Un arte sin materia, sin espacio y sin tiempo
"EN TODO ARTE", dec¨ªa Paul Val¨¦ry, y corr¨ªa por entonces el a?o 1928, "hay una parte f¨ªsica que no puede contemplarse ni tratarse como anta?o. Ni la materia, ni el espacio, ni el tiempo son desde hace veinte a?os lo que eran desde siempre. Hay que esperar que tan grandes novedades transformen toda la t¨¦cnica de las artes y de ese modo act¨²en sobre el propio proceso de la invenci¨®n, llegando quiz¨¢s a modificar prodigiosamente la idea misma de arte".
Hoy, cuando casi ha pasado de aquella visionaria afirmaci¨®n un siglo, la "idea misma de arte" sigue empecinada en reconocerse muy escasos cambios. Sin embargo, aquellas grandes novedades que Val¨¦ry predec¨ªa no han dejado de sucederse, aceler¨¢ndose en nuestros d¨ªas de un modo imparable, que muy probablemente acabar¨¢ por otorgar la raz¨®n a las afirmaciones del entusiasta autor de La conquista de la ubicuidad.
Tres son las dimensiones, creo, en que el desarrollo actual de las tecnolog¨ªas de producci¨®n y distribuci¨®n de imagen est¨¢n afectando a "toda la t¨¦cnica de las artes", y muy en particular a su "materia, espacio y tiempo", en efecto.
Materia. La primera tendr¨ªa que ver con la desmaterializaci¨®n de las im¨¢genes, con el hecho de que ellas ahora no dependen para existir en el mundo de cristalizar materializadas en soportes estables, sino que flotan fantasmizadas en el que es ahora su nuevo escenario de habitaci¨®n natural, las pantallas. Asociado a ello, la cualidad de su reproducibilidad infinita, el hecho de que pr¨¢cticamente sin gasto alguno estas im¨¢genes (digitales) pueden reproducirse sin l¨ªmite, de tal modo que la posibilidad de dejar atr¨¢s la econom¨ªa de escasez (y opulencia) que presid¨ªa la l¨®gica de su valor social se convierte ya, y cada vez m¨¢s, en un hecho insoslayable.
Espacio. De ello se sigue una segunda gran transformaci¨®n: la desubicaci¨®n, el hecho de que para ser distribuidas ellas ya no requieren la mediaci¨®n de un espacio, de un establecimiento-lugar (sea un museo, una galer¨ªa, un espacio privado o p¨²blico). Entre las condiciones puestas por las nuevas tecnolog¨ªas de distribuci¨®n de las im¨¢genes est¨¢ justamente su potencial de distribuirse ubicuamente, a trav¨¦s de redes que, como anunciaba Benjamin, "salen al encuentro de su espectador", de su receptor, lejos ya de obligarle a desplazarse hasta ellas. Cierto que los museos y lugares del arte se rearman contra esta p¨¦rdida de funci¨®n asociada a la nueva "propiedad distributiva" de las im¨¢genes desencarnadas: pero s¨®lo lo logran a costa de aumentar sobre todo el valor exhibitivo (y de espect¨¢culo) de las im¨¢genes, mientras que su valor cognitivo se desliza al contrario y cada vez m¨¢s a favor de la fuerza de archivo y distribuci¨®n ostentada por las propias redes ubicuas, des-espacializadas.
Tiempo. Y finalmente, tercera gran transformaci¨®n, la que se refiere al "tiempo" de las im¨¢genes. Merced a las tecnolog¨ªas de producci¨®n, las im¨¢genes no s¨®lo han aprendido a existir en el mundo "temporalmente" -flotando ef¨ªmeras en sus pantallas- sino (y esto no es menos importante) que han conseguido adem¨¢s introducir la temporalidad en su propio espacio de representaci¨®n. Las im¨¢genes se han hecho ahora im¨¢genes-tiempo, y con ello han venido a alterar profundamente la misma l¨®gica de su funci¨®n simb¨®lica. En vez de constituirse en promesas de eternidad (en dispositivos hechos para responder del impulso que le llevaba a Goethe a exclamar su conocido "?detente instante, eres tan bello!"), ahora las im¨¢genes se constituyen para nosotros en melanc¨®licos testimonios de contingencia, testigos de nuestro existir irrevocablemente ef¨ªmero ("nosotros los m¨¢s ef¨ªmeros", proclamaba Rilke, con un orgullo antif¨¢ustico que es quiz¨¢s mucho m¨¢s de nuestro tiempo).
Creo que, en efecto, estas tres grandes transformaciones no pueden dejar intacta nuestra misma idea del arte. Pero puede que, m¨¢s all¨¢, lo que realmente est¨¦ detr¨¢s de cambios tan importantes no sea sino, al mismo tiempo, un cambio fundamental para la econom¨ªa de la visualidad, de las pr¨¢cticas simb¨®licas y de producci¨®n cultural asociadas a nuestra relaci¨®n con ella. Algo que, en efecto, no estar¨ªa muy alejado de ese proceso que, en el campo de la m¨²sica, se describi¨® con el nombre de su napsterizaci¨®n.
Que a lo que quede despu¨¦s de ello sigamos llam¨¢ndole o no arte es quiz¨¢s lo menos relevante. Lo fundamental es que todas las estructuras de su funcionamiento social y simb¨®lico se habr¨¢n entretanto transformado profundamente. Y la pregunta ser¨ªa: ?estamos preparados para ello?
Jos¨¦ Luis Brea es profesor de Est¨¦tica y Teor¨ªa del Arte Contempor¨¢neo en la Universidad Carlos III de Madrid. Autor de La era postmedia y El tercer umbral. Ha obtenido el Premio Eusebi Colomer de Ensayo sobre el impacto social de las nuevas tecnolog¨ªas por su libro Cultura_Ram (Gedisa).
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