Por qu¨¦ intervenir en Darfur y retirarse de Irak
Tuvo algo de conmovedor y anticuado el discurso que el secretario de Defensa, Donald Rumsfeld, pronunci¨® el pasado agosto ante la Legi¨®n Americana en Salt Lake City y en el que pr¨¢cticamente acus¨® a los partidarios de "salir corriendo" de Irak de pertenecer a la tradici¨®n, tristemente famosa, de las pol¨ªticas de apaciguamiento de Neville Chamberlain en los a?os treinta.
?Por qu¨¦ "anticuado"? Porque, como han descubierto los estudiosos del periodo de entreguerras, la distinci¨®n tajante que hace Rumsfeld entre los cobardes apaciguadores y los valientes anti-apaciguadores (invoc¨® el nombre de Winston Churchill) no sirve de mucho. Las cosas son mucho m¨¢s complicadas.
Durante aquella triste d¨¦cada, las democracias occidentales se enfrentaban a un triple desaf¨ªo, la Alemania nazi, la Italia fascista y el Jap¨®n nacionalista. Pero el hecho de que Occidente acabara en guerra contra los tres no significa que hubiera una divisi¨®n clara entre partidarios y detractores del apaciguamiento. Muchos pol¨ªticos brit¨¢nicos, asustados por la amenaza que supon¨ªa Jap¨®n para sus posesiones en Asia, quer¨ªan mostrarse fuertes y firmes en esa regi¨®n, pero, sin embargo, estaban dispuestos a dejar que Hitler avanzara hacia el Este, hacia Polonia y Rusia. Otros quer¨ªan resistir a Alemania pero eran partidarios de pactar con Mussolini. En otras palabras, uno pod¨ªa estar en contra del apaciguamiento en un caso y a favor en otro. Hasta Churchill pens¨® que los esfuerzos de Chamberlain para comprar a Mussolini merec¨ªan la pena.
No obstante, quiz¨¢ esas torpes referencias a las crisis de los a?os treinta nos sean ¨²tiles ahora que luchamos por comprender el mundo de hoy, tan ca¨®tico como el de entonces, y tratamos de poder juzgar razonablemente en qu¨¦ casos debe y no debe intervenir la comunidad internacional para detener las agresiones y las violaciones de los derechos humanos.
Hace poco recib¨ª un correo electr¨®nico de un diplom¨¢tico estadounidense destinado en la capital sudanesa, Jartum; o sea, alguien pr¨®ximo a las atrocidades de Darfur y a la desagradable tarea de tratar con el r¨¦gimen criminal del pa¨ªs. Hab¨ªa le¨ªdo sobre las masivas manifestaciones celebradas en Washington, Londres y otros lugares para pedir la intervenci¨®n en Sud¨¢n, y se preguntaba lo siguiente: ?hasta qu¨¦ punto podemos o debemos ser selectivos en estas cuestiones? Al fin y al cabo, sabemos que muchos de los que quieren enviar una fuerza internacional a Darfur tienen una postura muy cr¨ªtica respecto a la intervenci¨®n de Estados Unidos en Irak y aspiran a una retirada militar de ese pa¨ªs lo antes posible. Creen que hay que ser cautos en un terreno y en¨¦rgicos en otro: apaciguar en el ?ufrates y usar la fuerza en el Nilo.
Mi opini¨®n es que la comunidad mundial deber¨ªa intervenir en Darfur, por mucho que un Gobierno sudan¨¦s totalmente corrupto apele de manera nada convincente al principio de no intervenci¨®n de la Carta de Naciones Unidas. Y tambi¨¦n es cierto que he dicho muchas veces que la intervenci¨®n estadounidense en Irak es una locura de primera categor¨ªa y que los norteamericanos debemos encontrar la manera de salir de all¨ª o reducir enormemente nuestra presencia, aunque sea m¨¢s f¨¢cil decirlo que hacerlo. Yo tambi¨¦n tengo mis contradicciones.
Casi todos los comentaristas que conozco son partidarios de que haya una intervenci¨®n internacional en algunos lugares y, al mismo tiempo, aconsejan seriamente que no se haga en otros. Alguien que propugne la intervenci¨®n en Darfur (es decir, un anti-apaciguador) puede ser partidario de la retirada de Irak y Afganist¨¢n (un apaciguador). Alguien deseoso de que enviemos muchas m¨¢s tropas a Irak puede sentirse inc¨®modo ante la intervenci¨®n en el Alto Nilo. Lo que para una persona es una cruzada justa, para otra es una intervenci¨®n absurda.
?D¨®nde podemos buscar algo que nos ilumine, unos principios que nos digan cu¨¢ndo intervenir y cu¨¢ndo permanecer apartados? Por desgracia, no existe ning¨²n documento as¨ª. La Carta de Naciones Unidas, un documento muy astuto, propone que la decisi¨®n de intervenir la tome el Consejo de Seguridad caso por caso. Da grandes poderes al Consejo pero deja a sus 15 miembros -sobre todo, a los cinco permanentes con derecho a veto- la facultad de decidir c¨®mo utilizarlos.
Como consecuencia, existen hoy numerosas operaciones militares en terceros pa¨ªses (misiones de paz de la ONU, operaciones de la OTAN, intervenciones unilaterales de Estados Unidos) cuyos diversos prop¨®sitos hacen que sean dif¨ªciles de entender incluso para los expertos en estos temas.
Pero la Casa Blanca est¨¢ demasiado obsesionada por su cruzada contra el terrorismo, y su incapacidad de progresar en un Irak que se desintegra le impide reflexionar con claridad sobre esta cuesti¨®n general de cu¨¢ndo es apropiado el intervencionismo.Los europeos cr¨ªticos, como el presidente franc¨¦s Jacques Chirac, tienen pocas o ninguna idea positiva. Y el primer ministro brit¨¢nico, Tony Blair, tal vez el que mejor trata de abordar y resolver estos grandes interrogantes, no consigue gran cosa dada su debilidad interna. En cuanto a Rusia y China, se limitan a mirar desde las bandas, aunque tienen cuidado de proteger el principio de no intervenci¨®n cuando les conviene.
Quiz¨¢, pues, vamos a recorrer a trompicones el primer decenio del siglo XXI, sin disfrutar de un nuevo orden mundial ni afrontar una cat¨¢strofe mundial de proporciones ¨¦picas, s¨®lo interviniendo de vez en cuando en Irak y Afganist¨¢n pero apartando la vista de Darfur y Ruanda. Tal vez ha sido siempre as¨ª. El gran poeta ingl¨¦s W. H. Auden llam¨® a los a?os treinta "un decenio bajo y deshonesto". ?Pero ha habido alguna ¨¦poca en la que la opini¨®n pol¨ªtica no fuera contradictoria y deshonesta?
No obstante, podr¨ªamos reflexionar m¨¢s sobre estos asuntos y presionar a nuestros pol¨ªticos para que presten a este problema tan fundamental -?d¨®nde y por qu¨¦ debe intervenir la comunidad internacional?- mucha m¨¢s atenci¨®n de la que le han prestado hasta ahora. No debemos esperar una respuesta r¨¢pida ni sencilla, porque no existe. Pero, si se pide a los gobiernos y los pueblos de nuestro planeta que piensen en la posibilidad de intervenir en el futuro -y se nos va a pedir que lo pensemos una y otra vez-, tal vez quienes defienden la necesidad de actuar en una regi¨®n y se oponen en otra deban explicar con m¨¢s claridad los motivos de su postura.
Paul Kennedy es director de Estudios sobre Seguridad Internacional en la Universidad de Yale. Traducci¨®n de M. L. Rodr¨ªguez Tapia. ? Tribune Media Services, 2006.
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