Una amistad
La primera vez que los vi juntos fue en el vasto departamento que Bioy y Silvina Ocampo ocupaban cerca del cementerio de La Recoleta, en Buenos Aires. Yo los hab¨ªa conocido separadamente: a Borges en la librer¨ªa en la que yo trabajaba, a Bioy en un caf¨¦ cerca de su casa. Esa tarde, yo hab¨ªa ido a ver a Silvina, a quien le hab¨ªa pedido un texto para una antolog¨ªa que preparaba la editorial Galerna. Est¨¢bamos hablando en el sal¨®n (Silvina hac¨ªa preguntas ¨ªntimas que yo no sab¨ªa c¨®mo contestar) cuando de pronto escuchamos a dos hombres ri¨¦ndose a carcajadas en una de las habitaciones del fondo. "Esos dos se divierten como chicos malos", coment¨® Silvina. Cuando al rato aparecieron, las sonrisas no se hab¨ªan borrado. La de Borges era la m¨¢s contagiosa, quiz¨¢ porque era la m¨¢s visible. Al re¨ªrse, abr¨ªa la boca, cerraba los ojos, y la cara se le arrugaba como si tratase de contener algo a punto de explotar. La sonrisa de Bioy era m¨¢s discreta, quiz¨¢ porque era m¨¢s joven. "Siempre se portan as¨ª cuando escriben juntos", me explic¨® Silvina. "En cambio yo, si algo de lo que escribo me divierte, me tengo que re¨ªr sola".
O¨ªmos a dos hombres riendo. "Estos dos se divierten como chicos malos", coment¨® Silvina
Es fama que Bioy y Borges se conocieron gracias a Victoria Ocampo. La madre de Bioy, amiga de Victoria, le confes¨® un d¨ªa que le inquietaban las veleidades literarias de su hijo adolescente y quer¨ªa saber si Victoria sab¨ªa de alguien, con cierta experiencia en el mundo de las letras, que pudiera guiarlo. Sin dudarlo, Victoria nombr¨® a Borges. Adolfito, como lo llamaban entonces, ten¨ªa 17 a?os; Borges, 32. Su primera conversaci¨®n, seg¨²n recuerda el mismo Bioy, fue en el trayecto de regreso de la casa de Victoria. Con la torpeza del joven escritor ante el ya consagrado, Bioy emprendi¨® "el elogio de la prosa desva¨ªda de un poetastro que dirig¨ªa la p¨¢gina literaria de un diario porte?o".
"De acuerdo", respondi¨® Borges, "pero fuera de Fulano ?a qui¨¦n otro admira, en este siglo o en cualquier otro?".
"A Gabriel Mir¨®, a Azor¨ªn, a James Joyce", fue la imposible respuesta.
Borges, con la gran generosidad de la que era a veces capaz, observ¨® que "s¨®lo en escritores entregados al encanto de la palabra encuentran los j¨®venes literatura en cantidad suficiente".
?se fue el comienzo de una amistad que dur¨® casi hasta la muerte de Borges en 1986. Vi¨¦ndolos juntos, los dos hombres eran tan distintos que resultaba dif¨ªcil entender qu¨¦ cosa los un¨ªa, salvo una pasi¨®n com¨²n por la literatura, que quiz¨¢ ya sea bastante.
Bioy pose¨ªa un gran atractivo f¨ªsico. Cuidaba su apariencia, vest¨ªa bien, se preocupaba por su salud. Seduc¨ªa a las mujeres pero raramente se dejaba seducir (¨¦stas no son revelaciones indiscretas sino lecturas de lo que Bioy mismo cont¨® en sus diarios). Tuvo muchos amigos. Hac¨ªa deportes y se interesaba por la fotograf¨ªa. Era rico. Le gustaba la literatura francesa del siglo XIX, la novela er¨®tica, la chismosa correspondencia literaria, la poes¨ªa l¨ªrica por encima de la ¨¦pica, las narraciones costumbristas m¨¢s que las historias guerreras. Por lo general, era feliz.
Borges parec¨ªa no tener un cuerpo s¨®lido: darle la mano era como asir el aire. Si bien su madre o la mucama, Fanny, se ocupaban de que tuviera la camisa bien planchada, y el pa?uelo perfumado con colonia, en el bolsillo de la chaqueta, Borges mismo s¨®lo exig¨ªa pulcritud en el vestir, nunca elegancia. Casi no tuvo amigos, salvo Bioy. Le gustaba nadar (en un poema se dirige al agua como "tu nadador, tu amigo") y caminar conversando; no competir. Era pobre. Admiraba la literatura anglosajona m¨¢s que la francesa y la novela fant¨¢stica m¨¢s que la realista. Su g¨¦nero preferido era la ¨¦pica. Confesaba ser sentimental y disfrutaba de pel¨ªculas que lo hac¨ªan llorar. Se enamoraba con agotadora frecuencia. Por lo general, era desdichado.
Toda amistad es en alguna medida inexplicable; la de estos dos hombres cuyos gustos literarios coincid¨ªan s¨®lo a veces y cuyos modos de vida eran m¨¢s o menos incompatibles, fue al menos misteriosa, y que hayan escrito juntos algunos de los textos m¨¢s agudos y c¨®micos de la lengua castellana, parece casi un milagro. Una triple foto tomada por Gis¨¨le Freund unos quince a?os despu¨¦s del encuentro inicial, nos brinda quiz¨¢ una clave. En la primera toma, nos contempla un Borges rollizo y cejudo, de boca seria, en cuyos ojos, uno entrecerrado, el otro entreabierto, adivinamos la ceguera incipiente y sin embargo inquisitoria. En la segunda, un Bioy buen mozo, de mirada inteligente y sensual, esboza una peligrosa sonrisa. En la tercera, que es una superposici¨®n de las dos primeras, los ojos de Bioy intentan seducirnos bajo las arqueadas cejas de Borges, y los combinados labios ambiguos parecen estar por decirnos algo, por emitir un doble juicio o lanzar una mutua carcajada.
Alberto Manguel ejerci¨® como lector para Borges cuando ¨¦ste se qued¨® ciego y narr¨® su experiencia en Con Borges (Alianza).
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