Borges viene a cenar
Adolfo Bioy Casares relat¨® en un diario de 1.700 p¨¢ginas los encuentros con su amigo
Una tarde de 1931, uno de los escritores j¨®venes de mayor renombre en Argentina conoci¨® a un muchacho envenenado de literatura. Hablaron de libros y se volvieron inseparables. El joven, de 32 a?os, se llamaba Jorge Luis Borges. El muchacho, de 17, Adolfo Bioy Casares. No hab¨ªa pasado un lustro cuando concibieron su primera obra a cuatro manos, un extravagante folleto comercial sobre las virtudes de "un alimento m¨¢s o menos b¨²lgaro": la cuajada. Lejos de toda frivolidad, aquel legendario cuadernillo tuvo para Bioy un car¨¢cter inici¨¢tico: "Despu¨¦s de su redacci¨®n yo era otro escritor. Toda colaboraci¨®n con Borges equival¨ªa a a?os de trabajo". Aquella primera tentativa de literatura l¨¢ctea desemboc¨® en el nacimiento de Bustos Domecq, el nombre con el que los dos amigos firmaron varias colecciones de cuentos policiales en los que, seg¨²n Borges, ¨¦l pon¨ªa los argumentos y Bioy, "las frases".
"Mar¨ªa Kodama lo castigaba con silencios. Junto a ella viv¨ªa temiendo enojarla"
Lo mismo cabr¨ªa decir de las notas que el propio Bioy Casares dedic¨® en sus diarios al autor de El Aleph. En efecto, aqu¨¦l puso los argumentos y ¨¦ste, las palabras a lo largo de centenares de encuentros consignados la mayor¨ªa de las veces con el mismo encabezamiento: "Come en casa Borges". De las 20.000 p¨¢ginas de cuadernos ¨ªntimos que Bioy escribi¨® a lo largo de su vida, su relaci¨®n con Borges ocupa 1.700. Son las que antes de morir, en 1999, prepar¨® para su publicaci¨®n con la ayuda de Daniel Martino, su albacea. El resultado es un vibrante adoqu¨ªn lleno de nombres pero sin ¨ªndice onom¨¢stico que, con el escueto t¨ªtulo de Borges, la editorial Destino publicar¨¢ en todo el mundo de habla hispana el pr¨®ximo d¨ªa 19. Aunque el libro se extiende entre 1931 y 1989, la verdad es que Bioy resume los 15 primeros a?os en una decena de p¨¢ginas. Eso s¨ª, brillantes. Son los tiempos del primer encuentro, de la cuajada, la fundaci¨®n de revistas y editoriales ef¨ªmeras y de la boda, en 1940, entre Adolfo Bioy Casares y la tambi¨¦n escritora Silvina Ocampo. El padrino fue, por supuesto, Borges.
Como era de esperar, los diarios borgianos de Bioy est¨¢n llenos de literatura. Cena tras cena, los dos escritores van alimentando lo que en una entrevista el propio Borges admiti¨® como una profunda amistad "sin intimidad" cuya piedra angular eran los libros. As¨ª, si Georgie se consideraba ir¨®nicamente "un viejo disc¨ªpulo" de Adolfito, ¨¦ste reconoce nada m¨¢s abrir sus anotaciones que su amigo le hizo comprender la inutilidad de la libertad total, "la libertad idiota" que hab¨ªa defendido literariamente hasta entonces. Por supuesto, donde hay literatura hay literatos. As¨ª, por aquella mesa pas¨® tambi¨¦n la admiraci¨®n por los cl¨¢sicos "queribles" -Stevenson, Kafka, Cervantes, Montaigne- y el desd¨¦n por contempor¨¢neos como Ortega, Baroja, Juan Ram¨®n Jim¨¦nez -los suecos del Nobel "son mejores para inventar la dinamita que para dar premios"-, Alberti -Marinero en tierra "es una porquer¨ªa"-, S¨¢bato -"su conversaci¨®n es anecd¨®tica, sin pensamiento"- o Augusto Roa Bastos -"un subalterno"-.
Con todo, en casi 2.000 p¨¢ginas cabe mucha literatura pero tambi¨¦n mucha vida. Caben los temores de Borges a no ser reconocido por los porteros de la Biblioteca Nacional de Buenos Aires cuando fue nombrado director en 1955 y caben los crecientes problemas de retina que terminar¨ªan en ceguera. Y cabe, con cuentagotas, la pol¨ªtica, m¨¢s la internacional que la dom¨¦stica pese al peronismo y al golpe militar de 1976. As¨ª, durante la guerra de los Seis D¨ªas, el autor de El libro de arena arremete contra los que defienden la causa ¨¢rabe frente a Israel: "Los fascina la bajeza [...] Si hubiera una guerra entre suizos y lapones todos ser¨ªan partidarios de los lapones [...] Los ¨¢rabes de hoy no son los que levantaron la Alhambra", dec¨ªa Borges.
Reconocido seductor, Bioy relata menos sus propias aventuras que las tormentosas relaciones de su amigo, que en 1967 se casa con Elsa Astete. "Pongo mi destino en manos de una desconocida", recuerda que dijo Borges. Una desconocida a la que Bioy encuentra ignorante pero respetuosa, "en actitud de sierva enamorada". Cuando llega el turno de Mar¨ªa Kodama -con la que Borges, divorciado de Astete, se cas¨® en Ginebra poco antes de morir en 1986-, el tono de las anotaciones no ahorra acritud. Al principio Bioy evita azuzar las inquinas desatadas contra Kodama, a la que algunos consideraban responsable de que el escritor muriera lejos de sus amigos argentinos: "Borges me dijo que para morir da lo mismo un sitio que otro. Y qu¨¦ lujo: tener un amor, y aun mal de amores a los ochenta y tantos". Pasado el tiempo, cambian las formas: "Mar¨ªa es una mujer de idiosincrasia extra?a; acusaba a Borges por cualquier motivo; lo castigaba con silencios (recu¨¦rdese que estaba ciego); lo celaba (se pon¨ªa furiosa ante la devoci¨®n de los admiradores). Junto a ella viv¨ªa temiendo enojarla". El diario se cierra con un ¨²ltimo recuerdo. Antes de morir, alguien grab¨® a Borges cantando tangos. Y Bioy apunta: "Dicen que en esa grabaci¨®n Borges r¨ªe con la risa de siempre".
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