La mandarina
Una mujer en el El¨ªseo con ganas de cambiar las cosas ser¨ªa un revulsivo para Francia. S¨¦gol¨¨ne Royal, elegida candidata socialista de forma aplastante por los militantes, puede llegar a serlo. Trae algunas, no tantas, ideas renovadoras. Pero viene con una peligrosa adicci¨®n a la droga que m¨¢s ha contaminado la pol¨ªtica en democracia en nuestros tiempos: las encuestas. En vez de l¨ªderes que van por delante de la opini¨®n p¨²blica, la encuestitis -el gobierno o pol¨ªtica por encuestas (sondeos generales o cualitativos)- produce dirigentes que van por detr¨¢s, que detectan lo que la gente quiere y se lo ofrecen.
Es algo diferente del populismo que encarna el que parece su rival principal por la derecha (si los suyos le dejan), Nicolas Sarkozy, tambi¨¦n afectado de encuestitis. Fue una de las bases centrales de la manera de gobernar de Bill Clinton, y desde entonces la enfermedad se ha extendido a otros pa¨ªses y pol¨ªticos, Zapatero incluido.
Nancy Pelosi, la mujer que m¨¢s alto ha llegado en la pol¨ªtica americana al convertirse en presidenta de la C¨¢mara de Representantes, parece, en esto, lo opuesto a Royal. Entr¨® en la pol¨ªtica tarde, con 47 a?os. Vot¨® en contra de la guerra de Irak cuando hacerlo no era popular. Es una dura que ha defendido con claridad el derecho al aborto voluntario. Y pertenec¨ªa al resucitado Caucus Progresista en el Congreso, el ala m¨¢s abierta, liberal (en Estados Unidos, al menos, la izquierda no se ha dejado arrebatar este t¨¦rmino).
Hay un paralelismo entre Pelosi y Royal, la una con Irak, la otra con la UE. La americana tiene que lograr que los dem¨®cratas desarrollen una estrategia sobre Irak si quieren ganar las presidenciales en 2008. En estas legislativas, bastaba estar en contra de la pol¨ªtica de la Administraci¨®n Bush. Pero a partir de ahora se les pedir¨¢ que ofrezcan alternativas. De otro modo, el Partido Dem¨®crata puede acabar volvi¨¦ndose a dividir sobre Irak frente, por ejemplo, a un John McCain que tiene las ideas claras: enviar m¨¢s soldados. Sobre esto, no hay ideas europeas, menos a¨²n en la izquierda.
Royal estuvo a favor del s¨ª en el refer¨¦ndum franc¨¦s sobre la Constituci¨®n Europea (entonces las encuestas eran favorables). De hecho, el Partido Socialista franc¨¦s hizo una votaci¨®n interna previa y gan¨® el s¨ª (que Fabius ignor¨® abanderando el no). ?ste sigue siendo un tema que divide a los franceses, y especialmente a los socialistas. Sin embargo, Sarkozy s¨ª tiene una visi¨®n inteligente de c¨®mo salir del embrollo del no a la Constituci¨®n Europea, con un "mini-tratado". Es probable que acabe triunfando esta l¨ªnea en la UE, aunque tambi¨¦n plantee problemas. En cuanto al ingreso de Turqu¨ªa, Royal seguir¨¢ "lo que diga el pueblo" franc¨¦s. Es a lo que obliga ahora su Constituci¨®n, pero no estar¨ªa de m¨¢s saber a qu¨¦ atenerse.
Es verdad que no se necesitan las mismas dotes para ganar elecciones que para gobernar. Pero en su laudable intento de acercar la pol¨ªtica a los ciudadanos, Royal se ha metido en los terrenos pantanosos de la democracia participativa al proponer jurados populares que juzguen la labor de los cargos electos, no del presidente de la Rep¨²blica o de la futura madame le pr¨¦sident. En parte recuerda al Nuevo Laborismo de Blair: en su enfoque radical en la reforma pol¨ªtica desde un socialismo ligero, pero aderezado con un chorro de autoritarismo que parece pedir la sociedad.
Bajo sus apariencias de novedad, Royal viene de una larga y tradicional carrera pol¨ªtica. Es enarca, del centro de formaci¨®n de los mandarines franceses, la napole¨®nica ENA (Escuela Nacional de Administraci¨®n), de la que han salido tantos dirigentes franceses, incluidos los presidentes de la V Rep¨²blica, salvo De Gaulle (militar) y Pompidou (de la ?cole Normale, sin pasarelas a la ENA en su ¨¦poca), aunque no Sarkozy. Royal defiende las 35 horas que la derecha no se han atrevido a tocar de verdad, y que m¨¢s que crear empleo han sido utilizadas por las empresas para reestructurarse, y ganar en productividad y flexibilidad. Si gana, S¨¦gol¨¨ne Royal supondr¨¢ una renovaci¨®n. Pero dentro de un orden; el del mandarinismo.
aortega@elpais.es
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