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Homosexual y marroqu¨ª

Abdel¨¢ Taia, escritor marroqu¨ª de 33 a?os residente en Par¨ªs, ha tenido la valent¨ªa de romper un tab¨²: reconocer p¨²blicamente su homosexualidad, algo penado con c¨¢rcel en su pa¨ªs. Aqu¨ª cuenta su experiencia, habla de sus amantes y denuncia la hipocres¨ªa

Taia naci¨® en un barrio popular de Sal¨¦, una ciudad pegada a Rabat. Desde hace siete a?os vive en Francia, pa¨ªs donde ha publicado tres nocelas.
Taia naci¨® en un barrio popular de Sal¨¦, una ciudad pegada a Rabat. Desde hace siete a?os vive en Francia, pa¨ªs donde ha publicado tres nocelas.DANIEL MORDZINSKI

Primero fue Rachid O., el primer marroqu¨ª que se confes¨® homosexual en un pa¨ªs en el que es un delito que el c¨®digo penal castiga con penas de seis meses a tres a?os de c¨¢rcel. Pero aquel nombre era un seud¨®nimo y muy pocos conocen su verdadera identidad. Despu¨¦s surgi¨® Abdel¨¢ Taia, de 33 a?os, que en sus novelas aborda la homosexualidad y que declar¨® p¨²blicamente su orientaci¨®n sexual.

"Temblaba por dentro", recuerda Taia cuando, el pasado invierno, evoc¨® en p¨²blico por primera vez su homosexualidad en un debate sobre su obra literaria en la sala atiborrada del Instituto Franc¨¦s de Mequinez (Marruecos). Nadie del p¨²blico le agredi¨®, y la prensa franc¨®fona marroqu¨ª, la m¨¢s liberal, habla de ¨¦l con respeto, mientras que la que est¨¢ escrita en ¨¢rabe, m¨¢s conservadora, le ignora. Hasta la televisi¨®n p¨²blica le ha invitado a programas literarios.

M¨¢s informaci¨®n
Un tab¨² roto en Marruecos

Acaso su homosexualidad declarada ha desviado la atenci¨®n de sus cualidades literarias. Taia ha publicado en Francia tres novelas, Mon Maroc, Le Rouge du Tarbouche y L'Arm¨¦e du Salut, que, pese al tab¨² que rompen, no han sido vetadas por la censura marroqu¨ª. La editorial vasca Alberdania publicar¨¢ la ¨²ltima en Espa?a, en marzo, bajo el t¨ªtulo El Ej¨¦rcito de Salvaci¨®n.

Taia naci¨® en Hay Salam, una barriada popular de Sal¨¦ -ciudad pegada a Rabat- donde los cr¨ªos aprenden el dariya, el ¨¢rabe dialectal, y, acaso, unos rudimentos de franc¨¦s. Se empe?¨®, sin embargo, en conocer esa lengua como los hijos de la burgues¨ªa de Casablanca, y hoy d¨ªa escribe en franc¨¦s y vive en Par¨ªs. "El franc¨¦s me protege", reconoce. Si hubiese escrito en ¨¢rabe, su incipiente carrera literaria se habr¨ªa topado enseguida con la intolerancia. Ignacio Cembrero

La homosexualidad no existe en Marruecos. ?sa es la respuesta que se obtiene cuando se quiere hablar del tema con un marroqu¨ª. La negaci¨®n. La negativa. La ceguera. La hipocres¨ªa. Y sin embargo, existe en el dialecto una palabra para designar al homosexual: zamel. Un nombre peyorativo de la misma familia que zamil, que significa, en ¨¢rabe cl¨¢sico, colega, camarada, amigo. En Marruecos, zamel es el que desempe?a un papel pasivo, porque al hombre activo no se le considera como tal. He aqu¨ª que la sociedad de este pa¨ªs reconoce, sin decirlo abiertamente, al homosexual. Un silencio asfixiante, la verg¨¹enza permanente y los incesantes insultos lo describen, le denigran sistem¨¢ticamente y le marginan.

En mi pa¨ªs, si uno es homosexual, m¨¢s le vale call¨¢rselo. Pero no decirlo no significa necesariamente no vivirlo. Ah¨ª est¨¢ la paradoja. Seg¨²n dicen algunos, Marruecos es un para¨ªso homosexual. Est¨¢ en su cultura, se oye decir en Occidente, como si todos los marroqu¨ªes, todos los ¨¢rabes, lo fueran. Es otro clich¨¦ del que tambi¨¦n hay que desconfiar.

Soy homosexual, siempre he sabido que lo era. Y mi experiencia, mezclada con las de otros, es lo que me gustar¨ªa contar aqu¨ª.

Yo viv¨ªa en Sal¨¦, una ciudad lindante con la capital, Rabat, en el barrio de Hay Salam, que est¨¢ dividido en dos partes: la de las villas de los ricos y la de las casas de los pobres. Mi familia era numerosa (nueve hijos) y muy modesta. Algunos d¨ªas no ten¨ªamos nada que comer. Mi padre, que ganaba muy poco, siempre nos anim¨®, a mis hermanos y hermanas y a m¨ª, a estudiar, la ¨²nica manera de poder escapar de la maldici¨®n de la pobreza. Muri¨® hace 10 a?os sin que le hubiera dicho nada de mis preferencias sexuales, pero seguramente ten¨ªa sus sospechas. Cuando era ni?o me sorprendi¨® en varias ocasiones en la terraza de nuestra casita con otros ni?os del barrio, jugando con nuestros penes. Nunca tuvo una reacci¨®n violenta. Dec¨ªa, casi sin levantar la voz: "Venga, basta ya, volved a casa, vuestras madres deben de estar preocupadas. Y t¨², Abdel¨¢, ve a calentar agua para lavarte. Venga, venga, diablillo?". Era tierno, comprensivo y? muy sexual.

Como muchos ni?os en Marruecos, desde muy temprano tuve acceso al cuerpo de otros chicos de mi edad. La verdad es que no nos conform¨¢bamos con jugar con nuestros penes, la cosa iba m¨¢s all¨¢. Nadie me oblig¨® nunca a nada. Era natural estar as¨ª, participar en el sexo sin ninguna verg¨¹enza. Darnos placer en grupo, unos a otros. Estar, a veces, con chicos mayores, m¨¢s grandes, hombres de veintitantos a?os. Recuerdo con precisi¨®n que, a partir de los 10 a?os, tuve un amante habitual, el hijo de una vecina. Ten¨ªa 24 a?os y un nombre muy bonito, Salah. No recuerdo c¨®mo naci¨® nuestra relaci¨®n, pero guardo en la memoria todos los detalles de c¨®mo hac¨ªamos el amor. No me penetraba nunca. Jugaba durante mucho tiempo con mi cuerpo, lo abrazaba, lo lam¨ªa y siempre acababa corri¨¦ndose sobre mi espalda. Despu¨¦s llegaba mi turno. Se me ofrec¨ªa por completo, grande, muy grande, y yo nadaba en ¨¦l, feliz. La cama sobre la que hac¨ªamos todo aquello era la de sus padres. La doble transgresi¨®n aumentaba seguramente nuestro placer y nos hac¨ªa estar m¨¢s unidos. M¨¢s adelante, hacia los 12, tuve otro amante, Ismael, un militar de 26 a?os que viv¨ªa con su suegra. Nuestra relaci¨®n no dur¨® mucho. Se traslad¨® enseguida a Mequinez y no volv¨ª a verle. Pero tengo un recuerdo concreto de ¨¦l: el olor a canela que emanaba de su cuerpo suave y un poco grueso.

El 'fquih' de mi 'msid', el maestro de la escuela cor¨¢nica en la que hab¨ªa estado inscrito antes de ir a la escuela primaria, era un personaje fascinante. Correspond¨ªa punto por punto a la leyenda que le reserva la cultura marroqu¨ª: ni joven ni viejo, grande, inmaculado, siempre vestido con la chilaba blanca, severo, muy piadoso y soltero. Inspiraba a la vez miedo y admiraci¨®n. Y adem¨¢s era bastante perverso. Cuando un padre lleva a su hijo al fquih, siempre le dice: "T¨² le matas y yo le entierro". Hasta ese punto deposita en ¨¦l su confianza. Una confianza claramente traicionada en numerosas ocasiones por el fquih de mi escuela cor¨¢nica, que manten¨ªa relaciones sexuales con varios disc¨ªpulos. En Marruecos todo el mundo sabe que muchos fquihs son pederastas, pero no parece que eso preocupe a nadie y siguen enviando a sus hijos a que aprendan de ellos la palabra de Dios. El fquih posee incluso el poder de curar ciertas enfermedades y deshacer los maleficios. El m¨ªo pertenec¨ªa a esa categor¨ªa. Querido por todos y constantemente cometiendo transgresiones. Tambi¨¦n estaba un poco loco, viv¨ªa fuera de la ley, sujeto a su propia libertad. Por supuesto, era un comportamiento t¨ªpico de la hipocres¨ªa y el abuso de poder que se ve a diario en Marruecos.

M¨¢s tarde, en la adolescencia, cuando empec¨¦ a asumir -por lo menos en mi fuero interno- mi homosexualidad, me pregunt¨¦ si el fquih lo era tambi¨¦n, verdaderamente. Para m¨ª, aunque no compart¨ªa sus gustos sexuales, era evidente; pero para la sociedad marroqu¨ª, no. Ahora bien, ?acaso buscaba ¨¦l que esa sociedad bendijera su sexualidad? Yo sospechaba que no. Y ¨¦sa era la aut¨¦ntica diferencia entre ¨¦l y yo. Desde muy pronto supe que la homosexualidad no iba a ser f¨¢cil de vivir ni de expresar. Todo homosexual marroqu¨ª que no sabe vivir m¨¢s que con la verdad es consciente de que llega un d¨ªa en el que es preciso librar un combate contra la mentira y la intolerancia. Pero la batalla no est¨¢ nunca ganada de antemano.

Alrededor de los 13 a?os vi c¨®mo la sociedad pod¨ªa empujar a un homosexual declarado a la locura. Fue lo que ocurri¨® con Samir, que era, por desgracia para ¨¦l, muy afeminado. Le pisotearon, le llamaron de todo. Algunos llegaron incluso a apedrearlo. Otros se aprovecharon de ¨¦l para satisfacer su libido. Con el tiempo se convirti¨® en un objeto sexual del que se serv¨ªan todos los varones. Era una verg¨¹enza. Convertido en la sombra de s¨ª mismo, acab¨® completamente loco, en el hospital psiqui¨¢trico. De manera inconsciente comprend¨ª que, para sobrevivir, ten¨ªa que guardar el secreto de mi sexualidad. En un primer momento, no decir nada. Ten¨ªa miedo de terminar como Samir, rechazado, aniquilado, asesinado a fuego lento. Decid¨ª consagrarme seriamente a mis estudios y al futuro, y a nada m¨¢s. Cerr¨¦ los ojos, pero las se?ales de la homosexualidad estaban muy presentes en todas partes. Incluso en el instituto. No pod¨ªa ignorarlas.

Uno de los poetas m¨¢s populares de Marruecos, Mohamed Ben Brahim (1900-1954), era homosexual, y los poemas en los que canta a los j¨®venes de forma disfrazada se estudiaban en clase. Igual que los del gran poeta de Bagdad Abu Nuass (muerto en 810), que ensalz¨® toda su vida el vino y a los efebos. El inspector general y el profesor de matem¨¢ticas eran homosexuales ocultos. El pescadero de mi barrio, que se llamaba Abdel¨¢ como yo, tambi¨¦n. En el hammam, a veces, sorprend¨ªa escenas de coqueteos asombrosas y excitantes. Con el tiempo me di cuenta de que la estaci¨®n de Sal¨¦ era un lugar de cita para los chicos sensibles, como se les llama. El reparador de televisores, el padre de un amigo, el bereber de la tienda de alimentaci¨®n, el primo hermano de los vecinos -que trabaj¨® durante un tiempo en Arabia Saud¨ª-, el alba?il rife?o que esnifaba pegamento?, hasta m¨¢s tarde no supe que todos ellos ten¨ªan, en secreto, aficiones homosexuales.

Yo, por mi parte, me volv¨ª estudioso, aunque no dejaba de enamorarme de mis compa?eros de clase. Nunca me atrev¨ª a revelarles mis sentimientos, estaba todav¨ªa en la ¨¦poca del miedo y la verg¨¹enza. Me daba cuenta de que la homosexualidad era una cosa seria, una cosa para toda la vida. Ya no era cuesti¨®n de juegos sexuales entre amigos, era mi naturaleza, parte de mi identidad, sencillamente yo. Era doloroso reconocerlo as¨ª, sin reparos y de manera definitiva. Sab¨ªa que no pod¨ªa hablar de ello con nadie. Sab¨ªa que era diferente a los dem¨¢s y que no iba a poder cambiar para dar gusto a mi madre ni a la sociedad. De vez en cuando me encerraba en los aseos a llorar durante largo rato. La diferencia era una carga muy pesada, y el silencio que iba a acompa?arla se me hac¨ªa, de antemano, imposible de soportar. A veces cre¨ªa sinceramente que era el ¨²nico homosexual verdadero de Marruecos. Sufr¨ªa al pensar en el futuro solitario que me aguardaba. Sufr¨ªa por los sentimientos obsesivos, malditos, no correspondidos, que me inspiraban Oussama, Jalid, Fauzi, Hucine, Slimane, R¨¦da, Walid? Sufr¨ªa al saber que Dios estaba en contra de m¨ª, incluso me dec¨ªa a m¨ª mismo que no me iba a dejar triunfar en mis estudios por culpa de eso y que terminar¨ªa siendo un vagabundo inculto. En mi mente, todo aquello ten¨ªa un peso enorme, el de mis creencias religiosas. En aquella ¨¦poca no me planteaba la posibilidad de que el islam dejara de ser un elemento esencial de mi identidad. Por la noche rezaba a Dios y pactaba con ¨¦l. Que hiciera una excepci¨®n conmigo, que no me castigara, que yo era una buena persona, amable y, aparte de la homosexualidad, no hac¨ªa nada malo. Pod¨ªa perdon¨¢rmelo, ?no?

?Me escuchaba? No lo s¨¦. En cualquier caso, tard¨¦ mucho tiempo en empezar a definirme a m¨ª mismo sin el elemento religioso. No s¨®lo era un musulm¨¢n, tambi¨¦n era muchas otras cosas. Ordenar la mente es una misi¨®n dif¨ªcil que ocupa toda la vida. Ahora lo s¨¦ muy bien.

Afortunadamente, ese sufrimiento no estaba presente todos los d¨ªas; no me llenaba la piel y los sentidos hasta el punto de hacerme dif¨ªcil la vida, forjarme el car¨¢cter y fijar mis neurosis. Marruecos es un pa¨ªs sensual donde la gente sabe divertirse con nada. Ser homosexual no me imped¨ªa participar en esa alegr¨ªa colectiva, no me arrebataba ese don de saber crear para uno mismo y para los dem¨¢s un sentimiento feliz, un baile, un canto, un plato, una palabra amable. Es cierto que viv¨ªa retirado en m¨ª mismo, pero siempre me interes¨® el complejo mundo de los dem¨¢s, de mis compatriotas. Me habr¨ªa gustado poder visitar entonces Marraquech, la ciudad roja en la que, seg¨²n dec¨ªa la leyenda, se viv¨ªa la homosexualidad abiertamente, sin problemas. Me habr¨ªa encantado ir all¨ª para comprobar si era verdad el mito y huir de la sociedad de Sal¨¦. Ir all¨ª para conciliar, en un encuentro milagroso, el sexo y los sentimientos. Ir all¨ª para poder volver a respirar con alivio en aquel Marruecos que algunos d¨ªas me asfixiaba. Durante casi toda mi adolescencia tuve idealizada aquella ciudad en la que la gente, por naturaleza, es alegre y poco moralista. No fui a Marraquech hasta los 22 a?os, y entonces ya no era capaz de hacer de ni?o frente al mundo.

Todos los d¨ªas iba a Rabat, a mis clases en la Universidad Mohamed V. Me hab¨ªa matriculado en literatura francesa. Tengo que reconocer que el contacto con la lengua de Moli¨¨re me dio un poco m¨¢s de libertad, un espacio propio, lejos del control familiar. Durante aquellos a?os universitarios empec¨¦ a escribir. Un diario ¨ªntimo. Al principio escrib¨ªa para perfeccionar mi franc¨¦s; despu¨¦s, poco a poco, para reencontrarme. Para expresar mi yo. Revelar absolutamente todo. Asumir cada vez m¨¢s. Dejar de sentirme culpable y redescubrirme. Llegar al fondo de las cosas y hacerme esta pregunta fundamental: ?pod¨ªa ser homosexual con libertad en Marruecos? La respuesta estaba clara: no. Todav¨ªa hoy es imposible vivir francamente la homosexualidad en un pa¨ªs en el que la religi¨®n est¨¢ regresando con fuerza.

?Qu¨¦ deb¨ªa hacer entonces? ?Mentir? ?Mentir constantemente y acabar esquizofr¨¦nico como los dem¨¢s? Era superior a mis fuerzas. No pod¨ªa, por un lado, adorar En busca del tiempo perdido, de Proust; Efebos y cortesanas, de Al Jahiz (776-869); todos los libros de Jean Genet, y, por otro, cuando estaba con los m¨ªos, hacer como si esas obras literarias no existiesen, como si las verdades que me hab¨ªan revelado no pertenecieran a mi mundo. No pod¨ªa distinguir entre lo que contemplaba en Muerte en Venecia, de Visconti; Querelle, de Fassbinder, y La ley del deseo, de Almod¨®var -que vi en los cines de Rabat-, y la realidad cotidiana. Aquellas pel¨ªculas, en las que, entre otras cosas, se hablaba de la homosexualidad, no eran s¨®lo ficci¨®n. Aquellas pel¨ªculas eran la vida, la m¨ªa y otras, complicadas y fascinantes. No hab¨ªa ninguna separaci¨®n. No ten¨ªa opci¨®n. No ten¨ªa nada de lo que renegar. Y para eso hac¨ªa falta cierto valor, cierta despreocupaci¨®n, incluso cierta baraka. Olvidar la verg¨¹enza que nos inoculan desde ni?os y arrojarse a la lucha. No decir las cosas significa, al cabo de un tiempo, enterrarlas, sacrificarlas, ceder ante la dictadura de una sociedad en la que aprendemos desde muy pronto a respetar las jerarqu¨ªas, las tradiciones seculares que, en vez de mostrarnos nuestra libertad, se preocupan, por encima de todo, de su propia permanencia.

En Marruecos nos exigen que seamos verdaderos hombres. Es decir, heterosexuales, padres de familia, machos. Hombres que acepten los usos y costumbres, que los apliquen y, sobre todo, que vigilen para que los dem¨¢s tambi¨¦n lo hagan. Yo renunci¨¦ muy pronto a desempe?ar ese papel. En cambio, vi c¨®mo casi todos mis amigos, a partir de los 25 a?os, reaccionaban favorablemente a los dictados de la sociedad. Uno tras otro fueron convirti¨¦ndose en otras personas a las que ya no pod¨ªa reconocer. Algunos de los que sab¨ªa que eran homosexuales hicieron lo mismo, y siguieron manteniendo relaciones con hombres a escondidas.

Vivir de conformidad con la sociedad equival¨ªa a ser como todo el mundo, hip¨®crita (?loco?); incorporarse voluntariamente a lo impl¨ªcito. La mayor¨ªa de los marroqu¨ªes son capaces de hacerlo. Yo, no. Sab¨ªa que un d¨ªa acabar¨ªa por confesar mi secreto, mi verdad ¨ªntima a mi familia, a todo Marruecos. Y lo hice. Mejor a¨²n: lo escrib¨ª.

Hace siete a?os que vivo en Par¨ªs. En la soledad, que es la caracter¨ªstica de Occidente, estoy reaprendiendo a vivir completamente libre. Me construyo como ser adulto poco a poco. He tenido la suerte de poder probar fortuna en la Ciudad Luz. He seguido escribiendo. He podido publicar mis libros. A primera vista, la homosexualidad es m¨¢s f¨¢cil de vivir aqu¨ª. ?Pero me he hecho gay? No creo. La cultura gay me interesa, pero no es la m¨ªa. La homosexualidad, que me ha dado un punto de vista particular sobre el mundo, tiene todav¨ªa para m¨ª un sabor revolucionario. No quiero estar en un gueto y padecer otras dictaduras. Me gustar¨ªa hacer de mi verg¨¹enza en Marruecos una fuerza, una obra que pueda mostrar, dar a leer aqu¨ª y all¨¢. No quiero trivializar la homosexualidad, convertirla en una simple moda, una cosa cool, moderna.

No he huido de mi pa¨ªs. Ten¨ªa que irme a otro lugar para hacer realidad parte de mis sue?os y escoger de la cultura marroqu¨ª lo que me conven¨ªa. Procedo de una familia modesta. Y no me olvido de que, cuando se es pobre all¨ª, todas las puertas est¨¢n cerradas. Otra cosa que quer¨ªa, al venir a Par¨ªs, era dejar de vivir bajo el yugo de esa maldici¨®n del licenciado en paro que se pasa los d¨ªas sujetando las paredes.

Desde la muerte del rey Hassan II, dicen en la prensa, Marruecos vive una movida cultural. Puede que sea cierto, pero esa movida no debe de alcanzar m¨¢s que a una minor¨ªa, la ¨¦lite de Casablanca y Rabat, unos cuantos intelectuales aqu¨ª y all¨¢. El resto de la poblaci¨®n, es decir, la mayor¨ªa, tiene todav¨ªa una vida diaria llena de dificultades. Los islamistas aprovechan muy bien esta situaci¨®n para difundir su ideolog¨ªa. Marruecos se mueve, es innegable, pero ?hacia d¨®nde? Por ahora no se sabe. Los homosexuales siguen obligados a esconderse, a vivir en el silencio, al margen; en Internet, por ejemplo, o en contacto con los turistas.

En 1997, conoc¨ª en Rabat a un madrile?o de 28 a?os que acababa de llegar para trabajar. Me enamor¨¦ inmediatamente de aquel hombre alto y guapo que se parec¨ªa a Daniel Day-Lewis. Yo le gustaba mucho. Le gustaba mi presencia, dec¨ªa. Con ¨¦l volv¨ª a descubrir el sufrimiento amoroso. Quer¨ªa acostarse con todos los j¨®venes de Marruecos, y todos los j¨®venes de Marruecos quer¨ªan acostarse con ¨¦l. En su apartamento hab¨ªa un desfile permanente: el florista, el camarero, el mec¨¢nico, el funcionario, el polic¨ªa, el panadero, el padre de familia? Y no iban a verle por inter¨¦s. Yo no pod¨ªa rivalizar. Me fui. As¨ª vi, horrorizado, celoso y, en cierto sentido, encantado, hasta qu¨¦ punto eran cada vez m¨¢s visibles, m¨¢s claras, m¨¢s libres, las muestras de homosexualidad en los marroqu¨ªes. Y sobre todo vi que no era, como ten¨ªa a¨²n la ingenuidad de pensar algunas veces, el ¨²nico homosexual del reino jerifiano.

Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.

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