"S¨®lo la muerte me impedir¨¢ regresar a Espa?a"
Abdelgani, de 17 a?os, relata los desesperados intentos de menores marroqu¨ªes repatriados para volver a Espa?a
"Nada podr¨¢ evitar que regrese a Espa?a. S¨®lo la muerte". Con la gorra calada hasta la coleta, Abdelgani divisa las costas de C¨¢diz desde una colina del barrio de El Marshan en la ciudad de T¨¢nger (Marruecos), un acantilado frecuentado por familias y pandillas de j¨®venes que charlan y comen pastel de garbanzos.
Para Abdelgani, de 17 a?os, llegar a esas costas es el ¨²nico objetivo que tiene en la cabeza desde los 13. Su deseo es mucho m¨¢s fuerte desde que logr¨® cruzar el Estrecho y pasar m¨¢s de 15 meses en Espa?a. Tan fuerte que prefiri¨® saltar con una s¨¢bana desde el noveno piso del centro de acogida en el que viv¨ªa en Madrid antes que abrir la puerta a los agentes de polic¨ªa que lo iban a meter en un avi¨®n de vuelta a Marruecos. Las autoridades hab¨ªan decidido que lo mejor para ¨¦l era regresar con su familia.
'Sadam', 'Chienpolice' y 'Rosa' son los perros que atacan a los ni?os para evitar que emigren
Siete jueces han parado en los ¨²ltimos meses repatriaciones de menores inmigrantes
Los menores inmigrantes no pueden ser expulsados en Espa?a. La ley lo proh¨ªbe, as¨ª que la ¨²nica v¨ªa para mandarlos de vuelta a su pa¨ªs es la figura de la reagrupaci¨®n familiar, enviarlos con sus padres. Las repatriaciones han aumentado en el ¨²ltimo a?o de forma significativa: hubo 61 en 2005, mientras que en los nueve meses que han transcurrido de 2006 se ha devuelto ya a 97 chicos. En los tres primeros meses de este a?o en Madrid se repatriaron 24, frente a los 19 de todo 2004. M¨¢s de 60 ONG firmaron el pasado junio un manifiesto en el que aseguraban que se les hace regresar de forma sistem¨¢tica, sin atender a la situaci¨®n personal de cada uno. Sin saber qu¨¦ es lo que les espera.
La idea de la reagrupaci¨®n familiar choca frontalmente con la realidad de estos chicos: cuando vuelven a Marruecos, ni ven a sus padres. Se instalan en el puerto de T¨¢nger, a veces durante varios a?os, esperando una segunda, tercera o cuarta oportunidad para volver a Espa?a. El caso de Abdelgani es un claro ejemplo de ello. Tiene ahora 17 a?os y, desde que regres¨®, noche tras noche, como cientos de ni?os, intenta colarse arriesgando su vida en uno de los barcos con destino a las costas gaditanas.
Abdelgani naci¨® en Abijaid (Beni Malal), en el sur de Marruecos. A los dos a?os se mud¨® con sus padres a una aldea cercana, donde construyeron su casa en un asentamiento sin alcantarillado, agua corriente ni electricidad y calles sin asfaltar. "All¨ª he estado siempre, sin nada que hacer", relata. "Mi madre tiene muchos problemas de salud y mi padre busca cada d¨ªa d¨®nde trabajar". Sin posibilidad de ganarse la vida all¨ª, se march¨® a T¨¢nger con s¨®lo 13 a?os, se instal¨® en el puerto y empez¨® a practicar las t¨¦cnicas m¨¢s populares entre los chicos de su edad para meterse en un cami¨®n con destino a Espa?a.
En uno de esos intentos lo consigui¨®. Ten¨ªa ya 16 a?os cuando logr¨® burlar los estrictos controles policiales espa?oles camuflado en los bajos de un cami¨®n. Gracias al dinero que le dieron en una mezquita de Algeciras lleg¨® a Madrid, donde vivi¨® m¨¢s de un a?o en un centro de menores y aprendi¨® el oficio de artesano del cuero. "Estuve un a?o haciendo bolsos y otras cosas de piel", relata con una sonrisa. "Me integr¨¦ bien. Hice muchos amigos".
Hasta que un d¨ªa, a las seis de la ma?ana y sin previo aviso, cuatro polic¨ªas llamaron a la puerta de su habitaci¨®n para llev¨¢rselo a Marruecos de nuevo. Fue entonces cuando Abdelgani trat¨® de huir bajando por una s¨¢bana que hab¨ªa colgado de su balc¨®n, en un noveno piso. Por fortuna, los polic¨ªas lo rescataron por la ventana del octavo, antes de que cayera. Abdelgani fue conducido en ese momento al aeropuerto de Barajas en estado de shock, seg¨²n uno de los educadores.
Vol¨® a Casablanca, donde fue entregado a las autoridades marroqu¨ªes. En teor¨ªa, Espa?a lo dejaba all¨ª para reagruparlo con su familia. En la pr¨¢ctica, seg¨²n explica, estuvo encerrado dos d¨ªas en una comisar¨ªa, sin comer, y despu¨¦s regres¨®, solo, a su pueblo, a 300 kil¨®metros de donde lo hab¨ªan dejado. Su hermano ni siquiera lo reconoci¨®. "La gente del barrio se re¨ªa de m¨ª porque no hab¨ªa logrado quedarme en Espa?a", explica. "Mi familia pensaba que me hab¨ªan devuelto porque hab¨ªa robado. Me dijeron: vete al puerto e int¨¦ntalo otra vez".
Y all¨ª es donde est¨¢ ahora Abdelgani, desde hace siete meses. El puerto tiene una actividad fren¨¦tica. Los menores que quieren emigrar se mezclan sin pudor con turistas, trabajadores, pescadores y polic¨ªas. Son chicos de todas las edades, algunos con no m¨¢s de ocho a?os, con las ropas ra¨ªdas y llenas de la grasa de los camiones en los que intentan meterse cada vez que tienen una oportunidad. Pasando s¨®lo media hora en parte del recinto portuario y en un vistazo r¨¢pido se pueden ver m¨¢s de 50. Repiten, como Abdelgani, que nada les impedir¨¢ llegar a Espa?a alg¨²n d¨ªa, y que no tienen miedo, a pesar de que aseguran que muchos ni?os han muerto ahogados o aplastados por los camiones.
Los chicos se suelen agrupar seg¨²n su origen geogr¨¢fico para protegerse y ayudarse. Algunos se instalan enfrente del puerto, en una peque?a colina llena de basura desde donde se divisa su so?ada Espa?a. Comen gracias a lo que recolectan en los contenedores de basura, y de lo que les da la gente. Los viernes tienen suerte: en una mezquita cercana el im¨¢n les dan tres dirhams (30 c¨¦ntimos de euros) a cada uno por asistir a la oraci¨®n, as¨ª que no fallan. Uno de ellos, Mohammed, de 16 a?os, cocina en una lata de at¨²n vac¨ªa cualquier cosa que consigue para hacer un guiso. Otro grupo vive dentro del puerto, encima de un muro. All¨ª est¨¢n sus ropas al sol despu¨¦s de haberla lavado en alguna fuente. Muchos pasan las horas muertas aspirando disolvente.
Cada uno se instala donde puede. La mayor parte del d¨ªa la pasan acechando los camiones y autobuses que circulan por la ciudad. Se suben varios a la vez en veh¨ªculos en marcha para camuflarse entre la carga. Por la noche, por debajo de los autobuses de turistas estacionados en las puertas de los hoteles se pueden ver piernecillas en movimiento buscando un espacio c¨®modo entre los ejes. Otros chicos optan por escalar un muro de unos cinco metros de altura para entrar en el puerto, en la zona donde est¨¢n los barcos de pesca. All¨ª meten sus ropas en una bolsa de basura, se la atan fuertemente a la cintura y se lanzan a las aguas llenas de combustible para llegar nadando a los ferrys y transatl¨¢nticos.
Sadam, Rosa y Chienpolice son sus peores enemigos. Son tres perros de presa que recorren el puerto en busca de droga y peque?os polizones. "Sadam es el m¨¢s fiero", dice Faisal, un ni?o de unos 15 a?os, mientras muestra las mordeduras que le ha dejado el perro en las piernas y los brazos. Casi todos sus amigos las tienen. Abdelgani tambi¨¦n los ha sufrido. En agosto, una de las ¨²ltimas veces que lo pill¨® la polic¨ªa marroqu¨ª intentando colarse en un barco, uno de los perros le dej¨® sus dientes por todo el cuerpo. "Los de seguridad me tiraron al suelo. Mientras los perros me mord¨ªan, ellos me pegaban". Un certificado con sello del Ministerio de Sanidad marroqu¨ª acredita que sufri¨® ese d¨ªa varios traumatismos "causados por bast¨®n" y mordeduras de perro, que le ocasionaron una "incapacidad temporal de 15 d¨ªas".
Esta es la situaci¨®n que viven los menores tras ser repatriados, distinta de la que presuponen las autoridades espa?olas cuando deciden enviarlos de vuelta con sus familias. Siete jueces han parado en los ¨²ltimos meses repatriaciones cuando los ni?os estaban ya a punto de partir, para examinar si se estaban cumpliendo todas las garant¨ªas legales. El pasado viernes uno de estos jueces dict¨® una sentencia en la que censuraba a la Delegaci¨®n del Gobierno de Madrid por vulnerar los derechos fundamentales de un menor y anulaba la repatriaci¨®n. El magistrado indicaba que el ni?o ten¨ªa derecho a un abogado, a que se le escuchara y a que se le comunicara la repatriaci¨®n. Ninguno de estos requisitos se hab¨ªa cumplido. En otro caso similar, otra juez dio la raz¨®n al Gobierno.
"?sta es la gran hipocres¨ªa del sistema", opina Elena Arce, miembro de la subcomisi¨®n de Extranjer¨ªa del Consejo General de la Abogac¨ªa Espa?ola. "Existen unas normas protectoras de menores muy fuertes que luego el Gobierno no quiere asumir porque est¨¢n en contradicci¨®n con su pol¨ªtica migratoria. Si los quieren tratar como a inmigrantes, no como a menores, que lo digan bien claro".
Abdelgani asegura que las repatriaciones no har¨¢n que desista en su intento. "Entiendo lo que hace Espa?a cerrando sus puertas, pero voy a seguir intent¨¢ndolo. A veces no consigo dormir. Me quedo despierto, so?ando con la vida que llevaba all¨ª".
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