Efecto llamada
Hay un par de tiendas en Madrid, en Barcelona y en alguna otra ciudad, que env¨ªa a Latinoam¨¦rica las neveras, las lavadoras, los friegaplatos. La iniciativa es de unas se?oras ecuatorianas, emigrantes emprendedoras y escarmentadas, y de algunos negocios de all¨¢. Hay hipotecas que se pagan ac¨¢ y compran la casa all¨¢, y no s¨¦ qui¨¦n empez¨® primero, si Telef¨®nica con los m¨®viles o ellas con la revoluci¨®n blanca, pero s¨¦ que los banqueros han sido los ¨²ltimos en enterarse. Ellos manejan los n¨²meros: calc¨²lese que las mujeres emigrantes env¨ªan entre un tercio y la mitad de sus salarios. Y muchas veces, prefieren que sean cosas en lugar del dinero que mandan siempre. All¨¢ es de momento Ecuador, pero crecer¨¢ a los pa¨ªses que exportan mujeres. O de los que se van mujeres. O de los que se van antes las mujeres.
Las tiendas, escaparates de almacenes ecuatorianos de prestigio, que exhiben aqu¨ª sus marcas de siempre, son tambi¨¦n una met¨¢fora de esta emigraci¨®n tan especial, y una se?al de la globalizaci¨®n, que es algo m¨¢s que una palabra ideol¨®gica. Especial: vienen mujeres, y luego, ya iremos viendo, van llegando los hombres. Vienen al servicio dom¨¦stico y al cuidado de los "dependientes", aunque tambi¨¦n se ocupan de otros servicios, a veces m¨¢s apreciados socialmente, alguna vez non sanctos. Las primeras tra¨ªan educaci¨®n universitaria, pero no hac¨ªan ascos a un trabajo que les da m¨¢s dinero que sus carreras all¨¢. Ahora ya se vienen las de los pueblos, a un destino igual que el que les tocaba, pero mejor pagado. Yo las admiro a todas. Me parece que tienen un coraje, un valor heroico. Porque, emigrar, se emigra de uno en uno, de una en una, y no me voy a cansar de insistir en ello. Y es mucho lo que dejan. Cada una, detr¨¢s de su quimera.
Hay veces que el dinero se les licua, entre la inflaci¨®n y la vida misma de los suyos, y alguna que conozco tiene la impresi¨®n de haber perdido aqu¨ª los mejores a?os de su vida. Por eso se han inventado lo de mandar cosas, que aqu¨ª son normales y all¨¢ escasas. Pero mandan "virtualmente", globalizadamente y por e-mail, las que funcionan all¨¢: las que se comparan, las que dan prestigio social, las que les igualan con los que ya las ten¨ªan. Neveras, m¨®viles o la casa. Y eso era parte del sue?o.
La emigraci¨®n para "nosotros" es pura cifra. Las cifras de la xenofobia, las de la impotencia y tambi¨¦n las del desarrollo, porque sabemos que el crecimiento espa?ol se sostiene en buena parte en los y las emigrantes. Ese desarrollo que arranc¨® con los marcos alemanes y con los francos suizos de los obreros espa?oles, con los francos franceses de la bonne espagnole. No hace tanto tiempo.
Como aquellos emigrantes espa?oles de los cincuentas y sesentas, ¨¦stos est¨¢n desarrollando sus propios pa¨ªses, pero por e-mail. Los electrodom¨¦sticos se compran a su propia industria nacional, a su propio comercio. Y los euros "encomendados" circulan all¨¢. Los bancos han decidido venir a buscarlo directamente aqu¨ª, y la construcci¨®n crecer¨¢ all¨¢... Seg¨²n el Anuario de Am¨¦rica Latina 2004-2005 del Instituto Elcano, rese?ado en EL PA?S en enero pasado, los env¨ªos de los inmigrantes desde Europa y Estados Unidos "se han convertido en un pilar de varias econom¨ªas latinoamericanas, hasta representar una quinta parte del PIB de Hait¨ª, El Salvador o Nicaragua, y una media del 2,5% de la econom¨ªa del subcontinente (...); se han multiplicado por 20 desde 1985 y son 'el elemento m¨¢s din¨¢mico' de la regi¨®n". ?stas tambi¨¦n son cifras, y no es raro que los empresarios pillen cacho.
Pero para estas mujeres valientes, la emigraci¨®n es una aventura personal, y no siempre tiene final feliz, y siempre comporta riesgos. Aunque se zafen del enga?o de las mafias y de las sectas, aunque no caigan en la prostituci¨®n, tentadora cuando se trata de hacer dinero y volver lo m¨¢s r¨¢pido posible; aunque no lleguen a ver a sus chavales con las insignias de los Latin Kings o de los ?etas, ni en chirona, ni en la droga dura, que todo es posible. Y que no entraba en los c¨¢lculos de sus sue?os. Tampoco entraba esa inseguridad que se llama desarraigo. Descubrir, por ejemplo, que lo de una es una raza... inferior.
Una cifra publicada en este mismo peri¨®dico: la mitad de los abortos no espont¨¢neos son de emigrantes. Eso, cuando apenas llegan al 10% de la poblaci¨®n espa?ola. ?Pobreza? ?Desconocimiento de los anticonceptivos? No tengo, y las he buscado, las cifras de abortos en Ecuador, en Per¨², en Paraguay, ni siquiera las absolutas en Espa?a, tan manipulables ideol¨®gicamente, y que parece que en el¨²ltimo a?o rondaban los 100.000. Pero no creo que sea el mismo porcentaje. Es el choque entre los mundos, y se dar¨¢ tambi¨¦n en los m¨¢rgenes de las megaciudades, en la emigraci¨®n interior. Porque no es la geograf¨ªa la que manda, es el modo de vida. El viejo Braudel hablaba de aculturaci¨®n para referirse a la desaparici¨®n de los patrones de conducta de una sociedad cuando sus individuos se ven inmersos en otra. Aunque no se muevan de Argelia, es un decir. Es que desaparece el control social, las instituciones m¨¢s pr¨®ximas, las redes de afecto y seguridad... De ser gente pasan a ser n¨²meros, casi siempre sospechosos, estas mujeres valientes.
Y a ellas, por lo que he podido saber, les preocupa. Las m¨¢s conscientes, las que se est¨¢n ocupando de articular las nuevas formas de relaci¨®n que exige el nuevo entorno, lo saben muy bien. Su tarea es convertir el desarraigo en trasplante. La nuestra, digo yo, dejarlas crecer en buena tierra. Para beneficio de todos.
Rosa Pereda es periodista y escritora.
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