primera mitad del siglo XX. Que la historia de Am¨¦rica Latina pusiese luego en duda la eficacia de sus ideas pol¨ªticas, dudase de sus intenciones altruistas y lo acusase a posteriori de ser (en parte al menos) responsable de lo que es hoy la dictadura de Fidel Castro, apenas parece haber enturbiado esas im¨¢genes cl¨¢sicas.
El Che asumi¨® el rol de h¨¦roe y se convirti¨® en la figura que mi generaci¨®n requer¨ªa
El autor del libro fue el primero autorizado a consultar las notas de quien captur¨® a Guevara
Anderson ha sido el primero en investigar a fondo la vida del Che Guevara. Durante los 30 a?os transcurridos entre su muerte, el 9 de octubre de 1967 en Bolivia, en el pueblo de La Higuera, y la aparici¨®n de la biograf¨ªa en ingl¨¦s, en 1997, parece que a sus admiradores les ha bastado una cierta literatura hagiogr¨¢fica (en su mayor parte escrita en Cuba) y una publicaci¨®n parcial de sus diarios; es decir, aproximaciones al personaje, no un retrato integral del complejo ser humano que Anderson describe. La b¨²squeda de Anderson fue minuciosa y, al parecer, exhaustiva: por ejemplo, Anderson fue el primero autorizado a consultar las notas que el teniente coronel Andr¨¦s Selich hizo despu¨¦s de la captura del Che, notas que contienen la conversaci¨®n que Selich tuvo con su c¨¦lebre prisionero antes de que ¨¦ste fuese trasladado al sitio donde fue ejecutado. Es conmovedor que las ¨²ltimas palabras de un hombre hayan sido conservadas para la posteridad por su mayor enemigo, sobre todo porque esas declaraciones (sin duda imparciales) nos muestran a un Che convencido del valor casi sagrado de su lucha por mejorar la condici¨®n humana. "No le niego que en Cuba haya pobreza", le dijo el Che a Selich, "pero al menos los campesinos tienen la ilusi¨®n de progresar. El boliviano vive sin esperanza". No pod¨ªa saber que en el futuro se erigir¨ªan en Cuba c¨¢rceles y campos de detenci¨®n en los que miles de disidentes vivir¨ªan, como aquellos campesinos bolivianos, sin esa esperanza que el Che juzgaba vital.
Para mi generaci¨®n (tengo casi 60 a?os) el Che represent¨® en su ¨¦poca la realizaci¨®n de nuestros sue?os de justicia social. En nuestras conversaciones, en nuestras lecturas, en nuestra imaginaci¨®n, est¨¢bamos seguros de que ¨ªbamos a eliminar la miseria del mundo, a cambiar las condiciones nefastas de tantas vidas humanas, a vengar oprobios inaceptables, a luchar contra la codicia de los poderosos y la esclavitud de los obreros y campesinos. Conjug¨¢bamos estos verbos en el indicativo futuro; el Che, en cambio, los conjugaba en el indicativo presente. De pronto, o¨ªmos hablar de alguien que no s¨®lo hablaba de estas cosas, sino que estaba tratando de hacerlas. Seguramente sin quererlo, el Che asumi¨® el rol de h¨¦roe y se convirti¨® en la figura que mi generaci¨®n requer¨ªa para aliviarse la conciencia. De ah¨ª que sus im¨¢genes tuvieran para nosotros la calidad de relicarios.
No es que la biograf¨ªa que nos propone Anderson sea menos arrebatadora que el resumen iconogr¨¢fico. La larga aventura de Ernesto Guevara de la Serna (el nombre que llevaba antes de que la fama lo redujera a un simple Che), desde su nacimiento en 1928 a su muerte en la sierra boliviana, pasando por sus estudios de medicina, su ¨¦pico recorrido del continente suramericano, donde por primera vez pudo ver por s¨ª mismo la cotidianidad de la miseria humana, el compromiso pol¨ªtico que acept¨® entre los exiliados revolucionarios de Guatemala y M¨¦xico, el triunfo de la Revoluci¨®n de 1959, son todos episodios dignos de la m¨¢s rom¨¢ntica epopeya literaria. A la fehaciente cr¨®nica de los hechos hist¨®ricos, Anderson a?ade la no menos fehaciente cr¨®nica de las menudencias del personaje. Baste uno: el asma que desde ni?o se desataba en crisis de ahogo lo persigui¨® a lo largo de su vida, haciendo que su marcha por la selva y la sierra fuese a¨²n m¨¢s penosa durante las duras campa?as en Cuba y en Bolivia, y, durante su vida de hombre p¨²blico, oblig¨¢ndolo a detenerse en medio de discursos oficiales para recuperar lo que le quedaba de su aliento. Anderson cuenta que despu¨¦s de la muerte del Che, F¨¦lix Rodr¨ªguez, el agente de la CIA que lo hab¨ªa perseguido incansablemente hasta su captura, misteriosamente hered¨® el asma de su v¨ªctima. En 1992, Rodr¨ªguez le confes¨® a Anderson que la falta de aliento que desde aquella tarde lo agobiaba era, estaba convencido, la manifestaci¨®n f¨ªsica "del recuerdo constante del Che y de las ¨²ltimas horas de su vida en el peque?o pueblo de La Higuera".
Las im¨¢genes que retratan a un personaje de forma convincente tienen algo de fantasmag¨®rico, de conmovedoramente vivo, como si la disoluci¨®n de la carne no bastase para poner un fin a su presencia sobre la tierra. Tambi¨¦n ciertas biograf¨ªas tienen esta extra?a cualidad de persistencia. Las im¨¢genes del Che a las que est¨¢bamos acostumbrados insist¨ªan sobre su aspecto m¨ªtico, casi simb¨®lico, de m¨¢rtir redentor, de h¨¦roe sacrificado; el Che Guevara de Jon Lee Anderson le devuelve corporeidad, tragedia y verosimilitud.
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