La semana siguiente
Hoy, a la triste p¨¦rdida de Paquito Fern¨¢ndez Ochoa, se a?ade la tristeza de que ya no es noticia. La muerte, siendo en el fondo siega y silencio, llega, sin embargo, con estr¨¦pito y algarada. El lapso entre la existencia y la desaparici¨®n es como el instante en el que saltan los fusibles, un segundo de m¨¢ximo acontecimiento donde tiemblan los sentidos y las perspectivas para, un momento despu¨¦s, perder casi toda la memoria de lo iluminado.
Los nacimientos anhelados no son consuelo para las muertes como no reemplazan los esquejes el bosque calcinado. Dios tampoco es muchas veces alivio para el dolor y el vac¨ªo, ni siquiera para quienes creen en el destino celestial de los difuntos. Por eso el analg¨¦sico contra la desolaci¨®n de la muerte es el propio muerto. Pensar en ¨¦l y recibir conforte, no sentir l¨¢stima m¨¢s que de nosotros mismos que le echamos de menos, nunca apenarse por quien no est¨¢.
... afable y c¨¢ndido como el bueno de una pel¨ªcula antigua, siempre cercano...
El homenaje en Cercedilla fue una despedida en vida, cientos de madrile?os pudieron entonces expresar su cari?o en aplausos en lugar de en l¨¢grimas, hacer del resumen de una vida una celebraci¨®n y no un drama. Es asombrosa la entereza con la que mucha gente encara la muerte.
Los familiares de Paquito aseguraron haber recibido fuerza del propio enfermo que se convirti¨®, en un escalofriante intercambio de roles, en el alentador. Los familiares de enfermos desahuciados muchas veces necesitan sentir que lo peor no lo padece su ser querido, sino que son ellos, quienes se quedar¨¢n solos en tierra, los que soportan el mayor castigo. El moribundo juega a hacerles creer que son las v¨ªctimas y ellos aceptan la pantomima para descargar de miserabilidad a su ser querido, para poder llorar delante de ¨¦l con licitud.
No conoc¨ª personalmente a Paquito pero la maldici¨®n de su c¨¢ncer no nos es ajena a casi ninguno. Adem¨¢s, su rostro, afable y c¨¢ndido como el del bueno de una pel¨ªcula antigua, resultaba siempre cercano, sigui¨¦ramos o no el esqu¨ª. Qu¨¦ f¨¢cil ha sido reconocernos afectados por su muerte, convencidos de que se ha ido un hombre, sobre todo, querido; y ese amor es el peor equipaje para un muerto porque desvalija el alma de quien le llora. Es conmovedor descubrir c¨®mo las personas queridas son irreductibles en el coraz¨®n de quien las venera sin importar el deterioro de su f¨ªsico, sin contar si quiera su desaparici¨®n. Comprobar c¨®mo, a quien amamos, se afinca en nuestro interior al margen de ¨¦l mismo, c¨®mo habita en nosotros fulgente e invulnerable al cataclismo de su cuerpo, a la futura tempestad del tiempo.
Quienes tambi¨¦n perdimos un gran amor hemos ganado un c¨®mplice en la familia de Paquito. Los heridos de muerte (por muerte) nos reconocemos parte de una tribu distinta a esa otra de personas ilesas. Se establece una complicidad invisible y eso es gratificante, porque una de las devastadoras consecuencias tras la muerte de un ser querido es la soledad, no s¨®lo por la marcha de ese familiar o amigo, sino por la desconexi¨®n con el mundo. Durante el funeral parece que el entorno sintoniza con tu dolor pero d¨ªas despu¨¦s se pierde esa frecuencia. El mundo prosigue su rotaci¨®n y el resto de los corazones su pulso mientras que los viudos, los hu¨¦rfanos y dem¨¢s mutilados emocionales andamos y respiramos a un ritmo diferente. Ni nuestras aspiraciones, ni nuestras penas, ni nuestros recuerdos se comportan como los de la mayor¨ªa de la gente. Quiz¨¢ se encuentren en este momento los familiares de Paquito. Probablemente a¨²n les sigan compadeciendo por la calle pero la llama de su pecho seguir¨¢ ardiendo cuando se apaguen todas las velas de su alrededor. Los peri¨®dicos, las radios y los telediarios, como es l¨®gico, se ocupan hoy de otros desastres, sin embargo, la cat¨¢strofe no ha cesado.
El tiempo ir¨¢ desescombrando la pena, pero hoy debe de ser un instante especialmente dif¨ªcil para la familia de esquiadores porque no hay ya homenajes ni p¨¦sames. Tras las numerosas, intensas y sinceras muestras de cari?o que reciben nuestros muertos (y m¨¢s una figura como Paco), no tarda el domingo en que uno levanta la cabeza y se descubre solo frente a la l¨¢pida.
Pero hoy que no es el fat¨ªdico d¨ªa, ni el de despu¨¦s, ni es el primer aniversario, muchos nos seguimos acordando, no s¨®lo de Paquito, sino sobre todo de quien sufre por ¨¦l. No, en realidad no hay nadie solo ante una tumba.
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