La c¨¢scara
El poeta Paul Claudel era todav¨ªa un ateo militante cuando una Nochebuena en medio de la soledad de Par¨ªs, bajo una intensa nevada, entr¨® en la catedral de Notre Dame para guarecerse del fr¨ªo. Se estaba celebando en ese momento la misa del Gallo. El poeta acababa de ver a innumerables mendigos ateridos bajo los puentes del Sena e imbuido en la propia desesperaci¨®n, de pronto, fue acogido por un tibio perfume de incienso y el sonido del ¨®rgano que acompa?aba el Adeste fideles cantado por un coro de infantes. En el altar brillaban los brocados de las vestiduras de los oficiantes confundidas con las ascuas de las l¨¢mparas y los dorados el retablo. A trav¨¦s de aquel compacto resplandor tambi¨¦n sonaban palabras en lat¨ªn, que no comprend¨ªa. "Algo parecido a esta gloria debe de ser el cielo", pens¨® Paul Claudel, quien transportado por la belleza de la liturgia, olvid¨® las miserias de este mundo y se convirti¨® al catolicismo. Lutero se hab¨ªa llevado la nuez de la fe dejando la c¨¢scara de la religi¨®n para la iglesia romana, pero esta envoltura barroca y resplandesciente, sin nada dentro, acab¨® por adquirir la m¨¢xima profundidad est¨¦tica que tienen las formas. El Concilio Vaticano II trat¨® de recuperar la pureza de la fe limpi¨¢ndola de las adherencias del teatro. En el desguace desapareci¨® lat¨ªn, la polifon¨ªa de Palestrina fue sustituida por unas guitarras aflamencadas y las casullas bordadas por unos jerseis de grano gordo, tipo peruano. Los curas desde el altar tuvieron que dar la cara y hablar en la lengua nacional. Muchos fieles comenzaron a alarmarse al comprobar que lo entend¨ªan todo. "Yo soy el pastor y vosotros sois las ovejas", dec¨ªa el oficiante y algunos devotos se miraban sorprendidos. "?Has o¨ªdo eso? Nos est¨¢ llamando borregos". Qued¨® patente que las ep¨ªstolas, ant¨ªfonas y salmos no trasportaban sino pensamientos vulgares, mientras, a su vez, el gregoriano exquisito se trasform¨® en canciones desafinadas, llenas de mansedumbre, cantadas por la grey. Un d¨ªa, en una misa mayor de un pueblo mediterr¨¢neo, los fieles entonaban a coro una de estas plegarias al Se?or, todos excepto un jornalero adusto que permanec¨ªa con la boca cerrada. ?Por qu¨¦ no cantas?, le cuchiche¨® el vecino de banco. El jornalero contest¨® como en el tute: "No canto porque me falta el caballo." Benedicto XVI quiere recuperar la c¨¢scara antigua y retornar a la liturgia en lat¨ªn, cosa que celebrar¨¢n los estetas, pero, si hay que preservar la fe, lo mejor es no entender nada.
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