La fil¨®sofa enamorada
Hannah Arendt fue una ni?a despierta. Hija de una acomodada familia de jud¨ªos asimilados, naci¨® en Hannover en 1906, aunque su infancia y adolescencia transcurrieron en K?nigsberg. Libre de presiones religiosas, descubri¨® pronto que era "diferente" al ser jud¨ªa. Su madre, Martha, admiradora de Rosa Luxemburgo e interesada en el feminismo, nunca dej¨® que se amedrentase por el antisemitismo y le orden¨® que si la despreciaban se defendiera. As¨ª lo hizo y logr¨® crecer sin complejos raciales.
Pronto am¨® la literatura, la poes¨ªa y el pensamiento. Goethe, Kant y hasta el aprendizaje del griego cl¨¢sico para leer a Plat¨®n constituyeron un primer bagaje intelectual para "comprender el mundo". Decidi¨® estudiar filosof¨ªa ("una carrera para morirse de hambre") con absoluta vocaci¨®n. Eligi¨® la Universidad de Marburgo. Curs¨® teolog¨ªa con Bultmann y filosof¨ªa con Heidegger. Hannah Arendt qued¨® fascinada por este profesor apodado "el mago secreto del pensamiento" merced a su nueva manera de filosofar, renovando la metaf¨ªsica al interpretar bajo nueva luz los viejos conceptos. Heidegger era extravagante y nada convencional; adusto y esquinado; vest¨ªa traje de esqu¨ª y bronceado por el sol de las monta?as a las que se retiraba para pensar. Hannah era una chica elegante y ebria de saber. Heidegger, casado y con dos ni?os, ten¨ªa fama de seductor; Hans Jonas, estudiante tambi¨¦n entonces, cuenta en sus Memorias que la propia H. A. le confes¨® que el mago "hab¨ªa ca¨ªdo de rodillas ante ella" en su despacho. Iniciaron una relaci¨®n clandestina que es ya c¨¦lebre en la historia de la filosof¨ªa, y aconteci¨® durante uno de los periodos m¨¢s creativos de Heidegger, que trabajaba en su libro m¨¢s se?ero: Ser y tiempo (1925). El Don Juan filos¨®fico florec¨ªa exultante con su musa jud¨ªa. Pero Arendt aborrec¨ªa aquella clandestinidad y se alej¨® cuando comprendi¨® que ¨¦l no renunciar¨ªa ni a su familia ni a su carrera. En efecto, Heidegger, dominado en parte por su esposa, Elfriede, lleg¨® a rector de la Universidad de Friburgo el a?o en que los nazis accedieron al poder y se afili¨® al Partido, con la ilusi¨®n de que los nuevos amos devolver¨ªan el orgullo perdido al pueblo alem¨¢n y a la filosof¨ªa.
Se consolaba pensando que la muerte es el precio que hay que pagar por haber vivido
Hannah Arendt abandon¨® Marburgo para estudiar en Friburgo, con Husserl, y m¨¢s tarde con Karl Jaspers, en Heidelberg. Con este ¨²ltimo, cuya filosof¨ªa era distinta de la de Heidegger (centrado m¨¢s en "el mundo" en vez de en la abstracci¨®n de las honduras metaf¨ªsicas), se doctor¨® en 1928 con la tesis El concepto del amor en San Agust¨ªn. La joven se tom¨® en serio el an¨¢lisis del t¨¦rmino, el amor al mundo y a la vida, el "nacimiento" y no la muerte (Heidegger) como el principio de todo filosofar.
Con escasa convicci¨®n se cas¨® con G¨¹nther Stern, ex alumno de Heidegger. Hasta 1933 la pareja malvivi¨® de becas, consagrada a sus trabajos intelectuales. H. A. investigaba la vida de una intelectual jud¨ªa de la ¨¦poca de Goethe: Rahel Varnhagen, para escribir su biograf¨ªa. Se sent¨ªa identificada con ella al adquirir conciencia de su propia singularidad como intelectual y jud¨ªa en un ambiente cultural en el que se sab¨ªa desplazada por el clima pol¨ªtico. La llegada de los nazis no la sorprendi¨®: "Nuestros enemigos sab¨ªamos de sobra qui¨¦nes eran, lo que nos sorprendi¨® fue la reacci¨®n de nuestros amigos". El desprecio a los jud¨ªos fue general en la sociedad entera y en la universidad. Alemania se transform¨® en una loba feroz para disidentes y "diferentes", para cuantos se resistieron a la "uniformizaci¨®n", la nivelaci¨®n absoluta de todos los ciudadanos bajo ese poder estatal que la propia H. A. definir¨ªa a?os m¨¢s tarde como "totalitario". Hasta entonces "apol¨ªtica", escondi¨® en su casa a sionistas y comunistas, hasta que su vida corri¨® peligro y abandon¨® la patria hacia el exilio. Par¨ªs la acogi¨®. All¨ª ayud¨® a los refugiados, entre ellos a intelectuales como Walter Benjamin, que le confi¨® algunos manuscritos de sus obras antes de suicidarse. El matrimonio con Stern fracas¨®; al poco tiempo H. A. conoci¨® a Heinrich Bl¨¹cher, un comunista autodidacta, el segundo "amor de su vida", con quien se cas¨® en 1941. Cuando Francia fue ocupada, se establecieron en Nueva York. Bl¨¹cher ser¨ªa durante treinta a?os el camarada ideal de la pensadora; con ¨¦l, que pensaba y discut¨ªa sus ideas, cre¨® una peque?a "comunidad de pensamiento" que se extender¨ªa a c¨ªrculos m¨¢s amplios de amigos como Hermann Broch, Auden o Mary McCarthy.
Los problemas pol¨ªticos tras la II Guerra Mundial inclinaron a H. A. m¨¢s que a ser una "fil¨®sofa" a convertirse en "pensadora pol¨ªtica". Hab¨ªa que cambiar la metaf¨ªsica por la comprensi¨®n del mundo "de aqu¨ª". En 1943 se sinti¨® "horrorizada" con las primeras noticias sobre el exterminio jud¨ªo. Que unos seres humanos puedan liquidar a otros como a ganado, y que estos otros se dejen exterminar deb¨ªa de tener una explicaci¨®n. Arendt consagrar¨ªa el resto de su vida a tratar de explic¨¢rselo; tambi¨¦n, a plantearse c¨®mo tendr¨¢ que actuar un ser moral en un mundo en el que la vida humana es prescindible. ?C¨®mo recuperar la confianza en la sociedad civil? De la estupefacci¨®n de H. A. ante los cr¨ªmenes del nazismo, que ella defini¨® por primera vez como "cr¨ªmenes contra la humanidad", surgi¨® el libro Los or¨ªgenes del totalitarismo (1951) y, m¨¢s tarde, de sus reportajes para The New Yorker sobre el proceso al criminal nazi Adolf Eichmann, el pol¨¦mico Eichmann en Jerusal¨¦n (1963). Por primera vez una pensadora un¨ªa nazismo y estalinismo bajo un mismo concepto: "Totalitarismo", que significa la supresi¨®n radical por parte del poder de "la pol¨ªtica" (la actividad de los ciudadanos libres para interactuar en el mundo) y, con ello, la instauraci¨®n como derecho de Estado del desprecio absoluto hacia los individuos, poco menos que objetos prescindibles. Pero H. A. observ¨® tambi¨¦n que la maquinaria totalitaria necesita de asesinos semejantes a Eichmann, de seres incapaces de pensar, no malvados en s¨ª, sino "banales", grises y mediocres para funcionar a pleno rendimiento. Estos "funcionarios del mal" son eficaces en la tramitaci¨®n del exterminio dada su fidelidad al Estado. Los cr¨ªmenes son horrendos y los criminales, banales, tipos incapaces de pensar, ya que "pensar" implica tener imaginaci¨®n para ponerse en el lugar del otro. En definitiva, el pensamiento es tambi¨¦n c¨¢ritas, amor mundi, y entra?a un compromiso "moral". Ahora bien, quien piensa debe rebelarse frente a la opresi¨®n. Las "v¨ªctimas", en la medida en que puedan, tienen que ofrecer resistencia. H. A. fue malinterpretada en este sentido por su beligerancia.
Periodista e intelectual reconocida en todo el mundo -imparti¨® clases en Berkeley, Princeton y Harvard y fue galardonada con m¨²ltiples premios internacionales-, fue conferenciante en Europa. En 1950 perdon¨® a Heidegger su pasado nacionalsocialista, pues los verdaderos nazis (los asesinos) se hab¨ªan mofado de su nacionalismo trasnochado. ?l no ley¨® los libros de la alumna, mientras que ¨¦sta edit¨® los suyos en Norteam¨¦rica. Arendt lo respet¨® y lo quiso a pesar de todo. Pero ya no hubo entendimiento: optimista, frente al pesimismo heideggeriano, ella cre¨ªa que los hombres podr¨ªan construir desde el di¨¢logo la verdadera polis democr¨¢tica y con ella un mundo en el que no cupiera m¨¢s el desprecio al ser humano.
Antes de su propio final, en diciembre de 1975, H. A. sufri¨® por la muerte reciente de dos de sus seres m¨¢s queridos: Jaspers y su marido. Se consolaba pensando que la muerte es el precio que hay que pagar por haber vivido. A ella la alcanz¨® frente a su m¨¢quina de escribir, trabajando en La vida del esp¨ªritu. De su vivir y laborar nos dejaba libros tan imprescindibles como Hombres en tiempos de oscuridad, Sobre la revoluci¨®n o Entre el pasado y el futuro.
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