Democracia en la era digital
El se?or Steve Ballmer, consejero delegado de Microsoft, es, seg¨²n propia definici¨®n, una persona que se excita f¨¢cilmente. Un ejecutivo de su empresa, que se pas¨® a la competencia de Google, asegura que su jefe se enoj¨® tanto cuando fue a despedirse que no hizo otra cosa que aporrear la mesa, bramar contra el famoso buscador de Internet, al que amenaz¨® con toda clase de males; y finalmente, tirar una silla por la ventana en se?al de desacuerdo. Ballmer, sucesor de Bill Gates al frente de la compa?¨ªa, figura en la lista de los 25 o 30 m¨¢s ricos del mundo y cuando me encontr¨¦ con ¨¦l en Madrid el martes pasado me asegur¨® reiteradamente que la historia de la silla no es verdad. "Me puedo excitar, puedo dar un pu?etazo a la mesa... pero nada m¨¢s". Todos los sitios de intercambio de v¨ªdeos en Internet, a comenzar por el You Tube, que acaba de ser engullido por Google, han distribuido las im¨¢genes de Ballmer bailando y gesticulando en las asambleas del personal de la empresa, animando a vendedores y programadores a comerse el mundo mediante un sistema que ya ha recibido en la web el apelativo de "danza del mono". A m¨ª ese cuento de la silla no me choca demasiado. Alguna vez he comentado que, cuando me inici¨¦ en periodismo, lo primero que vi al entrar en la Redacci¨®n de Pueblo fue una pesada m¨¢quina de escribir aterrizando abruptamente en el pupitre del cronista municipal, arteramente atacado por el cr¨ªtico de cine. O sea que puedo entender que en nuestra industria los objetos volantes, identificados o no, sean casi tan frecuentes como en las novelas de Isabel Allende. Por lo dem¨¢s, la violencia contra las cosas me parece menos grave que la que se ejerce contra las personas y, verdad o mentira, el que un se?or tan importante para la comunidad empresarial como Ballmer se atreviera a despe?ar una silla en se?al de cabreo, con tal de que no se desplomara sobre la cabeza de nadie, resulta bastante menos grave que las decisiones tomadas por muchos gobernantes en defensa de la llamada civilizaci¨®n occidental.
La de Ballmer es una estampa que tiene muy poco que ver con los ejecutivos de dise?o que pululan por los arrabales del capitalismo o con la seriedad aburrida de los ricos de siempre
Desde luego, la de Ballmer es una estampa que tiene muy poco que ver con los ejecutivos de dise?o que pululan por los arrabales del capitalismo o con la seriedad aburrida de los ricos de siempre, tan preocupados por mostrarse correctos en todos los sentidos. El mundo de las nuevas tecnolog¨ªas ha aportado un considerable grado de informalidad a las relaciones humanas y, cualquier cosa a la que uno se dedique, es imposible ya comerse una rosca mientras se lleven corbatas a lo Acebes. Quiz¨¢ sea cierto que Ballmer se excita m¨¢s de lo debido, pero en la corta distancia es un personaje afable y bastante tranquilo, de mirada transparente y de formas estudiadas, al estilo marcado por los consejos de alg¨²n experto en relaciones p¨²blicas. Licenciado en Econom¨ªa y Matem¨¢ticas por Harvard, donde comparti¨® alojamiento con Gates, es un apasionado del f¨²tbol americano y en su ¨¦poca de estudiante colabor¨® activamente en la gaceta literaria de la universidad. Desde 1980 trabaja en Microsoft, compa?¨ªa de la que es ahora su primer ejecutivo. Si Gates tiende a comportarse como un t¨ªmido gur¨² de la nueva sociedad y un visionario de la tecnolog¨ªa y sus usos aplicados, Ballmer aporta al crecimiento de la empresa su esp¨ªritu luchador y su rabia vendedora. En privado, confiesa que los numeritos p¨²blicos a los que ya tiene acostumbrado al personal son mitad sinceros, mitad fruto de la improvisaci¨®n teatral y la impostaci¨®n a?adida. Microsoft sigue siendo un icono de la civilizaci¨®n del milenio y ¨¦l tiene que construirse su propia imagen, alternativa y complementaria a la del fundador de la compa?¨ªa. Durante una hora, estuvimos departiendo sobre las caracter¨ªsticas y el futuro de la cultura de la Red y el papel de su empresa en todo ello.
En el ambiente irrespirable de ¨¢cido b¨®rico, mira qui¨¦n baila, y otras peleas provincianas en que nos ha tocado vivir, los temas de Internet y su influencia en la sociedad me interesan cada vez m¨¢s. Veo a nuestros adolescentes integrados en sus comunidades virtuales, absortos en el uso del tel¨¦fono celular o buceando a diario en los motores de b¨²squeda de la Red, y no puedo dejar de convencerme, m¨¢s y m¨¢s, de que la cultura y la vida en general est¨¢n sometidas a cambios inimaginables hace s¨®lo un par de d¨¦cadas. La revoluci¨®n digital tiene la culpa. Alguien dijo hace ya m¨¢s de 10 a?os que el Bill con quien le interesaba hablar al Gobierno de Pek¨ªn era Gates y no Clinton, pese a que ¨¦ste presid¨ªa Estados Unidos. Desde luego, las decisiones que la c¨²pula de empresas como Microsoft pueda tomar, y los acuerdos que haya de establecer, afectan mucho m¨¢s al futuro de los pa¨ªses -si excluimos las haza?as b¨¦licas del tr¨ªo de las Azores- que la mayor¨ªa de las actividades diplom¨¢ticas y pol¨ªticas de cooperaci¨®n. Al margen de los estereotipos acerca de la responsabilidad social corporativa de las empresas, en el mundo del capitalismo avanzado ¨¦stas deben responder a su compromiso con el entorno en el que act¨²an, y hacerlo de forma efectiva y urgente. No estoy seguro, sin embargo, de que los dirigentes del enorme oligopolio digital desarrollado en torno a Internet sean conscientes del verdadero papel que desempe?an en el futuro de la organizaci¨®n pol¨ªtica de las sociedades. La democracia y los derechos de los ciudadanos se ven hoy amenazados de muchas maneras y el mundo de la Red constituye, parad¨®jicamente, uno de los principales riesgos que tiene que afrontar, al tiempo que una de sus m¨¢s probables soluciones. De estas cosas tuve oportunidad de hablar con Ballmer.
Mi preocupaci¨®n fundamental es que la libertad de prensa y los medios de comunicaci¨®n en general, pilar esencial del edificio democr¨¢tico, est¨¢n siendo sustituidos aceleradamente por conglomerados y compa?¨ªas, como Google, Microsoft o Yahoo, que responden a par¨¢metros de comportamiento muy diferentes a los habituales en la tradici¨®n de los medios. Su convivencia con las autoridades chinas, hasta el punto de practicar abiertamente la censura, desdice de esa tradici¨®n, aunque nos introduce en una cultura que los espa?oles conocemos bien: la del consenso y el posibilismo. Se supone que es mejor estar que no estar all¨ª, pese a las renuncias que comporta. Pero son conceptos que al parecer no valen para relacionarse con la sociedad cubana o la iran¨ª. Todo eso contraviene adem¨¢s las consignas fundamentalistas de la Casa Blanca, dispuesta a imponer la democracia seg¨²n sus criterios a base de bombardear y destruir las ciudades iraqu¨ªes. El tema no es pac¨ªfico, en cualquier caso, y debe reconocerse a Ballmer su disposici¨®n a la duda sobre estas cuestiones, su aserci¨®n de que es verdad que muchos consideran a Microsoft como el orwelliano Big Brother de nuestros d¨ªas, y su calidad intelectual en el debate, compatible con sus cualidades de emprendedor entusiasta. Comenc¨¦ record¨¢ndole que, hac¨ªa cuatro a?os, Gates me hab¨ªa asegurado que en menos de un lustro los tablets (blocs digitales) ser¨ªan baratos, planos y muy funcionales y que los emplear¨ªan los reporteros como cuadernos de notas. "Sin embargo", hice notar a Ballmer, "hoy vengo a esta conversaci¨®n provisto de bol¨ªgrafo y de una agenda normal". He aqu¨ª el resumen de nuestro di¨¢logo.
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