La transici¨®n vista por Carrillo
El ex secretario general del PCE rememora el tiempo en que el sistema democr¨¢tico caminaba por el filo de la navaja
Nunca ha habido acuerdo general a la hora de determinar en qu¨¦ momento finaliz¨® la transici¨®n democr¨¢tica en Espa?a. Formalmente se puede hablar de la aprobaci¨®n de la Constituci¨®n en 1978, y ¨¦ste fue, sin duda, un momento importante del proceso. Pero ah¨ª no qued¨® definitivamente resuelta la cuesti¨®n; hubo algunos intentos de dar marcha atr¨¢s, uno, el golpe del 23-F, particularmente grave porque en ¨¦l coincidieron una serie de poderes que estuvieron a punto de echarlo todo a rodar. En ese golpe hab¨ªa muchos m¨¢s implicados de los que se sentaron en el banquillo del Consejo de Guerra. Tambi¨¦n complicidades muy amplias, tanto en la esfera nacional como internacional. No fue casual que la Conferencia Episcopal, reunida ese d¨ªa, no se pronunciara sobre el golpe en el momento de producirse. A su vez, hubo banqueros que lo recibieron con simpat¨ªa. La Embajada norteamericana estaba al corriente de lo que se gestaba. Las bases americanas fueron puestas en estado de alerta y sus mandos no advirtieron de lo que se preparaba al Gobierno en funciones de Adolfo Su¨¢rez. El secretario de Estado de EE UU, el general Haig, se apresur¨® a declarar que el golpe era un "asunto interno" de los espa?oles, y s¨®lo despu¨¦s de derrotado ¨¦ste modific¨® su actitud.
Memorias.
Editorial Planeta
Este libro es una nueva edici¨®n, revisada y aumentada, de una figura hist¨®rica del movimiento comunista internacional, y protagonista. En este texto se reproduce el an¨¢lisis global que Carrillo hace ahora de la transici¨®n democr¨¢tica en Espa?a.
Si en la primera fase de la transici¨®n la izquierda hubiera planteado la exigencia de responsabilidades hist¨®ricas, el proceso no se habr¨ªa coronado con ¨¦xito
La lucha valerosa de las vanguardias de obreros, estudiantes e intelectuales durante la dictadura s¨®lo consigui¨® movilizar en acciones de masas a una minor¨ªa de la poblaci¨®n
La fuerza militar la ten¨ªan exclusivamente los ultras franquistas, frente a un pueblo traumatizado por la derrota en la Guerra Civil y por 40 a?os de terrorismo de Estado
Las fuerzas democr¨¢ticas pueden vencer las resistencias de los que no han roto sus v¨ªnculos ideol¨®gicos con la dictadura, acudiendo al sufragio universal
Lo cierto es que esa noche la actitud del teniente coronel Tejero, al negarse a permitir al general Armada el acceso al hemiciclo del Congreso y, muy particularmente, la posici¨®n del Rey con la colaboraci¨®n del general Sabino Fern¨¢ndez Campo, al desautorizar y desmontar la extensi¨®n del levantamiento, impidieron el ¨¦xito final de ¨¦ste.
Y en el atardecer del d¨ªa 24, cuando el Rey se reuni¨® con los l¨ªderes pol¨ªticos, hubo un acuerdo t¨¢cito para procesar solamente a un grupo limitado de mandos con la responsabilidad m¨¢s aparente. Se ten¨ªa conciencia de que en ese momento el sistema democr¨¢tico no era bastante fuerte para encajar un proceso contra todos los que de una manera u otra, militares o civiles, hab¨ªan estado implicados en la conspiraci¨®n.
Simplemente realistas
Al aceptar ese acuerdo t¨¢cito no es que los l¨ªderes fu¨¦ramos d¨¦biles; lo era el sistema democr¨¢tico que estaba dando sus primeros pasos, caminando por el filo de una navaja. Fuimos simplemente realistas e hicimos lo que en ese momento era m¨¢s ¨²til para la continuidad del proceso de asentamiento de la democracia.
Conviene salir al paso de un equ¨ªvoco que sobre todo podr¨ªa confundir a las nuevas generaciones. La liquidaci¨®n o superaci¨®n de la dictadura franquista en Espa?a no se parece en nada a la forma en que se puso fin a las dictaduras fascistas en Europa. El fascismo en Alemania e Italia fue destruido por una tremenda y aplastante derrota militar. En Francia, el r¨¦gimen de Vichy, creado por los ocupantes alemanes y los colaboracionistas franceses, cay¨® tambi¨¦n a consecuencia de la derrota militar ayudada por el levantamiento interior de los patriotas franceses. En el resto de Europa, ocurri¨® lo mismo.
El camino de Espa?a fue muy diferente. Pese a que hist¨®ricamente nuestra Guerra civil fue en realidad el primer episodio de la Segunda Guerra Mundial, al concluir ¨¦sta con la derrota del Eje, cuando los dem¨®cratas espa?oles esperaban la desaparici¨®n del r¨¦gimen franquista como una parte m¨¢s del Eje fascista internacional, las potencias democr¨¢ticas nos dieron la espalda y nos abandonaron a nuestra suerte. El r¨¦gimen franquista fue utilizado como un aliado en la llamada "guerra fr¨ªa" contra la URSS. Y eso le permiti¨® sobrevivir muchos a?os m¨¢s con el apoyo vergonzante de EE UU, y sus aliados europeos.
El Estado terrorista creado por Franco goz¨®, pues, tras la Segunda Guerra Mundial, del apoyo de las potencias occidentales. El general Franco muri¨® en la cama. La oposici¨®n, dividida adem¨¢s por la coyuntura mundial, no fue capaz de acabar con el r¨¦gimen y una buena parte de ella esper¨® pasivamente a la muerte del dictador.
La lucha abnegada y valerosa de las vanguardias de obreros, estudiantes e intelectuales s¨®lo consigui¨® movilizar en acciones de masas a una minor¨ªa de la poblaci¨®n. Los efectos terribles de la derrota en la Guerra Civil, la eliminaci¨®n sistem¨¢tica de dos generaciones de dem¨®cratas y republicanos por el terror, la presencia siempre amenazadora de los representantes de un Estado terrorista y la labor del nacional-catolicismo oficial consiguieron, a lo largo de tantos a?os, que muchas de las familias de los republicanos asesinados llegaran a sufrir una especie de s¨ªndrome del pecado, es decir, que muchos de ellos llegaron a sentir complejo de culpa, como si el haber defendido la Rep¨²blica fuera un pecado cometido por sus parientes, por el que ellos ten¨ªan que hacer penitencia. Durante muchos a?os, en numerosos hogares se evit¨® hablar de la Guerra Civil; eran los hogares de los vencidos, que paralelamente ten¨ªan que sufrir la arrogancia de los vencedores.
Descomposici¨®n del sistema
El resultado de todo esto en un pa¨ªs sobrecogido por las consecuencias de la derrota es que hubo que esperar y propiciar la descomposici¨®n interna del sistema. Y ¨¦sta fue produci¨¦ndose lentamente, no s¨®lo como consecuencia de la acci¨®n de los sectores activos de la oposici¨®n sino de la necesidad que ten¨ªa la burgues¨ªa espa?ola de no perder el tren de la mundializaci¨®n de la econom¨ªa y de salir de las pol¨ªticas aut¨¢rquicas, que gener¨® lo que m¨¢s tarde se conoci¨® como la tendencia reformista del franquismo, encabezada por el propio don Juan Carlos y con un sector joven de funcionarios del r¨¦gimen. Al plantear la pol¨ªtica de reconciliaci¨®n nacional, ya en 1956, coincidiendo con los primeros enfrentamientos estudiantiles en Madrid con Falange, en los que ya eran protagonistas los miembros de una generaci¨®n en la que se mezclaban los hijos de los vencidos con los de los vencedores, ya se iniciaba un desarrollo de ese tipo.
Las caracter¨ªsticas de la situaci¨®n ha impreso al proceso democr¨¢tico espa?ol un sello inevitable: su car¨¢cter de proceso reformador, lento, con momentos de ambig¨¹edad, muy diferente de lo que hubiera sido un proceso originado por una decisi¨®n militar capaz de producir un cambio revolucionario.
En la primera fase de la transici¨®n, caracterizada por el consenso con los reformistas del franquismo, se trataba de lograr el establecimiento de las instituciones democr¨¢ticas, la recuperaci¨®n de la soberan¨ªa popular y el desmantelamiento del franquismo, es decir, una implantaci¨®n pragm¨¢tica de las reglas del juego democr¨¢tico.
Los reformistas del franquismo aceptaron un cambio que era, de hecho, una rectificaci¨®n profunda de su historia anterior. Aqu¨ª se distingui¨® por su valent¨ªa y su consecuencia una figura clave de la transici¨®n: Adolfo Su¨¢rez. Pero los reformistas no pod¨ªan abjurar p¨²blica y formalmente de un pasado, porque en tal caso los ultras del franquismo que controlaban todav¨ªa mayoritariamente los instrumentos de fuerza del poder estaban en condiciones de desplazarlos.
Ultras franquistas
Si en esa primera fase de la transici¨®n la izquierda hubiera planteado la exigencia de responsabilidades hist¨®ricas -lo que hubiera sido normal en un proceso determinado por la fuerza militar, en una Revoluci¨®n- no se habr¨ªa coronado con ¨¦xito esa primera fase de la transici¨®n. La fuerza militar, la capacidad de recurrir a la violencia, la ten¨ªan exclusivamente los ultras franquistas, que controlaban las fuerzas armadas frente a un pueblo todav¨ªa traumatizado por la derrota en la Guerra Civil y por cuarenta a?os de terrorismo de Estado.
Se ha hablado mucho de si hubo o no ruptura. Yo quiero aclarar que incluso la idea de la ruptura democr¨¢tica estaba contenida en la perspectiva de un cambio que no pod¨ªa ser revolucionario. La ruptura propon¨ªa s¨®lo cuatro objetivos concretos:
1?. Amnist¨ªa.
2?. Legalizaci¨®n de los partidos pol¨ªticos y organizaciones sociales.
3?. Elecciones a Cortes Constituyentes.
y 4?. Estatutos de autonom¨ªas. Estos objetivos, en definitiva, fueron realizados por el Gobierno de Adolfo Su¨¢rez, a veces causando sorpresa y colocando a los sectores inmovilistas ante los hechos consumados.
El proceso de transici¨®n ha sido, efectivamente, muy lento; ya Marx coment¨® en su libro sobre la Revoluci¨®n espa?ola esta caracter¨ªstica, la lentitud de los cambios en Espa?a, que contrastaba con la rapidez de los cambios en Francia.
Ha sido necesario el nacimiento de dos generaciones acabada la transici¨®n para que pueda hablarse de lo que objetivamente es una segunda fase, con el Gobierno de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero.
Es decir, para completar y asentar la transici¨®n era vital que el protagonismo pol¨ªtico estuviera en manos de generaciones que no tienen ya ninguna relaci¨®n personal ni con la Guerra Civil ni con la dictadura franquista, que no son ya ni "republicanos rojos", ni "nacionales", aunque sus antepasados hayan sido lo uno o lo otro. Generaciones nuevas que han crecido en un sistema democr¨¢tico. Es el momento en que con objetividad puede enjuiciarse la historia pr¨®xima de nuestro pa¨ªs, prescindiendo de lo que pudo hacer pap¨¢, el abuelo o el bisabuelo.
A estas alturas ya deber¨ªa de haber un consenso general en que la sublevaci¨®n militar del 18 de julio del a?o 36 del siglo pasado, que provoc¨® la Guerra Civil fue un atentado condenable contra el r¨¦gimen democr¨¢tico existente entonces. Un pol¨ªtico que participe en el d¨ªa de hoy y que no reconozca algo tan elemental, ?qu¨¦ confianza puede merecer a los ciudadanos espa?oles?, ?qu¨¦ seguridad puede inspirar?
Consecuentemente, los que sacrificaron todo defendiendo un sistema democr¨¢tico merecen un reconocimiento hist¨®rico que hasta ahora nunca hab¨ªan obtenido oficialmente nunca. ?C¨®mo puede negarse esto a las v¨ªctimas de los vencidos mientras calles y plazas son todav¨ªa un homenaje a los vencedores, cuyos nombres siguen en los atrios de las iglesias?, ?c¨®mo es posible que haya obispos que proh¨ªben colocar l¨¢pidas en recuerdo de los republicanos asesinados en el interior de los cementerios?
Es la hora de reconocer sin ambages que la Segunda Rep¨²blica es el ¨²nico antecedente democr¨¢tico en la Historia de Espa?a del r¨¦gimen en que hoy nos desenvolvemos, ya seamos republicanos o mon¨¢rquicos, si de verdad somos dem¨®cratas.
Es la hora de consolidar y asentar el Estado de autonom¨ªas que ya dispone la Constituci¨®n, en la que se reconoce la divisi¨®n de nuestro Estado en regiones y nacionalidades, la pluralidad de pueblos que le componen. Las autonom¨ªas han producido un tipo de Estado federalizante y asim¨¦trico, y han tenido un papel decisivo en el desarrollo de esta Espa?a, que ya es muy distinta y bastante mejor de la que ten¨ªamos en 1978. Y los nuevos Estatutos que est¨¢n elabor¨¢ndose vienen a consolidar el tipo de Estado que no s¨®lo no ha roto Espa?a, sino que la ha fortalecido.
Igualdad total
Es la hora de igualar de verdad en derechos a mujeres y a hombres, y para ello, si es necesario mientras esta igualdad no sea verdaderamente real, promulgar leyes incluso discriminatorias a favor de la mujer.
Es la hora de prestar una atenci¨®n particular a la juventud amenazada de marginaci¨®n, lo que, adem¨¢s de ser injusto, es un grave riesgo para la cohesi¨®n social.
Es la hora de reconocer los derechos de las minor¨ªas sociales, discriminadas hasta aqu¨ª por diversas razones; de fomentar la libertad de investigaci¨®n biol¨®gica para proteger la salud de los humanos, superando tab¨²es de origen ideol¨®gico o religioso. La hora de defender la paz y de sentirnos solidarios con todos los pueblos del planeta. La hora de defender y desarrollar el Estado de bienestar.
Es la hora de traducir a leyes cuanto es humano y redunda a favor de la libertad y la seguridad de todos; la hora de terminar con el terrorismo que tanto da?o nos ha hecho, teniendo el valor de negociar la paz.
A esto le llamo yo la segunda fase de la transici¨®n democr¨¢tica.
En esta tarea es necesario el mayor consenso pol¨ªtico posible. Y es necesaria una labor pedag¨®gica para lograr la comprensi¨®n de las ciudadanas y ciudadanos. Pero a la vez no debe cederse a la obstrucci¨®n y al reaccionarismo de los que pretenden revivir las dos Espa?as, la Espa?a vieja del trono, el sable y el altar, frente a la Espa?a joven, progresista y mayoritaria. Pedagog¨ªa y firmeza pol¨ªtica son los dos instrumentos necesarios en esta segunda fase.
As¨ª es como podr¨¢ considerarse culminada la transici¨®n democr¨¢tica por un camino que no pudo ser el m¨¢s directo y r¨¢pido, porque la historia nos impuso un camino lento y dificultoso.
Aun con todo, esta segunda fase todav¨ªa choca con serios obst¨¢culos que oponen quienes, en el fondo, no han roto todos los v¨ªnculos ideol¨®gicos con la dictadura. Esas resistencias en el d¨ªa de hoy podemos vencerlas las fuerzas democr¨¢ticas uni¨¦ndonos, acudiendo al fallo del sufragio universal.
El fracaso del comunismo
LA IMPLOSI?N DEL SISTEMA sovi¨¦tico fue una tremenda sorpresa para much¨ªsimos comunistas en el mundo entero. Se les vino la casa encima. Los partidos comunistas, con pocas excepciones, no estaban preparados para resistir tal contingencia. A pesar de que era una desgracia anunciada, algunos no pod¨ªan o no quer¨ªan verla venir. La tendencia eurocomunista, que de desarrollarse plenamente hubiera podido ahorrar a los partidos comunistas europeos las consecuencias del hundimiento, no fue capaz de sacar a tiempo todas las conclusiones de su posici¨®n cr¨ªtica y no lleg¨® a romper totalmente el cord¨®n umbilical con el centro sovi¨¦tico. No era f¨¢cil, desde luego, y los militantes que lo intentamos terminamos eyectados de un modo u otro fuera del partido.
He escrito que lo sucedido fue una desgracia anunciada porque el fracaso de una experiencia de transformaci¨®n socialista tan importante mundialmente como la Revoluci¨®n rusa de octubre de 1917 ha sido, objetivamente, con independencia de cu¨¢les hayan sido las responsabilidades de sus promotores, una desgracia para el g¨¦nero humano. Desaparecida la URSS -a lo que desde luego no ha sido ajeno el cerco capitalista sufrido por ¨¦sta desde las primeras horas-, el capitalismo se ha liberado de todos los miedos y cautelas, y act¨²a como si todo el monte fuese or¨¦gano, como si ning¨²n adversario consistente cuestionara su dominaci¨®n sobre la sociedad y sus panegiristas cantan ya su inmortalidad como sistema social. De esta suerte, el Estado de bienestar ya no se considera como el seguro necesario frente al peligro comunista y comienza a ser desmontado en los Estados que lo hab¨ªan adoptado cautelarmente. Los sindicatos sufren agresi¨®n tras agresi¨®n, combinadas con fen¨®menos de corrupci¨®n, para reducir su capacidad de movilizaci¨®n y de lucha contra la explotaci¨®n capitalista.
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