La creatividad como forma de vida
No es casualidad que muchos de los primeros indicios de racionalidad de nuestros antepasados fueran art¨ªsticos. La creatividad no es privilegio exclusivo de los elegidos. Somos creativos porque somos seres humanos. Si nacemos con estas capacidades adquiridas de forma innata, ?por qu¨¦ renunciar a ellas?
Los actos de nacer y morir son, desde un punto de vista metaf¨ªsico, absolutamente individuales. Puede haber un ginec¨®logo ayudando en el parto, o un acompa?ante al lado de un enfermo agonizante, pero su funci¨®n es de simple ayuda o acompa?amiento. Lo que supone nacer o morir, desde el punto de vista existencial, ata?e a una sola persona. Son, tal vez, los actos m¨¢s ¨ªntimos de nuestra vida, los que nos pertenecen exclusivamente a nosotros. Los actos de nacer y morir son individuales. Entre un acto y el otro se extiende un periodo de tiempo de duraci¨®n indeterminada que denominamos vida. Erich Fromm escribi¨® que, durante la vida, el ser humano se siente siempre impulsado a trascender la propia individualidad, a superar un proceso de individuaci¨®n que conduce a la soledad y al aislacionismo.
Vivir encerrado en el propio mundo, aislarse en uno mismo, vivir sin trascender la propia identidad puede sumir a una persona en la locura, la tristeza o la depresi¨®n. No afirmo que no sea posible estar bien con uno mismo, sino que es imposible estar ¨²nicamente con uno mismo. Nacer y morir son actos individuales, mientras que vivir es lo contrario: es trascender la identidad, superar la individualidad con la que nacemos y morimos. Para superar ese proceso de individuaci¨®n, las personas disponen de dos mecanismos. Uno es el amor. El otro, su capacidad para crear. Pero el hombre precisa de algo donde proyectarse para trascender su propia identidad. Durante la vida hallamos dos tipos de ese algo donde proyectarnos: otras personas y objetos f¨ªsicos, cosas. As¨ª pues, las personas son los sujetos donde se proyecta el acto de amar, y las cosas son los objetos donde se proyecta el acto de crear.
Es interesante observar que los actos de amar y crear no pueden intercambiarse con sus respectivos objetos sin caer en la locura o la inmoralidad. No tendr¨ªa sentido amar una cosa, ser¨ªa irracional; del mismo modo, no ser¨ªa ¨¦tico o aceptable utilizar a una persona con fines creativos, porque crear supone transformar el aspecto, apariencia, modo, funci¨®n o sentido de un objeto. Y eso no es algo que pueda hacerse sobre una persona sin atentar contra su identidad. De este modo vemos c¨®mo personas y objetos, las cosas que nos rodean, son susceptibles de ser amadas o de ser transformadas mediante la creatividad.
Crear y pensar. Es curioso c¨®mo los antrop¨®logos e investigadores denominaron homo sapiens al hom¨ªnido que adquiri¨® sabidur¨ªa o raz¨®n para, finalmente, devenir hombre. En cambio, los actos creativos de nuestros antepasados se bautizaron como arte prehist¨®rico, situ¨¢ndolo, de este modo, como una consecuencia de la raz¨®n, de su cerebro, de su evoluci¨®n intelectual. En otras palabras: raz¨®n, primero, y arte, despu¨¦s. No debe de ser una casualidad que muchos de los primeros indicios de racionalidad en nuestros antepasados milenarios sean art¨ªsticos. Y sin embargo, pensamos que la raz¨®n fue lo que convirti¨® en creativa a nuestra especie. Sin haberse afirmado de forma directa, parece como si crear fuese una consecuencia de pensar. ?No podr¨ªa ser al contrario? ?No podr¨ªa el cerebro del hombre haber evolucionado a partir de sus actos creativos? El hombre am¨® y procre¨® para la conservaci¨®n de su especie, y, movido por el mismo deseo de trascendencia individual, tom¨® los objetos que hab¨ªa a su alrededor y los transform¨®. Necesit¨® imperiosamente, llevado por una misteriosa fuerza, crear con ellos algo distinto.
Imaginemos el primer acto creativo de la historia de la humanidad (si es que tiene sentido imaginar que hubo un primer acto creativo). Un mono siente un deseo de crear. Supongamos que toma una piedra y la pone sobre otra sin m¨¢s objeto que transformar su realidad, no para atraer a una presa. Lo ha hecho con el ¨²nico objeto de dar salida a una necesidad interior que pide fluir hacia fuera, para reconocerse en su entorno y dejar su huella en el mundo.
Cuando ya ha puesto una piedra sobre otra, el mono se interroga a s¨ª mismo. Se ve obligado a formularse una pregunta que surge a consecuencia de su propia acci¨®n creadora: ?qu¨¦ es esto? Entonces, s¨®lo entonces, piensa. Su acto creativo provoca una inc¨®gnita. Y las inc¨®gnitas, como bien se sabe, son el primer paso de una conexi¨®n. Esto es, de completar un proceso mental. Ese proceso mental, finalizado con ¨¦xito, es la l¨®gica que hoy nos gobierna.
?Por qu¨¦ explico todo esto? Porque hay una tendencia generalizada en la poblaci¨®n a pensar que uno mismo no es creativo, que la creatividad es una facultad reservada para unos pocos genios. El resto, los comunes mortales, hemos de limitarnos a admirar sus obras art¨ªsticas o sus descubrimientos.
Nada m¨¢s lejos de la verdad. La creatividad es un rasgo inherente a la condici¨®n humana. No es que podamos ser creativos, es que somos creativos porque somos seres humanos. La necesidad de conectar con el exterior, de dejar la huella en el mundo fue, sin duda alguna, el detonante de la raz¨®n. Fuimos creativos antes que racionales. Nuestro sistema cerebral es creativo de nacimiento; la l¨®gica la aprendemos mediante la ense?anza. El problema es que la vida en sociedad precisa de rutinas para garantizar su eficiencia. Si todos cruz¨¢semos la calle de modo creativo, la seguridad vial ser¨ªa un caos. En las empresas y en las profesiones sucede algo parecido: es preferible aplicar protolocos conocidos que dejar al individuo un campo libre de actuaci¨®n que provoque errores o p¨¦rdidas. Se permite aplicar la creatividad s¨®lo en campos y tareas donde la sociedad o la empresa no se vean perjudicadas. El problema, entre otros, es que cada vez hay menos campos donde nuestro modo de actuaci¨®n no deba ser automatizado.
Nacemos creativos, y vamos, mediante el aprendizaje progresivo de la l¨®gica y el desarrollo de la eficiencia como especie, olvidando que lo somos y perdiendo las habilidades creativas.
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